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Capítulo 9. Una dificultad del pasado.

El viento soplaba con ligereza haciendo que mis cabellos revolotearan y el cabello de Ronald bailara al compás de la brisa.

Sus ojos azules expectantes refulgían y los míos lo querían desintegrar.

Su postura era relajada y parecía tener todo el tiempo del mundo para cuando yo decidiera hablar.

— ¡Deja de chantajearme! —exclamé en voz baja—. Y ya te dije, tengo planes.

Llevó todo su peso a su lado izquierdo con una sonrisa astuta.

—Cancélalos y sal conmigo.

—No —repliqué.

—Entonces no veré nada —lanzó sus llaves al aire y las atrapó, siguiendo su camino muy despreocupado.

Por alguna razón que desconocía sentía que podía confiar en él.

— ¡Ronald! —lo llamé antes de que fuera tarde—. Por favor —pedí con más compasión, actuando con mi mejor expresión de súplica.

Me observó con el entrecejo fruncido, apretó los ojos por un momento y al final pareció acceder sin más remedio.

—Lo agregaré a la lista —respondió y dio media vuelta en dirección al auto de Lena.

— ¿Qué lista?

—De lo que me debes.

—Yo no te debo nada —reclamé, caminando detrás de él, admirando su forma tan segura y elegante en cada paso. Que odioso.

La boca de Lena formaba una O perfecta—sin discreción—cuando traje a mi héroe a salvarnos de nuestra fatídica tarde.

—Abriré el cofre —anunció Ronald acercándose al auto.

—Claro —accedió mi amiga con un dejo de incredulidad.

Lena volteó a verme aún sorprendida y se acomodó a mi lado para esperar juntas. Ronald rápido encontró la palanca para abrir el cofre, se acercó a observar todo y en un par de segundos transcurridos se le marcó una línea vertical entre sus cejas.

—Se ve todo normal —dijo al encontrarnos con su mirada—. ¿Me permites tus llaves? —extendió la mano hacia Lena.

Mi amiga movió lentamente la cabeza hacia a mí—reticente—y yo con los ojos le dije que lo hiciera; sacó las llaves del bolsillo de su chamarra y se las entregó a Ronald, quien caminó de regreso al coche. En cuanto lo intentó encender pude notar que casi se reía por lo que miraba en el tablero y volteó a vernos con las cejas enarcadas.

— ¿Por qué no enciende? —inquirió Lena muy interesada por saber el diagnóstico.

Ronald—en total silencio—salió del auto cerrando la puerta, lo rodeó y le entregó las llaves.

—Tu auto está bien, pero debes de recordar que necesita gasolina, el tanque está completamente vacío.

Bajé la cabeza y golpeé mi frente con la palma de mi mano, me sentía tan apenada del descuido de Lena. Algo tan... sencillo y ninguna de las dos lo vio.

— ¿Qué? —preguntó mi amiga desconcertada—. Pero si yo...

—Está vacío —repitió Ronald antes de que Lena acabara su comentario.

Me mordí el labio inferior, inquieta ¿Ahora qué?

— ¿Y bien? —inquirí hacia ella.

Sacudió su cabeza como respuesta. En eso escuché a Ronald suspirar y observé de reojo que de su chaqueta de mezclilla sacó un iPhone.

—Llama a alguien —me lo ofreció a mí.

Me dejó con la boca abierta por su gentileza hacia nosotras, tal vez no era tan malo como pensé y podía ser amable cuando se lo proponía. Tomé el móvil y marqué al número de mi hermano Adam.

Esperé y rogué para que tomara la llamada de un número desconocido.

¿Diga? —preguntó mi hermano con cautela.

—Adam soy Aurora, nos quedamos tiradas en Best Buy ¿Puedes venir a recogernos?

Escuché un pequeño gruñido al otro lado de la línea y después:

De acuerdo, voy enseguida —contestó, colgando de inmediato.

Por un segundo creí que se enojaría por interrumpirlo, pero todo lo contrario. Sentí un gran alivio y giré sobre mis tales para encontrarme a Ronald, quien tenía sus manos hundidas en los bolsillos de su chamarra, sin hacerle plática a Lena. Su mirada me siguió hasta quedar frente a él y le devolví su iPhone.

—Gracias.

Me sonrió al guardar su móvil, y antes de reaccionar sentí como me sujetó de una muñeca y jaló suave de mí a una distancia segura de los oídos de Lena.

