Capítulo 58: Ojalá vivir aquí
No sabía cómo lo habían organizado, pero lo habían hecho. Y estaban allí, en Wetvalley. No solo ella y los gemelos, no, habían conseguido que todas las primas O'Brien fueran.
Estaban en el jodido Wetvalley.
Estaban en el jodido Wetvalley como regalo adelantado por el cumpleaños de Atria.
Era mejor de lo que Atria había soñado nunca. La gente vestía ropa mágica y ropa muggle por igual, de pronto encontrabas una farmacia como encontrabas un boticario y la tienda de pociones justo al lado de un Tesco. Y luego una tienda de electrodomésticos. El mundo mágico y el mundo muggle convivían en perfecta armonía y se notaba por como la gente hablaba por las calles.
Atria solo podía mirarlos a todos, como un mago llegaba con la varita en una mano y hablaba con su vecino como si nada. La magia ayudaba a pintar fachadas, bajar gatos de árboles y ayudar a las señoras mayores con la bolsa de la compra —ahí había problemas entre muggles y magos porque todos podían ayudar— a la vez que había electricidad. Electricidad, bolígrafos, coches, cuadernos, televisiones. ¿A qué esperaba el mundo mágico para actualizarse?
— Creo que hemos perdido a Atria —dice George, viendo cómo vuelve a pararse frente a uno de los escaparates—. Hemos quedado frente al sauce llorón, vamos.
— ¡Pero son calderos! —dice, señalando al cartel de la tienda, Calderos Line.
— Tienes de todos los tamaños, ¿para qué quieres más? —a este paso no entrara en la habitación, y eso que George la vio por última vez en julio y ya estaba bastante llena de cosas. Y su habitación en el piso era un montón de calderos de todos los tamaños posibles.
— ¿Cómo voy a saber cuáles son los mejores calderos si no tengo todos? No conozco esta marca.
— Pues le preguntas a Mara, vamos —Fred no duda en empezar a empujarla para que se aleje de los calderos y tampoco tiene que hacerlo durante mucho tiempo porque pronto ella sale corriendo.
— ¡Leah! —y se lanza contra su amiga.
Es una suerte que las cuatro estén juntas porque Atria se choca contra Leah, que se choca contra Beth y esta contra Ciara y, finalmente, Julie las empuja para que recuperen el equilibrio.
— ¡Estáis aquí!
— ¡Estamos aquí!
— ¡Hay tantas tiendas!
— ¡Mirad el sauce!
Las cinco son un caos y no dejan de chillar y gritar mientras que están en la pequeña plaza donde está el sauce en el que les ha citado Mara. Hablan sobre la gente que pasa por allí, las tiendas y hasta las baldosas porque todo les emociona. Hasta que llegan a lo que los gemelos llaman la parte más interesante.
— ¿Te puedes creer que ninguna de nosotras somos Premios Anuales? —dice Beth y parece que le ofende la idea—. ¿A quién demonios han nombrado? ¡Nosotras somos perfectas! Somos la opción lógica.
— Atria lo sabe —dice George sonriendo de oreja a oreja y Atria le lanza una mirada asesina.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Es Katie? ¡No me ha dicho nada! —Leah parece indignada de que no le haya dicho nada y los gemelos empiezan a reírse.
— ¿Por qué no se lo dices? —el que se lleva la mirada asesina en esos momentos es Fred y solo puede reírse. Es tan divertido que sea Premio Anual.
— Cállate o vas a dormir con mis calderos —le amenaza, a pesar de saber que no lo va a cumplir ni por asomo.
— Venga, dilo ya, ¿quién es? —Julie empieza a saltar y luego, de repente, se queda quieta—. No me digas que han elegido a Eleanor y no me lo ha contado la muy...
— Venga, Atria, dilo —y George vuelve a reírse a carcajadas.
— ¡No me lo creo! —y Ciara parece que se da cuenta al ver las risas de los gemelos y la cara de Atria—. ¡No puede ser, qué me da!
Y empieza a comparar las risas de los gemelos. Poco a poco Julie, Leah y Beth se dan cuenta al ver la cara de Atria y los seis empiezan a estar riéndose a carcajadas en mitad de la plaza, sin importarles las miradas que les lanza la gente por ser tan escándalos.
