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Capítulo 20: El dementor

Atria se aburría. Se aburría tanto que pensaba que le iba a dar algo. Luego la llamaban a ella traidora por irse una semana, pero los gemelos se habían ido a Egipto. Sí, le habían ofrecido ir con ellos, pero no podía irse con una hoja de mandrágora en la boca y, mucho menos, a un lugar donde no había rocío. Así que se había quedado en casa, con Remus. Las primas O'Brien estaban en casa de sus abuelos, por lo que era imposible visitarlas. Katie visitando a unos tíos en Escocia, Alicia de vacaciones en Noruega, Angelina en Portugal y Hermione en Francia. Oh, y Harry seguía con los muggles, quienes le habían prohibido acercarse a la casa por un intento de visita a Harry en el que, por completo accidente, había acabado con las rosas de tía Petunia. Lo peor es que había sido un accidente de verdad, Atria no recordaba llevar en el bolsillo una poción que eliminaba tinta y, por lo visto, mataba rosales. Se había tropezado mientras que iba andando con Dudley y... el resto era historia del día anterior, cuando Lyall pasó a recogerla para llevarla a su casa. Lo único bueno de todo eso era que, antes de ir a casa de Harry, se había podido sacar la hoja de mandrágora y ya tenía guardada la poción en un calcetín. Lo malo es que Remus no venía a casa de Lyall hasta dentro de una semana porque tenía que "solucionar unos asuntos". Cuando El Profeta anunció la huida de Sirius de Azkaban —por supuesto, con el claro "ni una sola palabra a Harry tenemos que aislarlo más del mundo mágico" por parte de Dumbledore—Atria y Remus habían discutido por Sirius y, desde entonces, apenas se hablaban, así que estar en casa de Lyall era lo más cómodo, a pesar de todo lo que se aburría.

— ¿No crees que deberías dormir, Atria? —Lyall Lupin era alguien agradable desde el punto de vista de la chica, pero sencillamente no era su padrino. Y, además, opinaba que Sirius era un asesino a pesar de que la historia tenía grandes agujeros que solo ella parecía notar—. Remus estará bien.

— Lo sé —murmura ella, mirando a la luna. Lyall también vive en mitad del bosque y, justo delante de la casa, tiene un enorme prado y un huerto. Es un lugar perfecto para tumbarse en la hierba y observar las estrellas.

— Sé que os peleasteis —le dice y, viendo como la niña no responde, decide acercarse un poco más—. Tiene sus motivos para no creerlo, Atria.

— Se iban a casar, lo sabes tan bien como yo —le responde ella y Lyall suspira—. Sirius no abandonaría a su prometido por lo que sea que la gente tenga en la cabeza. Voldemort no pudo ofrecerle nada para que fuera a su lado.

— Atria...

— No, Lyall, Atria no, es la verdad —dice ella, dejando de mirar a la luna y mirando al padre de su padrino. Lyall había conocido a todos los amigos de Remus y, sin duda alguna, no podía dudar de que era hija de James y Lily. La misma mirada decidida de James—. Sirius no nos traicionaría, no podría hacerlo.

— ¿Y qué es lo que crees que pasó? —le pregunta, intentando entender la mente de la niña. Tiene casi catorce años, pero muchas veces parece mucho más mayor. ¿Su hermano sería igual? ¿Tendría esa mirada o sería más como la de Lily?

— No lo sé —susurra ella—. Sé que hay algo más, algo que no sabemos, no recuerdo a Sirius totalmente porque era demasiado pequeña, pero... no pudo hacerlo.

Lyall vuelve dentro de la casa y, cuando sale de nuevo, lo hace con dos mantas. Deja una en el suelo, para tumbarse encima y la otra se la pone a Atria sobre los hombros, que sonríe. No hablan más, solo se quedan en la hierba, mirando las estrellas. Lyall sabe tratar con adolescentes, Remus no había sido el más sencillo por su licantropía, pero lo había conseguido. Quizá esperaba que él convenciera a Atria de lo correcto, pero no había forma de hacer cambiar de opinión a Atria Potter.

Remus fue a buscarla cinco días después de la luna llena. Harry había inflado el día anterior a la hermana de Vernon y luego había huido al Caldero Chorreante en el autobús noctámbulo. Atria no entendía porque tenía que volver con Remus y no podía ir con Harry al Caldero Chorreante hasta el día de su cumpleaños. Órdenes de Dumbledore, de nuevo. Así que Atria decidió encerrarse en su habitación. Ya no estaba molesta con Remus por lo de Sirius —tenía su propio plan para demostrar a todo el mundo que era inocente y había empezado a desarrollarlo desde el momento en el que volvió a casa—, ahora le molestaba la prohibición de ir a ver a su hermano al Callejón Diagon.

