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03 | Mundiales de Quidditch

III. QUIDDITCH WORLD CUP

El domingo, Allison y Harry llegaron a la Madriguera por la Red flu. En la pequeña cocina, Allison vio a los que supuso eran los hermanos mayores de Ron.

Uno de ellos, que era el más bajo de los dos pero más musculoso, se levantó y le tendió la mano a Allison y después a Harry.

—¿Qué tal os va, chicos? —preguntó con una sonrisa. Allison supo que era Charlie, pues el año pasado Ginny le había enseñado algunas fotografías familiares y le había indicado quiénes eran.

La chica se moría por hacerle preguntas sobre dragones, desde luego. ¡Tenía enfrente a un dragonologista! Su yo de once años estaba gritando de la emoción, pero su yo actual correspondió amablemente el saludo sin parecer una completa lunática.

Bill también se levantó para saludarles. Era alto y tenía el pelo recogido en una coleta, lo que le recordó a algunas fotos que Maddy y Remus le habían enseñado de Sirius cuando iban a la escuela. Incluso llevaba un pendiente y unas botas de piel de dragón.

Ron iba a acompañar a los mellizos hasta su habitación, pero George llegó a la cocina corriendo y alzó a Allison en un abrazo.

—¡Georgie! —rio la chica.

Él le sonrió y le acercó para darle un beso, y luego volvió a dejar que sus pies tocaran el suelo.

—Si te sigues comiendo a tu novia, no tendrás hambre para la cena —comentó Bill, mirando de forma divertida a su hermano.

—¡Harry! ¡Allison!

Los señores Weasley acababan de entrar en la cocina, y Molly les dio un gran abrazo maternal a cada uno.

La sala empezó a llenarse de gente y Allison temía que empezaran a chocarse entre ellos, porque Fred bajó, y no mucho después llegaron Hermione y Ginny. Solo faltaba Percy y podrían montar su propio juego de Dónde está Wally.

No tardó en llegar para quejarse del ruido que estaban haciendo.

Tras los saludos y la charla de Percy sobre los culos de caldero, por fin ambos hermanos pudieron subir a dejar sus baúles en las habitaciones. Allison y Hermione iban a quedarse en el cuarto de Ginny, donde habían juntado las dos camas con la intención de que las tres durmieran ahí, un poco apretadas.

No pasaron más de dos minutos cuando George la sacó de ahí para llevarla a su cuarto, donde Fred se encontraba.

—Vamos a presentarte Sortilegios Weasley —anunció Fred, que estaba de pie con una sonrisa de orgullo en la cara.

—¿Qué es eso?

—Fred y yo llevamos todo el verano diseñando artículos de broma, y vamos a venderlos en Hogwarts.

—Nuestra madre piensa que quemando los cupones y echándonos la bronca va a conseguir que lo dejemos...

—... pero eso no pasará ni en sueños. ¡Vamos a triunfar!

Allison examinó la habitación, que estaba llena de papeles, cajas y artefactos extraños.

—¿Y queréis enseñarme los artículos?

Ambos asintieron, pero George añadió algo más.

—Además, queremos que al curso que viene nos ayudes a venderlos. Eres Allison Potter, si le dices a alguien que nos compre mercancía, lo harán.

Ella refunfuñó.

—No soy más popular ni nada de eso que vosotros, os confundís con mi hermano.

—De hecho, sí que lo eres —contradijo Fred.

—Y nunca podría confundirte con tu hermano, a él no le quiero besar y a ti sí.

—Me gustaría poder decir lo mismo de alguno de tus hermanos, pero... —murmuró en tono de broma.

George se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—¿Está insinuando algo, Potter?

—¿Yo? Para nada.

Allison agitó sus pestañas en un gesto de inocencia, y puso cara de niña buena.

—Veo que esta conversación se está volviendo perturbadora, así que, ¿por qué no vais a besuquearos por ahí y volvéis más tarde? —sugirió Fred, que por muy unido que estuviera a George no quería meterse en medio en esos momentos.