— ¿Qué demonios os pasa? —y allí estaba Mara, pero no iba sola. A un lado tenía a un chico, mientras que al otro a una señora mayor—. Que a la gente le gusta descansar aquí.
— No seas aguafiestas, eres peor que tío Marius cuando le despiertas de la siesta —suelta el chico y Atria deduce que es Jake, el hermano de Mara.
Nunca se había parado a mirar de verdad a Mara. Mientras que su hermano tenía el pelo castaño claro, el de Mara era completamente negro. En cuanto a los ojos, los de Jake eran azules, pero los de Mara grises.
— Marius es siempre así, ya lo sabéis, ¿no vas a presentarnos a tus amigos? —dice la señora mayor y Mara niega.
— Primero que me digan dónde está la gracia de todo esto, luego te los presento, abuela —tenía sentido. Sobre todo por lo mucho que se parecían. Si no fuera porque la abuela de Mara llevaba un bastón, podría pasar por ser su madre porque parecían copias.
— Sabemos quien es la premio anual de este año —dice Julie, para después reírse de nuevo.
— ¿Por qué no lo dices, Atria? —y la que la pincha ahora es Leah y Atria, obviamente, acaba explotando.
— ¡Yo, yo soy la estupida premio anual, y os pienso mandar rondas hasta que tengáis todos los exámenes suspensos! —chilla y todos vuelven a reírse, esta vez Mara, Jake y su abuela incluidos.
— No me lo puedo creer —dice Mara, limpiándose una lágrima de la risa—. ¡Atria Potter Premio Anual! Verás cuando se lo cuente a Olivia, Claire y Sam.
— ¿Van a venir tus amigas?
— No les gustas, deja de ponerte en ridículo —Mara le da un golpe en la nariz con el dedo y Atria toma nota. Eso es algo que hacen los hermanos, lo probará con Harry.
— Sam está a punto de caer, lo siento en...
— Guarro —le interrumpe y la abuela de Mara le da una colleja a lo que él grita.
— ¡Abuela!
— Tú hermana tiene razón, eres un guarro —dice y se gira para mirar a Mara—. Haz las presentaciones.
— Que exigente eres, a ver, ya sabes quién es Atria, luego el que más pegado a ella esté ese es Fred —y señala al aludido, que saluda de vuelta—. George es el otro, no ves doble ni estás loca, aunque sí que te estas haciendo algo mayor, pero de verdad hay dos.
— Te voy a quitar la herencia —y la que se lleva la colleja en esos momentos es ella.
— Entonces deberías quitársela a Jake, está intentando montar una sección para mayores de dieciocho en mi tienda —y remarca bien el mi para que a su hermano le quede claro—. Bueno, sigo, esas cuatro son las O'Brien, Julie va conmigo a Hufflepuff, luego está Annabeth y...
— Como me vuelvas a llamar Annabeth te vas a enterar.
— ... Ciara la hace comentarios guarros sin darse cuenta y Leah que comparte una neurona con Atria, las dos son Gryffindor.
— Ah, si, la fama de los Gryffindor.
— Chicas, os presento a mi abuela, Cassiopeia.
Cassiopeia. Marius. Squib que había encontrado el pueblo al casarse con un muggle.
— ¡Cassiopeia Black!
— ¿Qué pasa? ¿Qué todos los magos os conocéis entre vosotros o que? ¿No abrís los horizontes? —suelta Jake ante el grito de Atria y ella solo chilla.
— ¡Te admiro! Irte de casa en Navidad... ¡casarte con un muggle! —sobre todo la segunda parte—. Los Black te quemaron de su árbol familiar, así que no pude verte la cara ni a tu hermano tampoco, pero vuestros nombres siguen así que eso debe de joderme a Walburga.
— Me alegra ver que sigo jodiendo a mi familia, aunque ya no soy Black, si no Perkins —dice sonriendo—. Una pena lo de Sirius, la verdad, estuve hablando con él antes de que muriera.
— Sí, una pena —no, no, no, no podía hundirse ahora. Estaba en Wetvalley, estaba con sus amigas, no podía hundirse.
