Capítulo único
Miró la fila de palitos blancos sobre la encimera del baño. Ocho en total y todos daban la misma respuesta. Estudió su rostro en el espejo, pálida e impávida. Se sostuvo al borde del lavabo cuando sintió como la boca se le llenaba de saliva y la bilis subir con rapidez por su garganta. Se arrojó sobre el inodoro y con la cabeza gacha expulsó todo el desayuno con grandes arcadas, que humedecieron sus ojos y le hicieron sudar frío.
Sintió unos golpes en la puerta.
—¿Chloé? —la voz de su esposo se filtró a través de sus arcadas violentas.
—¡Ya salgo! —respondió con dificultad.
Devolvió la cabeza al inodoro.
—¿Chloé, te encuentras bien? —la voz de Adrien se escuchaba angustiada.
Los golpes en la puerta se hicieron más insistentes, más molestos.
—¡Dije que ya salgo! —volvió a gritar.
Dejó caer la cabeza a un lado del inodoro una vez su estómago estuvo completamente vacío.
Respiró profundo para controlar las incontrolables ganas de seguir vomitando.
Gimoteo por lo bajo y cerró los ojos cansada.
Ocho positivos debía de ser algo bueno, pero ¿cómo lo tomaría su esposo?
Se suponía que ya no lo intentarían. Habían dejado la ilusión atrás. Ya se habían hecho a la idea de que no podrían ser padres y por ello, su esposo había aceptado la oferta de trabajo para irse de la ciudad buscando algo mejor para ambos. Ella misma había puesto en marcha sus propios planes de trabajo para mantener su mente ocupada. En ese momento estaban emprendiendo un camino listos para la aventura con viajes por todo el mundo como manera de sobrellevar la herida que ambos cargaban. Sin embargo, ahora todo había cambiado... Otra vez.
¿Cómo le daría la noticia? ¿Cómo le diría que estaba embarazada y por ello todo lo que habían planeado se iría al traste? Se llevó una mano inconsciente al vientre.
¿Siquiera sabía ella misma qué sería de su vida a partir de ese momento? No quería destruir el nuevo sueño de su esposo. Estaba ilusionado con su nuevo puesto de trabajo, haciendo planes llenos de anhelos y un bebé no estaba en ellos. No ahora. No cuándo ya habían superado el momento. No cuando las heridas por fin habían logrado cerrarse un poco.
Ni ella misma cabía en su asombro. Todavía se sentía entumecida por la noticia. No obstante, algo muy dentro de su corazón estaba rebosante de alegría o quizá era la adrenalina, no sabía a ciencia cierta y tampoco le importaba demasiado. Lo que le rondaba la mente iba más allá de la situación, comenzaba a sentirse desorientada. Había estado en la oscuridad una vez y no quería volver allí por nada del mundo. ¿Y sí todo volvía a salir mal?
Los golpes en la puerta del baño la sacaron de sus cavilaciones. La voz de su esposo se oía preocupada y muy angustiada. Lo menos que pretendía era asustarlo.
Se levantó con algo de dificultad del suelo y tiró la cadena del retrete. Se acercó al lavabo para lavar sus dientes y su rostro pálido. Observó una vez más aquella pruebas de embarazo y decidió tirarlas a la basura. Aún tenía que planear cómo revelar la noticia.
Dejó escapar un largo suspiro.
Guardó todas aquellas pruebas de embarazo que le daban la bienvenida al club de los padres en una bolsa de papel con rapidez y los lanzó al tacho de la basura. Se dió una cátedra mental llena de ánimos antes de salir del baño e ir a calmar a su marido... Aunque sus propios miedos comenzaban a clavar sus uñas por dentro.
***
Se mantuvo distraída mientras hacía las maletas. Ni siquiera estaba al pendiente de lo que estaba empacando. Solo movía las manos de forma mecánica mientras su mirada estaba absorta en un punto en la moqueta del piso de la habitación.
La noticia de que iba a ser madre la había trastocado un poco y había sacado a relucir un montón de heridas que pensó había dejado enterradas.