—Me parece bien.

George volvió a agarrar la mano de Allison para sacarla de ahí, y ambos se dirigieron al jardín mientras reían.


Más tarde, durante la cena, Allison acabó sentándose al lado de Charlie y junto a los gemelos, y los cuatro se enfrascaron en un debate sobre los Mundiales.

Cuando salió el tema del trabajo de Charlie, Allison no se cortó en hacer preguntas.

—Estuve leyendo sobre dragones porque hace dos años estaba... medio obsesionada con ellos —le contó la chica—. Y creo que el que más me gusta es el bola de fuego chino. ¿Es cierto que suelen ser más tolerantes que otras especies?

Charlie asintió, animado por que Allison estuviera interesada en los dragones.

—En el santuario de Rumanía, en el que trabajo, tenemos algún bola de fuego chino. Y es cierto que a veces consienten compartir su territorio con hasta otros dos dragones de su especie.

—Ojalá pudiera volver a ver a un dragón —suspiró en un tono de voz más bajo, pues no creía que los señores Weasley supieran sobre Norberto—. Pero a uno ya grande. Aunque no molaría nada que me mordiera, si con el pequeño me pasé tanto tiempo en la enfermería, no me lo quiero imaginar.

—Tal vez puedas verlo antes de lo que imaginas —insinuó Charlie. Allison se quedó examinándole con la mirada.

—¿Qué quieres decir con eso?

Él se encogió de hombros.

—Vamos a dejarlo ahí.

Ella negó de forma muy rápida con la cabeza, desesperada por saber a lo que se refería.

—No puedes dejarme así, Charlie. Esto no es justo. ¿Cuándo veré a un dragón? Oh, santa Morgana, ¿no habrás metido un dragón en la casa?

Él se rio y negó.

—¿Dónde lo habría metido?

Allison lo pensó por un momento.

—Tienes razón, pero esto no va a quedar así.

* * *

Allison sintió que alguien le zarandeaba, pero no quería despertarse. Movió la almohada y la puso sobre su cabeza mientras soltaba alguna incoherencia, que apenas se escuchó con la almohada en su boca. Ginny no desistía, y siguió moviendo el cuerpo de Allison hasta que finalmente despertó.

—¿Qué horas son estas? —preguntó Allison, escandalizada, cuando vio que afuera todavía era de noche.

—Mamá acaba de venir a echarnos la bronca por tardar tanto, vamos.

Al fondo de la habitación, observó que Hermione ya estaba vestida, pero se encontraba adormecida con la cabeza apoyada en la pared.

Unos minutos más tarde, las tres bajaron a la cocina donde el resto de la familia —menos los tres hermanos mayores— les esperaba.

—Debo de parecer un zombie —balbuceó Allison, después de soltar un largo bostezo—. No me miréis, u os comeré el cerebro a todos. —Fue a sentarse entre George y Ron, y analizó con la mirada a este último—. Tú no tienes peligro, puedes estar tranquilo.

—¡Oye! —se quejó Ron—. Es muy pronto para que empieces a meterte conmigo.

Allison iba a contestar, pero en ese momento sus ojos se cerraron y se quedó medio dormida, cayendo su cabeza sobre el hombro de Ron.

—No debería haber dejado que viera todas esas películas de zombies —murmuró Harry.

No se enteró mucho de lo que se habló durante el desayuno, pues se centró en comerse las gachas e intentar mantenerse despierta. Sin embargo, cuando los caramelos que habían creado los gemelos salieron volando por los aires hacia su madre, Allison sí escuchó los gritos.

El camino hacia el traslador fue una completa tortura para todos, y cuando llegaron a la cima de la colina de Stoatshead estaban más que exhaustos.

Tras un par de minutos buscando el traslador, escucharon la voz de un hombre.

—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.

Dos personas vinieron hacia ellos.