— Quería venir y le dije que claro que sí, que en casa de su tía abuela siempre habría hueco, nunca me creí eso de que fuera un asesino, ¿sabes? No huyes de los Black para mezclarte con la magia negra, no.
— No, claro que no lo haces
Era algo tan obvio, tan claro, que Atria no entendía como nadie lo había visto. Y ahí estaba Cassiopeia, sabiéndolo perfectamente sin necesidad de explicaciones. Quizá porque era una Black y conocía las locuras de su familia.
O quizá porque era una persona sensata.
El día fue maravilloso, dejaron a Cassiopeia en un restaurante llamado White, donde se reunió con mucha gente y una tal Calipso apareció en la puerta con una cesta de picnic y un mantel que le dio a Mara con una sonrisa. Subieron a una pequeña montaña y las vistas al pueblo no les decepcionaron en ningún momento, como tampoco les decepcionó la noche. El pueblo parecía cobrar vida y se iluminaba en los puntos que consideraba más importantes, como el sauce llorón o las zonas más transitadas. Se quedaron allí hasta bien entrada la noche, momento en el que los nueve —porque Jake se había pegado a ellos durante todo el día— volvieron a casa de la abuela de los mellizos, donde pasarían la noche.
Lo que no esperaban era despertar al día siguiente casi al lado de la playa.
— ¡El último que llegue es un huevo podrido!
Y Jake había salido corriendo, seguido de los gemelos mientras que Mara resoplaba y su abuela negaba con una gran sonrisa.
— Venga, hace meses que no estamos en la playa.
— Sí, claro, como la última vez, que nos dejó en una playa llena de algas y estúpidas medusas —se queja Mara, pero aun así se levanta de la mesa y mira a las cinco chicas, que siguen sentadas desayunando—. Venga, vamos a ver si alguno de mis bañadores os vale, si no tendremos que ir a casa porque creo que Olivia se dejó alguno el año pasado y seguro que a Atria y a Julie les valen.
Encontraron al final bañadores para todas entre la habitación de Mara en casa de su abuela y en la casa de sus padres. Los señores Perkins eran de lo más amables y parecían encantados de que su hija hubiera llevado aún más gente a la casa. Contaba solo con dos habitaciones, lo cual explicaba por qué Mara tenía más cosas en casa de su abuela que en casa de sus padres porque había una gran línea divisoria en la habitación de los mellizos y, por el orden, sabías de qué parte era cada uno.
Sorprendentemente, Jake tenía la parte ordenada de la habitación, mientras que en la de Mara no distinguían el suelo por toda la ropa que había tirada por la alfombra. Aunque cuando abrieron el armario la parte de Mara estaba ordenada cromáticamente mientras que la de Jake solo eran un montón de bultos.
La playa, al contrario de lo que había dicho Mara, era de arena fina y con el agua perfectamente clara, algo que sin duda alguna agradó a la chica y convenció a todas para bañarse. Ese día el sauce llorón no se encontraba en el centro del pueblo, si no en lo alto de la colina donde parecían haber estado ayer y el restaurante White estaba al lado de Calderos Line.
Mara no tardó en explicar que el pueblo hacía un poco lo que le daba la gana. Un día tus vecinos podían ser los amables señores Whistly y, al día siguiente, tener a Faith —una de las mejores amigas muggles de Mara— viviendo al lado o al desagradable señor Kingston y sus quince malcriados kneazels.
— Generalmente no cambia las cosas, y si lo hace es siempre en la misma calle, como broma —explica Mara mientras que comen—. Aunque la casa del señor Kingston apareció encima de la colina una vez.
— ¿Por qué? —Julie pone en voz alta los pensamientos de todos y tanto Mara como Jake se ríen.
— Venganza, dejó que los kneazels arañasen el sauce llorón, que es como su corazón o algo así —explica Jake y luego lo señala—. Generalmente sube ahí arriba cuando es algo importante, como alguien que le ha ido a decir que quiere organizar algo bonito.
— Sí, así fue como mamá les dijo a todos que estaba embarazada de nosotros, tenemos las fotos, es precioso —añade Mara y todas chillan de emoción—. Podemos ir a ver qué tiene planeado hoy, sí queréis.
— Mientras que sea antes de las siete, que es cuando mis padres vienen a recogernos —dice Beth y Mara se pone en pie.