Los recuerdos dolorosos estaban haciendo estragos en su mente y en su corazón, y no se sentía preparada para compartirlo con nadie. Ni siquiera con su marido. La sola idea de emitir aquella pesadilla en voz alta, era impensable. Ambos habían estado al borde de la locura, no permitiría que volvieran ahí nuevamente. Habían sufrido las consecuencias de un doloroso hecho que casi los había destruído a ambos. Así que, revivir todo aquello era inimaginable.
Sin embargo, a través del miedo y la melancolía de sus pensamientos, también se estaba colando las ansias. Ansias por volver a intentarlo. Por darse una nueva oportunidad.
Bajó la mirada. Dejó la prenda que tenía entre manos a un lado y puso, casi con titubeo, los dedos sobre su vientre. Acarició suavemente a través de la tela del vestido.
Había vida otra vez creciendo en su interior y, no había miedo más grande que volver a perderla.
Cuando pestañeo, un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Se apresuró a limpiarlas y a guardar la calma cuando el nudo tremendo en su garganta, amenazaba con ahogarla y romperla. No podía romperse en ese momento.
Respiró profundo, justo a tiempo para cuando su marido entró a la habitación.
Desvió la mirada y se dispuso a seguir empacando. Debía de tener su maleta lista aquella tarde antes de ir a cenar con sus suegros. Se irían de vacaciones por una temporada, para alejarse del estrés de la ciudad y, a la vez, celebrar los nuevos proyectos que ambos habían planificado para el futuro... uno muy diferente al que debía enfrentarse ahora.
—¿Te encuentras bien? — preguntó, Adrien desde la otra punta de la habitación.
Levantó la mirada y ocultó su aprehensión bajo una sonrisa.
—Sí — mintió. Sacudió la cabeza un poco, mostrando una diversión que no sentía en lo absoluto —. Solo estaba pensando en el trabajo. Ya sabes, hay demasiadas cosas que debo hacer.
Él asintió, con el rostro serio y una mirada recelosa sobre su esposa.
Chloé se concentró en seguir con su tarea, aún teniendo la mirada atenta sobre ella. Intentó mantener el lenguaje corporal simple y natural, pero cada minuto que pasaba bajo el escrutinio de su marido era complicado. Se sentía una mentirosa, con un gran secreto bajo el tapete. Con un miedo dividido demasiado enorme.
Apresuró el empaque de la ropa y luego se levantó para cerrar la maleta y arrastrarla fuera de la habitación. Antes de llegar a la puerta, un par de brazos fuertes le rodearon la cintura y un pecho cálido y duro se le pegó a la espalda.
Se puso tensa sin pretenderlo. No emitió palabra alguna, cuando él se inclinó para que soltara el asa de la maleta y, luego, con delicadeza la hizo volverse hacia él.
Mantuvo la mirada gacha, sin tener el valor de mirarlo a los ojos.
Él se tomó el tiempo de erguir sus hombros con delicadeza, acomodar su cabello largo por detrás de los hombros y, finalmente, tomarle el mentón para que sus ojos pudieran encontrarse.
—Sea cual sea el problema, puedes contar conmigo, cielo — le dijo en un tono tan suave que le acarició la piel con delicadeza.
La preocupación en los ojos de su marido le dio ganas de llorar. Se contuvo de hacerlo, no estaba preparada para afrontar del todo la realidad.
—No es nada — afirmó y sonrió un poquito—. En serio que no.
Los ojos inquisitivos de Adrien estuvieron explorando los suyos por un puñado de segundos que les pareció eternos. Era visto que no le creía ni un ápice, pero no lo culpaba. No había impregnado la veracidad ni vehemencia necesaria en su palabras para que le creyera.
Contuvo un suspiro mientras la mentira flotaba sobre ellos.