—¡Amos! —saludó sonriendo el señor Weasley mientras todos se dirigían a su encuentro.

El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.

—Este es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocéis a su hijo Cedric.

Cedric Diggory era un Hufflepuff de la edad de los gemelos Weasley. Era capitán y buscador de quidditch, además de ser prefecto y condenadamente hermoso.

—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.

Fred y George no habían superado que les venciera en el último partido que jugaron como rivales, así que fueron los únicos que en lugar de devolverle el saludo simplemente hicieron un gesto con la cabeza.

—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.

—No demasiado. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. ¿Y vosotros?

—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...

Amos Diggory les echó una mirada bonachona.

—¿Son todos tuyos, Arthur?

—No, solo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Bueno, menos Allison. Él es su hermano, Harry, y ella Hermione. Son amigos de Ron.

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?

—Ehhh... sí —contestó Harry.

Desde ese momento, a Allison no le cayó bien. Le había parecido un hombre simpático, pero el hecho de que todo el mundo la ignorara como si llevara puesta la capa de invisibilidad no le sentaba bien.

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!

Quería decirle que a ella también le había vencido. Luego escuchó en su mente lo patético que sonaba y prefirió guardar silencio y dedicarle una mirada no muy amable.

Cedric parecía incómodo.

—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un accidente...

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!

—Unos ganan la Copa de las Casas, los otros no —murmuró Allison, pretendiendo que la escuchara. Nunca supo si fue así, porque el señor Weasley se apresuró a intervenir.

—Ya debe de ser casi la hora. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?

—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?

—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.

Era la primera vez que Allison usaba un traslador, y era una sensación que no recomendaría para nada. Sintió como si un brazo gigante jalara de ella y definitivamente quiso vomitar. Fue incluso peor que el viaje con el giratiempos del curso pasado, aunque esta vez se contuvo y no devolvió el desayuno.

Todos habían caído al suelo menos Cedric, su padre y el señor Weasley.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

Los dos hombres de aspecto cansado y malhumorado les explicaron por dónde ir, y tras veinte minutos llegaron a su destino.

Había una casita de piedra, y desde el otro lado se apreciaban la multitud de tiendas de campaña que se encontraban en la ladera de la colina. Al fondo, se cernía un bosque. Después de despedirse de los Diggory se acercaron a la casa.

Un hombre, que parecía un muggle, se dirigió hacia ellos.

—¡Buenos días! —saludó alegremente el señor Weasley.

—Buenos días —respondió el muggle.

—¿Es usted el señor Roberts?

—Sí, lo soy. ¿Quiénes son ustedes?

—Los Weasley... Tenemos reservadas dos tiendas desde hace un par de días, según creo.

—Sí —dijo el señor Roberts, consultando una lista—. Tienen una parcela allí arriba, al lado del bosque. ¿Solo una noche?

—Efectivamente —repuso el señor Weasley.

—Entonces, ¿pagarán ahora? —preguntó el señor Roberts.

—¡Ah! Sí, claro... por supuesto... —Se retiró un poco de la casita y le hizo una seña a Hermione para que se acercara, ya que él no entendía de dinero muggle.

Al final, Arthur le dio el dinero. El señor Roberts empezó a hablar sobre lo extraño de la situación en la que se encontraba el cámping. Que si gente rara, que si monedas de oro... Hasta que apareció un hombre y le lanzó un Obliviate al muggle.

Después de darles un plano, todos se dirigieron al lugar donde debían quedarse y poner las tiendas.

—¡No podíamos tener mejor sitio! —exclamó muy contento el señor Weasley—. El estadio está justo al otro lado de ese bosque. Más cerca no podíamos estar. —Se desprendió la mochila de los hombros—. Bien, siendo tantos en tierra de muggles, la magia está absolutamente prohibida. ¡Vamos a montar estas tiendas manualmente! No debe de ser demasiado difícil: los muggles lo hacen así siempre... Bueno, ¿por dónde deberíamos empezar?