— Pues vamos comiendo por el camino, quiero que veáis también algunos de los mejores puntos, no es la primera vez que nos trae a esta playa.
Van tranquilamente, aprovechando para caminar con los pies por el agua hasta que no les queda otra que ponerse las zapatillas y empezar a subir la colina, que sin duda alguna es mucho más alta que el día anterior. Jake asegura que es para mantener la intimidad de quien sea que haya pedido algo al sauce, pero queda comprobado que importa más bien poco porque gran parte del pueblo está haciendo como ellos y están subiendo la colina.
Lo primero que ven es la copa del gran árbol, luego las ramas de las que cuelgan luces doradas, finalmente, a la pareja que está sentada bajo el sauce llorón, abrazándose.
— Así que era Isla la que ha preparado la sorpresa —dice Mara y Atria se gira ligeramente para mirarla. Tiene incluso los ojos llorosos.
— ¿Estás bien?
— Isla tiene unos diez años más que nosotros, solía ser nuestra niñera cuando papá y mamá tenían trabajo y la abuela o tío Marius estaban ocupados —explica y luego señala a la pareja, que empieza a ser rodeada por distintos vecinos dándoles la enhorabuena—. Por lo visto, no solo se va a casar, también va a ser madre, fijate en lo que ha preparado el árbol. Las luces doradas siempre son de boda, pero hay una nueva rama, crecen al mismo ritmo que el bebé.
Y es verdad que hay una nueva rama. Una pequeña que parece que quiere entrelazarse con el resto, pero todavía no llega a ello. Atria no puede evitar sonreír al verlo, enamorándose aún más del pequeño pueblo si es que eso fuera posible.
— Ojalá vivir aquí —lo dice en voz alta y todos sonríen, los mellizos los que más. Están orgullosos del pueblo.
Vuelven a bajar al pueblo, dejando las vistas y por el camino a todas las primas O'Brien junto a los padres de Beth, que se las llevan, mientras que Atria y los gemelos van hasta la casa de Cassiopeia, donde un traslador les espera.
— Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas —dice ella, abrazando a cada uno de ellos y siendo perfectamente consciente de a quién deja el último.
Primero se asegura de que su nieta está hablando con Atria y su nieto con George antes de abrazar a Fred.
— Mi hermano está pensando en vender su apartamento —le dice en voz baja antes de separarse y luego sonríe—. ¡Vamos, vamos, no llegaréis si no cogéis el traslador!
Y empuja a Fred hacia los demás para que cojan el viejo botón que está sobre la mesa.
— Muchas gracias, Cassiopeia —la sonrisa de Atria es genuina y la anciana vuelve a sonreír.
— Ha sido un placer teneros en mi casa.
Con esas palabras el traslador se pone en marcha y pronto están en el jardín de La Madriguera, entrando de lleno en el partido de Quidditch que estaban jugando Harry, Ron, Ginny y Hermione. Hay varios gritos e incluso llega a haber un choque cuando Hermione se asusta y derriba a Fred por el camino, por lo que Harry suelta una carcajada y Atria no duda en tirarle a la cabeza el primer gnomo que ve.
— Venga, ¡ha sido gracioso! —le dice mientras que van dentro de la casa y Atria no quiere admitirlo, pero la verdad es que lo ha sido—. ¡Te estás riendo!
— Vale, ha sido gracioso —acaba diciendo y Harry le da un pequeño empujón que Atria no duda en devolverle.
Es divertido estar así, como hermanos. Harry ya es bastante más alto que ella, así que le pasa el brazo por los hombros y empieza a preguntar por Wetvalley, sabiendo que eso le encantaría a Atria y no falla ya que ella no puede parar de hablar de ello.
— Tenemos que ir un día, de verdad, es tan mágico, tan bonito —no para de decir lo mismo todo el rato y Harry solo se ríe cada vez que la oye decirlo—. ¡Y el sauce llorón! ¡Tiene vida propia, Harry! Es maravilloso.
En la cena la conversación sigue siendo la misma, los dos días en Wetvalley y como el pueblo cambia según lo que le apetezca cada día e incluso Harry empieza a enamorarse un poco del pueblo y eso que nunca había oído hablar de él, pero con solo ver a Atria así sabe que es un sitio que definitivamente merece la pena.
