Capítulo 4. Cuando llegue ese día.
Después de que Lena se marchara en busca de su novio, Eleonor, Rachel y yo terminamos de preparar la comida; un delicioso estofado acompañado de verduras que estaba listo para ser servido. Mi padre había llegado por fin de la delegación y todos nos sentamos a comer en familia. Noté a mi progenitor demasiado serio y cabizbajo durante la comida, no parecía tener apetito ya que apenas probaba bocado y él no era así.
Rachel hablaba sobre su proyecto y mi padre hizo un ruido al dejar caer la cuchara sobre la mesa de golpe. Algo lo tenía mal y obtuvo nuestra atención por completo.
—Varios compañeros míos fueron asesinados anoche... —su tono de voz era tan triste que podía sentirse su melancolía en el ambiente, miraba hacia el frente como tratando de asimilar lo que ocurrió y después dirigió su mirada a mi hermano—. Mataron a Leo, Adam —expresó afligido y con dificultad que apenas y pudo terminar de hablar.
Adam parecía escéptico ante esa impactante e inesperada noticia por parte de nuestro padre. Mi hermano lo miró como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo, como si las palabras que escuchó del hombre sentado al frente del comedor no las entendiera. Su rostro se volvió duro y parecía aguantar las lágrimas que amenazaban con salir en cualquier momento.
—No puede ser —murmuró Eleonor con un rostro consternado.
—Pero... ¿Sabes por qué lo mataron? —inquirió Adam con tono de desconcierto—. Era joven, un año mayor que yo, papá. Tenía su vida ya como ingeniero civil, trabajando en Holling ¿Por qué lo asesinarían?
Las arrugas de la frente de mi papá hacían surcos mientras sacudió la cabeza sin poder darle una buena respuesta a mi hermano.
—No sé qué decirte, hijo. Esos bastardos mataron a quienes tenían enfrente. Aún no se sabe por qué nos atacaron y nosotros corrimos con mucha suerte de haber salido ilesos de ahí.
Adam dejó a un lado su plato en señal de decepción por la injusta muerte de su amigo.
—Es indignante que nos hayan atacado sin razón —comentó Rachel compungida—. Yo también conocí a Leo, él no era un chico malo.
Mi corazón se estrujó al ver el rostro de Adam regodearse en la tristeza por la cruel noticia del deceso de uno de sus amigos más cercanos.
—Lo lamento, Adam —agregué. Sabía que las palabras de ánimo no servirían de nada. Solo bastaba con acompañarlo para sentirse apoyado.
Mi versión masculina no dijo nada, habían asesinado a un amigo suyo por una razón que desconocíamos todos los que habíamos salido vivimos de esa fiesta. Solo esperaba que las cosas no fueran a complicarse por esa masacre.
— ¿Podemos cambiar de tema? —sugirió Eleonor llevando su mano a la frente muy nerviosa—. Me pone muy mal recordar esos disparos, todas las personas gritando y las que se encontraban muertas...
—Claro, querida —apresuró a decir mi padre y aclaró su voz hacia nosotros—. Muchachos... sé que no es un grato momento, pero quiero decirles algo que he planeado para la familia.
Volteé a ver a Rachel y ella me observó cuando absorbía parte del estofado en su cuchara. Adam tenía los brazos cruzados frente a la mesa y solo miró a mi padre con atención.
— ¿Qué ocurre, papá? —indagó Rachel muy curiosa.
—Pensaba en llevarlos a Orlando estas vacaciones de invierno —anunció nuestro progenitor, esbozando una sonrisa totalmente fingida.
Adam paseó su mirada en Rachel y en mí, igual de sorprendido que nosotras.
— ¿Orlando? —repitió Adam.
Papá asintió.
—Creí que nos quedaríamos a pasar la navidad aquí en casa —señaló Rachel.
—Ese era el plan. Pero podríamos irnos, ya saben —dijo, removiéndose en su asiento—. Hacer algo nuevo en familia, tal vez una nueva tradición.
—Suena bien, papá —comentó Adam con media sonrisa en su rostro.
—Hay que votar —animó papá como todo un juez.
Sonreí y miré a Rachel riéndose.
— ¿Quién quiere ir a Orlando estas vacaciones? Levante la mano —anunció mi hermano con un poco más de entusiasmo y levantó la mano primero antes que todos pudiéramos hacerlo.
Rachel la levantó en segunda, yo rápido en tercera, mi padre se rio y Eleonor la levantó en cuarta.
—Votación unánime —declaró Adam recuperando su humor—. El viaje se hará.
La comida continuó con un ritmo más armonioso. El estufado era delicioso y las conversaciones en familia no cesaban. El ambiente gris se había quedado atrás, de eso se encargó Rachel, y Adam se unió después para seguir la conversación de esa tarde.
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Pasaron unas cuantas horas y decidí encerrarme en la habitación, investigando algunos conceptos de psicología que me serían utilices en algún momento. El trabajo ya lo había impreso y puesto adentro de una carpeta como había pedido la doctora de esa clase.
Cuando acabé de investigar apagué mi portátil, dejando escapar un suspiro largo. Solo cinco días más y estaría como antes. Guardé la hoja que me había dado ese chico Ronald en uno de los cajones de mi escritorio y me fui a la cama con un libro en la mano. Amaba con locura pasar mi tiempo leyendo novelas, admirando como los escritores montaban todo un mundo para terminar viajando a el.
