Gruñido
—Vete —fue lo único que salió de mi boca antes de transformarme en bestia.
El polvo se levantó ante la fuerza de mis grandes patas negras y Esther apreció la belleza de mi pelaje azabache mientras mis ojos como carbones encendidos la fulminaban en furia.
—No pienso irme Berus. Le hice esa promesa a mamá... —declaró la inocente joven extendiendo su frágil mano con las intenciones de palpar el puente de mi hocico.
Aquello me hizo notar la realidad de la situación y la furia dentro de mí creció aún más. Solté un gruñido bastante profundo mientras mis dientes amenazantes y aperlados quedaron al descubierto de mis gruesos labios.
—Algo me dice que no viniste aquí por mí Esther —escupí mientras el pelo tras mi nuca se erizaba y las otras dos cabezas seguían gruñendo hacía la joven quién retrocedió un poco y bajó su mano.
—T-te equivocas...
—¡¿Qué es lo que buscas?!
—N-nada... —su voz comenzó a temblar y por fin pude notar el miedo impregnado en sus irises incitando a mi lado bestial a arrancarle la verdad de un mordisco.
—¡Mientes! —exploté rugiendo y alzándome sobre mis patas traseras mientras alzaba mi imponente cuerpo sobre ella.
Esther zozobró gritando y gimiendo de miedo mientras mi zarpa se posteaba sobre su delicado cuerpo.
Estaba cegado por la ira, cercándole la huida por los ciento treinta y cuatro dientes de mis tres cabezas perrunas y las de serpiente de mis siete colas.
Ese instinto que Hades me obsequió para castigar a los mortales que entraban al inframundo salió a flote cuando mi lengua pasó por la piel de la joven, demostrando mi monstruosidad real.
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