Allison estaba entusiasmada con la idea de montar una tienda. Cuando tenían diez años, Beatrice les llevó a acampar y fue una de las mejores noches que pasó la chica. Junto con Harry y Hermione, colocaron las barras y las piquetas en su lugar. Allison no sabía por qué, pero le gustaba montar la tienda. El señor Weasley se veía también muy entusiasmado cuando usó la maza para clavar bien las piquetas y que las cuerdas que sujetaban las barras no se movieran, para que la tienda no se les viniera encima.

Cuando entró dentro de la tienda, observó que era mucho más grande de lo que parecía en el exterior. En total tenía tres habitaciones, además de cuarto de baño y cocina. La decoración le hizo acordar a aquella vez que Maddy les llevó de visita a la casa de la señora Strout, su jefa. Tenía un gato muy gordo que se pasó todo el rato jugando con Allison, y a la hora de irse ella no quería dejar al animal. Curiosamente, ahí dentro también olía a gato.

El señor Weasley les mandó a Harry, Hermione, Ron y Allison ir a buscar agua, pero antes hicieron una pequeña visita a la tienda de las chicas.

—Me pido la litera de arriba —señaló Allison, para después salir los cuatro rumbo a por el agua.

Mientras caminaban, veían tiendas estrafalarias a su alrededor. Había montones de ellas, algunas pasaban desapercibidas como la suya, pero otras bien podrían haber sido castillos.

—Eh... ¿son mis ojos, o es que se ha vuelto todo verde? —preguntó Ron.

—Territorio irlandés —apuntó Allison, observando el mar de tréboles verdes que había por todas partes.

Escucharon que alguien les llamaba.

—¡Harry!, ¡Ron!, ¡Allison!, ¡Hermione!

Era Seamus Finnigan, que estaba en una tienda cubierta de tréboles junto a la que supuso que era su madre, y Dean Thomas.

—¿Os gusta la decoración? —preguntó Seamus, sonriendo, cuando los cuatro se acercaron a saludarlos—. Al Ministerio no le ha hecho ninguna gracia.

—El trébol es el símbolo de Irlanda. ¿Por qué no vamos a poder mostrar nuestras simpatías? —dijo la señora Finnigan—. Tendríais que ver lo que han colgado los búlgaros en sus tiendas. Supongo que estaréis del lado de Irlanda —añadió.

—¡Por supuesto!

—Me pregunto qué habrán colgado en sus tiendas los búlgaros —dijo Hermione después de que se marcharan de ahí.

—Vamos a echar un vistazo —propuso Harry.

Los búlgaros habían decidido adornarlo todo con posters de la cara enfadada de su buscador.

—Es Viktor Krum —explicó Allison en voz baja, tras ver la cara de desconcierto de Hermione.

—¿Quién? —preguntó ella.

—¡Krum! —repitió Ron—. ¡Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria!

—Parece que tiene malas pulgas —comentó Hermione, observando la multitud de Krums que parpadeaban, ceñudos.

—¿Malas pulgas? —Ron levantó los ojos al cielo—. ¿Qué más da eso? Es increíble. Y es muy joven, además. Solo tiene dieciocho años o algo así. Es genial. Espera a esta noche y lo verás.

—Alguien está coladito por Krum —se burló Allison.

—¡No es cierto!

Cuando llegaron a la cola del agua, Allison tuvo que parpadear varias veces para comprobar que no se lo estaba imaginando. Realmente había un anciano con un camisón.

—Tan solo tienes que ponerte esto, Archie —le decía otro mago, mostrándole unos pantalones—, sé bueno. No puedes caminar por ahí de esa forma: el muggle de la entrada está ya receloso.

—Me compré esto en una tienda muggle —replicó el mago anciano con testarudez—. Los muggles lo llevan.

—Lo llevan las mujeres muggles, Archie, no los hombres. Los hombres llevan esto —dijo el mago del Ministerio, agitando los pantalones.

