Chucho
Mi cuerpo se sintió ligero, mi visión se redujo considerablemente y mi pelaje se libró del polvo que lo recubría a medida mi tamaño disminuía.
Siempre he estado acostumbrado a ver a mi ama desde arriba, contemplándola de pies a cabeza pero ahora, mis ojos estaban a la altura de su cintura.
—¡Mi reina! ¡¿Qué ha hecho?! —proclamé exaltado mientras alzaba mi nuevo cuerpo ligero y ágil.
—Ve a buscarla Cerbero. Arregla esto y deja de lamentarte y lloriquear como un cachorro. Hazme quedar bien a mí, la reina del Inframundo. Es una orden... —declaró con una voz más oscura de la cual estaba acostumbrado aún con la picardía dando chispazos violentos en sus pupilas.
Yo ladré en respuesta y mi cola peluda se agitaba con vehemencia. Ya las serpientes habían desaparecido de mí y mis dos cabezas de can se habían ido. Perséfone me había transformado en un perro negro peludo, perfecto para entremezclarme entre la multitud y sociedad humana.
—Escucha. Aunque luzcas como un perro común por ahora, tiene sus limitaciones. Este poder solo durará durante el otoño e invierno y solo durante el día. Durante la noche, tu naturaleza abismal te arrastrará de vuelta hacia aquí aunque no lo desees. Aléjate de los pueblerinos. Eres un animal de mal presagio para ellos. Estoy segura de que el resto de dioses lo notificarán y tratarán de encontrarte. No lo permitas.
—Aún no sé como agradecerle...
—¿Qué te parece si solo vas y encuentras la felicidad que alguna vez yo perdí? —suspiró ella frotando sus manos contra mi cabeza—. Solo vete apenas salga el sol.
—Una última cosa. ¿Qué son esos brillos intermitentes en la noche sobre los pastizales?
—Les llaman luciérnagas. Yo las conozco por “Chispas de esperanza”.
Si hubiera tenido facciones humanas, hubiera podido apreciar la sonrisa que se dibuja tras mi rostro canino.
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