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Capítulo 13: Rescatando a Harry

Atria había pasado todo el verano escribiendo a Harry sin respuesta ninguna. Había estado en casa de las primas O'Brien durante una semana, disfrutando de la playa y, cuando había vuelto, se había dedicado a picar a los gemelos porque ellos no habían estado. Y ellos decían que era una traición porque les había cambiado por ellas ya que Atria se había ido justo en la semana de la luna llena, no yendo a casa de los Weasley por primera vez en once años. Y los gemelos se habían quedado sin los tres días en La Cueva, lo cual no les había agradado, claro. Sobre todo, cuando Atria les contó que había estado experimentando con algo que causaba una gran cantidad de granos si te tocaba. Había preparado la mezcla por accidente, y en una idea loca, decidió llenar una naranja de lo que sea que había creado, ponerla una cara y guardarla en la nevera. Había tenido que insistir mucho para que Remus entendiera que esa naranja no se la podía comer y que la tenía que dejar en la nevera hasta que ella volviera. La había convencido para que le aplicase un hechizo para que se mantuviera totalmente fresca y allí la había dejado, con una nota para recordar que esa naranja no se podía comer.

Pero volviendo a Harry, ya era agosto su cumpleaños había sido tan solo tres días atrás y se había cansado de esperar a recibir una respuesta de su hermano. Y Ron también. Había ido a La Madriguera un par de días antes de lo esperado, rezando a Morgana porque Ron tuviera alguna noticia sobre Harry, pero nada. Hermione, por lo visto, tampoco tenía ninguna así que Ron suspiró, cogió a Atria de la mano y se la llevó hasta la habitación de los gemelos.

— Necesitamos vuestra ayuda —les dice Ron nada más entrar y cerrar la puerta y los gemelos los miraron a ambos y luego devolvieron la mirada a la revista de quidditch que estaban leyendo.

— Venga ya, no seáis dramáticos, si vamos a por Harry me quedaré con vosotros lo que queda de verano —les dice y ambos se levantan de la cama para murmurar entre sí. Ron la mira y Atria pone los ojos en blanco—. Están molestos conmigo porque me fui durante la última luna llena a casa de mis amigas.

— ¡Nos traicionaste! —le dice Fred, levantándose de la cama y luego mira a Ron—. Hemos decidido ayudaros. Pero por sacar a Harry de su casa.

— ¡Estupendo! —chilla Atria, yendo a abrazar a George y Fred protesta—. Te aguantas, por quejica.

— ¡Yo también quiero mi abrazo! —dice, intentando abrazar a Atria, que corre a esconderse detrás de George.

— ¡Admite que no ha sido una traición!

— ¡Ha sido una traición!

— ¡Entonces no hay abrazos y hoy duermo con Ginny!

— ¿Podéis centraros? —grita Ron y, aparentemente, ambos se calman. Ron ve como Atria acaba sentándose en la cama de Fred, donde su hermano no tarda en ir y acaban, como siempre, abrazados—. ¿Cómo podemos ir a por Harry?

— Autobús Noctámbulo —dice Atria inmediatamente y los tres niegan.

— Llama demasiado la atención —dice George—. ¿Escobas?

— ¿Y cómo traemos el baúl? —dice Fred, que mira a su hermano—. Oh, es verdad, podemos atarlo.

— Yo diría que las escobas deberían ser el último recurso —dice Atria— y que el Autobús Noctámbulo es nuestra mejor opción.

Los tres hermanos guardan silencio. Se miran entre sí e, inmediatamente después, hablan a la vez.

— ¡El coche de papá!

— ¿Qué?

— Sí, el Ford Angela que tiene en el garaje —dice Ron, asintiendo y mira a los gemelos—. ¿Sabréis conducirlo?

— Papá nos ha contado algunas cosas, queríamos ir a por cosas muggles por curiosidad y nos acabó enseñando a conducir —dice Fred y George se ríe.

— También lo hemos cogido ya unas cinco o seis veces, es entretenido volar en el coche.

— ¡Y no me habéis llevado! —dice Atria, levantándose de la cama de Fred.

— Bueno, si no te hubieras ido con tus amigas a la playa... —empieza diciendo Fred.

—...te hubiéramos llevado con nosotros —termina George, sonriendo y luego mira a Ron—. ¿Esta noche?

— Cuanto antes mejor.

Atria volvió a su casa a comer con Remus y a recoger sus cosas para llevárselas a La Madriguera ya que, aunque no fueran a ir a por Harry, tenía que quedarse con ellos el resto del verano, algo que no les había contado todavía a los gemelos porque le resultaba conveniente para convencerles para que se unieran al rescate de Harry. Remus tenía que irse durante todo el mes de agosto a un extraño curso en Estados Unidos sobre Defensa Contra las Artes Oscuras y no quería llevarla con ella a Ilvermorny porque no quería dejarla sola mientras trabajaba. Como era lo primero que conseguía Remus en años —algo que no fueran las novelas de misterio que publicaba con pseudónimo, claro— Atria no se quejó mucho, a pesar de que le había salido totalmente de improviso. Aunque le molestaba perderse un viaje a Estados Unidos.

— Pórtate bien, no vuelvas loca a Molly, nada de explosiones y, por favor, no cometas ninguna locura porque Harry no te conteste a sus cartas —le dice Remus cuando se va a ir y ella asiente.

— Te lo prometo —dice, cruzando los dedos a su espalda y Remus suspira—. Te voy a echar de menos, Moony. Te escribiré más este curso, te lo prometo.

— Escríbeme ahora en agosto, ¿de acuerdo? —le dice y ella asiente—. Yo también voy a echarte de menos, Atria.

Coge su baúl del colegio, su escoba y no tarda en meterse en la red flu para llegar a La Madriguera.

— ¿Qué te parece si dormimos juntas, Ginny? —le dice Atria a la niña durante la cena y ella asiente, emocionada.

— ¿No vas a dormir con los gemelos, Atria? —le pregunta la señora Weasley y ella niega.