Y termina de convencerse de ello cuando ve como Fred solo desvía la mirada cada vez que Atria dice algo que se le había olvidado comentar, como sobre el sauce llorón y las bodas y nacimientos o sobre que habían aparecido en el mar.
Cuando terminan de cenar Atria sale prácticamente corriendo escaleras arriba, gritando algo de que siente el pelo como si llevara quince días sin lavarlo y luego se oye el portazo del baño.
— ¡Te vemos el miércoles! —grita Fred en la escalera y la puerta se vuelve a abrir.
— ¡Vale! —y de nuevo se cierra, aunque dura un segundo—. ¡Te quiero!
— ¡Y yo a ti! —responde Fred cuando Atria deja de alargar la o del te quiero.
"Claro que lo hace" piensa Harry al ver como no tiene ningún problema en decirlo delante de casi toda su familia. Y casi se siente mal por haberle dicho a Atria que no debería estar con él. Casi porque, cuando esa noche van a dormir, después de cinco minutos la ventana se abre y oye cómo Atria se mueve. Diría que casi le da un infarto al verla bajar por la ventana, pero luego el corazón vuelve a su sitio cuando la oye reírse.
— ¿Era necesario que vinieras ahora? —Atria lo dice casi susurrando, pero con el silencio del campo, la ventana abierta y que Harry se ha levantado hasta el alféizar para escucharlos, es como si estuviera dentro de la habitación.
— Bueno, no me he despedido con un beso y pensaba que podría verte a lo mejor el miércoles para cenar, pero ha llegado una lechuza con nueva mercancía y...
— Que no nos vamos a ver hasta el sábado seguro —le corta ella y por el tono Harry sabe que está triste—. ¿Me prometes que vendréis?
— ¿Cómo nos vamos a perder tu cumpleaños?
Harry no quiere dejar de cotillear, así que se asoma un poco más por la ventana y ve como Atria se engancha al cuello de Fred y él la coge de la cintura. Y hubiera tenido más cuidado al asomarse, no se hubiera dado un golpe en la cabeza que hubiera hecho mirar a los dos.
— ¿Qué pasa, Harry? —Fred se lo dice con humor mientras que sigue sin soltar a Atria y él frunce el ceño.
— Es tarde, quiero dormir.
— ¿Te crees que soy tonta? Sé que cuando te piensas que estoy dormida subes a hablar con Ron y luego bajas como a las tres de la mañana.
— ¿Me espías?
— Si quieres tener un horario más jodido que el de tu hermana lo llevas claro —le contesta y como Harry ve que sigue sonriendo se enfada más.
— Sube ya, quiero dormir.
— Pues vete con Ron, me voy a dar una vuelta.
Y entonces tira de Fred para que empiecen a andar y Harry se cruza de brazos.
En realidad le gusta Fred, bastante de hecho, encaja también con Atria que cualquiera pensaría que son almas gemelas, él lo hace, claro que lo piensa, ¿cómo no va a hacerlo? Pero le molesta, ahora por ejemplo que la haya hecho salir por la ventana para decir que no puede venir un día. ¿No podía haber escrito? ¿Tenía que arriesgarla tanto? Aunque el enfado se le pasa un poco cuando ve como se sientan bajo uno de los árboles cercanos a La Madriguera y llegan unas risas que parecen susurradas. Gracias a la luna casi llena les ve bastante bien, tumbados boca arriba mirando al cielo. Atria a veces levanta los brazos y señala a un punto, luego se ríen y vuelven a empezar. A veces llegan algunas palabras como que no existe la constelación del macarrón o que eso definitivamente no es Urano y siempre hay risas.
— Oye, ¿vas a venir? —la puerta de la habitación se abre y el susurro de Ron suena demasiado alto—. Llevamos esperando una hora, Harry.
— Sí, sí, perdona —murmura y mira una última vez por la ventana antes de seguir a Ron escaleras arriba.