Al final, cuando no puedo conterse mucho más, acortó el espacio que los separaba y lo abrazó. Era lo único que podía hacer en ese momento. Y, era lo único que realmente necesitaba. No quería hablar y menos aún asustarlo, ni revivir fantasmas del pasado. Ladeo la cabeza y puso su oreja justo en el punto donde podía oír el latir del corazón de su esposo. Cerró los ojos con fuerza.
Los brazos de su marido no tardaron en rodearle. Mientras que una mano la mantenía sobre su espalda, otra se posaba en su nuca, acariciándole de forma pausada y delicada el cabello.
Se aferró con más fuerte a él y se mordió el labio inferior cuando le comenzó a temblar con violencia. No iba a llorar. No lo haría. Solo debía aguardar un poco, solo un poquito.
Él suspiró observándola.
No sabía qué ocurría y estaba realmente intranquilo por ello. Desde hace un par de días que la veía más callada, reservada e incluso podía observar el temor en sus ojos. Estaba realmente preocupado viéndola en silencio. Pero no quería presionarla, al menos no por ahora. Había aprendido la lección hace mucho tiempo. Forzarla a contarle algo para lo que no estaba preparada, solo haría que se encerrara en sí misma. Que lo esquivara . Y él no podría permitirle, ni permitirse así mismo, pasar por eso otra vez. No podía volver a tolerar que lo apartara nuevamente. Le beso la coronilla y se mantuvo en silencio, abrazándola. Esperaría con paciencia. Era lo único que podía hacer por ahora. Consolarla en el mutismo y, demostrarle en silencio que la amaba.
***
La cena en casa de sus suegros era tensa, al menos por su parte.
Aunque la voz amigable de Nathalie, su suegra y madrastra de su esposo, tratando de llevar una conversación suave sobre la mesa, la reconfortaba un poco.
No había logrado apartar la ansiedad de su sistema como tampoco había logrado decirle lo que sucedía, porque el pánico por lo que pudiera ocurrir la abrumaba. Esa era la verdad. Una que había comprendido mientras estaba al borde de las lágrimas abrazando a su esposo y que intentaba ahogar cada vez que se avecinaba en su mente desde que la noticia había llegado a ella: ¿Qué tal si él la rechazaba? No tenía garantía de que él quisiera volver a pasar por lo mismo. Ni ella estaba segura, a pesar de querer intentarlo con todas sus fuerzas, de que aquello era lo correcto. Quería ser madre con todas sus fuerzas, con cada ápice de su corazón lastimado. Pero de solo pensar que pudiera volver a pasar por el dolor de la pérdida, se le hacía insoportable. Como si una gran piedra se le clavara en el pecho. No, claro que no quería volver a la oscuridad de aquello de nuevo. Era impensable... sin mencionar otro asunto. ¿Qué pasaría con todos los planes que tenían? ¿Qué ocurriría con los objetivos de su marido? ¿Y si lo volvían a intentar y fallaban en el camino? ¿Podrían volver a reponerse del dolor otra vez?
—Creo que esta será la oportunidad perfecta para ambos —afirmó Nathalie, distrayendola levemente del hilo de sus pensamientos —. Les ayudará a probar el mundo y a crecer como pareja. Tienen mucho que ver y experimentar. Me encanta que tengan esta oportunidad de emprender este viaje juntos.
Adrien le sonrió a su madrastra y tomó la mano de su esposa por encima la mesa.
Chloé se encontraba jugando con la comida en su plato, absorta en sus propios pensamientos.
—¿Hay algún problema? —inquirió Nathalie, mirando a Chloé con una mirada inquisitiva.
La joven levantó la mirada al sentir el apretón de su marido en la mano y los miró a ambos. Forzó una sonrisa apretada y para nada sincera.
—¿No te gustó? — volvió a preguntar su suegra, viendo el plato casi intacto de la chica.
—No. Digo, sí —contestó con torpeza atropellada —. Es solo que no me he sentido bien del estómago.