Tristemente en eso se quedan todos, en una historia con un principio y un final. En mi mundo no había príncipes, ni chicas que podían hacerse fuertes de un día para otro, y me refería a su mentalidad, seguridad y todo eso. No existían los chicos amables como los describían en los libros, esa era la más grande decepción, porque los reales no tienen esa responsabilidad emocional, al menos eso es lo que he experimentado.
Seguí leyendo, imaginándome cada párrafo que leía, era hermoso como la imaginación se echaba a volar con cada renglón del libro que poseía en mis manos. Pero de pronto, ese chico Ronald entró a mis pensamientos, invadiéndolos por completo con esa forma de caminar tan segura y elegante. Esa sonrisa que me dejó impactada. Sus cejas pobladas y coquetas. Su cabello ébano alborotado y muy bien cuidado. Su piel blanca, muy hermosa. Brazos que fueron trabajados y moldeados, logrando hacer un buen equipo con su cuerpo. Unos ojos azules penetrantes, y ese tono inglés...
¿Qué rayos?...
Un momento. Cerré el libro y lo pegué a mi frente.
Estaba fantaseando con un chico. Sacudí mi cabeza y me levanté de la cama dejando el libro sobre la mesita que tenía alado. No podía creer que Ronald se haya metido en mi cabeza de un segundo a otro, aparte, acabó con mi lectura. Aunque debo de admitir que me gustaba la sensación que me daba cuando pensaba en esa sexi sonrisa que poseía.
Volví a acostarme, rindiéndome a la oleada de pensamientos acalorados que me provocaba solo con pensarlo.
En eso se escucharon unos toques que venían de la puerta; toda mi fantasía con ese pelinegro se evaporó. Acto seguido la puerta de mi habitación se abrió para darle paso a mi hermano.
— ¿Estás ocupada? —preguntó al verme.
—No —farfullé, intentado despejar de mi mente a ese chico y bajar la calentura de mis mejillas. Mi hermano llegó al frente de la cama y noté que tenía sus brazos atrás de su espalda.
Ladeé la cabeza, interesada.
—Te traje algo —prosiguió con una sonrisa traviesa, como si estuviera a punto de darme una gran sorpresa.
Sonreí de nuevo y con más curiosidad.
— ¿Qué ocultas, Adam? —inquirí al verlo.
Se rio y giró un brazo, enseñándome en su mano un libro de pastas amarillas que reconocía muy bien. Abrí mis ojos y gateé en la cama hasta él para observarlo. Era un libro que hablaba de psicología infantil, el que quería comprar hace un mes, lo había visto en una tienda y Adam andaba conmigo ese día. ¡Por todos mis libros leídos! Me lo había comprado.
—Sabía que lo amarías —dijo con una reluciente sonrisa—. Y a mí me amarías también, claro.
Estiré mis brazos y lo abracé. Él me cargó alejándome de la cama por tanta euforia en ambos.
— ¡Gracias, gracias, gracias! —exclamé feliz de tener al fin el libro en mis manos.
Adam se carcajeaba de mi expresión de felicidad y me bajó al suelo.
—Lo sé, soy el mejor hermano.
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Estuvimos un buen rato platicando en la habitación. Mi hermano se había recargado en el respaldo de mi cama con los brazos cruzados y yo a un lado de él
—Nunca me he puesto a pensar en todo lo que han hecho Rachel y tú por mí... siempre cuidándome desde que era una bebé.
Adam quitó la sonrisa de repente, mostrando un rostro más neutral.
—Eres nuestra hermana, Aurora, es nuestro trabajo protegerte como la hermanita pequeña que eres.
Fruncí las cejas.
—Ya no soy tan pequeña, tengo dieciocho años —le recordé en mi defensa.
Se carcajeó tan natural que me hizo hacer una mueca por su burla.
—Aún eres una escuincla —dijo muy burlón.
Puse cara de pocos amigos y golpeé su brazo, obteniendo como resultado una queja de dolor por parte de mi hermano que me hizo sentir satisfecha.
—Sé que tienes dieciocho —continuó con más serenidad—. Pero sigues siendo nuestra pequeña hermana, eso nada lo cambiará, Aurora. Siempre te voy a cuidar porque es mi deber como hermano mayor.
Sonreí.
—Lo sé —bajé la cabeza.
—Y sobre protegerte..., también está el asunto de los chicos.
Abrí mi boca, ofendida por lo que dijo.
— ¿Qué? —cuestioné un poco avergonzada.
— ¡Oh, vamos, Aurora! —dijo mi hermano escéptico ante mi reacción—. Tal vez por el momento no tengas novio, pero algún día llegará un tipo valiente que cruce la puerta de esta casa y quiera salir contigo, hasta de los más buenos como les dicen hoy en día te protegeré.
Salté de la cama.
—Óyeme bien, Adam Blake —dije, alzando mi dedo índice al frente con la finalidad de verme segura y ser muy clara—. Sí llego a traer un chico aquí a la casa será porque es el adecuado para mí y hasta ahora nadie ha logrado eso.
—Por eso yo les doy el trato que merecen —confesó, bajando mi dedo señalador—. Las cuido, las consiento y quiero que nunca se conformen con menos de lo que están acostumbradas a recibir de un hombre. No te rebajes nunca por un cabrón, Aurora.
—Primero me corto la cabeza.
Enarcó las cejas y bufó, incrédulo por mi comentario.
—Eso yo lo evaluaré cuando llegue ese día.
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