— Me consideran una traidora por irme con mis amigas —le contesta a la señora Weasley, que inmediatamente se echa a reír.

— Bueno, si cambias de opinión ya sabes dónde está la cama —le dice la señora Weasley y Atria asiente, riéndose también.

Todos se entretienen jugando una partida de snap explosivo hasta que Ginny empieza a bostezar y la señora Weasley se da cuenta de la hora que es y los manda a todos automáticamente a la cama.

Cuando se aseguran de que la señora Weasley está profundamente dormida, los gemelos llaman a la puerta de la habitación de Ginny suavemente y Atria, como todavía no estaba dormida, sale intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a Ginny. Ron no tarda en bajar del ático y en las manos lleva lo que parece ser un mapa.

— Venga, las llaves están en el cobertizo —dice Fred y todos le siguen hasta allí.

Sacar el coche del garaje es, probablemente lo más complicado. Tienen que abrir las puertas de par en par y luego consiguen sacar el coche sin tirar nada por el camino. George se sienta en el asiento delantero con Fred mientras que Atria y Ron van atrás, mirando el paisaje tranquilamente. O más bien mirando las nubes. El traqueteo del coche consigue adormecer a Atria, que se sobresalta cuando Ron grita algo que suena como "¡Que te pasas, da media vuelta!".

— ¿Ya hemos llegado? —pregunta, frotándose los ojos y mira hacia delante, viendo como Fred asiente—. Estupendo.

Ron es el encargado de empezar a golpear la ventana mientras que Atria mira a los gemelos con terror.

— Le han puesto barrotes —dice, y ambos suspiran.

— Esto es peor de lo que pensábamos —dice George y Fred asiente, estirando el brazo para coger a Atria de la mano.

— Le sacaremos de ahí, tiene que haber una cuerda en el maletero, ábrelo por el asiento y cógela, luego ata un extremo aquí, al asiento de George —dice Fred y rápidamente se pone manos a la obra. Va a sacar a su hermano de ahí dentro.

— ¡Ron! —oye Atria decir justo cuando termina de atar la cuerda al asiento de George y se gira para ver a Harry entre los barrotes de la habitación.

— ¿Todo bien, Harry? —dice Fred, sonriendo y luego señala a Atria, que también sonríe de oreja a oreja mientras mira a su hermano.

— A final de curso te enfrentas a Voldemort —dice Atria, sonriendo y de reojo ve como los gemelos y Ron se estremecen ante el nombre— y luego no contestas a mis cartas, ¡pensaba había venido a por ti y te había matado por fin!

— ¿Qué ha pasado? —pregunta Ron.

Ambos empiezan a hablar entre los barrotes sobre la amonestación de Harry y luego hablan sobre el coche volador en el que están subidos los cuatro. Tardan un rato, pero por fin, les piden la cuerda para sacar los barrotes. Atria se la lanza a Harry y, en cuanto ve que la tiene bien atada avisa a Fred, que pisa el acelerador hasta que la reja sale volando. Atria no tarda en ir a ayudar a Ron para recoger la reja, que se había quedado a tan solo un metro de golpear el suelo. Estaban teniendo mucha suerte. Algo iba a salir mal, seguro.

— Entra —le dice Ron a Harry y este niega.

— Todas mis cosas de Hogwarts, mi varita, el baúl, la escoba —dice el niño y Atria suspira. Locos muggles, menos mal que no vive con ellos.

— ¿Dónde están? —le pregunta.

— En la alacena de debajo de la escalera, guardadas bajo llave. Y yo no puedo salir de la habitación.

— Oh, no te preocupes, nosotros sabemos salir de tu habitación —le dice Atria y le hace un gesto a Fred y George para que bajen con ella.

Fred se asegura primero de dejar el coche bien pegado a la ventana de Harry y luego pasa dentro de la habitación para colocarse al lado de Atria y George, que saca una horquilla del bolsillo de los pantalones de Atria.

— Muchos magos piensan que esto es una pérdida de tiempo —dice Fred, sonriendo—, pero nosotros pensamos que vale la pena adquirir estas habilidades, aunque sean un poco lentas.

— Gracias a la televisión por darnos estas ideas —añade Atria, riéndose.

— ¿Conoces la tele? —le pregunta Harry y ella asiente—. ¿Vives con muggles?

— No, no vivo con muggles, pero tengo tele. Y utilizo boligrafos, no estoy tan loca como para ir con botes de tinta y plumas —dice ella, justo en el momento en el que se oye un pequeño "clic" y la puerta se abre—. Vosotros dos a por el baúl, ¿tienes una cuerda, Harry?

Su hermano niega y ella chasquea la lengua, mirando a todas partes de la habitación. Hasta que ve las sábanas.

— Bueno, me pueden servir, ¿las tienes mucho aprecio? —le pregunta y cuando Harry niega ella sonríe de oreja a oreja—. Maravilloso, ahora vengo.

— Recoge todas tus cosas de la habitación y ve pasándoselas a Ron, Harry, ahora venimos —susurra George.

— Cuidado con el último escalón, cruje cuando lo pisas —le susurra Harry de vuelta y Fred levanta los pulgares.

Mientras que Harry recoge sus cosas y Fred y George rescatan todo objeto mágico de la alacena bajo las escaleras; Atria se ocupa de dificultar la salida de sus tíos por si acaso hacen ruido. Primero se dirige a la habitación de Dudley y ata con un montón de gomas elásticas la sábana a la puerta. Y luego va a la de sus tíos y hace lo mismo. Hay demasiada sábana, pero bastará para ralentizarlos un poco. Cuando los gemelos suben las escalera con el baúl de Harry a cuestas no pueden evitar empezar a reírse al ver cómo está el pasillo.

— Te hemos enseñado demasiado bien —susurran ambos, intentando aguantar la carcajada que quieren soltar. Harry se asoma al pasillo y también quiere reírse al ver como lo ha dejado todo Atria, pero se esfuerza por aguantar la risa.