Remus no se atrevía a decirle a Atria que él también creía en la inocencia de Sirius y que tenía que esforzarse por no gritarlo. No había podido decírselo años atrás, no podía hacerlo ahora. Había oído a Atria gritar que tenían que ayudarle. No quería arriesgarla, porque por mucho que pensase en que era imposible, James y Lily estaban muertos. Él era quien cuidaba a Atria. ¿Y si solo eran sus sentimientos los que le impedían ver la verdad? No podía arriesgarse, no si ponía a Atria en peligro por ello. Si veía a Sirius no le ayudaría, pero tampoco le delataría. Eso sería lo mejor para todos. Ahora lo único que le faltaba era decirle a Atria que había aceptado el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero para eso tenía que conseguir sacarla de la habitación. Y quizá, el encantamiento patronus, podía hacerlo por él.

Remus coge un trozo de papel y solo escribe un "A clase". Sube lentamente las escaleras hasta el piso de arriba y desliza la nota por debajo de la puerta de Atria para luego ir a lo que es su despacho. Solo tiene que esperar un minuto ya que ella aparece, con la varita en la mano y los ojos con el brillo que demuestra que tiene demasiadas ganas de aprender.

— ¿De verdad? —le pregunta nada más entrar en la habitación y Remus asiente—. ¡Estupendo!

— ¿Eso significa que vuelves a hablarme?

— ¿Puedo ir al Callejón Diagon? —responde ella y Remus niega—. ¿Y cómo voy a comprar las cosas?

— Irás con los Weasley, cuando vayan ellos —le responde y Atria se cruza de brazos, molesta—. Sabes cuales son las órdenes de Dumbledore, no puedes ir con Harry y...

— ¿Y por qué sabes tú las órdenes de Dumbledore? ¿Acaso te ha escrito un "Atria tampoco puede ir a hacer sus compras en el callejón Diagon"? Porque lo último que sé es que no podía irme allí con Harry, no a comprar —le pregunta Atria y Remus ve la oportunidad. Ahora o no lo sabría hasta que no llegase el uno de septiembre y le viera en la mesa del profesorado. O en el expreso a Hogwarts.

— ¿Así es cómo vas a tratarme cuando te esté dando clase? —le contesta y Atria, al principio, no se inmuta. Y luego abre los ojos y empieza a chillar.

Remus no entiende ni uno solo de los gritos de su ahijada, pero cuando empieza a saltar por toda la habitación y luego le abraza.

— ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Cómo ha pasado esto? ¡No me habías contado nada! —empieza a decir, sentándose sobre el escritorio de Remus, que se ríe—. ¡No te rías!

— De verdad que espero que tanto tú, como los gemelos, me tratéis con un poco más de respeto en clase —le dice, bromeando y ella asiente.

— Solo te hablaré como mi padrino cuando vaya a molestarte a tu despacho. O cuando quiera que me saques de algún lío —le dice, sonriendo—. ¿Puedo contárselo a Harry?

— No —responde automáticamente y ella suspira.

— ¿Para qué quiero tener un hermano si no le puedo contar nada? —Atria se queja y luego baja del escritorio—. ¿Y a Fred y George?

— Tampoco, deja que sea una sorpresa —le dice y ella asiente—. ¿Empezamos con el hechizo?

— ¿Ya quieres practicar, profesor Lupin? —dice Atria, riéndose—. Espero que favorezcas a Gryffindor, como perdamos la copa de las casas porque quieres ser imparcial no te dejo volver a casa.

— ¿Me vas a echar de mi propia casa?

— Por supuesto.

Remus se ríe mientras que Atria baja del escritorio y se coloca en mitad de la sala. Entonces le explica la teoría. Tiene que pensar en el recuerdo más feliz que tenga ya luego decir el hechizo. Atria no tarda en ponerse a pensar. ¿Qué podría ser lo suficientemente feliz? ¿El volver a ver a Harry? ¿Ver la televisión con Remus? ¿Las tardes con los gemelos? ¿La satisfacción de una poción exitosa? ¿O quizá la nueva creación de un hechizo? Atria lo prueba todo, pero nada funciona. ¿Quizá necesita un estímulo? Quizá con el peligro de un dementor de verdad... pero no podía sacar un dementor de ninguna parte, así que sigue buscando en su memoria, sin parar. Conocer a sus chicas tampoco vale, las noches en Hogwarts con todos sus amigos en el cuarto de los gemelos tampoco son lo bastante fuertes. Atria solo consigue una nube plateada. Sigue intentándolo una y otra vez, sin parar. Por las noches se despierta, teniendo en la cabeza distintos recuerdos, pero ninguno de ellos parece ser lo suficientemente poderoso como para formar su patronus. Y se frustra. No solo no le sale su patronus, si no que tampoco puede avanzar con su transformación a animaga porque no hay ninguna tormenta eléctrica. Se ha acostumbrado a dormirse después del amanecer, una vez ha recitado el conjuro y tiene otra alarma para el atardecer. Pero ningún día parece ser el indicado para la tormenta eléctrica y Hogwarts cada día está más cerca.

— ¿Cómo vas con tu patronus? —le pregunta Remus antes de que Atria se vaya al Callejón Diagon y ella se encoge de hombros.

— No tengo ningún recuerdo lo suficientemente poderoso supongo —dice y luego suspira.