Hermione está tumbada bocabajo en la cama de Ron, con un gran libro sobre la almohada y parece estar realmente cómoda moviendo los pies en el aire. Si Harry se hubiera fijado un poco más, se hubiera fijado en que el libro no era de Hermione, si no que era de Quidditch y que las sábanas al lado de la chica estaban demasiado revueltas como para que lo hubiera hecho ella sola. Pero no se da cuenta y se sienta junto a la ventana, intentando volver a encontrar a Atria.
— Bueno, ¿y cuáles son los planes para el cumpleaños de Atria? —pregunta Hermione y Harry deja de mirar por la ventana para hacer caso a todo lo que empieza a contar Ron.
Los preparativos para la pequeña fiesta que iban a hacer el sábado incluían distraer a Atria durante toda la semana hasta que llegara el viernes porque era muy probable que acabara encontrando las velas, las guirnaldas o los globos con el número diecisiete. Tenían algo de suerte, si le podían llamar así, porque el viernes Atria se iba a ir con Remus por la luna llena y tendrían toda la tarde para preparar todo para el sábado. Ella no llegaría hasta la tarde, cuando Remus la llevase de vuelta a La Madriguera después del examen de aparición.
Y el viernes llega, con demasiada rapidez y Atria se va con Remus con lo que comienza la decoración de la casa mientras que, en La Cueva, también empiezan los preparativos para la luna llena.
Lyall y Fred están allí, el primero porque sabe poner las cadenas, el segundo porque quiere aprender y no piensa dejar sola a Atria en un día así, en un día en el que no saben que va a pasar.
Quizá el regalo de cumpleaños de Atria es convertirse en mujer lobo.
Atria no sabe como Remus lo ha aguantado tantos años porque es humillante. Es humillante que te empiecen a encadenar como si fueras el peor criminal de la historia y mientras Remus habla con Lyall sobre cualquier cosa, Atria no es capaz de decir ni una sola palabra porque, encima, es Fred quien le pone las cadenas con las instrucciones de Lyall de fondo.
— ¿Puedes transformarte en loba? —le pregunta Lyall cuando Fred está poniendo las últimas cadenas y ella se encoge de hombros—. Tienes que probarlo.
— No quiero probarlo —responde ella, pero Lyall no parece que le importe lo que quiera o no, ya que la apunta con la varita en cuanto Fred retrocede, también con la varita en alto.
— Por favor, Atria, no queremos obligarte nosotros mismos —Fred se lo suplica y a ella se le llenan los ojos de lágrimas.
Así que se transforma ella misma y se hace daño en las patas delanteras, o lo que vienen a ser sus muñecas. Ni siquiera aguanta transformada porque el dolor es demasiado fuerte y no puede ni moverse para soltarse de las cadenas o es peor.
— No puedo, no puedo, no puedo —susurra antes de intentar encogerse sobre si misma, pero no puede hacerlo.
¿Cómo puede aguantar Remus esa humillación todos los meses? Porque ella no lo aguanta, no puede más y solo puede empezar a llorar. ¿Y si se transforma? ¿Y si tiene que hacerlo todos los meses? No va a poder aguantarlo.
— Aflojaré un poco las cadenas y... —Fred se adelanta, listo para hacerlo y para limpiar las mejillas de Atria de las lágrimas, pero Lyall tira de él antes de que pueda llegar hasta Atria.
— No —dice, secamente, y entonces empuja a Fred fuera del sótano.
— Papá, afloja las cadenas de Atria —dice Remus, pero Lyall no se da la vuelta, si no que sigue empujando a Fred escaleras arriba, mientras que él intenta bajar de nuevo y, al final, Fred sale despedido escaleras arriba y Lyall sigue subiendo como si nada—. ¡Papá, suelta a Atria ahora mismo! ¡Papá!
— ¿Estás loco? —grita Fred escaleras arriba y Atria solo llora más fuerte, aunque intenta contener el sollozo, falla estrepitosamente.
Y Remus no sabe que hacer, porque contra más gritan arriba Fred y Lyall, más llora Atria, y por mcuho que intente calmarla a distancia, no le da tiempo a nada porque la luna sale y él se transforma y ella no.
Ella tiene que verlo. Tiene que oír los gritos, tiene que ver como la espalda se curva, la cara se alarga, las manos se convierten en garras y toda humanidad desaparece del cuerpo de Remus mientras que ella sigue siendo ella y está atada en un sótano con un hombre lobo y sin su principal línea de defensa.
