Capítulo 1. Cerca de Valfart
Valfart se encontraba al norte de Alemania, lejos de todo contacto humano. Pocos se atrevían a explorar el salvaje bosque que rodeaba el reino de los vampiros; conocido como el bosque de los caídos y más allá el bosque de fuego.
Llegar en auto era inimaginable debido a las traicioneras colinas y los caminos hoscos e inhóspitos. El aterrizar en algún transporte aéreo ni si quiera estaba como opción porque una vez ingresando a través de la neblina, todo desaparecía. Los vampiros que se encargaban de la seguridad destrozaban cualquier vehículo de transporte aéreo. Eso fue lo último de lo que me enteré antes de abandonar Valfart hace años, cuando las Draconias decidieron dar un golpe de estado.
Estaba en mis temperaturas frías, deseaba quitarme la camisa que llevaba, pero...
—¡Gastón! ¿Cuántos malditos kilómetros faltan?
La voz de Nora estaba a punto de perforarme el cráneo, dudé en si dejarla seguir con vida y demostrarle que si fastidia a un vampiro la llevaría a la presencia de la muerte.
En este caso, a mi hermano.
Rodeé los ojos y giré por milésima vez para callarla.
—Será mejor que guardes silencio antes de que decida matarte por provocar una avalancha por tus gritos. No estoy bromeando.
Janis detuvo a Nora antes de que abriera la boca. Desquiciante humana rubia.
Max colocó un brazo frente a ellas como si se tratara de alguna extraña protección ante mí. Arqueé una ceja y avanzó para que quedáramos de frente.
—Creo que deberíamos de acampar en algún lugar y revisar el plan que tienes.
—El plan es que yo ingrese solo a Valfart, y ustedes se queden en algún pueblo.
—Mi hermana está allá metida.
—Con monstruos —contraataqué a punto de romper mi pacto de no dañar a Max—. Ustedes son un estorbo. Y si los traje es porque mis hermanos pueden recurrir a ustedes para alguna manipulación. Aparte, si tenemos algún contratiempo con Maddy tal vez ustedes pueda ayudar más que yo.
—¿A qué te refieres con contratiempo? —inquiere Janis, desde mi posición me daba cuenta como su cuerpo temblaba por el frío.
Por alguna razón la asiática me agradaba, era la que menos protestaba de todos y eso me gustaba, aunque por alguna razón, seguía sintiendo una vibra extraña. El silencio me encantaba al mismo tiempo que los gritos de las víctimas que ruegan ser perdonadas antes de ser asesinadas.
—Busquemos un lugar para que acampen.
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Venir con gente tan vulnerable y poca cosa como los humanos era un riesgo de gran calibre. Su aroma era inconfundible, el hierro en su sangre me llamaba y tuve que contenerme para no terminar haciendo algo que me alejara para siempre de Maddy.
Lejos de ellos destrocé un tronco de un pino por la impotencia que hacía vibrar cada músculo de mi cuerpo. Necesitaba alimentarme, sentía cada vez más seca la garganta.
El hundimiento de la nieve la escuché a metros, su aroma despedía algo similar al de ella, pero con testosterona de por medio. Miré sobre mi hombro a Max, lanzándome una mirada de pocos amigos.
Si supiera realmente a quién se dirigía esa mirada irrespetuosa desapareciera por el puto miedo. Así son los humanos, aparte de poseer una fuerza inferior eran miedosos y con un sentido por la supervivencia escasa.
—Les dije que se encargaran de las tiendas.
—Ya las armé para ellas. Pero quiero hablar contigo.
La garganta la tenía seca, y su sangre no olía para nada mal. Tomé distancia, no era un maldito inexperto para no controlar mis instintos.
—¿Qué es lo que quieres? —preferí darle la espalda.
Hubo un silencio que me brindó una paz efímera. El viento soplaba aire gélido y me dediqué a contemplar el baile de las copas de los pinos.
—Quiero saber la verdad, Gastón.
¿Por qué los humanos era tan irritantes? ¿Por qué necesitaban respuestas para todo? Era un fastidio tener que dar explicaciones cuando para mí no tiene porque haberlas, es más, no deben de exigírmelas.
Maddy me desafió un sinfín de veces y la mayoría con hambre de respuestas. Ella derrumbaba toda intensión de tratarla como lo que era, una humana, sin embargo, Maddy nunca lo fue.
Ella era diferente, era mi Maddy. Y la deseaba de regreso.
—Es mejor que te mantengas ignorante.
—Es imposible para mí seguir esa opción. ¿Qué eres? Porque me queda claro que humano no.
Mi oído detectaba la presencia de un jabalí a sesenta metros, buen aperitivo para empezar.
—Max, creo que lo mejor es que ustedes se regresen, como lo he dicho.
—No sin mi hermana.
—Yo iré por ella, te lo aseguro.
—¿Por qué eres tan diferente? Tu apariencia es humana, pero no lo eres.
—Max —gruñí entre dientes—. No voy a repetir lo que dije. Será mejor que acates mis órdenes.
Me atreví a mirarlo en esta ocasión y mi cuñado permanecía de pie, sin miedo, temple ante mi presencia. Nuestras miradas se debatían a un duelo silencioso y debo de admitir que sus agallas eran dignas, estúpidas, pero dignas.
—Ya estamos aquí y no te dejaremos con esto.
—No necesito de ayuda, yo sé qué hacer.
—Gastón...
—Max, es por el bien de Maddy —repliqué con fastidio—. No voy a ponerlos más en riesgo.
El silencio de Max me estaba jalando los colmillos.
—Entonces dime la verdad y me llevaré a las chicas lejos, como tú lo dices.
Chité totalmente indignado por su intento.
—Eso es chantaje, pierdes tu tiempo.
—Pues es la única opción que tienes para convencerme de dejarte solo.
Cruzó los brazos por su pecho y me desafió con la mirada. Su cabello era negro, pero era la viva imagen de Maddy cada vez que me provocaba.
La garganta me escocía y el jabalí se alejaba.
—Tienes razón... —susurré, volviéndole a dar la espalda—. No soy humano. Soy algo peor.
—¿Eso qué significa?
Cerré mis ojos para aferrarme a la última hebra de mi cordura decente. Mi instinto me gritaba que me alimentara de él, que le destrozara la garganta para devorar toda su sangre. La idea era seductora y el filo de mis uñas surgía de solo imaginar la delicia de su sangre llenándome la garganta.
Proferí un gruñido por debajo. Miré el cielo, la brisa se detuvo y el silencio se hizo más profundo, era como una señal para escucharme claro y fuerte ante mi decisión de confesar mi verdadera identidad.
—Soy... —carraspeé—. Soy un vampiro, el vampiro de la destrucción.
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