Capítulo 6
Marian iba un paso adelante. No estaba calmada, iba muy atenta a los pasos de quien estaba detrás. Zel lo notaba. Si hacía algún movimiento que ella detectara como una amenaza, probablemente lo reduciría en ese instante. Le agradó en cierta forma. Le recordaba a Gold y le entristecía a la vez ¿Qué estaba haciendo en ese instante? Quizás buscaba la manera de salirse con la suya o quizás no. En ese punto no estaba claro, pero sí sabía que iría por ella aunque tuviera que soportar a Marian y compañía.
—Aquí —dijo Marian.
Se detuvo frente a una puerta que abrió con su sola presencia.
—Ubícate y preséntate en el salón, seguro Mirov dará ordenes cuando la nave esté lista —terminó por decir.
—Oye, solo quiero decirte que no soy tu enemigo —exclamó Zel antes de entrar—. Lo único que quiero es llegar con Gold, esto o lo que buscan no es de mi interés. Nunca lo ha sido.
Lo analizó. Su voz mostraba tantas facetas y claro está, ninguna le decía que fuera una amenaza. Si lo recordaba bien, la primera vez que lo había visto fue bastante amable. Suspiró hondo y bajó la mirada meditando su propio comportamiento.
—Cuídate. —zanjó.
Dio media vuelta y se retiró. Zel sacó el aire que no sabía que estaba sosteniendo. Si los días en esa nave iban a pasar de esa forma ya se imaginaba con una mano en un arma y la otra en frente para esperar el ataque de cualquiera en la tripulación.
...
Velikoj observaba el sistema de criogenización descargarse mientras que, en su lateral, una pantalla mostraba el tiempo que iba a requerir para ir hasta el sistema Dtar.
—Los antiguos usaban tubos del tamaño de un humano para encerrarse ahí y criogenizar. Mantenía los signos vitales y dejaban que las células del cuerpo hicieran lo mínimo. —Recordó Careen.
—¿Qué haremos nosotros? —Preguntó Abel
—Cada quien se mantendrá en su respectivo cubículo. Graduaremos la temperatura —comentó Velikoj.
—Septum nox cuenta con la potencia necesaria como para acortar el tiempo de viaje al sistema Dtar y, más que eso, no tendremos que dormir tanto tiempo. Se sentirá como si hubiera pasado un solo día —Aclaró Sarasay.
—Y aun así no deja de preocuparnos —murmuró Emeral—. Deberíamos llamar a Kalisa, seguro se siente intranquila sin saber nada.
—Todos deberíamos de hablar con alguien —comentó Careen.
La propuesta de Careen dejó a todo el grupo con una sensación de vacío. No sería la primera vez que harían un viaje largo, sería la primera vez que lo harían en un estado de criogenización para conservación de sus cuerpos.
—Emeral, contacta con Kalisa. Creo que el resto de nosotros podemos hacer lo que deseemos ¿No es así, Velikov? —dijo Sarasay a lo que el hombre solo asintió con la cabeza.
...
Marian observaba el universo a través de los ventanales dispuestos en una planta superior. Pensaba en cada segundo que había pasado desde la última y primera vez que abrió los ojos ante Erna. No podía recordar su niñez, solo había vestigios de una mujer que veía únicamente en fotos. No tenía los recuerdos de un padre que la llevara de la mano, mucho menos de una mujer que fuese su tutora como Emeral ni menos de una nana. Ahí solo estaba un fantasma a quien no podía aferrarse pues era muy pequeña como para recordarla por completo.
Si lo pensaba bien, entendía por qué siempre se sintió como un cero a la izquierda ante los ojos de Teber. Nunca fue suficiente. En sus modificaciones notaba ese deseo de Erna de llenar sus expectativas e incluso las de ella. Resopló. Necesitaba sacar todo el dolor que le había producido vivir tantos años con alguien como Teber.
—¿Todo bien? —escuchó preguntar.
Miró a su lado. Notó la figura imponente de Velikov, entrecerró sus ojos «¿cómo hubiera sido todo si ella nunca se hubiera ido?». No estaba segura del todo aunque después de un año notaba lo bien que podrían llevarse
—Eso creo —respondió.
Velikov no le creyó, pero si ella no deseaba hablar no la iba a presionar.
—En realidad, no. ¿Cómo es posible... o mejor dicho por qué...? Por qué me llevó con él si no me iba a querer... —murmuró.
