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Capítulo 48. Frente a Solomon.

Transcurrieron tres días; tres días sin saber de Ronald. Y no lo culpaba, no quería verme después de lo que le dije.

Mi papá había decidido pasar el año nuevo en casa, en familia. Eleonor fingía felicidad y hasta ya estaba organizando en qué preparar ese día. Yo por otro lado no dejaba de pensar en Ronald, ¿Qué estaría haciendo? ¿Sería capaz de haberse ido con esa mujer?

Había roto mi corazón a pesar de que le rogué que no lo hiciera.

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Cuando me di cuenta y rompí con mi burbuja mental, iba caminando por el centro comercial, comprando ropa con Rachel y Lena; pero no estaba de buen humor, me sentía tan lejana de la realidad.

Al terminar decidimos ir al cine y tomé esa opción para despejar un poco mi mente del fiero deseo de buscarlo.

Una vez sentadas en la sala de la función me decidí a ser una con el asiento.

—Aurora, ¿Qué tienes? Te ves bastante decaída —señaló Rachel con aires de preocupación.

Parpadeé y me concentré en las palabras de mi hermana. Una parte de mí prefería no decir nada de lo que ocurrió con Ronald. Dolía demasiado.

—No tengo nada —susurré, desviando la mirada hacia la pantalla con la película ya iniciando.

Lena se inclinó junto a mí y yo por inercia me acerqué.

—Tenemos que hablar —bisbiseó, inquieta por mi comportamiento.

Para dejarla tranquila solo asentí.

Aparté la mirada de la pantalla y cerré mis ojos. Tres días enteros de no saber nada de él, ni si quiera un pequeño mensaje, nada. ¿Me estaría evitando?, le dije algo muy hiriente a causa del enojo que me había consumido, aunque eso no era una justificación racional, mi comportamiento fue deleznable.

Fue mala idea venir al cine, me sentía asfixiada, sofocada. Necesitaba salir y alejarme de todo, no estaba de ánimos y mi único deseo era estar bajo una regadera con agua caliente. Mi desanimo se debía a la nula aparición de Ronald en estos largos días, como si se hubiese ido para siempre, olvidándose de mí y eso me perforaba el corazón.

Mi excusa fue decir que iría al baño.

Salí de la sala y fue como volver a respirar. Giré en el pasillo donde se encontraban las filas para la compra de botana y di un respingo de la impresión al descubrir a Ronald frente a mí, personificando a un chico malo, recargado en la pared con un pie en ella, cruzando de brazos y con su cazadora negra. Me miraba impertérrito, e intenté no sentirme avergonzada en el momento que nuestras miradas se cruzaron.

—Ronald... —balbuceé. Sentí que había pasado una eternidad desde la última vez que lo vi.

Él no hizo ningún gesto.

—Andan detrás de ti —informó, cortando más la distancia entre nosotros—. Tengo que cuidarte.

Era demasiado... frío conmigo.

—Ronald —lo llamé otra vez tratando de que me mirara con esa ternura con la que siempre lo hacía. No me importaba que estuvieran detrás de mí, solo quería que me dijera que me amaba o princesa.

Su mirada penetrante se clavó en mí.

— ¿Ocurre algo? —inquirió con espíritu estoico.

Tragué saliva de las ansias que me provocaba su indiferencia.

—No seas duro conmigo —dije en un hilo de voz a punto de romperse—. Sé que te ofendí. Estaba enojada, pero eso no me exonera por lo cruel que fui.

—Si te estás disculpando, ahórratelo —contestó tajante, llevando sus manos adentro de los bolsillos de su chamarra, frío e impasible.

— ¡No! Fui una completa idiota por decir algo así, fue horrible —exclamé—. Me sentía enojada, dolida y decepcionada.

No me miraba, sus ojos se perdían en el mar de gente y de pronto me tomó por la cintura sin previo aviso. Me arrastró adentro de los baños con brusquedad. Me estremecí del miedo y la ventaja fue que en el lugar no había ningún alma. Rápido nos metió a uno de los espacios con retrete, cerró la puerta y percibí su calor.

Su cuerpo estaba muy pegado al mío y su respiración podía golpearme. Era tan guapo, sus labios llegaban a centímetros de los míos.

— ¿Qué pasa? —interrogué.

—Estaban afuera —dilucidó—. No creo que puedan oler tu sangre desde aquí, tranquila —su mirada se suavizó, pero trataba de ocultarlo, se apartó de mí y suspiró—. Estarás a salvo.