Atria sube al coche para coger el baúl desde el otro lado y todos se tensan cuando oyen una tos. Pero como no pasa nada siguen a lo suyo.

— Un poco más —dice Fred, empujando el baúl con ayuda de Harry y George—. Atria tira con fuerza, vamos.

— Sube tú entonces, Ron no colabora —se queja ella, tirando con ganas del baúl y Ron protesta a su lado.

No saben muy bien cómo, pero consiguen meter el baúl dentro del coche, al asiento trasero. Atria y Ron lo mueven rápidamente para colocarlo en los pies, donde menos les molesten porque tienen que pasar unas cuantas horas ahí metidos.

— Estupendo, venga, vámonos —dice George, que sube al coche seguido de Fred. Harry está en la ventana cuando Hedwig lanza un potente chillido.

— ¡ESA MALDITA LECHUZA! —grita Vernon Dursley desde su habitación y Atria empieza a oír los ruidos que hace su tío.

— Corre, Harry, no sé cuánto van a aguantar las sábanas —le dice Atria, entrando dentro del coche y sentándose en el asiento del copiloto, nerviosa. Los gemelos y Ron siguen en el asiento de atrás, esperando para coger a Hedwig, que se la pasan a Atria y ella la deja a su lado para luego girarse a mirar.

Tío Vernon está en la puerta de la habitación, con la cara completamente roja, viendo como Harry está en la ventana, intentando escapar con la ayuda de tres pelirrojos. Luego ve a su sobrina, en el fondo, dentro de un coche. Atria describiría lo que hizo su tío como un mugido y salió corriendo hacia Harry, que era agarrado por los gemelos y Ron a la vez que tío Vernon le agarraba de la pierna.

— ¡Atria conduce! —le chilla Fred y ella salta al asiento del conductor—. ¡El acelerador es el de la derecha, cuando te diga ya lo pisas a tope!

— ¡Entendido! —le responde ella y se prepara. ¿Conducir un coche muggle? No sabe conducir, es una completa locura—. ¡Espera, no lo he entendido, ven aquí!

— ¡Ahora!

Atria cierra los ojos y aprieta el acelerador justo cuando la puerta del coche se cierra de un portazo y salen despedidos hacia la luna. O al menos es lo que le parece a ella cuando se atreve a abrir un poco los ojos.

— ¡Hasta el verano que viene! —oye gritar a Harry por la ventana del coche y todos estallan en risa. Menos ella, claro, que está entrando en pánico.

— ¿Cómo demonios se conduce esta cosa? —chilla y Fred se mueve rápidamente hasta ella.

— Ya no hace falta que pises tanto el acelerador —le dice cuando se sienta en el asiento del copiloto y ella asiente. Fred puede notar como le tiemblas las manos a Atria y suspira—. Échate hacia delante, déjame hueco.

— ¿Cómo que te deje hueco? —le pregunta, aterrada y atrás Harry, Ron y George no pueden evitar reírse.

— Venga, que te voy a enseñar a conducir —le dice, riéndose.

Atria se echa hacia delante, apretando con más fuerza el volante hasta el punto de que los nudillos se le quedan blancos. Fred consigue saltar hasta el asiento del piloto, donde se sienta tranquilamente y luego mueve a Atria para que se siente sobre sus rodillas.

— ¿Ves? No ha sido tan terrible —le dice, pero ella niega.

— No he pasado más miedo en toda mi vida y lleváis siendo mis amigos desde los dos años —le dice, pero acaba relajándose cuando Fred pone sus manos sobre las de ella, sujetando también el volante—. ¿No puedo ir al asiento del copiloto?

— ¡Ese es mío! —dice George y salta desde atrás para ponerse a su lado—. Ahora conduces tú, Atria.

— Yo no quiero conducir —protesta ella y los gemelos se vuelven a reír—. Me gustaba ir atrás, quiero volver a quedarme dormida.

— Venga, levanta el pie del acelerador, ya lo cojo yo —le acaba diciendo Fred y ella respira, aliviada.

— ¿Podéis forzar el candado de la jaula de Hedwig? —pregunta Harry—. Lleva mucho tiempo sin poder estirar las alas.

Y dicho y hecho, George no tarda en forzar la cerradura de la jaula y la lechuza de Harry los sigue volando en el aire mientras que todos ellos hablan. Harry no tarda en explicar lo del misterioso elfo doméstico que había aparecido en su casa y que él era el culpable de que no hubiera recibido ninguna carta, ni siquiera las felicitaciones de cumpleaños que le habían mandado y los regalos.

— Sospechoso —dice Fred finalmente y Atria asiente. Ha conseguido convencer a Fred de que la deje sentarse en el asiento en lugar de en sus piernas así que Harry no la ve porque Fred la tapa.

— Me huele mal —corrobora George—. ¿No te dijo al final quien estaba detrás de todo?

— Creo que no podía —dice Harry—, ya os he dicho que cada vez que se iba de la lengua empezaba a golpearse la cabeza con lo primero que pillaba. ¿Creéis que estaba mintiendo? —les pregunta cuando ve como los gemelos se miran y consigue ver a Atria, que tiene la misma mirada que ellos.

— Bueno, es que los elfos domésticos tienen mucho poder mágico, pero... —empieza a decir Atria, y luego hace una mueca extraña— normalmente no pueden utilizarlo sin el permiso de sus amos. Así que es un poco raro que se haya aparecido en casa de los tíos y te lleve robando la correspondencia desde el inicio del verano.

— Tengo la impresión de que alguien envió al viejo Dobby para impedirte que regresases a Hogwarts, una especie de broma —dice Fred, apartando la mirada del cielo durante unos segundos para mirar a Harry—. ¿Hay alguien en el colegio que tenga algo contra ti?

— Sí —dicen Ron y Harry a la vez y Atria se gira para mirarlos. No le había contado nada.

— Draco Malfoy —dice Harry y Atria se ríe.