—No me los pienso poner —declaró indignado el viejo Archie—. Me gusta que me dé el aire en mis partes privadas, lo siento.

A las chicas les dio un ataque de risa, y tuvieron que apartarse de la fila mientras se carcajeaban.

—Me declaro admiradora de ese hombre —dijo Allison entre risas.

Regresaron cuando el anciano ya se había ido.

En el camino de vuelta, se encontraron a bastante gente que conocían. Allison y Harry saludaron alegremente a Mary Cattermole, una amiga de Maddy que había sido compañera suya en Hogwarts. Sus dos hijas pequeñas, Ellie y Maisie, correteaban delante de su padre. Allison se puso muy contenta al ver que Mary estaba embarazada, y ella le dijo que estaba muy segura de que sería un niño. Tras felicitarle, siguieron con su camino.

Cuando se encontraron a Oliver Wood, su antiguo capitán del equipo de quidditch, les arrastró hasta su tienda. Ahí conocieron a sus padres, y Oliver les contó con entusiasmo que había sido fichado como reserva en los Puddlemore United.

Más tarde, se encontraron con Ernie Macmillan, que saludó tímidamente a Allison. Los dos habían estado saliendo a finales del año pasado, y era algo incómodo cuando se veían.

Lo más gracioso fue cuando vieron a Cho Chang, una chica muy guapa de Ravenclaw que jugaba en su equipo como buscadora. Harry, al ir a saludarle de vuelta, se volcó encima un montón de agua. Allison no paró de reír desde entonces, haciéndole la burla, hasta que Harry decidió bañarla con el agua a ella también. Como se dieron cuenta de que casi no quedaba agua, tuvieron que hacer magia a escondidas.

Pasaron un rato de la tarde con Beatrice y sus amigos del trabajo de Grecia. La mayoría de ellos había asistido a Durmstrang, pero había un tipo muy alto y musculoso que fue a Koldovstoretz. Al parecer, todos llevaban ahí unos cuantos días.

Bill les había acompañado, pues las tiendas estaban muy alejadas y no quería que se perdieran sin saber los demás dónde se encontraban. Su intención era irse cuando les dejara con ella, pero al parecer se interesó por las conversaciones que tenían, y los que se fueron antes resultaron ser Allison y Harry.

Pero la sorpresa se la llevaron cuando, horas más tarde, ambos daban vueltas por ahí con Ron y Hermione. No habían vuelto a ver a Bill desde que le habían dejado con aquel grupo de magizoologistas, pero aquello acababa de cambiar.

Bill estaba justo enfrente de ellos, comiéndose la boca de Beatrice. Para ser justos, ella también ponía de su parte.

—¡Por las barbas de Merlín! —chilló Allison. Ron se había quedado con la boca abierta, sin saber qué hacer al pillar así a su hermano mayor.

Harry y Allison, al parecer, iban a tener que lidiar más de una vez con Beatrice dándose el lote en sus narices.

—Oh, chicos, no os habíamos visto —soltó Beatrice, sonriendo de forma despreocupada.

Las orejas de Bill habían tomado un color rojo, lo que parecía ser hereditario en la familia Weasley.

—¿Cómo...? ¿Cuándo...? ¿Qué? —fue lo único que Ron fue capaz de articular.

—No te metas en mis asuntos, Ronald —reprendió Bill, aunque se le notaba una sonrisilla.

—¡Le sacas como diez años, Tris! —puntualizó Harry.

Beatrice hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—Es mayor de edad. —Se giró hacia él, encarándole—. ¿Cierto?

—Tengo veintitres años, por supuesto que sí —respondió él, algo cohibido.

—¡Fenomenal! Ahora, os quiero —dijo, mirando a Harry y Allison—, pero ¿podéis desaparecer de aquí? Estábamos en medio de algo.

Los cuatro medio huyeron de la escena. Allison y Hermione reían en voz baja, mirando las caras de sorpresa y estupefacción de sus amigos.

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