Capítulo 9
Si como Sarasay decía el tiempo iba a transcurrir tan lento, Marian no lo habría imaginado. Solo recordaba haber cerrado los ojos por unos segundos. Sentir el aire frío en sus dedos de sus miembros inferiores y creer que en nada moríria de una hipotermia. Abrió los ojos solo para ver el techo. Le hubiera gustado escuchar la voz de Seren para tranquilizarla. Tenía la propiedad de saber cuándo tenía miedo; cuando necesitaba de un consejo o simplemente estar ahí. No llegó a pensar más en él cuando volvió esa imperiosa necesidad de dormir y supo que ya no habría tiempo para volver al pasado.
El frío los arropaba. El periodo había dado inicio mientras la nave iba directo a pasar el umbral de la galaxia. Sarasay había enrollado sus dedos entre los de Careen y con ese simple gesto él había dejado un tierno roce sobre la mejilla de su esposa. La ternura con la que la observaba era la misma con la que lo había hecho desde hacía quince años atrás. Le costaba ver cuánto tiempo habían vivido juntos, pero le costaba aún más vivir el resto de su vida sin ella. Su mayor miedo era ver aquel lado de la cama vacía. Algo que no debía sentir pues vivir en un planeta como Tremura los mantenía lejos de todo problema.
La capa gélida se mostraba como el cristal sobre las paredes, pero no llegaba a tocar los cuerpos, más la sensación térmica estaba presente. Era así como Emeral no encontró mejor manera de sentir un poco de calor que no fuera ahí, al lado de Velikov. No lo había planeado. De hecho, no tenía ninguna intención de estar ahí cuando ocurriera, pero la situación la llevó a estar al lado del hombre que, sin pensarlo mucho, le pidió quedarse. Había sonado como una súplica más que como una orden. Velikov mantenía un rostro afligido que ella observó dudosa, incluso deseosa de sacarlo de sus pensamientos, pero el tiempo se había adelantado.
Con el pasar de las horas, la nave recorría el universo con una velocidad que impresionaba, aunque ellos no lo notaban. Solo cuando el programa comenzó el periodo de despertar entenderían que había pasado más de lo que habrían imaginado.
Zel se removió en la cama angustiado. La había soñado. ¿Cómo no podría soñar con Yuri cuando su único deseo era volver a ella? Volver de las mil maneras en que podría volver con una persona e incluso más allá. Había sido tan tonto como para pensar que pasara lo que pasara siempre estaría a su lado, pero estaba visto que no había tenido en cuenta ni su pasado ni el futuro. Nunca habría imaginado que Gold fuera alguien tan importante, no para el mundo. Solo para él. Abrió los ojos con parsimonia. Temeroso de haber muerto o de estar vivo. No lo sabía. Miró su alrededor con el cuerpo comprimido. Sus huesos dolían, su mundo daba vueltas. Sus intentos por levantarse fueron en vanos al caer de rodillas sobre el suelo. Dolía, caer, sus huesos, moverse. Gimió y eso lo lastimó aún más.
La voz de Zel había llegado hasta los oídos de Maxiliam quien se quedó quieto en la cama. Sus dedos cruzados sobre su abdomen se mantenían en la misma posición. Respiraba profundo pues temía que moverse fuese a provocarle algún malestar si no esperaba a que el programa iniciara con el resto de sus funciones.
...
Sarasay observaba a Careen con una sonrisa a duras penas visible en su rostro. Le gritaba que lo habían logrado. Era la mirada de éxito seguro que él conocía y que no podía evitar que lo contagiara.
—Ya inició —escuchó Careen como un susurro esgrimido al aire.
No alcanzó a asentir, pero entre ambos podían entenderse muy bien.
—¿Debes ir? —preguntó y se forzó tanto como podía.
—No... Max...
—En horas... estaremos ahí —musitó Careen.
Sarasay lo entendía bien. No eran horas, la verdad es que el tiempo de vuelo quizás sería más corto, pero tocarían Defaures de alguna forma y eso no lo habría imaginado ni en sus peores pesadillas. Nunca tuvo intención de ir tras los logros de Lord Ebsarta, al contrario, le parecía que su galaxia estaba tan llena de secretos y riquezas que no buscaba obtener algo que estuviera fuera de él. Y lo encontró y luego supo que en realidad todo estaba mejor cuando estaba en familia. Sus días por el espacio parecían haber terminado hasta que Smog llegó con una idea en mente que ella no pudo negar.
—Estaremos bien, como siempre —respondió.
—¿Y después?
—Cariño, no sueles estar muy pendiente del futuro —reclamó ella con picardía.
—Pero tu sí. Lo veo.
Careen se movió un poco cuando un sonido se profundizó en la habitación; el ambiente gélido había cesado y pudo moverse lo suficiente como para acercar a su esposa a su cuerpo.
—¿Qué está pasando por la cabecita de Sarasay Mirova? —preguntó.