— Le conozco, se asustó cuando le amenacé con una broma —dice Atria, sonriendo—. No me dejaba entrar a la sala común de Slytherin a ver a Beth.Creo que este año sí que le gastaré una broma.

— Cada día estoy más orgulloso de ti —dice George y finge limpiarse una lágrima, para luego girarse a hablar con Harry y Ron—. Ese es el hijo de Lucius Malfoy, ¿no?

— Supongo, no creo que Malfoy sea un apellido muy común —dice Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué lo preguntas?

— Nuestro padre suele hablar mucho de esa familia, eran partidarios de Quien-Tú-Sabes —dice George.

— Cuando desapareció Quien-Tu-Sabes —dice Fred, volviéndose a girar para hablar con Harry y Atria coge rápidamente el volante para evitar que cambien de rumbo—, Lucius Malfoy regresó negándolo todo. Mentiras, claro, nuestro padre piensa que estaba en el círculo más próximo a Quien-Tú-Sabes.

— Estoy casi segura de que Re... la persona que me cuida —dice Atria, maldiciendo su casi metida de pata. No puede evitar darle un golpe en la pierna a Fred para que vuelva a ponerse a conducir y él se ríe, pero vuelve a poner las manos sobre las de Atria— le ha mencionado más de una vez, diciendo que era de los cercanos. Juraría que una vez mencionó algo de que se había enfrentado a él, pero no lo sé exactamente porque los nombres no son lo mío.

— ¿Con quién vives exactamente, Atria? —le pregunta Harry y ella guarda silencio. Quiere matar a Remus, quiere matar a Dumbledore. Les odia, ¿por qué tienen que ser tan cabezotas?

— Bueno, sea quien sea quien te haya querido gastar esa broma, tiene que ser una familia de magos de larga tradición, y tienen que ser ricos —dice Fred, volviendo al tema de antes y Atria mueve su mano para agradecerle su intervención, apretándola—. Aunque seas una traidora te voy a cubrir.

— Deja de llamarme traidora —le susurra Atria de vuelta y Fred se ríe, negando. Es divertido hacerlo.

Atria acaba quitando las manos del volante de nuevo y las deja sobre sus piernas, pero no tarda en aburrirse y decide coger una de las manos de Fred, que se ríe, pero le da la mano sin problemas.

— Estaba preocupado de que no respondieras mis cartas, al principio le eché la culpa a Errol, pero...

— ¿Quién es Errol? —pregunta Harry, interrumpiendo a Ron.

— ¿Recuerdas la lechuza con la que te escribí el año pasado? Ese es Errol, como no tengo lechuza tuve que pedirla prestada —dice Atria y Ron asiente.

— Tenías que haber visto lo emocionada que estaba por escribirte —dice George desde el asiento delantero.

— A veces ha colapsado al hacer una entrega, siempre es un milagro que logre entregar algo sin problemas —añade Ron—. Intenté pedirle a Hermes a Percy, pero no quiso dejármela.

— ¿Quién?

— La lechuza que nuestros padres compraron a Percy cuando lo nombraron prefecto —dice Fred, que inconscientemente sonríe cuando Atria empieza a acariciarle la mano.

— Este verano ha estado muy raro, no deja de enviar cartas y está pasando mucho tiempo en su habitación —dice George y Atria le mira.

— Ah, ¿sí? —le pregunta y George asiente.

— Te hubieras enterado si no nos hubieras abandonado, traidora —le dice y Atria le saca la lengua de nuevo. Harry, en el asiento de atrás, se pregunta de qué va eso de traidora—. Bueno, la cuestión es que dudamos mucho que esté limpiando constantemente la insignia de prefecto, ahora mismo debe brillar tanto que no puede ser posible mirarla. Te estás desviando hacia el oeste.

— Si la traidora me devolviese mi mano no me pasaría eso —dice Fred, girando el volante para recuperar el rumbo. Atria intenta soltarse, por supuesto, pero Fred entrelaza aún más sus dedos.

— ¿Vuestro padre sabe que os habéis llevado el coche? —pregunta Harry, pero sabía perfectamente la respuesta. Estaba claro que no y les agradecía que hubieran ido a por él.

— Bueno, esta noche estaba trabajando así que... no —dice Ron—. Espero que nuestra madre no se de cuenta de que nos lo hemos llevado, espero que podamos llegar hasta el garaje sin que se dé cuenta.

Harry pregunta por el trabajo del señor Weasley y pronto Ron y los gemelos le están explicando qué es lo que hace exactamente. George no tardó en avisar de que llegarían en unos diez minutos cuando vio la carretera principal y luego fue Fred el que avisó del aterrizaje. Atria no tenía muy claro como lo hicieron, pero el coche acabó junto al garaje y todos estaban sanos y salvos.

— Oh, querido suelo, no voy a volver a alejarme de ti a no ser que sea en escoba —dice Atria en cuanto el coche frena y todos se ríen—. Esta es una experiencia que sin duda alguna no quiero repetir, como volar con Hagrid en mitad de una tormenta. O volar, en general, sin una escoba.

—Estás siendo una exagerada, no conduzco tan mal —protesta Fred.

— No es gran cosa —dice Ron, ignorando totalmente la otra conversación y puede ver como se pone un poco rojo al hablar de la casa.

— Es una maravilla —dice Harry y Atria sonríe. Sabía que le iba a encantar y se muere de ganas de llevarle a su casa de una vez. Todos salen tranquilamente del coche y Atria nota como Fred vuelve a darle la mano, así que se la aprieta de nuevo. Quizá así deje de llamarla traidora, echa de menos que la llame por su nombre.

— Ahora tenemos que subir las escaleras sin hacer el menor ruido —dice Fred— y esperar a que mamá nos llame para el desayuno. Entonces tú, Ron, bajarás las escaleras dando saltos y diciendo "¡Mira quién ha llegado esta noche, mamá!". Atria en ese momento tienes que asomarte desde la habitación de Ginny y preguntar por quién. Mamá se pondrá contenta y nadie tendrá que saber que hemos cogido el coche.