Él se acercó hasta ella sin una respuesta certera para tal pregunta. Siempre había notado las acciones erráticas de Erna Teber sin comprenderlo del todo, pero en su juventud lo seguía como los amigos se siguen: en las buenas y en las malas.
—Conocí a Teber cuando eramos jóvenes. Tendríamos las edades de Maxiliam, Abel, y la tuya... Eramos unos idiotas en ese tiempo. Caminábamos por las calles de Frome haciendo lo que fuera por conseguir dinero. Eso incluia robar, extorsionar, lo que sea. Un día llegó una nave a puerto. Fue el día que conocimos a Righter: Eferast Righter. El padre de tu madre.
»A ambos nos pareció que era el sujeto más imponente en toda la cuadra. Caminaba con seguridad y su tripulación mostraba respeto cuando él les hablaba. Quedamos un poco descolocados con su presencia y Teber fue el primero en querer acercarse a ellos. La tripulación de La Eterna no dejó que si quiera respiraran el mismo aire —Rememoró con nostalgia—, no era la primera vez que alguien intentaba acercarse a Eferast, pero sí la primera vez que alguien lo impresionaba. Teber derribó a uno de sus hombres, su segundo y ya era mucho decir.
—¿Y qué hiciste tú? —preguntó Marian.
—Lo seguí. Eferast Righter nos invitó a un salón. Era una gran concentración de sibilantes. No era algo que esperábamos ver. Conocimos a muchos de ellos ese día y por cuestiones de la vida nos dimos cuenta que a otros tantos los habíamos robado en su momento. No fue agradable, pero no podían hacernos nada. Éramos los invitados de un grande. Uno de los cinco. Lo supimos mucho después, cuando lo vimos sentarse de forma privilegiada en una mesa junto con el resto.
» Ese día conocimos a tu madre, ese día ambos nos enamoramos de ella. Amara decidió al final que era yo quien ella amaba. Y por supuesto, al hacerlo perdí todo contacto con Erna. Lo último que hice para que conserváramos nuestra amistad fue entregarle el Marqués.
—No es lo mismo. Darle un objeto a alguien que está enamorado, si lo aceptó fue por quitarte algo que pensó que querías —Meditó Marian.
—Es lo mismo que dijo Amara —recordó Velikov.
Marian alzó la mirada al escuchar esa confesión. De Amara solo había escuchado historias por el profesor quien hablaba de ella con nostalgia, pero nunca de Teber. Él parecía haberla olvidado el día que murió.
—Coincidencias —respondió.
—Te pareces más a ella de lo que podrías imaginar —comentó Velikov exhalando el aliento que parecía haber contenido—. El caso es que cuando Amara murió, tu abuelo me contactó. Quería conocer a su nieta, yo le pedí tiempo. No haría un viaje tan largo con un bebe en brazos. Resolvió que a tus quince años viajaras con Teber hasta él. No deseaba verme cerca. Yo era el culpable de la muerte de su adorada hija, yo debí morir y no ella. Quizás ese día, bajo la sombra de Riporld, Erna decidió que nunca llegarías.
Marian contempló el universo en ese instante. Era la primera vez que escuchaba cómo se habían dado las cosas y solo entendía que Erna no era ni de cerca la figura paternal que ella necesitaba. Lo había vivido durante mucho tiempo por lo que no tenía que costarle demasiado, sin embargo ahí estaban sus deseos por ser suficiente.
—¿Lo alcanzaremos? —Preguntó variando de tema.
—Sí. Lo haremos. —Respondió Velikov confiado
—Bien. Es todo lo que necesito saber —murmuró.
Velikov asintió simple. Sentía esa tensión entre ellos, de esa que se alarga y se encoge dependiendo del tema que toquen. Se palmeó las piernas y levantó del asiento donde había estado cerca de ella, tan cerca como fueran dos metros de distancia y la necesidad de abrazar a su única hija consumiendolo.
—Prepárate. En breve se iniciará el programa y entraremos en periodo criogénico. Esperamos que no sea demasiado —dijo.
—Anaquil no requería de ese programa ¿O si? —murmuró Marian
—No, Anaquil tiene un sistema distinto —afirmó Velikov.