Ella sonrió cómplice. Por alguna razón ese era su esposo. Sabía que algunas veces podía leerla de esa manera.
—Me preguntaba si estuvo bien. Asentarnos. Con Smog lo había hablado, no queríamos que nuestros hijos fueran como nosotros, aunque estábamos muy orgullosos de lo que éramos, pero también sufrimos demasiado. Las perdidas, los días en La Iliada; no desearía que Maxi pasara por eso, pero no sé si eso fue solo una justificación para hacerlo. Si en realidad nos gustaba más estar aquí en el confín del universo... —sopesó—. Creerás que soy una tonta por estar pensando en esto justo en este instante que vamos tras los secretos de Lord Ebsarta, pero si te soy sincera siento un poco de miedo, también. No sé qué me pasa.
—No importa. Si tienes miedo, no importa porque es normal. Yo también tengo miedo, corazón, pero no importa porque estás aquí y la verdad es que no creo que sea justificación alguna. Lo hicimos por Maximiliam, por Marian, por nosotros. —dijo.
Tomó su mejilla con cariño y depositó un beso en sus labios.
—Pensarás que soy una tonta —murmuró.
—Pienso que eres la mujer más fuerte y hermosa que he conocido en toda mi vida y con quien quiero pasar el resto de mis días sin importar dónde decidas permanecer. En el cielo o en la tierra, me da igual siempre que estés ahí —musitó.
Una parte de Sarasay se rompió. Se acurrucó en los brazos de Careen mientras que el sistema culminaba cada tarea para permitir que la vida retornara a la nave.
...
Gonk se dejó caer en uno de los asientos con la mirada perdida entre sus pies. Sentía que su cuerpo se estaba reponiendo de una ardua pelea a diferencia del resto de la tripulación. Quizás permanecer en el área de entrenamiento no fue la mejor de las ideas, pero la verdad es que no quería convertirse en cubito de hielo metido en una habitación minúscula donde si apenas sentía que podía respirar. Alzó la mirada justo en el instante en que notó a Marian asomarse por la puerta. Rezongó con solo verla. Sabía que ella sería de las primeras personas en asomarse a ese lugar.
—¡Hey! Deberías relajarte —exclamó él.
Marian ladeó la cabeza al ver a aquel grandulón frente a ella se mantenía ahí.
—Te quedaste aquí —afirmó.
Él no la contradijo.
—Es el mejor lugar para estar —confirmó él.
—Gonk, puedo preguntarte algo.
Se acercó hasta él y tomó asiento justo a su lado.
—¿Qué quieres ahora? —inquirió con un deje en su voz.
—Cari... Ella obedeció todas las ordenes que se le entregaban ¿Absolutamente todas? —preguntó.
Gonk se relajó en el asiento, echó la cabeza hacia atrás como quien mira el espacio a través del metálico techo. No buscaba una respuesta puesto que ya lo sabía. Solo recordaba con nostalgia todos los años que vivió al lado de una mujer que se ganó su cariño de una forma que no creyó pasar. Incluso creyó haberse enamorado, pero el cinismo de Treparius lo frenó.
—Todas aquellas que provenían de La Avanza —contestó—. Las ordenes de Teber... Esas eran hechas con doble intención. La primera y única era ganarse su confianza, la otra era recoger tanta información para enviarla y hacer un camino de La Avanza que los acercara a El Marqués. Claro que con tu llegada ese puente se hizo un poco más difícil.
—¿Sabían de mi llegada? ¿Sabías qué tenía planeado? —preguntó.
Gonk notó en los ojos de Marian esa necesidad impasible de querer escudriñar tras las paredes y lo entendía por completo. Después de todo hasta ese entonces ella no había visto la necesidad de hablar con él.
—Teber había sido claro en la ruta. Ir directo a los Righter y gnarse tu confianza en el camino. Eres la hija de un viejo amor, necesitaba conocerte. Tuvo la inmensa fortuna de que perdieras la memoria y jamás la recuperaras. A pesar de todo Erna tiene una suerte envidiable —comentó.
Notó en los ojos de Marian la frustración que le causaba.
—¿Alguna vez les explicó a los Righter qué pasó conmigo? ¿Ellos saben de mí?
—Estas muerta. Es la versión que él les dio. Personalmente Cari Trent llevó el cuerpo de una niña frente a ella —él negó con la cabeza—. los Druca hicieron ese trabajo.
Gonk se removió en el asiento solo para quedar frente a frente.
—Tienes una segunda oportunidad, Marian Mirova. Sea lo que sea que desees escuchar de Erna Teber no será tan real como lo es este momento frente al más reconocido sibilante de todo el universo. Cari Trent sentía admiración por ese hombre. Siempre que lo mencionaba había un deje de respeto que no escucharías cuando se trataba de Teber y si una persona como Velikov Mirov puede hacer eso en Trent, no dudo que en otros sea igual —dijo.