Pero, como el plan solo podía salir mal, salió mal. Ya habían tenido demasiada suerte como para que se pudiera mantener el resto del día. Atria se fijó en que Ron empezaba a ponerse de un tono verdoso muy feo y no apartaba la mirada de la casa. Así que Atria, los gemelos y Harry se giraron para mirar. Y Molly Weasley no parecía nada contenta.

— ¡Oh, no! —murmura Atria.

— ¡Ah! —dice Fred porque Atria le ha apretado demasiado fuerte la mano.

— ¡Por Merlín! —dice George y la señora Weasley llega por fin hasta ellos. Pone las manos en las caderas y los mira a los cuatro.

— Así que...

— Buenos días, mamá —dice George y a Atria se le escapa una risa nerviosa al ver como no funciona.

— ¿Tenéis idea de lo preocupada que he estado? —les dice, en un tono que resulta realmente aterrador.

— Perdona, mamá, es que teníamos que...

Los gemelos, Ron y Atria eran más altos que la señora Weasley, aunque la última por no mucho. Harry no pudo evitar darse cuenta de cómo los cuatro se hacían más pequeños cuando la señora Weasley empezó a regañarlos.

— ¡Las camas vacías! ¡Ni una nota! El coche no estaba... ¡podíais haber tenido un accidente! ¡Cualquier día me vais a volver loca! No os importa, ¿verdad? Nunca, en toda mi vida... Ya veréis cuando llegue a casa vuestro padre, ni Bill, ni Charlie, ni Percy me han dado estos disgustos.

— Percy, el prefecto perfecto —murmura Fred no lo suficientemente bajo y la señora Weasley le oye, a la vez que a Atria se le escapa una risa.

— ¡Pues podríais seguir su ejemplo! —grita la señora Weasley, dándole unos cuantos golpes con el dedo en el pecho, y luego se gira para mirar a Atria—. Y tú no te rías tanto, pienso escribirle y la bronca que te va a caer va a ser similar a la que están teniendo ellos.

— No, Molly, por favor, no le escribas, castígame tú, por favor —le suplica Atria, soltándose de Fred, algo que no pasa inadvertido por la señora Weasley, que suspira.

— Podríais haberos matado, podría haberos visto alguien —empieza a enumerar la señora Weasley y la bronca parece que dura horas, o al menos así lo siente Atria, que de reojo ve como Harry retrocede—. Me alegro de verte, Harry, cielo. Pasa a desayunar, anda.

Y Harry miró a Ron, que asintió y siguió a su madre, como los gemelos y Atria. Harry observó como su hermana volvía a estar junto a Fred, como habían estado durante todo el viaje y se dio cuenta de que, la mayoría de las veces, Atria solía estar al lado de Fred. Y que cuando estaba al lado de George actuaba de otra forma, chillaba más y no paraba quieta por las discusiones de broma que tenía con él. También se dio cuenta como Atria intentaba ayudar y todos se apresuraron a sentarla en la silla, con terror mientras que ella sonreía angelicalmente. Los gemelos y Ron se pusieron rápidamente a ayudar a la señora Weasley, que no dejaba de murmurar cosas por lo bajo y lanzar miradas de desaprobación a sus hijos y a Atria.

— No me dejan cocinar porque soy horrible —le susurra a Harry, que la mira raro.

— Pero se te dan bien las pociones —le dice y ella asiente.

— Soy como mamá, por mucho que sigo los libros de cocina todo acaba quemado. Papá, en cambio, hacía buenas pociones, pero también sabía cocinar porque la abuela le enseñó y también porque tenía un don.

— Una vez casi quema su casa —dice Fred, poniendo los platos sobre la mesa y Atria se cruza de brazos.

— Tú lo has dicho, una vez.

— Hubieran sido más si te hubieran dejado.

— Tampoco me dejáis practicar.

— Porque queremos conservar nuestras cocinas.

— Deja de meterte con Atria, Fred —le dice automáticamente la señora Weasley y se dispone a servir en los platos grandes cantidades de salchichas. Harry no puede creerlo cuando ve ocho salchichas en su plato—. Nada de esto es tu culpa, Harry, perdóname porque tú también has sufrido la bronca de estos cuatro irresponsables.

— No somos irresponsables —murmura Atria y la señora Weasley la mira fijamente, sin creerse lo que acaba de decir.

— Habéis robado el coche y volado medio país, ¡podían haberos visto! Estabas infringiendo la ley, sois unos irresponsables —repite la señora Weasley y le echa a Harry en el plato tres huevos, con lo que el niño empieza a salivar. Lleva sin comer tanto desde que acabó el curso en Hogwarts y se dio ese empacho en el banquete de fin de curso.

— ¡Estaba nublado, mamá! —dice Fred.

— ¡No hables mientras comes! —le interrumpe la señora Weasley, apuntándole con el cuchillo de la mantequilla.

— ¡Le estaban matando de hambre, mamá! —dice George y la señora Wealsey deja de untar mantequilla en las tostadas para volver a mirar a su otro hijo, enfadada.

— ¡Cállate tú también, me tenéis contenta! —le dice y George se pone a comer rápidamente, intentando evitar otra bronca.

— ¡Mamá! ¿Has visto a Atri...

Ginny había bajado las escaleras corriendo, buscando a Atria, pero no llegó a terminar la frase ya que se dio cuenta de quien estaba en la cocina. Ginny dio un pequeño grito, Atria la saludó y entonces salió corriendo escaleras arriba.

— ¿Qué la pasa? —le pregunta a Fred y a George y ambos se ríen.

— Si no te hubieras ido una semana lo sabrías, pero claro... tenías que irte con tus amigas —dice George, sonriendo y Atria aprovecha para lanzarle una miga de pan que se le ha caído de una de sus tostadas.

— Creo que está esperando a que Harry le firme un autógrafo —dice Fred, sonriendo maliciosamente al ver como Harry empieza a ponerse realmente rojo. Y luego se da cuenta de que su madre lo mira y hunde la mirada en el plato.