Técnicamente no había mentido. Cada cosa que comía terminaban en el retrete y aunque sabía que debía esforzarse el doble por comer un poco por el bien de la vida que mantenía en su interior, no tenía ganas de comer. No con las ansias que cargaba. ¿Cómo le contaría? ¿Cuándo lo haría? ¿La odiaría? ¿Le reprocharia por estropear sus planes?
Tragó con fuerza y mantuvo la sonrisa estandarizada. No. Ahora no era el momento.
—Oh, querida — Nathalie le dedicó un mirada dulce —.Quizá solo sean los nervios. Debes de mantener la calma. Es normal sentirse ansiosa por el viaje y en especial por los cambios que se les avecinan.
«Cambios» la palabra repercutió en su interior con fuerza. Sí, en su vida de avecinaban muchos cambios. Aunque no sabía si podría afrontarlos.
Se limitó a asentir y sonreír lo más genuinamente posible. Sentía el corazón en la garganta, un nuevo nudo en el estómago y la mirada de su esposo sobre ella.
—Nervios —resopló Gabriel, su suegro, desde el otro lado de la mesa —. Solo a ustedes, mujeres, les da miedo cruzar un charco de agua para ir al otro lado del mundo.
Nathalie palmeo un par de veces la mano de su esposo por encima de la mesa y negó suavemente con la cabeza.
Chloé desvío la mirada y levantó su copa para tomar un trago de agua.
—Nervios es saber que serás padre sin prepararte — agregó de sopetón su suegro, haciendo que se ahogara y empezara a toser y escupir agua alterada.
Sus sorpresivas palabras la tomó de imprevisto..
Dejó la copa de golpe en la mesa y se llevó una mano a la boca.
—¡Papá! — exclamó Adrien, poniéndose de pie para ayudar a su mujer.
Le lanzó una mirada de reproche a su padre. Sabía que el tema sobre los hijos era delicado, en especial para su esposa que había recibido tantas decepciones en los últimos años y el dolor que había conllevado un momento difícil que habían mantenido en secreto. No había sido fácil afrontarlo en su momento y tampoco ahora. Y al menos, a sus padres, jamás les había contado la verdad sobre el período donde sus vidas habían quedado perdidas.
Chloé tosió y jadeó sin parar, tratando de tomar aire y calmarse. Aceptó la servilleta que Nathalie le tendió para secarse la barbilla, con una mirada de disculpa.
Gabriel una vez más sacaba a relucir su pedido de ser abuelo. Siempre que podía lo hacía y cada vez que pasaba, terminaba en discusión con su hijo. Y al parecer, esta no iba hacer la excepción.
—¿Qué? Solo les digo que deben prepararse —apostilló Gabriel —. Ser padres jamás es fácil.
—Bueno, eso no va a pasar —declaró Adrien con sequedad y también algo de melancolía en su voz —. Así que olvida la absurda idea de ser abuelo.
Gabriel gruñó por lo bajo viendo a su nuera e hijo.
—¡Nietos! ¡Eso es lo que quiero! Pero ni tú ni tus hermanos quieren darme ese privilegio.
—Amira es demasiado joven para criar niños —declaró, Adrien.
—Pero ustedes dos ya están en edad de criarlos. Entran a los treinta, es hora que se asienten con una familia— masculló, Gabriel.
Adrien se limitó a mirarlo con ira, casi rozando la exasperación.
Mientras Chloé aún trataba de contenerse. Empezó a sentir miedo. Con el corazón latiendo apresurado en su pecho y un vacío en el estómago que solo le daban ganas de ir a devolver al baño, lo poco y nada que había logrado ingerir. Iba a ser madre. Estaba embarazada y le daba un miedo terrible contárselo a su esposo. Aún escuchando el pedido de su suegro respecto a los hijos.
—Gabriel — reprendió su esposa, tratando de aligerar el ambiente repentinamente tenso—, no seas tan molesto con los chicos. Ellos tienen prioridades distintas a las que nosotros teníamos cuándo éramos jóvenes.
—Prioridades —bramó gesticulando con la mano —. Prioridad es tener familia. Me estoy haciendo viejo, Nathalie. Quiero consentir a mis nietos ahora y no cuando este con bastones. Pero claro, nuestro querido hijo no lo entiende.