—Es reconocido, eh —gimoteó.
—Ay, niña. No tienes idea. El universo es demasiado grande. Si los antiguos nos vieran en este momento quizás verían lo microscópicos que somos —musitó—. Bien. Si ya este puto viaje criogénico acabó, podemos volver a cómo estábamos.
—No duró lo suficiente.
—La idea de la criogenización era para mantener nuestros cuerpos estables mientras la nave hacía un viaje a una velocidad mayor a la tolerada por un sistema orgánico —comentó Maxiliam quien entraba al salón aun con síntomas
—Gracias por el reporte, niño maravilla. A quien carajos le importa —exclamó Gonk.
El hombre negó con la cabeza solo para retirarse del sitio, no sin antes mirar por última vez a la mujer que le acompañó y revolvió por unos segundos sus recuerdos sobre Cari trent.
—De nada, imbécil —lanzó Maxiliam—. Qué lindo amigo el tuyo.
—¿Cuándo se llevarán bien? —inquirió Marian sarcástica.
—Oye, no he sido yo el que inició —exclamó.
Maxiliam observó a su prima por unos breves segundos en los que Marian mantenía una sonrisa sincera en sus labios.
—¿Qué? —inquirió.
—Pensaba que hacía poco más de un año estuve a punto de ligar contigo —lanzó divertido.
Marian quedó anonadada ante la sinceridad y carcajeó.
—¿Es lo que piensas? Abel tiene mucha razón —dijo divertida
—¿Qué dijo? ¿Qué solo pienso en ligar? No es verdad, pero tuve la impresión de ver a una linda chica en un bar y resultó ser mi prima. También agradezco que no me patearas el trasero ese día —Se mofó.
—Sí que debes agradecerlo. Lo hubiera hecho sin dudar.
—No me queda la menor duda —recalcó.
El hombre giró y quedó sentado sobre un par de asientos diagonal a Marian.
—Tu y yo no hemos hablado mucho, ¿o sí? —comentó Maxiliam
—No lo creo.
Marian se relajó en el asiento y observó el salón. Un gran salón con todo tipo de artículos dispuesto para un entrenamiento exhaustivo. Gonk vivía ahí como si fuera su hogar. Creía que mantener el cuerpo en calor le haría mantener la cabeza ocupada o libre. Como bien conviniera.
—¿Cómo es estar en tierra? —preguntó ella
Sabía de qué quería hablar Maxiliam y luego de recordarlo con Gonk no quería tocarlo. Por lo menos no ese día.
—¿No lo recuerdas? —preguntó él extrañado.
Marian ladeó la cabeza dudosa.
—No, obvio no. Perdón —lanzó—. Pues es rutinario. Es como vivir todos los días las mismas cosas solo que le vas agregando algo para que sea más entretenido. Bueno, tu viviste durante quince años en Riporld...
—¿Riporld? ¿La ciudad de las gemas? —inquirió anonadada.
—Sí. Mi tío era el general a cargo en esa ciudad y podría decirse que estaban bien posicionados. —comentó.
—¿Y Sarasay, y tu?
—Mamá nunca vio bien que mi tio se uniera a La Avanza. Se seintió traicionada, así que prefirió irse al otro lado de la galaxia con tal de no verlo. Cuando supimos de tu secuestro, todo cambió. Más aun cuando mi tío le pidió una nave. A mamá le encantó la idea. Nunca la vi brillar más que ese día al recibir el pedido. Era como ver una llama apagada volviendo a la vida —dijo con tanta sinceridad que tocó a Marian.
—¿Cómo era yo? —perguntó de vuelta
A esa pregunta Maxiliam no supo cómo responder. Lo meditó por mucho tiempo hasta que Marian negó y se adentró tanto en la silla que le hubiera gustado que la succionara.
—Mi tío era un sibilante que decidió unirse a La Avanza y mi madre una sibilante que montó un taller de mala muerta como una careta a lo que era. —recalcó—. Pocas fueron las veces que pudimos congeniar. Mamá temía que al acercarnos quisieran, ya sabes, arrestarnos. Después de todo quien dio su vida a La Avanza fue tu padre, mi tio, no mi madre. —recalcó.
Marian suspiró y negó con la cabeza al tiempo en que se ponía de pie tan solo para mirar a su primo desde su posición.
—No sé si quiera volver a vivir en Riporld —meditó.
—No tienes por qué —rezongó Max.
Él, que poco a poco comenzaba a comprender lo que movía a Marian, también entendía si decidiera quedarse en medio de la nada que regresar a un sitio que poco recuerda. De hecho él tampoco lo haría de estar en su situación, así que se levantó de la silla, ladeó la cabeza un poco para observar aquellos ojos aguerridos que podían dejar sin aire a cualquiera y tan solo sonrió.
—Vive donde quieras vivir.
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