No tardan mucho en terminar de desayunar, el viaje les había dejado hambrientos y la comida de la señora Weasley era demasiado buena para dejarla en el plato mucho tiempo.

— Estoy que reviento —dice Fred después de bostezar, algo que contagia a George y este no tarda en contagiárselo a Atria. Se levanta de la mesa y extiende su mano hacia Atria—. ¿Te vienes a dormir?

— De eso nada —les dice la señora Weasley en cuanto la ve coger la mano de Fred—. Os vais a desgnomizar el jardín. Si os habéis pasado toda la noche por ahí es culpa vuestra. Y vosotros dos también vais a ir —dice, mirando a George y Ron, que suspiran y también se levantan de la mesa para ir al jardín—. Tú sí que puedes irte a la cama, cielo, no les pediste que te llevaran volando en ese maldito coche.

— Los ayudaré, nunca he presenciado una desgnomización —dice Harry, levantándose también.

La señora Weasley saca un libro del estante y George protesta en cuanto lo ve.

— Mamá ya sabemos desgnomizar un jardín —le dice y en ese momento el Gilderoy Lockhart del libro les guiña un ojo descaradamente a todos y la señora Weasley le sonríe.

— A mamá le gusta —dice Fred en voz baja, pero todos le oyen perfectamente. A Atria se le escapa una pequeña risa cuando ve como la señora Weasley empieza a ruborizarse y Atria aprieta la mano de Fred, por si no se había dado cuenta y él también se ríe.

— No digas tonterías, Fred —responde ella y luego los mira a todos, intentando ocultar que sigue ruborizada—. Muy bien, si creéis que sabéis más que Gilderoy Lockhart podéis ir a desgnomizar el jardín, pero ¡pobres de vosotros si queda un solo gnomo cuando salga! Y Atria, los gnomos fuera del jardín, no te quedes ninguno.

Entre quejas y bostezos los Weasley y Atria —que además se queja porque no puede quedarse al gnomo— acaban saliendo al jardín, con Harry detrás emocionado. Eso era vivir con magos, eso era vivir con una familia que estaba a tu lado. Los había odiado, a todos, durante el verano. Había dudado de ellos, pero cuando los vio aparecer en la ventana de su habitación todo desapareció.

Harry aprende a lanzar los gnomos cuando uno de ellos le muerde el dedo y no tardan en organizar un campeonato de lanzamiento de gnomos. El aire estaba lleno de ellos y no tenían muy claro quién iba ganando, pero se lo estaban pasando bien. Demasiado bien. George le explicó a Harry que no eran muy listos y todos pudieron verlo al ver que, todavía, seguían saliendo los que estaban más escondidos dentro de sus madrigueras.

— ¡Ya ha llegado! —grita George cuando se oye la puerta principal de la casa—. ¡Papá está en casa!

Y todos salen corriendo hacia la cocina, donde el señor Weasley está sentado, con las gafas sobre la mesa y los ojos cerrados. Atria nota que está cansado, demasiado cansado, así que se va a coger la tetera. Al menos llevar cosas sí que puede.

— Menuda noche, nueve redadas, ¡nueve! —dice, cogiendo la tetera que le ofrece Atria y ella no tarda en irse a sentar junto a Fred. Todos están ya sentados en la mesa, mirando al señor Weasley con interés por parte de sus hijos y curiosidad por la de Harry—. Y el viejo Mundungus Fletcher intentó hacerme un maleficio cuando le di la espalda.

— ¿Algo interesante, papá? —le pregunta Fred con interés.

— Solo unas llaves que merman y una tetera que muerde —dice el señor Weasley y la instante bosteza, contagiando a todos con ello—. Por suerte, las cosas feas que han ocurrido no afectaban a mi departamento, a Mortlake se lo han llevado para preguntarle sobre unos hurones muy feos. Menos mal que eso pertenece al Comité de Encantamientos Experimentales.

— ¿Para qué sirven unas llaves que encogen? —pregunta George, que no tarda en mirar a Fred. Sí, ambos piensan lo mismo, como broma puede ser algo interesante.

— Para atormentar a los muggles —responde el señor Weasley con cansancio—. Se les da una llave que merma hasta que son casi imposibles de ver. Lo peor es encontrar a quien lo ha hechizado, porque los muggles siempre insisten en que las han perdido. Tendríais que ver la cantidad de cosas raras que hechiza la gente...

— ¿Cómo coches, por ejemplo? —todos dan un salto en la silla, asustados por el grito de la señora Weasley, que aparece en la cocina con un atizador en la mano. El señor Weasley abrió tanto los ojos, con culpabilidad, que Atria pensaba que se le iban a salir en cualquier momento.

— ¿Coches, Molly, cielo?

— Sí, Arthur, coches. Imagina que un mago se compra un viejo coche oxidado y le dice a su mujer que quiere llevárselo para ver cómo funciona, cuando en realidad, lo está encantando para que vuele.

— Bueno, querida, creo que estarás de acuerdo conmigo que no ha hecho nada en contra de la ley —dice el señor Weasley y Atria aprovecha para esconder la cara en la espalda de Fred ya que le estaba entrando una risa de lo más inoportuna—, aunque quizá debería haberle dicho la verdad a su mujer. Verás, existe una laguna jurídica...

— ¡Una que redactaste tú mismo! —le grita la señora Weasley—. ¡Solo para poder seguir jugando con todos esos cachivaches muggles que tienes en el garaje! ¡Y, para que lo sepas, Harry ha llegado esta mañana en el coche que tú no volaste!

— ¿Harry? ¿Qué Harry? —pregunta el señor Weasley y Atria se levanta de la silla, apoya su barbilla en el hombro de Fred y sonríe.

— Mi hermano —le dice y el señor Weasley se gira para ver a Harry, sobresaltándose.

— ¡Harry Potter! —dice mirando al pequeño, que sonríe tímidamente—. Encantado de conocerte, Ron y Atria nos han hablado mucho de ti.