—Chloé y yo, estamos felices tal y cómo estamos —afirmó Adrien con voz seca y determinante —. No queremos a ser padres. Asique, te lo pido por favor, deja el tema por la paz.
El alma de Chloé cayó a sus pies. La vehemencia con la que su esposo había dicho aquellas palabras le heló la sangre. Sintió el estómago darle un revés y la distorsión de la discusión a su alrededor cuando la bilis empezó a subir por su garganta.
—Querida, ¿te encuentras bien? — preguntó Nathalie, con preocupación al ver la repentina palidez en el rostro de su nuera.
Chloé se levantó con urgencia, empujando a su marido a un lado y corriendo lo más rápido que pudo al baño. Las tres personas presentes en la mesa, se levantaron con celeridad para seguirla, preocupados.
Adrien fue el primero en llegar y ver a Chloé con la cabeza dentro del inodoro vomitando con violencia. Se acercó hasta ella y le apartó el cabello del rostro sosteniéndolo por detrás de los hombros, mientras sobaba su espalda despacio en círculos amplios.
Sus padres, se quedaron en el umbral del cuarto de baño, mirando la escena con preocupación.
Levantó la mirada y enfrentó a su padre.
—¡Todo esto es tu culpa! —acusó, molesto —. Nos has presionado demasiado ¡Entiende que no vamos a ser padres!
—¡No me culpes! Chloé dijo que ya se sentía mal desde antes —replicó su padre —. Además, no están tan jóvenes. Si no las presiono yo, nadie lo hará. Se harán viejos y no tendrán hijos.
—¿Por qué no le pides nietos a Félix y dejas de molestar? —escupió, enojado.
—Bien sabes que no se ha casado — repuso su padre.
—¡Ah! pero si anda de ligue en ligue ¿cierto? Pues que le pida un puto hijo a una de sus noviecitas —vociferó con ira, frotando la espalda de su esposa y sosteniéndole el cabello—. Le serviría para madurar y de paso, te quitas las ganas de ser abuelo.
Gabriel iba a replicar con el mismo enojo que su hijo, pero su esposa intervino.
—¡Ya basta! —gritó Nathalie, exasperada — ¿No están viendo qué la lían mucho más?
Intentó tirar del brazo de su esposo para apartarlo del umbral de la puerta y llevarlo hasta otra habitación, pero Gabriel se mantuvo firme y tan obtuso como siempre.
—Yo no, mamá: Quién la lía aquí es mi padre que no entiende mi posición —se defendió.
Chloé se recargó en el borde del retrete y limpió su boca con el dorso de la mano. Escuchó la discusión de Adrien con su padre. La presión en su pecho fue bastante grande para hacer que un sollozo escapara de su boca. La verdad estaba pasándole factura. Estaba carcomiéndola por dentro igual que el miedo.
—¡Y ahora la has hecho llorar! — reclamó.
—¡Deja de culparme por todo! ¡No sé porque esta llorando tu esposa!
—¡Basta! —el gritó de Chloé los dejó a todos atónitos —¡Basta de discutir!
Repitió.
Su voz sonó rota. Se sentía débil. ¿La odiaría su marido cuando se enterara?
Se levantó a duras penas con la cara manchada en lágrimas. Bajó la tapa del retrete y se sentó sobre ella. Afirmó ambos codos sobre sus rodillas y enterró su rostro entre la palma de sus manos. Había hecho planes. Habían superado el momento. Habían sufrido una pérdida, pero de alguna milagrosa forma habían salido adelante. Juntos. Aún dolía en su interior recordar, aunque como había dicho su padre: cada día que pasara demostraría que seguía con vida y el dolor se desvanecería un poquito más. Jamás se iría por completo, pero sí aprendería a vivir con el.