No puede convertirse en loba, no puede utilizar la varita, no tiene pociones ofensivas cerca. Lo único que tiene es la ligera posibilidad de que Remus no rompa las cadenas y la mate antes de cumplir los diecisiete.
Y si había sido duro estar en el piso de arriba, con Remus encerrado en el sótano, no tiene nada que ver con estar con él, viéndole como se retuerce en las cadenas, como se hace daño adrede para intentar liberarse porque delante tiene una apetitosa cena. El hombre lobo nunca había sido más salvaje que esa noche, pero las cadenas aguantan sorprendentemente y, cuando el reloj de pulsera pita las doce, el hombre lobo frena un momento.
— ¿Ese es mi regalo, Remus? ¿Que pares un momento a las doce? —le pregunta y eso basta para que él vuelva a la carga e intente ir a por ella de nuevo.
Quizá la suerte está de su lado porque Remus acaba soltando un brazo y con eso ya puede estirarse lo suficiente como para intentar coger a Atria. Y la araña en el tobillo, de nuevo, clava sus garras con tanta fuerza que Atria solo puede gritar y luego llorar porque, de nuevo, arde.
Aunque eso vuelve aun más loco al hombre lobo, que estira la pata de nuevo y esta vez llega hasta una de las cadenas de los brazos de Atria y la arranca sin más.
Así es más fácil transformarse porque realmente solo le duele la pata izquierda y es más fácil ignorar ese dolor hasta que se la parte y puede, por fin, estar a salvo del lobo.
"Feliz cumpleaños, Atria, no eres mujer lobo ni has muerto a manos de tu padrino" se dice a si misma antes de lanzarse contra Remus, sin saber que Harry, en La Madriguera, miraba a la luna llena y le estaba deseando un feliz cumpleaños.
Mientras que para Atria la noche se hace eterna, para Harry la mañana llega tan pronto que es imposible que hayan dormido algo porque Fleur entra en las habitaciones diciendo que hay muchas cosas que preparar y los levanta a todos. Molly iba de un lado a otro, preparando el desayuno, pero a la vez un gran pastel y también intentaba envolver una pequeña caja que todos suponían que era el regalo de Atria.
Los globos fueron, sin duda alguna, el momento más divertido de la mañana porque, cada vez que hinchaban uno, acababan soltandolo para molestar a quien pillara cerca. Harry perdió la cuenta de cuántas veces Ginny dejó que el globo se vaciará en su oído, y también perdió la cuenta de cuantas veces se lo hizo él a ella y de cuántas veces la persiguió por haberlo vuelto a hacer.
Después de comer llegó el momento de los invitados y, si bien solo eran los Weasley, Hermione, Fleur y las primas O'Brien, parecían muchos más.
— ¡Sorpresa! —gritaron todos cuando Atria entró por la puerta con Remus al lado.
Todo el enfado que tenía había desaparecido en cuanto vio como sus amigas estaban allí, junto a toda su familia y chilla para luego salir corriendo a abrazar a todos. Es un momento caótico, como el resto del cumpleaños, pero realmente es maravilloso porque todo el mundo está allí.
— ¿Ya te puedes escapar cuando quieras? —le pregunta Harry cuando pasa por su lado y Atria mira al suelo.
— Me he dejado el dedo meñique del pie así que... no —por algo tan estúpido, algo tan pequeño.
— ¿Qué?
— He suspendido, Harry, ya está, cuando Hermione vaya a hacer su examen iré yo también y aprobaré, solo tengo que aguantar tres semanas más.
Había sido una decepción suspender, aunque también era lo más normal del mundo, con la noche que había tenido a ver quién se centraba del todo y se lo esperaba. En el curso que había hecho de aparición solo lo había hecho bien una única vez, el resto del tiempo se había dejado las cejas, las uñas e incluso una vez se dejó los dedos de la mano. Todos. Había sido realmente doloroso, pero al menos se los habían devuelto rápidamente. Ahora había suspendido porque se había dejado el dedo más pequeño del pie. Había clavado la distancia, justo en el punto perfecto, pero se había desparticionado, así que había suspendido.
