Anclado
Mi corazón se estremeció al verlo y mi lado más salvaje encerrado en aquel cuerpo canino deseaba desenfrenarse.
Comencé a ladrar sin frenos y ellos se asustaron. Obviamente se alejaron de mí. Esther no evitó dar una mirada contrariada a aquel chucho quien gañía de dolor al verla alejarse de él.
Una atmósfera neblinezca me impidió moverme de mi sitio para perseguirlos. Una cadena invisible anclaba mis patas al suelo arenoso y tenía una sensación de que el suelo deseaba volverme a tragar de vuelta al abismo. No comprendía que sucedía; un terror innato invadía cada célula de mi cuerpo prestado.
Pedí ayuda a mis amos, aullando de horror mientras la contemplaba a ella y a él, alejándose tomados de las manos y entre risas. Ni uno de los dos volteó a mirarme de regreso. Continuaron por la finita playa hasta convertirse en un punto entre la arena y el mar y desvanecerse de mi vista por completo.
¿Que sucedía? Lo pude confirmar cuando por fin ambos mortales se habían alejado.
Frente a mí había una figura femenina con una gruesa cota de malla y armadura de oro, la emperatriz de la sabiduría con una mirada de pocos amigos en medio de una sonrisa burlesca.
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