El par se miró cómplice. Valía la pena recuperar una nave así, aun cuando ambos hacían un viaje como aquel en busca de una sola persona. Si bien el objetivo era el mismo, las razones eran completamente distintas y era ahí donde todo variaba. Smog Mirov estaba dispuesto a asesinar a su amigo de la infancia, Marian necesitaba escuchar la realidad en los labios de ese hombre que por tanto tiempo se hizo pasar por su padre.
—Que tengas un buen sueño —dijo Velikov y se retiró.
—Gracias.
...
Sarasay recorría los pasillos de la nave en una ultima inspección. Notó la puerta abierta del nuevo tripulante, sus hombros caídos con sus codos presionando sobre sus muslos mostraban un estado de preocupación que le removió un poco. Se compuso pues recordaba las palabras de Marian con claridad y le intrigaba saber qué clase de ayuda podría proporcionar alguien tan simple como él.
—¡Hey! Iniciaremos el periodo, deberías acomodarte si no quieres que te duela cada pedazo de tu cuerpo al despertar. —exclamó Sarasay desde la entrada.
Zel observó a la mujer por un instante en el que sacó todo el aire de sus pulmones, había estado pensado solo en Yuri y eso le empezaba a agotar.
—Gracias por la advertencia —respondió.
Notó su mirada cansada, su animo decaído. Apenas había llegado estaba a la defensa pero al verlo ah{i, esa defensa se cayó como un castillo de naipes, no ten{ia razón para escudarse, ella prefirió seguir su camino y velar que el resto de las puertas yacían cerradas. Escuchó la puerta de Zel sellarse, le generó cierto escalofrío.
Se adentró en su habitación junto con Careen quien ya estaba más que listo para un sueño de muchos días. La miró con una sonrisa picarona que se perdió al notar la intranquilidad en la mirada de su compañera. No pudo evitar acercarse y hacer que lo mirase dnadole cierto calor que empezaba a perderse. Sarasay notó que las luces de la habitación comenzaron a atenuarse.
—Pronto —murmuró Careen.
Ella tan solo asintió con la cabeza.
—No me dirás que te ocurre —afirmó.
—Será una larga discusión, no tenemos tiempo —respondió.
—Me lo dirás cuando despertemos.
—Es un hecho.
...
Abel se dejó caer sobre la almohada, resopló y cerró los ojos. No tenía sueño ni deseos de estar ahí. Estaba más intranquilo que de costumbre. Se levantó sin poder contenerse así que se fue directo a la puerta con toda intención de salir de ahí. Al abrirla notó que Maxiliam estaba ahí.
—¿No puedes dormir? —preguntó Maxiliam.
—Me incomoda saber que dormiré por mucho tiempo —respondió el piloto—. Preferiría navegar la nave.
—Vamos —dijo Maxiliam con un leve movimiento de cabeza.
El par se movió hasta la cabina principal. Las luces yacían apagadas y solo el tablero estaba encendido. La IA de la nave manejaba y trazaba el rumbo del vuelo.
—Sí, esto es lo que deseaba ver —dijo resignado—. Lo extrañaré.
—Calma, no dormiremos por tanto tiempo. Nuestro cuerpo lo sentirá como si solo pasara un día. —comentó Maxiliam.
—Sé que es tu zona, Max, pero aun estoy dudoso de todo esto. —comentó.
—Yo también lo estoy, y se trata de mi zona. Creo que prefiero quedarme en un planeta y echar raíces —se burló—, pero también entiendo porque mi madre y mi tío amaban estar en el espacio. Igual que tú.
—¿Yo?
—Sí, esto es lo que amas. Lo entiendo. Estaba pensando en lo que haré al regresar y definitivamente no pienso tocar una nave otra vez, me gusta hacerlas, crearlas y ver que su sistema sea útil, más no soy fanático de vivir en una ¿Tu que harás? —preguntó observando a su amigo.
—No lo había pensado —dijo y negó con la cabeza—, creo que esperaré a estar en ese momento.
—Ya —musitó.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por calmarme. Sí, necesitaba esto. —comentó.
—Por favor no te pongas sentimental —lanzó Maxiliam con sorna.
Abel carcajeó ante la ocurrencia, pero era una risa fingida que no llegaba a alegrarlo y sin embargo Maxiliam no pareció notarlo. Lo secundó y ambos se rieron hasta que el primero decidió retirarse.
—Es hora de regresar, nos vemos en un día. —Se burló.
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