— ¿No será que lo tienes, pero no quieres probarlo? —le dice, con tranquilidad, pero Atria niega—. ¿Y Fred? No me ofendería si resulta que él es quien está en tus recuerdos felices.

— ¿Por qué iba a estarlo? —le responde Atria, para luego arrastrar el baúl hasta la chimenea. Ha evitado pensar en ese casi beso por el bien de su salud mental. A Remus no se le puede evitar escapar una risa, ni siquiera él con Sirius había estado tan ciego. Y había sido complicado—. Voy al Callejón directamente, ¿no?

— Sí, te quedarás a dormir allí con los Weasley y Harry —le responde Remus y ella sonríe—. Creo que compartirás habitación con Ginny.

— Bueno, nos vemos mañana en Hogwarts, ¿no? —le dice, sonriendo y Remus asiente—. No te preocupes, no dirán nada de que te conocen.

— ¿Cómo estás tan segura?

— Oh, los tengo amenazados —le responde ella, cogiendo un puñado de polvos flu y su baúl—. Menos a Ginny, porque ella es inteligente y sabe que no tiene que decir nada.

— No tienes remedio —dice Remus, riéndose.

Atria le da un último abrazo y luego se mete en la chimenea, al grito de "Callejón Diagon". Pega bien los codos al cuerpo y no suelta en ningún momento su baúl para, cuando llega, comerse el suelo.

— Tu entrada a los catorce años ha sido espectacular —la risa de Ginny acompaña a su voz—. ¿Qué tal el verano, Atria?

— Aburrido, pero no se lo digas a tus hermanos —le contesta ella, levantándose de suelo entre risas—. No quiero que se enteren de que no he hecho nada interesante en todo el verano.

Aunque claro que había hecho cosas interesantes. Salvar a Sirius era algo importante, por eso había vuelto a trabajar con los libros de hechizos para la memoria. Había vuelto a leer todas las notas de sus hechizos, incluido el que salió tan mal en primero y los había mejorado, todos. Había sido buena idea encerrarse en su habitación y empezar a leer los libros que había comprado nada más empezar el verano. Ya había entendido mucho mejor como crear nuevos hechizos y, sobre todo, había entendido porqué había fallado el que probó en primero. Así que mejoró la hoja donde tenía todo apuntado sobre él, aunque no es que le hiciera falta, era un hechizo que Atria no iba a poder olvidar.

— Bueno, ¿y dónde están todos? —le pregunta Atria, mirando a la espalda de su amiga—. ¿Has visto ya a mi hermano?

— Ron y Hermione han ido a buscarle, mamá está arriba, cogiendo todo para poder ir a buscar las cosas para el colegio —dice Ginny y Atria mira su baúl y luego a su amiga—. Ah, sí, duermes conmigo y con Hermione, tenemos una habitación triple.

— Eso me gusta —le responde, sonriendo—. ¿Dónde está? Así puedo arrastrar esta pesadilla hasta allí.

— Te ayudo, tenemos que subirlo a las habitaciones.

Ginny coge la parte delantera del baúl mientras que Atria coge la trasera y, entre las dos, consiguen subir el baúl hasta el primer piso, cruzándose con la señora Weasley por el camino y con Percy, que no tardan en felicitar a Atria. Y eso es lo que saca a los gemelos de su habitación.

— Oh, mira, si son los traidores que se han ido todo el verano —les dice y los gemelos se ríen.

— Si no has venido a Egipto es porque no has querido, y lo sabes —le dice George, sonriendo y ella niega.

— ¿Qué tal Bill y Charlie? —les pregunta y ambos fingen ofenderse.

— ¿Nos ignoras?

— Yo os agradecería que discutierais luego, el baúl pesa —dice Ginny, frunciendo el ceño—. Y quiero conservar mis manos, ¿sabéis?

— Son dos partes del cuerpo inútiles, ¿para qué ibas a quererlas? —bromea Atria y luego mira a los gemelos—. ¿Por qué no lleváis vosotros el baúl? Sería un regalo de cumpleaños estupendo.

— O podrías llevarlo vosotras y luego te damos tu regalo —le contesta Fred, pero acaba cogiendo el baúl por el lado de Atria, que se ríe al ver la expresión de Ginny.

No llegaron a hablar nunca de ese intento de beso de principios de verano. Era un terreno en el que ninguno de los dos estaba preparado para hablar en voz alta. ¿Por qué iban a meterse en ese terreno tan peligroso cuando estaban bien así? ¿Por qué arriesgarse a hablar de algo que ni siquiera había pasado? ¿Y si lo estropeaban todo? No, mejor no decir nada.

— Ginny, guía —le dice Atria, sonriendo cuando nota como Fred busca su mano. Sí, definitivamente están bien así, no tienen nada más de qué hablar, basta con pequeños gestos y, quizá, algún día, son capaces.

— Lo único bueno de que ahora Fred esté sujetando también el baúl es que llevo menos peso —dice Ginny, volviendo a avanzar por el pasillo.