—Ya que arreglé el problema, me debes la cita —reclamó, mostrándome su perfecta dentadura.

Fruncí el ceño y sacudí mi mano para liberarla.

—Fuiste muy amable, pero yo no te debo nada —respondí.

Al pasar por un lado de Ronald me tomó de nuevo de la mano, arrastrándome hacia él.

—Yo creo que sí —susurró en voz sedosa, acercándose más de lo permitido que logré detectar un aroma fresco y limpio que venía de él.

Me di una bofetada mental.

—Ronald ¿Qué quieres? —le cuestioné algo inquieta, incapaz de controlar mi tono preocupante.

Se quedó quieto, estudiándome, por su expresión tal vez pensaba que había hecho algo mal y eso fue suficiente para que disminuyera la presión de su mano de la mía poco a poco hasta soltarme.

— ¿Tienes miedo? —preguntó de inmediato con un rostro que reflejaba interés y serenidad—. Mi intención no es asustarte, Aurora.

Resoplé incrédula.

—Tu forma de ser —solté, remarcando lo que veía en él—. No quiero problemas, Ronald.

Asintió una vez, con ese semblante taciturno e ilegible.

—Y no los tendrás —me aseguró muy tranquilo—. Solo quiero una oportunidad.

Suspiré y me crucé de brazos para verlo. No podía ignorar la rareza de esto, no nos conocíamos y apenas sabíamos nuestros nombres.

—Mañana es el último día de clases en mi universidad y tendremos una posada en un casino, no puedo salir contigo.

— ¿A cuál casino? —inquirió muy interesado.

Me quedé en el aire un segundo, no, no y no. Él no preguntaba eso para asistir, claro que no.

—Eh... no recuerdo el nombre —contesté, rascando el puente de mi nariz mientras me alejaba de él.

Su mirada de cazador me seguía sin hacer nada para detenerme.

— ¿No lo recuerdas o no quieres que vaya?

¡Por los libros que leo! ¿Estaba leyendo mi mente?

—Tengo que irme —salí por la tangente—. Y de nuevo gracias por tu ayuda.

No hizo ninguno movimiento para retenerme. Volteé a verlo y seguía mirándome de esa manera tan intensa y misteriosa, aparté la mirada de él al llegar junto a Lena, quien estaba cubriéndose con su chamarra, hacía frío y eran ya las siete y media de la noche.

Al paso de unos minutos reconocí el Cruze gris oscuro de mi hermano. Un relámpago de traición recorrió el rostro de Lena y sentí como sus ojos se convirtieron en unas navajas bien afiladas y listas para clavármelas.

Levanté mis manos de inmediato.

—El número de mi hermano es el que me sé de memoria —dije en mi defensa.

—Claro —expresó escéptica.

En lo que Adam se estacionaba volteé lo más discreta posible en busca de Ronald. Lo descubrí recargado en una moto negra con un casco en sus manos del mismo color y con la mirada en el horizonte, ¿Qué esperaba? ¿Por qué no se iba?

Oh, Dios ¿Acaso... estaba asegurándose de que alguien viniera por nosotras?

—Chicas —la voz de Adam me sacudió la cabeza y lo vi llegar junto a mí—. ¿Qué rayos pasó?

—El auto de Lena se quedó sin gasolina —canté como pájaro en un acto reflejo, echándola de cabeza.

Adam dirigió su mirada a Lena quien parecía un foquito rojo de navidad parpadeando como loco. Mi hermano se aguantó la risa al mirar a mi amiga y después llevó sus ojos azules a mí.

—Entonces vayamos a una gasolinera, tengo los bidones en la cajuela, vendremos y lo llenaremos.

La noble y tierna mirada que le dedicó Adam a Lena me hizo pensar que ella había perdido la capacidad de articular palabras.

—Eh... muchas gracias, Adam —dijo Lena con una sonrisa nerviosa.

Adam permaneció con esa sonrisa y alzó la mano para que camináramos primero. Entré al asiento del copiloto mientras fingía no darme cuenta de la penetrante mirada asesina que Lena me lanzaba desde el asiento de atrás. Me atreví a mirar de nuevo a la dirección donde había visto a Ronald antes, pero ese chico era más silencioso que un ninja, ya no estaba y la moto tampoco.

Nos dirigimos a la primera gasolinera y regresamos para ayudar a Lena con su auto. Adam le había llenado el tanque por completo y ella se mostró muy agradecida por el detalle. Mi hermano fingió no darse cuenta de cómo ella lo miraba—con algo más que un simple cariño—y yo ignoré estar perdida en mis pensamientos para no agravar más las cosas.

