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Primeros interrogatorios

—Por fin una cara a la que no me dan ganas de abofetear. —El inspector resopló al ver entrar a su hijo en la sala de celebraciones. Se puso en pie y se dirigió a la multitud intranquila que se había apropiado del área más confortable de la estancia—. Atiendan —alzó la voz—: aquellos con los que ya he conversado deben esperar a este lado de la sala, junto a la mesa—. Un pequeño pelotón formado por cinco individuos se separó del tumulto de invitados—. Los demás, estén atentos a su nombre.

—¿Cómo te ha ido? —inquirió Ellery.

—Esto es un maldito desastre —refunfuñó hastiado—. No he podido dividir a los invitados porque Shampson se ha retrasado con el traslado de las partes del cuerpo. Hasta que no haya una habitación libre no puedo hacer otra cosa que mantenerlos a todos juntos. ¿Y tú?

—Elizabeth ha sido muy colaboradora. Me ha facilitado más de un nombre y un motivo de peso. Ha tenido el valor de confesarme sus propios problemas con Henry. ¡Aaah! —exclamó con gusto—. Sin embargo, dudo que esté involucrada. En cuanto a su hermano... Digamos que tengo información procedente de una fuente cercana que, a diferencia de él, no quiere romperme los dientes.

—¿Qué asuntos tenía con el muerto?

—Su reticencia a unirse a la empresa que paga sus despilfarros. El señor Woodgate empleó métodos un tanto... físicos para hacerle entrar en razón.

—Entiendo —asintió el inspector—. De acuerdo, más tarde conversaré con él. Me importa un rábano que le salga espuma por la boca. Bajo mi autoridad es un sospechoso más, independientemente de su apellido.

—No esperaba menos de ti. —Ellery posó una mano orgullosa en el hombro de su padre.

—Bien, por ahora los cinco interrogados se han servido de cuartada los unos a los otros. Estuvieron juntos en la fiesta y no se separaron en ningún momento, palabras textuales de los cinco. Un testimonio muy parecido, con alguna que otra variante, pero el mismo. Estoy convencido de que lo han ensayado minutos antes de que comenzara a llamarles. Además, niegan problemas graves con el anfitrión. ¿Alguna idea de a quién interrogar?

—Se me ocurre una persona...

El procurador Shampson irrumpió en la sala. Cazó de vista a los Queen y correteó hacia ellos.

—Hecho. Los troz... Ya me entienden —rechazó mencionarlo—. Están en una esquina de la bodega, cubiertos por mantas.

—Buen trabajo. —El inspector carraspeó para hacerse oír—. Escúchenme todos. Diríjanse con el procurador Shampson al salón de juegos. No tienen de qué preocuparse, ya no hay nada que pueda perturbarlos. Iremos llamándoles a su debido tiempo.

—Usted quédese —señaló Ellery a Dexter Brown. El aludido dio un respingo nervioso que trató de camuflar rascándose la nuca. 

Ellery susurró unas palabras al oído de su padre que fruncieron su entrecejo.

—Señor Brown, ¿cómo era su relación con Henry Woodgate?

—¿Mi relación? —repitió, ganando tiempo—. Éramos amigos, compañeros en la empresa. Casi la forjamos juntos.

—¿A qué se refiere con casi?

—Ambos invertimos dinero en el crecimiento de la compañía. Pero Henry destinó una cantidad superior. A mi parecer, ingente. Eso lo convertía en accionista mayoritario.

—¿Existía alguna rencilla entre ustedes?

—¡Por supuesto que no! —espetó, irritado por la insinuación—. Nos llevábamos bien. Al fin y al cabo, les he dicho que éramos amigos. Las discusiones eran meramente por asuntos de la empresa.

—¿Un amigo pide prestado cincuenta mil dólares y pone trabas para devolverlo? Eso es mucho dinero, y también mucha fe en la amistad —opinó Ellery con un aire de arrogancia.

El semblante de Dexter cambió de color de forma abrupta. Enmudeció.

—Yo... Cómo... Cómo saben eso.

—Eso es lo de menos. Tampoco lo niega, por lo visto.

El señor Brown cerró los ojos y se arrellanó en el sofá, consciente de su metedura de pata.

—Necesitaba el dinero —expuso sin levantar la cabeza—. Henry era el único que podía proveerme tal cantidad.

—¿Deudas de juego?

—Caballos... —admitió. Se tapó la cara, abochornado—. He tenido una mala racha... Me urgía saldar unas cuentas pendientes.

