*18*
Casa de Lance, Altea
[11:06 a.m.]
Se sentía extraño, inquieto. No estaba cómodo con la idea de que hubiera una guerra en la que no estaba combatiendo, pero Kolivan había hablado con él y en algo tenía razón, no podía actuar con la menor provocación. Si quería volver a la guerra tenía que tener la cabeza fría, confiar más en su gente; no debía dejar que sus contrincantes lo vieran perder la razón, debía parecer intocable.
—¿Te dije que mañana llega Pidge?— mencionó su novio mientras le acercaba un bol lleno de una especie de frutos frescos alteanos.
Lance y él habían tenido aquella charla que él le había suplicado, desde entonces el moreno lucía más calmado; y aunque él podría decir que también lo estaba, al menos relativamente a como estaba antes, simplemente no podía poner su cabeza en blanco.
No podría estar completamente tranquilo hasta que su madre estuviera a salvo.
—Hace tiempo que no la he visto.— dijo con una pequeña sonrisa recordando en los tiempos que luchaba lado a lado con la pequeña Holt.— ¿A que se debe su visita?
—Coran ha organizado otra de sus cenas; creo que Shiro no podrá venir pero el resto del equipo sí lo hará.— Keith apretó sus labios, en estos instantes le hubiera gustado mucho verlo, escuchar alguno de sus consejos aunque no lo fuera a seguir después.—Hey, bonito ¿en qué estás pensando?
Quería recuperar a su madre, quería recuperarla ya. Acabar con Zethrid y todo su ejército ya, encontrar por fin después de toda la guerra que vivió un momento de paz. Keith se acercó a Lance y le depositó un beso en sus labios, breve pero lento a la vez, tierno y suave.
—Nada importante, Lance, te lo prometo.— respondió con un gesto dulce. Lance contestó a su sonrisa de igual manera y lo vio alejarse.
Después de eso Lance soltó un suspiro. En serio que veía el esfuerzo del azabache por actuar normal, por lucir mejor y no estar desesperado todo el tiempo; pero Keith era un constante y frustrante enigma que le dejaba un nudo en la garganta.
Sólo quería que fuera sincero con él, eso era todo.
Esperaba ver pronto a Hunk, quizás platicar con él lo haría entrar en razón.
Decidió encaminarse a la habitación donde estaba Keith para abrazarlo y hallar paz en sus brazos, fingir que no existen problemas siquiera por un instante, pero al instante de que abrió la puerta alcanzó a ver de reojo al azabache sacando ropa de su cajonera metiéndola a una mochila. Lance sintió una pedrada a su corazón, un inmenso temor de que él se fuera y lo abandonara.
¿Por qué ni siquiera le avisaba para irse con él?
¡A la mierda Keith!
Estaba cansado de luchar por mantener las cosas en calma a pesar de la tempestad. Intentaba entender lo que estaba pasando, tenía a su madre secuestrada después de todo; pero le frustraba tanto que sólo se lanzara a la muerte, que siguiera sin madurar.
Ni siquiera abrió más la puerta. Mejor la cerró y fue a ver televisión, que hiciera cualquier estupidez que se le apeteciera.
La cabeza de Keith volvía a ser caos una vez más. Lance había salido hace horas de la casa sin notificarle y aún no había vuelto. Lo esperaba en la cama pero aún no había llegado y el inmenso temor que él también fuese secuestrado recorría su espalda como un helado sentimiento.
Se paró de la cama dispuesto a salir a buscarlo, pero en cuanto llegó a la sala vio que el moreno estaba durmiendo en el sofá con una delgada manta para la helada noche que estaba haciendo hoy.
Tenía que admitirlo: no había imagen más hermosa que la de Lance durmiendo. Con sus labios entreabiertos, su cabello castaño enmarañado, sus párpados cubriendo con tranquilidad sus ojos; su cuerpo, de alguna forma, luciendo más diminuto e indefenso. Se preguntaba cuantas horas llevaba ahí, cuándo había llegado.
En el momento que Keith se acercó para tomarlo entre sus brazos y llevarlo a la cama, Lance despertó y evitó aquella acción a toda costa.
—No, Keith, déjame. — pidió con seriedad mientras volvía a retomar su lugar en el sofá.— No quiero acostumbrarme a tu cuerpo.— Keith se sentía confundido, su tono de voz sonaba molesto pero contenido al mismo tiempo, como alguien resistiendo tentaciones. Sin embargo, seguía sin hallarle sentido a su frase.
—¿Pasa algo, Lance?— preguntó un tanto preocupado. Lance soltó una risita irónica.
—Nada, sólo vete al cuarto a seguir empacando tus cosas, no quiero verte cuando lo hagas.— Keith aguardó silencio. Por fin entendió a lo que se refería.
—No planeaba irme pronto.— respondió. Lance se talló la cara sin voltearlo a ver. Hubiera preferido que le dijera otra cosa, algo como "Es sólo un malentendido", una larga explicación y un "no seas un tonto y creas que yo sería capaz de abandonarte". En vez de eso, sólo obtuvo una confirmación a sus sospechas.
—¿Así que sí planeas dejarme?— le cuestionó. Keith se relamió los labios ¿Por qué Lance siempre hacía sonar las cosas peor de lo que eran?
—No es eso, Lance, te lo juro... Pero mi madre... tienes que entender.— por supuesto que estaba siendo comprensivo, pero su paciencia por el contrario se le empezaba a agotar.
—¿Después de todo lo que platicamos, aún deseas morir?— preguntó parándose del sofá para verlo frente a frente. Keith se quedó atónito ante el comentario, parpadeando varias veces tratando de asimilarlo, de entender el punto de vista del moreno.