Quería abrazarlo, pero se comportaba distante conmigo. Observé esos bellos ojos con un brillo casi extinto, sus cejas lucían ligeramente fruncidas y su mirada era cansina. Decidí dar el primer paso, moví mis brazos para rodearlo de la cintura y aferrarme a él. Lo hice lento, como si se tratara de domar a un tigre, se sentía tenso y poco a poco se relajó, me aceptó y me abrazó.

—Te extraño —confesé en susurro.

—También te extraño —contestó.

Al fin sentía su cariño, sonreí y casi lloré de la emoción.

—Creí que te habías ido.

Dejó caer su cabeza sobre la mía.

— ¿Y dejarte sola? Por supuesto que no, princesa —me abrazó con más fuerza—. Admito que también me enojé y lo lamento si te hice sentir mal.

Su aroma masculino era embriagador.

—Oh, Ronald, perdóname. Perdóname por lo que te dije, fui un verdadero monstruo —solté con desesperación.

—Tranquila... no suelo ser rencoroso.

Era la bondad en persona.

—Definitivamente no te merezco —dije, sintiéndome muy miserable.

Me quitó una lágrima con la yema de su pulgar y me sonrió con benevolencia.

—Tal vez —contestó con una atractiva y encantadora sonrisa—. Pero tienes suerte que esté enamorado de ti como un loco.

Me reí.

—Y quiero que así sigas porque yo también estoy enamorada de ti.

Acarició mi mejilla y me plantó un beso en la frente para después abrazarme más a él

—Nada mejor que reconciliarse en un baño público, muy romántico ¿No crees?

No pude evitar reír. Estábamos en el baño de hombres, pero a él no parecía importarle y a mí tampoco.

—Era el momento —dije.

Ronald se rio.

—Como digas.

— ¿Crees que se hayan ido ya?

—No lo sé, te andaban siguiendo desde que andabas de compras con Rachel y Lena.

Arqueé una ceja, ¿Desde dónde me había vigilado?

Le avisé a Rachel que Ronald estaba conmigo y que iba a irme con él. Ella se mostró un poco insegura, pero la convencí de dejarme ir.

Salimos del cine, Ronald me llevaba de la mano y corrimos rumbo al estacionamiento. Él volteaba a sonreírme y yo le devolvía la sonrisa con la misma intensidad de felicidad por estar juntos. De esto se trataba estar en una relación, tener momentos agradables y también sobrellevar los malos, lo importante era resolverlos por el cariño y el amor que hemos construido, yo elegía estar con él y él conmigo.

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Íbamos en su auto y yo no perdía la manía de admirarlo y contemplar lo guapo que se veía manejando; él lo percibía y sonreía discretamente por ser mi atracción principal sin decirme nada. Su mano se encontró con la mía y las entrelazamos alrededor de ese silencio tácito.

Eran las ocho cuando le avisé a mi papá que pasaría un tiempo con Ronald, lo tomó bien y la condición era llegar antes de las once, la cual acepté. No sabía a dónde me llevaba, pero todo apuntaba a que era al estadio viejo y en ruinas que tenía el lado oeste de la ciudad. Ese estadio ya no funcionaba y pronto lo derribarían para construir algo más.

Por lo mismo que el lugar se encontraba deshabitado no había mucha luz alrededor. Ronald detuvo el auto, estacionándose frente al estadio.

— ¿Qué hacemos aquí?

Me dedicó una mirada serena.

—Te enseñaré mi mundo —contestó muy seguro.

Se me empequeñecieron los ojos.

— ¿Tu mundo? —repetí, nerviosa.

Ronald me tomó de las manos y me miró.

—Hablé con mi... prácticamente jefe —aclaró su voz—, le conté lo ocurrido contigo.

Abrí mi boca porque necesitaba más oxígeno.

— ¿Se enojó?

—Claro que sí —respondió.

Me estremecí ante su falta de angustia.

—Ronald —mi tono fue preocupante al verlo tan tranquilo—. ¿Por qué...?

—Hablé seriamente con él, le dije que... —hizo una pausa antes de proseguir y suspiró sin dejar de verme—, me enamoré.

Estaba perpleja por su valiente transparencia.

—Pero...

—Después de gritarme pudo entenderlo, aunque eso no lo detuvo para recordarme las reglas.

Pude sentir como mi alma dejaba mi cuerpo y después regresaba.

—Sobre... —tomé aire—. Sobre no protectores con protegidos.

Asintió una vez.

—Le aclaré mi situación contigo, que no iba a dejarte y que pelearía si era necesario para evitar que me separaran de ti —comentó con determinación y yo sentí que el corazón se me encogía.