—¿Había recibido amenazas? —indagó Richard.

—Me he acostumbrado a andar con dos piernas —dijo en tono de mofa—. Estaban incluidas en el pagaré si me retrasaba en entregar el dinero.

—¿Cuál fue la reacción de Henry a su petición?

—Conocía mis vicios, alguna que otra vez habíamos apostado juntos. Me echaba en cara mi estrategia de apuesta, pero hasta ahora siempre me las había apañado yo solo... Cuando le conté lo sucedido, aceptó socorrerme... —Enganchó los dedos a su cabello, hundiéndose entre sus piernas—: El muy... Sumó... Sumó intereses.

—¿Intereses? —El inspector se arrimó a Dexter—. ¿Qué tipo de intereses?

—Fui un ingenuo. Henry actuaba así con todos, ¿por qué iba a ser distinto con un amigo? —sollozó—. Atendía tu petición y consentía ser el prestamista de cuantos lo necesitaran... Después... después aumentaba el montante. Para Henry era un negocio más. Cuando me prestó los cincuenta mil dólares, al mes me pidió sesenta.

—Añadió a la deuda diez mil dólares —clarificó Richard.

—Le rogué que tuviera piedad. Le supliqué como un idiota. Me era imposible obtener tal cantidad en tan poco tiempo. —Los Queen le dieron espacio para que prosiguiera. —Se rio de mí —expresó en voz queda—. Me amenazó con airear mis problemas de juego al comité de dirección de la empresa. Una conducta inapropiada como esa podía suponer mi degradación.

—Comprenda —inició el inspector— que nos está confesando un motivo de envergadura para asesinar al señor Woodgate.

—¡No! ¡No le mataría! ¡Estaba desesperado, sí, pero sería incapaz de matar a nadie! Hice lo que tenía que hacer para proteger mi posición en la empresa. Conseguí el dinero, y hoy se lo entregué.

—¿Es por eso que se retiraron en mitad del discurso? —inquirió Ellery. Dexter desvió unos ojos vidriosos hacia él.

—Creía... creía que nadie me había visto... En efecto, necesitaba quitarme esa espina de encima de una vez. Le entregué el dinero. Todo.

—¿Dónde lo guardó el señor Woodgate?

—En la caja fuerte de su despacho.

—¿Eso calmó las aguas entre ustedes?

—Aparentemente, sí. Henry me estrechó la mano como si acabáramos de cerrar una transacción de lo más ordinario. Sonreía de oreja a oreja. Esa expresión triunfante... Me provocó arcadas... Después de lo que me había hecho pasar, de verme obligado a hacer lo indecible para conseguir el dinero... No tenía cuerpo para regresar a la fiesta. Cogí una botella de vino del aparador y me apropié de uno de los sofás. Eso es todo.

—¿Hay alguien que pueda corroborar su versión, que lo viera en el salón?

—Uno de los camareros. Fue muy amable. Supongo que le di pena... —Agachó los hombros, desalentado.

—¿Puede indicarnos el nombre de es ese camarero tan servicial?

—No se lo pregunté —contrapuso con una sacudida de la cabeza—. Un chico rubio con pecas. Escuálido, bastante amigable.

—De acuerdo, puede marcharse, señor Brown. Pero no haga ninguna tontería. Está bajo nuestra mira hasta que confirmemos lo que nos ha contado. Por favor, avise al señor Izan Williams.

Dexter se esfumó con rapidez de la vista del inspector.

—Está claro que Dexter se encontraba contra las cuerdas —valoró Ellery—. Si el dinero está a resguardo en la caja fuerte, uno más a tachar de la lista de sospechosos.

—Hasta que el camarero no ratifique la segunda parte de su historia, sigue siendo un posible culpable —finalizó Richard, tomando otro poco de rapé que lo mantuviera despierto—. Aunque el aliento le apestaba a alcohol, y te has percatado del enrojecimiento de sus ojos, ¿no? Eso suma puntos a su declaración.

En el hueco de la puerta entreabierta asomó el porte estirado y riguroso del viejo Izan Williams.

—No me hagan perder el tiempo.

—No es ese nuestro objetivo, señor Williams. De todos modos, tampoco tiene mucho que hacer por aquí —rebatió el inspector, entrelazando las manos sobre su regazo.

—Entre los invitados tenemos a muchos asociados. Es mi deber el tranquilizarlos. Todo el peso de la empresa recae ahora sobre mis hombros.