Cuando entran a la habitación dejan el baúl de Atria junto al de Hermione y al de Ginny, que están al lado de la puerta y vuelven a salir, hablando animadamente. No tardan en bajar con la señora Weasley y Percy, que parecía molesto porque habían tardado demasiado. Aunque, siendo sinceros, Percy siempre parecía molesto.

—Ha roto con su novia de forma oficial —le susurra Fred cuando salen del Caldero Chorreante—. Hizo un anuncio formal y todo.

La primera parada fue Flourish y Blotts, donde compraron todos los libros necesarios para el próximo curso. Le siguió el boticario para que Atria comprara más ingredientes para pociones y, finalmente, pasaron por la tienda de túnicas de segunda mano porque Ron había crecido durante el verano y necesitaba túnicas más grandes ya que no le valía ninguna de las de sus hermanos. La señora Weasley llevaba apuntada la altura de Ron, por lo que no tardaron en estar buscando por toda la tienda alguna que pudiera utilizar. Los gemelos eran los más adecuados para probárselas, así que cuando veían una lo suficientemente larga el primero que estaba cerca se la tenía que poner.

— Creo que esta le va a estar corta —murmura la señora Weasley cuando ve como la túnica le llega a George por los tobillos— si parecía enorme.

— ¿Y esta? Ven, Fred —dice Ginny, arrastrando una túnica que parece más del tamaño de Hagrid que el de un ser humano normal, lo que hace que todos empiecen a reírse cuando Fred se la pone.

— Me queda bien, ¿verdad? —dice, recogiéndose las mangas y posando—. Creo que está es ideal para Ron, quizá le vale durante todo Hogwarts, a este paso no va a entrar por las puertas.

— Podría darme algún centímetro, no llego a mis estanterías —dice Atria, lanzando una túnica a George.

— O le puedes decir a Remus que te las baje —le sugiere George, pero ella niega.

— No quieres verle con un taladro en la mano, te lo aseguro.

— ¿Qué es un taladro? —pregunta Ginny.

Mientras que la señora Weasley sigue buscando túnicas decentes para Ron y los gemelos siguen haciendo de modelos; Ginny y Atria recorren la tienda mientras que la segunda le explica que es un taladro. No prestan mucha atención a las túnicas ya que al menos necesitarían a uno de los dos para ver si podrían o no servirle a Ron. Aunque tampoco hace falta que busque mucho más ya que, de pronto, un grito de triunfo suena un par de pasillos más lejos y la señora Weasley aparece con el tamaño perfecto. Y saben que es el perfecto porque incluso los gemelos la arrastran.

Cuando salen de la tienda de túnicas de segunda mano vuelven directamente hasta el Caldero Chorreante, donde a mitad de camino se les une Percy, protestando porque han tardado demasiado. La señora Weasley ni siquiera hace caso a su hijo, le da un par de las bolsas que lleva encima y sigue liderando la marcha hacia el Caldero Chorreante, donde ya están Ron, Hermione y Harry. Ginny murmura un "hola" hacia el suelo como saludo hacia Harry, mientras que Percy decidió ser mucho más solemne, causando el momento ideal para los gemelos y Atria.

— ¡Harry! —dice Fred, apartando de un codazo a Percy y haciendo una reverencia.

— Es estupendo verte, chico, maravilloso —dice George, apartando a Fred y cogiendo la mano de Harry, sacudiéndola con fuerza.

— Oh, hermano, es sencillamente increíble —dice Atria, empujando a George hacia Fred y haciendo varias reverencias a la vez que le sacude la mano.

— Ya vale, chicos —dice la señora Weasley viendo el entrecejo fruncido de Percy. Harry, por su parte, consideraba la escena de lo más graciosa.

— ¡Mamá! —dice Fred, como si acabara de verla y no hubiera estado con ella durante toda la tarde—. Esto es fabuloso...

— He dicho que ya vale —repite la señora Weasley mientras que deja parte de las compras sobre una de las sillas vacías—. Hola, Harry, cariño. Supongo que has oído ya las emocionantes noticias —dice, señalando orgullosa la insignia que brilla sobre el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia.

— Y el último —murmura Fred, causando una carcajada por parte de Atria.

— De eso no me acabe la menor duda —le responde la señora Weasley, que frunce el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no os han hecho prefectos.

— ¿Y para qué íbamos a querer serlo? —dice George, que se le ve visiblemente asqueado con la idea—. Le quitaría la diversión en la vida.

— Oh, yo tengo buenas ideas. Si me nombrasen prefecta... —empieza a decir Atria, pero se calla al ver la mirada de la señora Weasley— no haría nada.

— Ya me parecía a mi —dice la señora Weasley, pero luego cambia totalmente el tono al ver la risa de Ginny—. Vosotros dos, ¿queréis dar ejemplo a vuestra hermana? Y tú, Atria, no seas como ellos.

— ¿No es un poco tarde para eso? —susurra George cuando Percy dice "Ginny tiene otros hermanos que le den ejemplo" —. Tú eres peor que nosotros.

— Eso es mentira, ¿quién ha intentado dejar a Percy en Egipto? —le contesta Atria y los gemelos se encogen de hombros.

— Mamá nos descubrió cuando le intentamos encerrar en una pirámide —dice George a Harry.