Al fin de cuenta yo fui quien llevó a Adam a este incómodo momento al contarle los verdaderos sentimientos de Lena.

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De regreso a casa, bajé del auto, apresurada y con la caja de mi pila nueva.

—Un momento, paloma mensajera —ordenó Adam para detenerme.

Volteé a verlo a regañadientes.

— ¿Qué?

Cruzó sus brazos en su pecho.

—En teoría... Lena tuvo un comportamiento normal, ¿No le has dicho nada?

Parpadeé sin dejar de verlo.

— ¿Estás loco? Me gusta tener mi cabeza en su lugar, si le cuento a Lena lo que te dije me degollaría.

Se carcajeó.

—Pues le has dado una razón para hacerlo —dijo, caminando hacia mí.

Mi papá y Eleonor no estaban, habían salido a una cena como cada inicio de mes, nada nuevo. Subí las escaleras a toda velocidad en dirección a mi habitación para cambiar la pila pero al entrar me encontré a Rachel, estaba llorando, arrinconada en una esquina como si se hubiese muerto alguien. No fue inevitable que Adam no escuchara, corrí hacia ella asustada y Adam venía detrás de mí.

—Rachel ¡Santo Dios! —dije tomándola de los hombros para que se diera cuenta de nuestra presencia.

—Rach ¿Qué ocurre? —preguntó Adam, aterrado igual que yo.

Mi hermana nos observó a ambos, frustrados por no saber lo que estaba pasando con ella.

—Es que... ¡Joder! —apenas y habló, ahogándose en su llanto y enjugando una que otra lágrima que se deslizaba por sus mejillas.

Adam se acercó lo suficiente a ella para cargarla, la llevó sobre la cama y se sentó junto a ella, rodeándola con sus brazos. Me brinqué a su cama para estar enfrente de ellos y darle mi apoyo a Rachel para lo que sea que estuviese pasando.

—Rachel... trata de tranquilizarte, estamos aquí —dije, tratando de no escucharme asustada por haberla encontrado en ese estado tan desesperante.

— ¿Qué ocurrió? —inquirió Adam de nuevo, alarmado por ver a Rachel emocionalmente incontrolable.

Rachel intentó calmarse para hablar, respirando profundo y tomando su tiempo. Al paso de unos segundos dijo:

—Es que... ¿Se acuerdan del problema que tuve cuando entré a la facultad? —nos recordó mientras sorbía su nariz.

Tanto Adam como yo asentimos.

—Pero papá solucionó eso, hasta cuando no dejaban inscribirte a pesar de haber acreditado el examen de admisión —comenté muy segura de recordarlo.

—Con eso la situación mejoró —agregó Adam.

—Pues... me mandaron un correo, no les importa que tenga buenas calificaciones, me quieren fuera de la universidad porque no sirven mis papeles de preparatoria.

— ¡¿Qué?!

Gritamos en coro mi hermano y yo.

A Rachel le regresó el llanto de frustración. No podía creer que otra vez esos incompetentes le hicieran esto.

—Rachel, Rachel, tranquila. No pueden hacerte eso, ya estás adentro de la facultad, papá arregló eso con el administrativo —le recordó nuestro hermano.

—No basta, Adam ¡No basta! —exclamó entre llanto—. Mi carrera, ¡No voy a terminar mi carrera! ¿Sabes lo desesperante que es esto? Yo intento... —se detuvo con un suspiro y con sus dedos presionó el puente de su nariz—. Olvídenlo, ya no sé —expresó entre sollozos.

Intenté no quebrarme frente a ella pero dolía verla así.

—Rachel, hablaremos con papá, él sabrá que hacer —le aseguré tomando su mano—. Esto tiene solución.

Rachel me miró con nuevas lágrimas en sus mejillas.

—No quiero fracasar —dijo en voz trémula.

Adam la abrazó más, cerrando sus ojos para tranquilizarse también. Le afectaba al igual que a mí ver de esa manera a Rachel; ella se caracterizaba por su gran fortaleza, pero había cosas como esta que la hacían derrumbarse, y de solo saber que el tiempo pasaba sin hacer nada era lo más frustrante que podría pasarle.

Seguía llorando y reuní toda mi fuerza para ayudar a calmarla.

—Arreglaremos esto —le aseguré.

—Cuando llegue papá le diremos, él sabrá qué hacer —dijo Adam.

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