—Creía que usted, Alan Wilson y Dexter Brown eran un equipo, al que se ha unido recientemente John Woodgate, si no recuerdo mal —intervino Ellery.

—Yo ostento un puesto de mayor antigüedad en esta empresa y conozco el modo apropiado de abordar a nuestros socios. Dexter siempre está en las nubes. Alan es buen chico, pero le falta experiencia. En cuanto a John... —carcajeó—. No sabría ni hacer una "o" con un canuto.

El comentario levantó una ceja del inspector.

—No le agradaba la decisión de Henry de hacer socio a su hijo —interpretó.

—Es bien sabido por todos que no —aseveró—. Quería sangre nueva en la empresa, en eso estábamos de acuerdo, pero ¿John? Es un estúpido sacacuartos sin vocación alguna. Y era problema de Henry, se lo dije en multitud de ocasiones. Si no ataba en corto a su hijo, se convertiría en un donnadie. ¿Cuál fue su gran solución? —inquirió extendiendo los brazos—. Incorporarlo a la empresa. Rechazó contratar a muchos jóvenes que entrevistamos y que verdaderamente poseían grandes aspiraciones.

—Efectuaron un proceso de selección y primó la decisión del señor Woodgate frente a la del grupo. Deduzco que eso no le sentaría muy bien.

—¿Cómo le sentaría a usted? —enfrentó al inspector—. Tuve que armarme de paciencia. Como accionista mayoritario, Henry tenía control sobre el manejo empresarial. No obstante, tarde o temprano, la ineptitud de su hijo lo haría caer y Henry se vería obligado a entrar en razón.

—¿Algo más que desee contarnos sobre su relación con Henry?

—No había secretos entre nosotros. Lo sabía todo de su vida, y él de la mía.

—Confírmenos entonces si los rumores que tildaban al señor Woodgate de marido infiel eran reales o simples fantasías de la atmósfera femenina que acudía a sus fiestas —comentó Ellery.

—Y con las preciosas mujeres que conocía durante los viajes de negocios —admitió. Soltó una desagradable risotada—. Era un mal bicho en lo que a mujeres se refiere, pero a mí eso no me concernía. El acuerdo que tuviera con su mujer era cosa de ellos. Yo me limitaba a observar.

—¿Solo a observar?

Ellery y el viejo Williams confrontaron miradas.

—Está bien, puede marcharse —intervino Richard, disipando la tensión—. Avise a Thomas Byrne.

La puerta se cerró de un golpe seco.

—Pobre señora Woodgate —se compadeció el inspector—. Estaba rodeada de una panda de imbéciles sin escrúpulos.

—Eso amplia el cupo de posibles culpables. En la fiesta puede haber algún que otro marido celoso o alguna mujer sentida de menos —hipotetizó el escritor. Comenzó a pasear de un lado a otro con semblante pensativo.

—¿Me buscaban, señores?

—Señor Byrne, adelante —se mostró afable el inspector Queen, indicando con la mano el sofá.

—¿En qué puedo ayudarles?

—¿Qué había cambiado en la relación entre usted y el señor Woodgate? —indagó directamente Ellery, impacientado. El cuerpo del señor Byrne se descompuso. De forma inconsciente, estrujó entre sus manos el cojín del sofá.

—¿Qué quiere decir con eso? 

—Hemos sido informados de la tirantez que mediaba entre ustedes dos —le explicó. Richard escrutó a su hijo, consciente de que se había guardado información.

—No sé quién les habrá dicho eso...

—Una fuente fiable. Muy fiable, de hecho.

—Yo... —El señor Byrne guardó silencio. Mantuvo sus ojos fijos en el suelo, como en otro estado mental.

—¿Y bien? —medió Richard—. ¿Va a responder o tenemos que intuir lo que ocurrió entre ustedes? Créame que no le gustará nuestra teoría.

—No, no... Disculpen. —Inspiró e irguió el cuerpo, armándose de valor—. Es solo que... No sé si debo comentarles esto, no sin que la otra persona implicada esté delante. Es posible que ella no quiera que ustedes sepan nada.

—¿Ella? —preguntaron los Queen al unísono.

—Yo... No era mi intención. —Thomas se golpeó la mejilla. En un error de cálculo, había confirmado la identidad de la otra persona involucrada en el conflicto contra Henry Woodgate.