Sudaba frío, pero traté de tomar la postura relajada de Ronald.

— ¿Y bien? —inquirí.

—Quiere conocerte. Decidió tomarse el papel de padre preocupado —puso los ojos en blanco.

Esa mentalidad relajada que intenté adquirir se hizo polvo. Ahora la ansiedad era la protagonista de mi cuerpo.

— ¿Anda aquí?

—Llegará pronto.

Le di un vistazo a mi apariencia, ¿Andaba presentable? ¿Por qué no me previno?

—Solo quiero advertirte una cosa.

Lo miré atentamente.

— ¿Cuál? —exigí saber.

—Solomon es muy estricto y le gusta mucho las reglas. Me dijo que aceptaría lo nuestro con la condición de terminar mi trabajo de protegerte sin ningún problema, y seguir con más casos.

—O sea... ¿Te separará de mí?

—Si es que termino el trabajo.

— ¿Cuándo?

—No hay fecha para eso, princesa, no tienes de qué preocuparte.

Fruncí el entrecejo.

— ¿Qué no me preocupe?, Ronald, no debiste...

—No quería ocultarle por más tiempo lo que está pasando entre nosotros.

—Pero...

—Pero nada —me tomó del rostro y juntó nuestras frentes—. Aurora, si hago esto es porque estoy seguro de lo nuestro, y quiero hacer las cosas de la mejor manera porque tú lo mereces.

Lo miré, me enternecía saber que Ronald era capaz de luchar por nuestra relación a capa y espada.

— ¿Aunque esté prohibido? —le recordé.

—Me encanta romper las reglas —ronroneó entre dientes sin desaprovechar la oportunidad de besarme lento y con ganas.

Su beso fue como recargar la energía que había perdido. Al separarnos lo miré.

—Dime la verdad.

— ¿De qué? —inquirió.

—Sé que tuviste más protegidos como yo. Chicos, chicas, ¿Estuviste con alguna de ellas?

Su rostro expresaba diversión y no evitó reírse.

—No. Me gusta romper las reglas, pero no exageremos —respondió sin dejar la risa de lado.

Su buen humor me contagió y no pude evitar admirarlo.

— ¿Por qué yo?

Me observó y dio un suspiro profundo.

—Cuando vi tu foto en el expediente llamaste mi atención de inmediato. Eres la razón por la que quise cruzar el límite permitido —comentó con una media sonrisa mientras pasaba unos de mis mechones detrás de la oreja—. Llegando a Baltimore fuiste cautivándome, quería acercarme más a ti y lo fui haciendo, me gustaba ver todo de ti y conocerte hasta que, lo supe... estaba enamorado —inclinó la cabeza—. Estoy enamorado. Sueno como acosador, pero... observarte no era suficiente para mí, deseaba tenerte, hacer de todo contigo y, bueno... —se rio con dulzura y malicia mezclada—. Ya llevamos un par de cosas.

Pensé que había dejado de recibir aire para mis pulmones porque estaba paralizada. En cuanto me di cuenta parpadeé y sonreí.

—A veces me asusta sentir esto por ti —confesé.

Ronald se sorprendió de mi respuesta.

— ¿Por qué te asusta?

—Porque no quiero que esto termine. Puedo asegurar que encontré en ti al chico que tanto he querido en mi vida —me sentía sonrojada—. Jamás había experimentado tanta adrenalina y emoción hasta que tú llegaste.

Me miró muy coqueto.

—Qué efecto tan poderoso tengo sobre ti —dijo orgulloso.

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Entramos al viejo estadio donde la oscuridad reinaba. Había muy poca iluminación y tuve que fijarme en dónde pisaba a pesar de que Ronald sujetaba mi mano.

De pronto, el ruido de una motocicleta se hizo presente.

—Llegó —anunció Ronald.

Observé el lugar, todo a mi alrededor, hasta mirar al otro lado del estadio cómo iba distinguiéndose entre la oscuridad una sombra. Era un poco más alto que Ronald, su fuerza física era indiscutible a primera vista, poseía un rostro cuadrado y varonil, el cabello rubio lo llevaba en una cola de caballo y una barba de candado bien cuidada rodeaba perfectamente sus carnosos labios. Lucía una cazadora marrón que le sentaba de maravilla y parecía estar en sus treinta y tantos.

Se plantó frente a nosotros con una mirada imperturbable y descubrí unos ojos color humo.

—As —saludó con una voz gruesa y estremecedora.

—Solomon —respondió Ronald.

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