— ¡La tarta, vamos, tienes que soplar las velas! —Molly había llegado con la tarta volando por la espalda hasta el jardín y la coloca sobre la mesa, con las velas ya encendidas—. ¡Atria, vamos, tienes que pedir un deseo! ¡Todos a cantar!
No necesita que se lo digan dos veces. Se acerca hasta la tarta y cierra los ojos. "Deseo que mi familia esté bien" piensa antes de soplar las diecisiete velas.
— ¡Ahora los regalos! —gritan los gemelos cuando acaban la canción.
El papel de regalo vuela por todas partes y Atria chilla con todo. Las primas O'Brien le habían comprado uno de los calderos Line, Tonks había hecho un pequeño libro recopilación de los mejores hechizos que Moody le había enseñado y lo había enviado vía lechuza, Harry había optado por un montón de ingredientes para pociones, Ron por plumas de azúcar, Hermione se había juntado con Ginny y habían comprado tres libros de pociones de los más avanzados que había en Flourish y Blotts y Bill y Fleur habían conseguido gracias a Charlie un montón de cosas del refugio de animales para que echase en sus pociones.
Pero quedaban cuatro regalos.
Atria se emocionó cuando Remus le tendió la pequeña jaula y chilló como nunca al ver el pequeño micropuff rosa.
— Si le pasa algo si que no volverás a tener mascotas —le avisa mientras que ella solo sigue chillando y abraza al pequeño bicho suavemente.
Por supuesto el micropuff se quedó en la cabeza de Atria toda la noche —fue bautizado con el nombre de John y Remus solo puedo negar, a pesar de que le hizo algo de ilusión—, incluso cuando George le dio su regalo —que contenía una pequeña nota de parte de Mara que decía "úsalo bien en la cama"— y le persiguió por todo el jardín llamándole guarro y él contestó con un "estoy pensando en los dos, piensa en todo lo que vais a disfrutar" y cuando todos pidieron explicaciones sobre ello Atria le lanzó un gnomo a la cabeza, así que George se quedó completamente callado.
— Mi regalo no está listo todavía —dijo entonces Fred y tanto Ginny como Hermione empezaron a reírse, pero nadie las hizo caso porque entonces Molly le puso a Atria una caja pequeña delante.
— Venga, ábrelo —y Atria obedece.
Rompe el papel rápidamente y luego abre la pequeña tapa. Hubiera chillado, pero se queda sin palabras y solo puede empezar a llorar al ver la manecilla con su cara. Porque eso es mucho más que cualquier regalo que Molly y Arthur le puedan hacer.
— Arthur y yo hemos pensado que ya una siendo hora de añadirte al reloj, tesoro —dice Molly y Atria se levanta para abrazarla, todavía llorando sin poder parar—. La tradición es un reloj en la mayoría de edad, pero...
— Te vemos más en el reloj familiar —termina Arthur y Atria levanta la cabeza para mirarle a la vez que estira un brazo.
— Gracias, gracias, gracias —les susurra a ambos entre lágrimas mientras que sigue abrazandolos.
Las lágrimas no paran cuando colocan la manecilla en el reloj y, lentamente, esta se mueve desde "casa" a "peligro mortal". No es lo más esperanzador, pero a la vez sí que lo es porque ahora, definitivamente, es una Weasley más.
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Puede ser que este a punto de llorar con el regalo de Arthur y Molly a Atria. Fue una de las primeras cosas que tuve claras para Atria y su decimoséptimo cumpleaños y verlo aquí es que fjkwjnffjfskd mi niña está creciendo, madre mía.
Y por fin Wetvalley omg omg omg que ganas tenía de venir, es que fjsbsknsks he estado en Pinterest y por supuesto le he hecho un tablero a Atria y madre mía tengo algunas fotos que definitivamente son el pueblo (y también he encontrado una foto que es definitivamente la casa de Remus y Atria xnsksnskks)
La semana que viene volvemos a Hogwarts y creo que es definitivo el número de capítulos que le quedan a Atria. Mi idea es terminar en el 80 + epílogo, así que id preparando pañuelos porque queda nada y :) no quiero dejar nunca a Atria madre mía
Ah sí y que si no vuelvo me he muerto porque Fearless (Taylor's version)
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