—¿Morir? ¿De qué diablos estás hablando?— Lance resopló exasperado, como si Keith no estuviera captando lo obvio.
—¡De esa maldita manía que tienes de lanzarte directo a la boca del lobo!— gritó con coraje, con un sentimiento que consumía su estomago en emociones negativas y le provocaba ganas de vomitar.
Keith observaba a Lance con detención. Su rostro lucía destrozado, sus pulmones subían y bajaban con notoriedad, sus labios temblaban y en su mirada sólo hallaba la desesperación. No era imagen muy grata, le lastimaba incluso a él; y se sentía aún peor por ser quien lo había provocado.
—Lance...— pronunció con suavidad y le colocó una mano en su hombro, que para su sorpresa, el moreno no retiró.
—¿Tienes una idea del maldito terror que me causa pensar que un día tú te irás sin que te pueda detener?— su mirada sólo disimulaba todo el caos interno, su rostro estaba completamente deformado por el miedo. Suspiró suavemente intentando calmarse, pero al parecer fue en vano.— Y aún así siento que no puedo hacer nada para detenerte, siento que nunca puedo hacer nada en realidad.
Las palabras de Lance dolían sobre su pecho, ardían en sus oídos como si fuera un veneno infiltrado desde ahí. En serio se odiaba con toda el alma por ser quien estuviera hiriéndolo así, por estarle causando todo este dolor y aún así no parar.
Pero no podía dividir su corazón entre su madre y Lance, no era justo.
Y además, había una duda que lo iba carcomiendo desde hace tiempo; una que def8nia su relación con el moreno.
—Lance ¿tú sentiste algo por mí en nuestra época de paladines?— el latino boqueaba sin saber cómo responder su pregunta, pero al mismo tiempo se sentía muy molesto de que él, para evadir el tema de la conversación, haya sacado dudas del pasado.
—Demonios, Keith ¿Qué carajo tiene que ver eso con lo que está pasando ahora? ¡Era un tipo con dudas, ¿okey?! Eras demasiado raro y yo no sabía que decirte la mayor parte del tiempo, así que por primera vez en la vida espere a que fuera la otra persona la que diera el primer paso pero nunca pasó así que imaginé que no te interesaba. No pediré disculpas por eso.— exclamaba molesto, apretando su puño evitando azotarlo contra la mejilla del azabache.
Porque sí, en este momento sentía que Keith estaba actuando como un maldito imbécil jugando con sus sentimientos.
—¿¡Ahora qué!?— continuó Lance.— ¿Me vas a responder a lo que te dije?— intentaba tranquilizarse, pero simplemente no parecía funcionar.— ¿O me vas a evadir con otra estúpida pregunta tuya? Si dudas sobre mi amor dilo directo, en serio, deja de ser tan asquerosamente enigmático.
No era eso, jamás sería eso. Desde su primer beso, Keith se prometió nunca dudar de lo que estaba viviendo con él; sabía que Lance era una persona genuina y que jamás buscaría superar una relación con otra, si lo había buscado es porque realmente sentía algo por él.
Sin embargo era un estúpido, y ahora no podía pensar en nada con claridad. Sólo quería saber a su madre a salvo y crecer a lado de Lance, amarlo tal y como él se lo merecía y no de esta forma tan dolorosa.
—Estoy esperando.— seguía Lance después de un largo silencio de Keith.
—Perdón.— soltó con verdadero arrepentimiento, pero con un tono tan seco a la vez.— No debí haberte preguntado eso y créeme que no tiene nada que ver con lo que pienso actualmente sobre ti.— lo miró a los ojos sintiendo que a penas podía cargar su propio peso, se mordía su propia lengua para no soltar el llanto, siendo sincero conmigo mismo ni siquiera estaba seguro de estar respirando correctamente. Lance lo notó en seguida y no necesitó más palabras para entenderlo: era un chico impulsivo aprendiendo a controlarse; y sabía en el fondo que decía la verdad, Keith no dudaba de su amor así como él no dudaba del suyo.
Se acercó a abrazarlo y él empezó a llorar, pero a diferencia de la última vez esta vez sí tiraba gritos lastimeros, gemidos dolorosos, enterraba sus manos en la playera del moreno y lo apretaba con fuerza, adhiriéndose a él como si intentara sumergirse en una cueva para protegerse de la tormenta. Intentaba ahogar su llanto en su hombro pero sólo se hacía más sonoros sus quejidos, sus jadeos por la falta de aire que le causaba no poder respirar bien.
Lance lo sintió como un niño pequeño. Le recordaba mucho a cuando una de sus sobrinas se enteró de la muerte de su padre y se abrazó de él.
No hay abrazo que te termine de consolar, pero aún así lo aceptas para no sentirte más sólo de lo que ya te sientes.
—Tengo miedo, Lance.— admitió siendo más sincero que nunca antes en su vida, pronunciándolo en un hílelo de voz y con poco aliento.
Lance acarició sus mejillas y vio su rostro sin decirle ni una sola palabra, sólo ofreciéndole una pequeña sonrisa. Tenía sus ojos hinchados por el llanto, sus mejillas rojas por el calor que te provoca llorar así y sus labios no podían mantenerse quietos. Lo tomó de la muñeca y lo jaló hasta la cama.
Lo tumbó y le retiró los pantalones.
Pero sólo fue eso. Hoy Keith necesitaba cariño, necesitaba una persona que lo abrazara y lo hiciera descansar. El azabache entendió de inmediato, y una vez ambos tirados en la cama hundió su cabeza en el pecho de Lance y continuó llorando.
Para su sorpresa, Keith se quedó dormido con rapidez.
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