Y lo había hecho. Había aprendido a vivir con el dolor. Pero, ¿qué haría ahora que los miedos se habían multiplicado? ¿De verdad esto era buena idea? No podía pensar en volver a vivir el sufrimiento de nuevo. No podría sobrevivir en esa ocasión. ¿Sería Adrien igual de fuerte como para estar a su lado otra vez? Una vez más...
El silencio del lugar solo lo cortaba unos pequeños sollozos de su parte.
—Cielo —susurró Adrien, para llamar su atención.
Su tono rezumaba preocupación.
Chloé respiró profundo y levantó la mirada para enfrentar a su esposo. Y lo supo, supo que ese era el momento.
—Estoy embarazada —confesó en voz baja, entrecortada.
Se escuchó una exclamación ahogada de parte de sus suegros.
El turno de ponerse pálido ahora fue de Adrien.
—Sé que esto lo cambia todo —prosiguió hablando, conteniendo otra marea de lágrimas que peligraban por salir. Lo miró fijamente a los ojos —. Y ni siquiera sé si soy lo suficientemente fuerte para intentarlo otra vez — tragó en un intento de no llorar — Pero... pero estoy embarazada y vamos a ser padres.
El silencio tomó la habitación. Era pesado y casi asfixiante. La mueca de pasmo en el rostro de su marido, sólo lograba empeorar su estado. Pero, lo que más le preocupaba era la falta de reacción más que la mirada perdida que le dedicaba. Trago con fuerza a la espera de algo, lo que fuera, pero con el pasar de los agonizantes segundos nada ocurrió.
La primera en reaccionar fue su suegra.
—¡Oh, cielo! ¡Eso es una bendición! — exclamó, Nathalie, de corazón.
Se internó en el baño, se acercó hasta su nuera y la abrazó, llevada por la efusividad del momento y la incomodidad que se respiraba.
Mientras Chloé jamás separó la mirada de la de su esposo.
Cuando Gabriel salió de su estupefacción soltó una risotada divertida y dio un pasos al frente para darle una palmada amable en la espalda a su hijo inmóvil.
Estaba atónito, mareado y todo a su alrededor empezó a dar vueltas violentas. No podía apartar los ojos de su esposa, pero por más que intentó mantenerse erguido, no lo logró. Y antes de poder evitarlo, todo su mundo comenzó a volverse oscuro.
—Oh, mierda — maldijo por lo bajo.
Antes de tambalearse y caer al piso desmayado.
***
La brisa marina mecía los visillos con suavidad. El sonido del mar se colaba por la ventana y el agradable sol iluminaba la habitación blanca e impoluta. Se sintió perdido y a la vez se encontró en casa. Había un aroma dulce que le envolvió e hizo que todos sus nervios se calmaran. Era un olor a primavera, a inocencia, tranquilidad y a... bebé.
Sonrió.
La habitación olía a bebé.
Un llanto agudo y algo molesto interrumpió. Bajó la mirada hasta la mullida cama. En el fondo sabía a quién pertenecía ese llanto, pero aún así no pudo evitar paralizarse al verla. Una matita de pelo rubio sobresalía bajo la cobija rosa en medio de la cama.
Unas manitos pequeñas, casi diminutas, se movían mostrando su inconformidad en un llanto enojado y disconforme por la falta de atención. Algo dentro de él dolió. Se acercó un poco más y aquel dolor lo destrozó por completo. Una mirada azul cristalina e inocente le dio la bienvenida.
Era hermosa.
Bellísima.
Era la perfección envuelta en rosa. Con sus mejillas regordetas y sonrosadas y la clara llamada que le indicaba que quería atención. Que la reclamaba, no que la pedía. Las lágrimas quemaron tras sus párpados y luego dejó que se deslizaran por sus mejillas. Sonrió en medio del llanto y tembloroso, se acercó para tomarla entre sus brazos. Con delicado toque la atrajo hasta su pecho y ella dejó de llorar, aunque él no pudo hacerlo.
La observó dar un tierno bostezo y llevarse aquella mano diminuta hecha un pequeño puño a la boca. La arrulló en la tranquilidad del silencio, perdiéndose en esos enormes y profundos ojos azules llenos de inocencia.