— ¡Esta noche tus hijos y Atria han ido volando en el coche hasta la casa de Harry y han vuelto! —grita la señora Weasley, moviendo el atizador—. ¿No tienes nada que decir al respecto?

— ¿Es verdad que hicisteis eso? —les pregunta y los cuatro asienten a la vez—. ¿Fue bien la cosa? Quiero decir... que eso ha estado muy mal, chicos, fatal. Definitivamente fatal.

Ron no tardó en sacar a Harry de la cocina, al igual que Atria no tardó en salir corriendo con los gemelos. Vio como la puerta de Ginny se abría y no tardó en ser arrastrada al interior.

— ¡Devuélvenosla! —gritan los gemelos a la vez, dando golpes a la puerta, pero Ginny les ignora y mira a Atria.

— ¿Por qué no me habías dicho que Harry iba a venir? —le dice, con un tono de voz que parece que le va a dar algo.

— Ah, porque no iba a venir, hemos ido a buscarle, ¿no has oído los gritos? —le responde, sonriendo.

— ¡Podrías haberme avisado de todas formas! —chilla ella y Atria pone los ojos en blanco.

— Es solo mi hermano, no tiene ningún interés —le dice, pero cuando ve como Ginny se empieza a poner roja le entra la risa—. ¡Te gusta mi hermano!

— ¡No! —chilla de nuevo y Atria vuelve a reírse.

— No te voy a decir nada, tranquila, puedes admitirlo —le dice, sonriendo—. Es solo que no entiendo tanto revuelo por eso.

— ¿No te gusta nadie? —le pregunta y Atria levanta la mano, indicándola que espere, se levanta de la cama para abrir la puerta, haciendo que los gemelos se caigan al suelo—. ¡Cotillas!

— Nos has robado a Atria, era lo mínimo que podíamos hacer —dice George, siguiendo a Fred para entrar en la habitación. George se sienta en la cama de Ginny mientras que Fred se sienta en la de Atria—. ¿Y bien? Esperamos respuestas.

— ¿Por qué tendría que responder a esa pregunta? —les responde, cruzándose de brazos. Ambos se miran unos segundos y luego la miran a ella.

— Porque somos tus mejores amigos —dicen a la vez y Atria pone los ojos en blanco. Sí que lo son y a veces son unos pesados.

— Si dejáis de llamarme traidora lo digo —responde y los gemelos asienten. Les llama, para que junten sus cabezas y ambos lo hacen, junto con Ginny.

— No sabía que te gustaba alguien —dice la niña y Atria sonríe.

— Es que no me gusta nadie —dice, alejándose de nuevo a pesar de las quejas de los gemelos.

— Nos has engañado —le dice Fred y ella niega.

— No, os lo he dicho, no me gusta nadie.

— ¿Cómo no te va a gustar nadie? —insiste Fred.

— Pues así, no gustándome —le responde ella—. No sé, no le veo sentido. Bueno, no es que no le vea sentido, es que no lo entiendo.

— Eres demasiado pequeña —le responde George y Atria señala a Ginny—. Ella no cuenta, es un enamoramiento infantil.

— ¡Oye! —protesta Ginny—. Pues como es tan infantil fuera de mi habitación, los dos.

— Entonces nos llevamos a Atria —le responde Fred y Ginny gruñe—. Tú la vas a tener por las noches porque ella no quiere venir a dormir conmigo. Con nosotros.

— ¿Contigo? —le dice Ginny, empezando a reírse sin poder parar—. Te lo tienes bien callado, ¿verdad, Fred?

— No tengo callado nada —dice él, evitando mirar a nadie. No le gusta Atrial, están todos completamente locos. 

No tarda en darle la mano a Atria para sacarla de la habitación antes de que su hermana diga nada. Porque tiene una boca muy grande y no tardará en hablar.

— ¡Pregúntale quien le gusta, Atria! —grita Ginny antes de que Fred le cierre la puerta de un portazo y ella se ríe detrás de la puerta.

— Vamos a la habitación, creo que podemos aprovechar para una siesta antes de que mamá se de cuenta —dice Fred, empujando a George y Atria por las escaleras.

— ¿No quieres hablar del tema, Fred? —le pica George, sonriendo maliciosamente. No necesita que Fred lo diga en voz alta para saber que le gusta Atria. Solo tenía que mirar cómo se comportaba a su alrededor y el viaje en coche había sido un claro ejemplo. Todo el rato dados de la mano.

— ¿Y tú qué tal vas con la chica de Hufflepuff? ¿Has conseguido averiguar ya su nombre? —le dice Fred, intentando picarle, a pesar de que sabe que no tiene el mismo efecto.

— ¿Chica de Hufflepuff? ¿Qué no me has contado, George Weasley? —dice Atria, frenando en seco en el rellano del cuarto piso, delante de la puerta de la habitación de los gemelos.

— ¿Os podéis callar? Tengo cosas que hacer y gracias a vosotros y vuestra excursión así no hay quien se centre —dice Percy cuando abre su puerta de malos modales—. Sois unos irresponsables.

— Gracias, Percy, es todo un cumplido —le responde Atria, sonriendo y Percy cierra la puerta de nuevo, de un portazo—. ¡Sé que me adoras!

— ¡Sobre todo cuando estás en tu casa! —le responde él y Atria se ríe.

— Entonces, ¿una chica de Hufflepuff? —le pregunta de nuevo a George y él asiente—. ¿La conozco?

— No creo, es de nuestro curso —le responde y Atria se esfuerza por intentar recordar quienes están en Hufflepuff en el año de los gemelos, pero nadie viene a su cabeza.

— Puedo conseguirte el nombre —le propone, pero George niega—. Como quieras, pero te estaré vigilando para ver si consigo averiguar quién es.

— Oh, eso te lo puedo decir yo cuando lleguemos —le dice Fred, que se tumba en su cama, dejando adrede un hueco para que Atria se tumbe a su lado.