— Si hubieras venido con nosotros también hubieras intentado dejarle encerrado —dice Fred, mirando a Atria, que asiente diciendo "touché".

La cena resulta de lo más agradable. Los siete Weasley, los dos Potter y Hermione se juntaron en tres mesas gracias a la ayuda de Tom, el tabernero y pudieron disfrutar de la cena, con una tarta como postre por el cumpleaños de Atria, que sopló las velas encantada. Hubo más de un tirón de orejas para la chica —sobre todo por parte de los gemelos, que se negaban a tirarla las catorce veces de forma seguida— y mucha charla. El Ministerio, por lo visto, les iba a proporcionar coches para que pudieran llegar hasta King's Cross y no tuvieran que ir por el metro arrastrando los baúles. Sin duda hubiera sido divertido ver la cara de los muggles en el metro.

Atria, Fred y George no tardaron en escabullirse hacia el piso de arriba, aprovechando el momento para coger la insignia de Premio Anual de Percy y luego salir corriendo hacia la sombra del rellano, donde se encargaron de transfigurar la insignia de Percy a Premio Asnal. Allí les encontró Harry un rato después, riéndose porque no dejaban de oír los gritos de Percy hacia Ron mientras que rebuscaba la insignia.

— La tenemos nosotros —dice Fred, enseñando a Harry la insignia—. La hemos mejorado.

— ¿Cuánto creéis que tardará en darse cuenta del cambio? —dice Atria, riéndose.

— Espero que se dé cuenta en el tren, cuando ya la hayan visto los nuevos prefectos —dice George y Harry se ríe un poco para luego meterse en la habitación.

Ellos tampoco tardan mucho en irse a las suyas. Aprovechando que la puerta de la habitación de Ron y Percy estaba un poco abierta dejaron la insignia dentro de la habitación y luego se fueron cada uno a la suya. Atria no tardó en quedarse profundamente dormida hasta que la alarma de su despertador sonó a todo volumen. El encantamiento. La noche anterior, durante el atardecer, se había escapado al baño para hacerlo y ahora se escapaba de nuevo al baño, entre bostezos, para repetirla antes de ducharse. Era su excusa para estar despierta desde tan temprano. Tenía demasiadas ganas de que llegara una buena tormenta eléctrica para poder acabar de una vez con ese aburrido procedimiento.

Una vez estuvieron todos listos, fueron directos a los coches del ministerio. Harry, Ron, Hermione, Percy y el señor Weasley iban en uno de ellos mientras que en el otro iban Ginny, la señora Weasley, Fred, George y Atria. Fue un viaje realmente agradable y bastante corto gracias a los coches mágicos del Ministerio. Por primera vez en cuatro años Atria había llegado a la estación con tiempo suficiente como para ir tranquilamente por ella, pudiendo observar los distintos trenes y a la gente. Los primeros en pasar la barrera fueron Harry y el señor Weasley, seguidos de Ginny y Percy. Luego la atravesaron Ron y Hermione, los gemelos y, por último, Atria y la señora Weasley. Muchos besos y abrazos después, los bocadillos asignados a cada uno de ellos fueron repartidos y la señora Weasley los mandó todos al tren. Atria y los gemelos no tardaron en irse con sus amigos tranquilamente, ajenos a que, al final del tren, en el compartimento de Harry, Ron y Hermione, el pelirrojo casi había metido la pata al ver a Remus en el compartimento. Y fue a media mañana cuando Atria se enteró de que Remus estaba en el tren. Había ido a buscar a Harry y Hermione para que le volvieran a explicar cómo se jugaba al UNO, el juego de cartas muggle que Harry le había regalado por su cumpleaños. No tenían muy claro cuando podían lanzar las cartas que Hermione había llamado "chúpate dos" y "chúpate cuatro y cambio de color", los gemelos decían que no se podían acumular, pero Atria estaba segura de que sí, así que se fue a buscarlos para que le dieran la razón. Y cuando entró al compartimento, casi se le cayeron las cartas que llevaba en la mano. ¿Qué estaba haciendo en el tren? ¿Por qué no la había avisado? Hubiera ido con él, sabía que hoy era luna llena y que estaría cansado.

— ¿Estás bien? Te has quedado un poco pálida —le dice Hermione, recogiendo las cartas del suelo.

— Eh, sí, claro, es que todavía no he comido —le responde Atria, dejando de mirar a Remus.

— Oh, él es el profesor R. J. Lupin —dice Hermione, dándose cuenta de lo que miraba Atria—. Será el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

— Debe de serlo —murmura Atria, mirando a Ron, que la mira como si quisiera matarla.

— ¿Qué es lo que querías? —le pregunta Harry y Atria extiende las cartas.

— ¿Podemos lanzar varias seguidas? —dice, señalando al más dos y al más cuatro—. Acumularlas para que, al que le toque, se lleve muchas.

— Sí —dicen Hermione y Harry, lo que hace que Atria sonría.