Sonrió mientras estudiaba su perfecto rostro. Con sus perfectos ojos acompañado de largas y espesas pestañas y sus perfectos gestos.
Su nariz pequeña y, sus perfectas mejillas sonrosadas.
Era tan pequeña, tan delicada y tan hermosa.
Era perfecta...
***
Primero vino el sonido distorsionado, luego un fuerte aroma que molestaba su nariz, seguido de un mareo al abrir los ojos tratando de enfocar todo a su alrededor.
Lo primero que enfocó fue el rostro de su esposa, que lo estudiaba llenó de preocupación. En primera instancia no entendió nada, hasta que los recuerdos le vinieron a la mente como una bofetada y entonces lo recordó. Se incorporó de golpe, tratando de ubicarse y reconoció la sala de estar de la casa de sus padres.
Chloé dejó caer la mano con una bolita de algodón y tiró sobre la mesa de café a su lado. Estaba arrodillada en el piso, por lo que se incorporó y se sentó al lado de su esposo en silencio.
Adrien se pasó las manos por el rostro y pestañeo repetitivamente para aclarar sus ideas.
—Lo siento mucho — murmuró, Chloé, con la mirada gacha y jugando nerviosamente con las manos en su regazo.
Adrien suspiró y dejó caer el brazo. Estaba en shock y lo estaría por un buen rato aún. Una noticia de ese tamaño, teniendo en cuenta su historia, era difícil de procesar de sopetón.
—Tenías tantos planes — susurró algo avergonzada. Triste, incluso —. Lamento estropearte todo.
Al escucharla se sintió mal. Era un dolor que escocía. Estaba dejando que la cabecita de su esposa divagara en pensamientos estúpidos; Como el que pensara qué se enfadaría por la noticia.
—Mírame — demandó en voz un poco más ruda de lo que hubiera pretendido.
Vio a su esposa negar suavemente.
Ahora entendía su manera de actuar de los últimos días. Es más, ahora comprendía su estado pensativo y aquellos ojos suyos llenos de dolor, que intentaba ocultar tras una sonrisa. En ese instante todo tenía sentido. Y todo volvía a doler. Porque sabía, muy en su interior, que ella estaba sufriendo.
—No lo diré otra vez — repitió.
¿Qué tal si la odiaba y había solo repulsión en su rostro? No estaba segura si quería averiguarlo. No podría reponerse sí la aborrecía. Tomó una gran exaltación para darse el valor para mirar a su marido, pero no levantó la mirada, temerosa de lo que podía encontrar en sus ojos.
Adrien suspiró y tomó el mentón de su mujer con delicadeza hasta que sus ojos se encontraron. Acunó el rostro de su esposa entre las palmas de sus manos y con los pulgares limpió sus mejillas, deteniendo algunas lágrimas que tenían el descaro de manchar el hermoso rostro de su ángel.
—¿Por qué lloras? — inquirió fundiendo sus miradas.
—Por qué arruine tus planes — murmuró, Chloé.
Adrien sonrió con cariño y mucha, mucha dulzura.
—Cielo, mi único e ideal plan eres tú — se acercó y le dio un beso pausado y concienzudo. Recalcando aquella confesión —. No importa que nos traiga la vida o dónde nos lleve, si es contigo, lo quiero todo.
Un sollozo borbotó de sus labios sin poder evitarlo. Y el cúmulo de lágrimas siguió surcando su rostro sin restricción. Sentía que cada emoción la desbordaba. Como si el momento de parecer y aparentar mantenerse fuerte, se hubiera esfumado.
—¿No estás molesto? — preguntó despacio, tragando con dificultad.
Adrien soltó una pequeña risa y bajó una de sus manos hasta el vientre de su esposa.
Chloé dejó de respirar un segundo.