— ¿No estáis nerviosos por el nuevo curso? Vais a ir a cuarto, tendréis los TIMOs en el próximo curso —les dice Atria, pero ambos niegan.

— Son solo un trámite más que hay que pasar —dice George—. ¿Tú estás nerviosa por tercero?

— Un poco, tengo tres asignaturas optativas, espero poder llegar a todo —dice Atria e, inconscientemente, empieza a morderse las uñas. Fred no tarda en sentarse en la cama y acercar a Atria a su lado.

— Lo harás, ya lo verás —le dice, dándole un beso en la cabeza. Atria no puede evitar cerrar los ojos ante el contacto y George empieza a reírse.

— ¿Puedo deducir que nadie es el sinónimo de Fred? —le dice de broma y Atria se encoge de hombros.

— No me gustan los chicos —dice y, a su lado, Fred se queda quieto. Ni siquiera se da cuenta de que está conteniendo la respiración hasta que Atria vuelve a hablar y respira—, bueno, si me gustan, pero prefiero a las chicas.

— Sí, creo que lo hemos notado cada vez que hablas de Gwenog Jones o cualquiera de las demás jugadoras de las Arpías de Holyhead —dice George, poniendo los ojos en blanco—. No sé a quién le gustan más, si a Ginny o a ti.

— Te aseguro que es el mismo gusto —dice Atria, sonriendo—, se lo enseñé yo, alguien tenía que educar a vuestra hermana.

— Podríamos haberlo hecho nosotros —protesta Fred y Atria le mira.

— Oh, sí, seguro, todavía recuerdo cuando fuimos al pueblo muggle y os quedasteis mirando al mismo chico, embobados. ¡Vuestra respuesta fue que os había caído bien y lo único que hacíais era babear por él!

— Bueno, discúlpanos por no conocer mucho mundo —dice George, cruzándose de brazos—. Ya hemos aprendido.

— Y vuestra hermana también, es una de nosotros —les dice, poniéndose seria. Pero dura unos segundos ya que no puede parar de reír—. Parece una secta. De todos modos, no entiendo a qué viene esto ahora.

— ¿El qué exactamente? —pregunta Fred, volviendo a relajarse al lado de Atria. Tiene una oportunidad. "¿Pero en qué demonios estoy pensando? No me gusta Atria, solo es mi amiga, mi mejor amiga. No importa lo que diga Lee, Ginny o George, no me gusta" piensa Fred, pero cuando Atria vuelve a entrelazar sus dedos con él, duda.

— Quien me gusta —dice ella y luego mira a George— porque que yo recuerde estábamos hablando sobre mis estudios.

— Oh, venga ya, no puedes negarlo. Ninguno de los dos, es obvio —dice, señalándolos y tanto Fred como Atria se encogen de hombros—. ¿De verdad vais a negarlo?

— ¿El qué? —dicen ambos a la vez y George da un pequeño grito y luego se tira de cabeza a la cama, aplastando la cara contra su almohada.

— Decid lo que queráis —dice, cerrando los ojos e intentando dormir.

— ¿Sabes de lo que habla? —le susurra Atria a Fred.

— No —miente él, pero conoce tanto a su hermano que claro que lo sabe. No por nada son gemelos. Pero está equivocado, sí, definitivamente equivocado—. ¿Dormimos un rato?

— Por favor.

Atria no tarda en apoyarse en el hombro de Fred y, al cabo de unos minutos, cambia a su cuello, donde está aún más cómoda. Fred la abraza, acercándola más a él y cierra los ojos. No entiende por qué le late tan deprisa el corazón, pero siente que se le va a salir del pecho. No es la primera vez que Atria está tan cerca, siempre acaba dormida así sobre él, ¿por qué se pone tan nervioso? ¿Y si Atria oía sus latidos y se iba? Pero Atria estaba demasiado concentrada en intentar tranquilizarse que no notaba los latidos de Fred porque su corazón va al mismo ritmo. No puede evitar acordarse de la vuelta en coche, que la han pasado totalmente juntos en el asiento del conductor, con las manos entrelazadas casi todo el camino. La mueve un impulso, pero no tarda en buscar la mano de Fred, con la que no la abraza y entrelazar sus dedos de nuevo. Es como si encajaran a la perfección. Y eso la relaja.

Cuando Ginny entra en la habitación, horas más tarde, para avisarles de que la comida ya está lista se echa a reír al ver a Atria y a Fred abrazados. Interrogaría a Atria por la noche, por supuesto, nadie salía con uno de sus hermanos sin que ella le hubiera dado el visto bueno primero. Aunque Atria lo tenía desde siempre, claro, lo que más quería Ginny era avergonzarla un poco.

— Venga, dormilones, como os vea mamá os va a hacer picadillo —les dice, entrando a correr las cortinas y los tres protestan—. Es irónico que esté haciendo de hermana mayor cuando los mayores sois vosotros.

— Déjanos dormir —dice George, que esconde la cabeza bajo la almohada mientras que Atria se esconde aún más en el cuello de Fred y este en el pelo de Atria.

— Estoy deseando oír los gritos de mamá —dice Ginny, sonriendo maliciosamente.

— Desde luego que es vuestra hermana —murmura Atria y los gemelos se ríen— nadie puede decir que os la han cambiado.

— Deberíamos ir, ¿no? —dice Fred y tanto Atria como George levantan la cabeza de sus respectivos lugares y le miran.

— ¿Desde cuándo eres tan responsable? —dicen ambos a la vez.

— Bueno, si queremos que mamá nos deje tranquilos con las explosiones quizá podríamos hacerla caso hoy —sugiere Fred, siendo probablemente la única buena idea que ha tenido en todo el día. Porque no, coger un coche encantado y recorrer medio país con él no era definitivamente buena idea.

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No sé que me pasa con los capítulos tan largos JAJAJAJAJAJA E iba a decir algo, pero ¡sorpresa! se me ha olvidado, en fin, ya veré si consigo acordarme en algún momento.

Mil gracias por leer ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥

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