— Estupendo, sabía que tenía razón, verás cuando vuelva al compartimento y se lo diga a los gemelos —dice y luego se ríe. Está intentando evitar mirar a Remus, menos mal que aprendió a mentir de los gemelos y no de él porque, si no, tendría un problema muy gordo—. Bueno, me voy ya.

— Oh, te acompaño, voy a aprovechar para ir al baño —dice Ron, levantándose rápidamente del asiento y siguiendo a Atria por el tren. Cuando están lo suficientemente lejos del compartimento, Ron coge a Atria del brazo y frunce el ceño—. ¿Cómo no se te ha ocurrido avisarnos?

— ¿Te crees que sabía que iba a venir en el tren? —le contesta ella—. No has dicho nada, ¿no?

— Claro que no, pero no entiendo por qué Harry no puede saberlo.

— Pregunta a Remus, quizá tú tienes más suerte que yo.

— ¿Has avisado a Fred y George de que va a ser el nuevo profesor? —Atria niega y Ron se ríe—. Te odiaran.

— No pueden odiarme, me adoran, no como a ti —le dice, sacándole la lengua—. Y ahora, me voy, tenemos una partida que terminar.

— ¡Avísales!

— ¡Es una sorpresa!

Y como había dicho, se mantuvo como una sorpresa. En el compartimento las cartas seguían en el suelo y las suyas estaban en una posición bastante distintas a como las había dejado. Así que cogió los montones de todos, a pesar de las quejas, y volvió a repartir.

— Sois unos tramposos, tenía que haberme llevado las cartas para robar y las mías para que no hicierais trampas —dice, mirando a los gemelos y a Lee, que estaba pasando de sus labores como prefecto, al igual que Alicia.

— Os hemos dicho que se daría cuenta —dice Angelina, riéndose—. ¿Cuál es entonces la respuesta?

— Que yo tengo razón y ellos no —dice, levantando las cartas que le han tocado y gruñe. Son horribles.

Pasan la mañana y gran parte de la tarde jugando al UNO y entre risas. Todos cuentan que tal han ido sus vacaciones y Atria miente, diciendo que, durante el tratamiento de Lyall, se quedó sola en casa, aburrida. Decide dramatizarlo aún más para que así los gemelos se lo crean y, de nuevo, vuelve a agradecer que la enseñaran a mentir. Al atardecer, cuando la lluvia comenzó a apretar, volvió a escabullirse al baño para repetir el encantamiento para su transformación en animaga y rezó porque esa noche hubiera tormenta eléctrica porque si tenía que empezar a levantarse al amanecer la daría algo. Estaba muerta de sueño, pero tampoco podía quedarse dormida porque si no, esa noche, no pegaría ojo.

— ¿No falta todavía para llegar? —pregunta Alicia un rato más tarde. Todos notan como el tren empieza a detenerse ya que están sentados en los asientos.

— Se supone que sí —dice Lee, mirando su reloj. Leah, que era la que más cerca de la puerta estaba, se levanta y se asoma al pasillo, justo cuando el tren se detiene con una sacudida que hace que Leah se de un golpe en la cabeza con el marco de la puerta.

— ¿Estás bien? —le pregunta Atria, acercándose a su amiga, justo cuando las luces se apagan.

— Sí, pero esto no me gusta —dice Leah, agarrando la mano de Atria, que tira de ella para que se meta dentro—. Hacednos hueco para sentarnos, anda.

— Venid —dicen los gemelos a la vez y, gracias al seguir la voz, ambas pueden volver a sentarse.

— Si tenéis la varita a mano encendedla, anda —dice Atria y, a su lado, Fred ilumina rápidamente todo el compartimento.

Quizá hubieran preferido no encender la varita. Primero entra Draco Malfoy, totalmente asustado y que parece estar a punto de mearse encima. Lo siguiente fue al dementor estirando la mano hacia ellos. Y luego el ruido que hizo al empezar a succionar.

— No... no... está... aquí —intentó decir Atria, a pesar de estar temblando como una hoja por el frío que estaba sintiendo. Estaba ahí por Sirius, lo sabía, era un fugitivo. Lo que no entendía era porqué iba a querer meterse Sirius en el expreso a Hogwarts. ¿Querría verles a Harry y a ella? Porque era imposible que supiera que Remus iba a ser el nuevo profesor y estaba en el tren—. Fuera.

Pero el dementor siguió absorbiendo. Atria no pensó más, cogió la varita de Fred y la oscuridad volvió al vagón, impidiéndoles ver como el dementor sacaba la mano de debajo de su túnica. Atria levantó la varita, temblando y pensó. Remus. Fred y George. Harry. Todos los Weasley. Sus chicas. Sus amigos.

— Expecto patronum —susurró, pensando en todos los recuerdos felices con ellos, esforzándose en mantenerlos en su cabeza, a pesar de que cada vez se le escapaban más. Notaba a Fred a su lado, a Leah. Y lo que esperaba era que saliera de la varita un patronus, no una nube, pero bastó para que el dementor dejara de succionar su felicidad.

Ninguno de ellos se movió hasta que el tren recuperó la marcha, como si le costara. Malfoy fue el primero en salir corriendo del compartimento, sin que a nadie le diera tiempo a decir nada.