—Ya lo dije, cielo— repitió y le dio un piquito en los labios —: Contigo lo quiero todo. Y si tenemos que repetir todo una vez más, lo haré a tu lado y sin mirar consecuencias. Juntos, Chloé. Vamos a lograrlo juntos — se separó un poquito para mirarla profundamente a los ojos —. Si esta princesa que viene en camino es nuestro destino, no soy nadie para decirle a la vida que está mal.
Ella se derritió al escucharlo. Eran palabras perfectas, que retiraban un poco de peso sobre sus hombros, y que hizo del momento perfecto. Dolió pensar en miles de posibilidades, en terminar igual que rota como ya lo había estado. No quería ni podría volver al oscuro lugar donde con esfuerzo había salido. ¿Y si fallaba otra vez?
—Vamos a estar bien — afirmó, levantándole el mentón para que ella le mirara una vez más.
Ella tragó y otra ronda de lágrimas se deslizaron. Levantó las manos y las pasó por el cuello de esposo para abrazarlo. Lloró y él se dedicó a consolarla en silencio.
—Está vez será diferente — le susurró en su oído.
Tenía su propio nudo en la garganta. Iba a ser padre. Había parte de él creciendo en el interior de su esposa. Había hecho vida a base del amor que se profesaban y agradecía al cielo por ello. La primera vez había dolido, pero salieron adelante. Ahora eran más fuertes juntos, y aunque el miedo tensaba su corazón, no podía evitar que el anhelo que se apropiara del momento y de su vida. Sería más fuerte. Por su mujer y por su hija. Por ambas.
Chloé asintió a las palabras de su esposo. Está vez sería diferente. Una nueva oportunidad y una nueva vida a quien amar. Podría lograrlo si se mantenían juntos. Firmes. Estaba dispuesta a pelear por esta vida, por su marido y por ser feliz.
—Esta vez será diferente — repitió ella en voz baja, luego de un rato.
Deshizo el abrazo y miró a su esposo. Le sonrió con el rostro manchado de lágrimas y supo que todo estaría bien. Podía verlo en su mirada y en la determinación de sus rasgos. Estarían bien de alguna forma. Le besó despacio y, luego de un instante, cayó en cuenta de un detalle de las palabras de su esposo que había pasado por alto. Se separó un poco de sus labios y encarnó las cejas confundida.
—¿Princesa? — preguntó con una pequeña sonrisa surcando sus labios..
Su marido negó imperceptible con la cabeza y le sonrió casi con timidez.
—Presiento que será niña — contestó, encogiéndose de hombros despreocupado, sin dar explicaciones.
Chloé sonrió divertida y agradecida. Él no la odiaba. Había tanto amor en el corazón de su marido que no había espacio para el reproche. Muy en su interior algo deliciosamente cálido le recorrió de pies a cabeza. Era una sensación de paz que pasó por su corazón y se hundió en lo más profundo. Un gozo lleno de alegría. Era feliz porque veía esa felicidad en el rostro sereno de su esposo. Quién acariciaba su vientre plano con una concentración fascinante y con un brillo en los ojos que jamás nunca había visto en él. Era amor... Pero uno muy distinto al que le profesaba a ella, era un brillo que nacía en sus ojos y que venía directamente de su corazón. Una mirada de amor que le tocó el alma e hicieron desaparecer todas sus taras emocionales por el miedo de volverse padres, el temor de volver a fallar en el intento o que él la odiara por ello. Pero no había sido de ese modo. Todo su pavor había sido borrado cuando él la había mirado y asegurado que todo iría bien. Por que le creía. Por que él estaba allí, fascinado por la noticia. Con un poco de estupefacción en sus ojos, pero con un brillo en su mirada, lleno de anhelo, le indicaba que estaba bien.
Qué estarían bien, pasara lo que pasara.
_____________
Espero les haya gustado este pedacito de mundo que les ofrezco.
También, espero que el momento de lectura haya sido agradable y lo hubieras disfrutado tanto como yo lo hice al escribirlo.
Eso es todo por ahora,
Con cariño
Sami
Publicado: 2018
Editado: 02-02-2020
Re-editado: 12-04-2020
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