—Escuche, señor Byrne. —Ellery se sentó junto al compungido hombre que parecía haber menguado en el sofá—. A nosotros no nos interesa lo que haga o deje de hacer con su vida, no estamos aquí para juzgarle. Nuestro interés reside en el asesinato. Si usted no ha tenido nada que ver y puede explicar por qué alguien lo tacharía de asesino, nos sería de gran ayuda. No se preocupe, lo que diga no saldrá de estas cuatro paredes.

El señor Byrne terminó aceptando. Sus labios dibujaron una línea recta.

—Hace unos meses que Sophie y yo... Bueno, ella... —Suspiró—. Sophie se sentía muy sola, y yo soy viudo desde hace ya unos años... Siempre hemos compartido una amistad muy respetuosa. No sé cómo... Aún no lo sé... —Hizo un inciso, perdido entre sus memorias—. Un día todo cambió. Me di cuenta de que Sophie no era una mujer cualquiera para mí. Todo lo que a ella le sucedía me afectaba de un modo que no era normal. Empecé a verla de otra manera... Surgió de repente, se lo juro. Pero fue recíproco. Nos enamoramos.

—Mantenía un romance con la señora Woodgate a espaldas de su marido.

—¡No lo malinterpreten! —Saltó del sillón—. Nunca pasamos ese límite... Pasábamos tiempo juntos, conversábamos, había algún que otro cruce de miradas, un roce de manos, una caricia a escondidas... Todo muy inocente, de verdad —se excusó, sonrojado. Su respiración se apaciguó al desvelar el secreto que arrastraba consigo—. Ella era infeliz en su matrimonio, pero sé que nunca sería capaz de actuar igual que Henry, y tampoco de abandonarle. Y yo no iba a obligarla a proceder en contra de sus deseos.

—Pero Henry se percató de lo que pasaba entre ustedes —caviló el inspector.

—Eso me temo. Es posible que nos viera más unidos de lo habitual. No estoy seguro. Sophie y yo lo notábamos raro, y eso hizo que nos pusiéramos en guardia. Pero jamás dijo nada. En su lugar, comenzó a aislarme. Ya no contaba conmigo como de costumbre. Sus respuestas eran cortantes, evasivas.

—¿Sabe si el señor Woodgate discutió con su mujer sobre ustedes?

—Sophie nunca me comentó nada al respecto. Con ella se ensañaba de otra forma, no sería la primera vez que... —dejó caer el señor Byrne, apretando los puños, frustrado.

Ellery desvió una mirada inquisitiva a su padre, dando a entender que pusiera punto final a esa parte del interrogatorio.

—¿Con quién estuvo durante la fiesta en el jardín?

—Con John Woodgate. Me estuvo avasallando toda la noche con unas inversiones que había estado estudiando, y quería mi opinión. Si le digo la verdad, no me enteré ni de la mitad, pero no quería ser grosero.

—Señor Byrne —Ellery sonrió—, puede marcharse.

—¿Ya? Yo...

—No se preocupe —le aseguró el inspector como despedida.

Thomas abandonó la habitación con actitud vacilante.

—Parece buen tipo —comentó Richard—. Un poco perdido.

—La suerte comienza a brillarle, ¿no te parece? Está fuera de la lista, y la señora Woodgate también.

Ellery anduvo con las manos guardadas en los bolsillos.

—¿Por qué los eliminas de tu lista de sospechosos, si se puede saber? —Richard también se levantó, estirando las piernas.

—Simple. La señora Woodgate está en cama, indispuesta. Es una mujer de complexión débil. Imposible que cogiera una de las espadas del salón, que pesa aproximadamente unos veinte kilos, y asestara el golpe de gracia con la potencia suficiente como para cortar la cabeza a su esposo. En lo que respecta al señor Byrne, tiene toda la pinta de un hombre tremendamente enamorado, pero de moral intachable. Ha soportado el puesto de premio de consolación si con ello permanece junto a Sophie.

—Podía estar harto de ese segundo puesto —sopesó el inspector.

—Por otro lado, y más importante, yo soy su coartada. —Sonrió al inspector, que achicó los ojos con hastío—. Le vi conversando con John en la fiesta.

Richard tomó la cajita de rapé. Gruñó al comprobar que estaba vacía.

—Toma. —Ellery le tendió un cigarro—. Deberías dejar eso.

Le encendió el cigarro y se guardó el encendedor.

Un murmullo creciente en el vestíbulo alertó a los Queen.

—¿Se puede saber qué pasa ahí fuera? 

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