— ¿Qué ha sido eso? —susurra Angelina y todos, por fin, reaccionan.

— Dementor, claro, ¿qué hacía aquí? ¿Es por Black? —pregunta Katie, y Atria se levanta rápidamente del asiento.

— Chocolate, comed chocolate, voy a ver a Harry y... y...

Ni siquiera terminó la frase porque en la puerta apareció Remus, con una expresión realmente cansada. Miró a Atria y le sonrió disimuladamente, al igual que lo hizo con los gemelos, que le miraban con la boca abierta.

— Como bien ha dicho vuestra compañera, deberíais comer chocolate —dice y luego sonríe de verdad—. Intentad avisar al máximo de alumnos posibles, por favor, yo haré lo mismo mientras vuelvo a mi compartimento. Todos bien, ¿no?

— Sí, todos bien, gracias —dice Atria y se gira para mirar a sus amigos—. Debo tener chocolate en el baúl, cogedlo, ¿vale? Ahora vuelvo, guardadme un poco.

— Deberías comerlo antes de ir a ningún lado —le dice Remus, camuflando la orden como una sugerencia, pero Atria ignora a su padrino.

— Lo siento, señor, pero me gustaría saber si mi hermano se encuentra bien —dice Atria y Remus intenta aguantar la risa al ver como Atria le llama señor, al igual que los gemelos.

Remus se aparta de la puerta y Atria sale del compartimento, avanzando sin mirar atrás mientras que guarda la varita de Fred junto a la suya. Sabe dónde está Harry y que Remus la va a seguir, quizá luego habla con él, sí. Cuando entró al compartimento Harry estaba sentado en uno de los lados, con un trozo de chocolate en la mano y miraba a Ginny, que estaba encogida en un rincón, con el brazo de Hermione por encima de los hombros.

— ¿Estáis bien? —pregunta, entrando rápidamente hacia Harry y poniéndole la mano en la frente. Está frío, quizás demasiado y, además, sudoroso.

— No he envenenado el chocolate, ¿sabéis? —Atria sonríe inconscientemente la oír la voz de Remus y luego le señala a Harry el chocolate, al que le da un pequeño mordisco y el color vuelve a sus mejillas un poco, así que Atria mira a Ginny.

— ¿Quieres venirte con nosotros? —le susurra, sentándose a su lado y cuando ve que asiente lentamente la da la mano—. Venga, vente, tengo más chocolate en el baúl.

— Llegaremos a Hogwarts en diez minutos —dice Remus, sin dejar de mirar a Atria. Quizá si que tenía razón y debían contárselo a Harry... No. Dumbledore lo había dejado claro. Remus mira de nuevo a Harry y el corazón se le para un poco. Es igual que James, es peor que mirar a Atria. ¿Hablar con él será igual?—. ¿Te encuentras bien, Harry?

— Sí —le responde él y Atria nota que está confuso. Aunque bueno, no es algo que se aleje de su estado normal.

— Estupendo, nos vemos en el banquete, hermanito —le dice y se levanta del asiento, tirando de Ginny suavemente. En cuanto está levantada, Atria la da un pequeño abrazo y ambas salen del compartimento. Pero no llegan lejos porque Remus las para.

— ¿Estáis bien? ¿Las dos? —les pregunta y Atria asiente rápidamente—. ¿Ginny?

— Sí —murmura, pero los dos notan que no es verdad. No solo porque sigue temblando, sino porque no parece ella misma—. Gracias, Remus.

— Sí, gracias, señor —dice Atria, riéndose y Ginny sonríe. Sí, hacía bien en llevársela con ella—. He espantado al dementor, no ha sido un patronus corpóreo, claro, pero algo es algo. Te lo cuento mañana en tu despacho. Si quieres.

— Claro —le responde Remus, sonriendo—. Recordad comer chocolate.

— Sí, Remus, ya lo sé —dice Atria, poniendo los ojos en blanco y tira de Ginny para volver al compartimento. Donde todo el mundo está comiendo chocolate—. ¡Os lo habéis comido todo!

— Claro que no, te cambio esta rana por mi varita —le dice Fred, señalando una de las cajas de ranas de chocolate que tenía Atria en el baúl, bien escondida. Tampoco se sorprendía de que la hubiera encontrado, lo raro es que no hubiera encontrado ya la poción de animaga que llevaba escondida dentro de un par de calcetines—. Te la has llevado.

— Oh, sí, es verdad, perdona —dice, sacándola de la falda, donde estaba con la suya. Se la extiende a Fred y luego recupera la rana de chocolate, que parte en dos y le tiende un trozo a Ginny—. Ya has oído al señor, tenemos que comer chocolate.

— Te lo estás pasando bien llamándole señor, ¿verdad? —le susurra Fred cuando se sientan de nuevo con ellos. O más bien Atria se sienta sobre Fred para dejar sitio a Ginny, que se apoya en el hombro de su hermano, todavía temblando un poco. George es el primero en darse cuenta y se quita la túnica para ponérsela por encima, algo que Ginny agradece.

— No te haces una idea —le responde y luego le mueve el brazo para que se lo pase a Ginny por encima—. ¿Estás mejor?

— El chocolate hace milagros —le responde Ginny, y sonríe un poco.

Aunque lo que más milagros hace es la distracción que le provocan todos los del compartimento. A pesar de que seguían hablando del dementor y del nuevo profesor, la cabeza de Ginny estaba más centrada en cómo se habían sentido los demás. Angelina decía que solo había sentido mucho frío, Leah el dolor cuando perdió a su pequeña mascota compartida con sus primas, Katie la tristeza de cuando falleció su abuelo. Lee no tardó en bromear hablando sobre el dolor de cuando perdió su tarántula y luego sacó el puffskein del bolsillo de su túnica. Eso terminó a animar del todo a Ginny, que se puso a jugar con él.

— ¿Cómo se llama? —le pregunta después de un rato y Lee se encoge de hombros.

— Pensaba que no iba a durar, así que no le puse nombre —le responde, para luego mirarlo—. Le veo cara de llamarse Kevin, ¿qué te parece?

— Ridículo —le contesta, sin ni siquiera mirarle y los gemelos empiezan a reírse—. Creo que le pega más algo como...

— No, no vas a nombrar a mi puffskein —Lee la interrumpe antes de que pueda terminar de hablar y Ginny se cruza de brazos.

— Pues que sepas que era un nombre maravilloso —dice, sacándole la lengua.

— Sí, conociendo a tus hermanos y a ti, lo dudo mucho.

Las risas vuelven al compartimento, justo cuando el tren se detiene y, por fin, llegan a la estación de Hogsmeade. Tienen que correr hasta llegar a los carruajes por la lluvia que hay en esos momentos y Atria mira al cielo, esperado ver algún rastro de la tormenta eléctrica, pero nada. Quizá en los próximos días. O más tarde.

La ceremonia de selección fue peculiar. En lugar de oficiarla la profesora McGonagall como subdirectora lo hizo el profesor Flitwick y todos notaron como la profesora McGonagall llegaba al Gran Comedor con Harry y Hermione. La historia de que Harry se había desmayado al estar cerca del dementor no había tardado mucho en extenderse y todo el colegio la conocía a esas alturas. Atria se preguntaba cuanto tardarían en darse cuenta de que ella y Remus no eran precisamente extraños.

Después del anuncio del director Dumbledore sobre los dementores —Atria se preguntaba si podría practicar con ellos el encantamiento patronus, su mejor resultado había salido cuando estaba amenazada por uno de ellos— y sobre Remus como nuevo profesor —los únicos que aplaudieron con entusiasmo fueron los que habían estado con él en el compartimento y todo el compartimento de Atria— llegó la sorpresa. Hagrid era el nuevo profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas. Atria no había cogido la asignatura porque el profesor Kettleburn no le parecía alguien de fiar —¿quién iba por la vida con tantas extremidades de mentira? —, pero ahora se arrepentía. Hagrid iba a llevar criaturas realmente asombrosas a clase y ella estaría en Runas Antiguas o Aritmancia. Adoraba ambas asignaturas, sí, pero no eran lo mismo. Quizá, si el año anterior había podido hacer tres optativas este año también podría...

— ¿Me pasas la salsa, Atria? —le pregunta Leah y ella da un pequeño salto en el sitio, asustada. Estaba tan perdida en sus pensamientos que ni siquiera se había dado cuenta de que ya había empezado el banquete.

Sin duda fue totalmente delicioso y, como siempre, riquísimo. Antes de irse se aseguró de preguntar a Percy por la contraseña, que él casi le gruñó y se la apuntó rápidamente en el brazo, en un intento de depender menos de sus amigos para poder entrar en su propia torre. Y, cuando entró, le faltó tiempo para subir las escaleras y lanzarse a su cama.

— Estoy muerta, mañana no me levantéis —dice, logrando que tanto Katie como Leah empiecen a reírse—. No puedo moverme, estoy agotada.

— Déjame adivinar, has estado acostándote todo el verano después del amanecer —le dice Leah y Atria asiente—. Ahora tienes que conseguir levantarte al amanecer.

— No quiero —protesta Atria, pero aun así programa su reloj para que suene antes del amanecer.

Siguen hablando de los malos hábitos de sueño de Atria durante un rato, hasta que deciden que, lo mejor que pueden hacer es intentar dormir algo. Y Atria lo agradece cuando suena el despertador. Casi tiene que arrastrarse hasta el baño para poder decir el hechizo antes de meterse a la ducha y quedarse dormida contra la pared, con el agua cayendo sin parar. Lo que la despertó, cinco minutos más tarde, fueron las carcajadas de Katie y Leah porque se había metido a la ducha con el pijama. Si, sin duda estaba demasiado cansada.

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¿Qué si se van a negar a hablar de que casi se besan? La respuesta es sí :)

Eh... no sé que más decir a parte de que he cambiado el horario a miércoles y domingo y creo que ya jajajaja

Mil gracias por estar aquí ♥♥♥♥

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