Capítulo 39. Las manos sucias.
Nos dirigíamos a las afueras de Baltimore y la velocidad del Mustang subía cada vez más. Mis piernas temblaban por el miedo. Garrett me había quitado el móvil de una manera muy agresiva que terminó lastimándome y limitando así mis opciones de escape.
Empecé a hiperventilar e intenté tranquilizarme, pero era inútil, el terror estaba ganando la batalla interna y mis lágrimas eran la confirmación de mi estado emocional crítico. La luz del día disminuía y con ayuda de las nubes el ambiente era más oscuro. Cerré mis ojos creyendo que con mi mente iba a lograr cambiar esta situación como por arte de magia, no obstante, pasó algo aún mejor.
Al abrir mis ojos miré por el espejo retrovisor un auto blanco que venía muy cerca, era Ronald, era su auto. Garrett se percató de la persecución y aceleró a fondo.
En respuesta mi protector fue más rápido y rebasó el Mustang sin dificultad hasta colocarse frente a él. Garrett frenó de golpe y por fortuna llevaba puesto mi cinturón de seguridad. Se abrió la puerta del Avenger y Ronald apareció, su expresión lo decía todo, estaba furioso, iracundo; un relámpago de venganza pasó por su rostro listo para romper huesos y estaba a punto de descargar esa ira.
En una de sus manos llevaba un largo tubo de acero ¿Qué iba hacer?, no tardé mucho en averiguarlo porque al acercarse elevó el tubo y lo estrelló con fuerza en el cofre del auto de Garrett hasta abollarlo, rematando en la ventana de la puerta de mi secuestrador, creando mil grietas como si de un piso de hielo ligero se tratase.
— ¡Idiota! —exclamó Garrett desde adentro—, ¡Te daré tu merecido!
Se bajó del coche hecho una furia y Ronald se deshizo del tubo. Aprehendió a Garrett de su camiseta para darle el primer puñetazo, uno tras otro, determinado a matarlo. Me quité el cinturón de seguridad y salí del carro. Garrett intentó lanzar un golpe, pero Ronald era ágil, su ventaja más grande es que contaba con experiencia y práctica como soldado. Escuché claramente como tronaba el rostro de Garrett con cada golpe hasta que lo estampó en el suelo.
— ¡Infeliz! —gritó Garrett mareado y furibundo, escupiendo de su boca una gran cantidad de sangre.
— ¡Ronald! —exclamé para que me escuchara.
No se detuvo, tenía debajo de su bota la cabeza de Garrett y la estrelló duro contra el pavimento de la carretera, acribilló más su cabeza y vi con horror como lo empezó a asfixiar con la bota.
— ¡Por favor, para! —supliqué sin dejar de hacer aspavientos.
Garrett ya parecía muerto. Apenas y se inflaba su pecho para respirar.
— ¡No! —exclamé, acercándome para detenerlo—, Ronald por favor, te lo pido, no lo hagas.
Su ceño fruncido y su mirada oscura eran atemorizantes, percibí la tensión en su cuerpo y poco a poco fue disminuyendo la presión de su bota hasta alejarla. Garrett ni si quiera tuvo oportunidad de defenderse y Ronald ni por error se la hubiera concedido.
—Ronald —no contestaba a mi llamado de súplica.
Dejó a Garrett desplomado en el suelo inconsciente. Me dediqué a observar a Ronald, su rostro serio marcaba solo una línea de expresión en los labios, proyectaba molestia, angustia y ganas inmensas de matar. Sujeté su cara con ambas manos e instintivamente cerró los ojos, sintiendo mi tacto, bajó la cabeza y se acercó, abrazándome con fuerza que de inmediato mandó una punzada en mi espalda baja. Recordé el golpe que me dio Garrett contra el auto.
—Dime que no te hizo nada —me dijo al oído mientras me abrazaba, histérico por una respuesta que pusiera fin a su preocupación.
—Estoy bien —mentí, si le decía que Garrett me había lastimado iba a terminar con él hasta matarlo.
Así que decidí quedarme callada porque sentía pena por el chico.
— ¿Cómo supiste dónde estaba?
—Por medio de rastreo —respondió muy natural.
Fruncí las cejas y mi expresión de confusión fue evidente.
—Te explico en el camino, vámonos —ordenó, alcanzó mi mano para tirar de mí y me quejé de un pequeño malestar. Garrett me había lastimado la muñeca para quitarme el móvil al punto de hacerme pensar que me la había fracturado.
Ronald en automático volteó a verme y me paralicé; examinó mi brazo por completo hasta llegar a la parte de mi muñeca donde claramente se apreciaba un recién hematoma rojo que le daría paso a un tono morado.
Mis ojos se fijaron de nuevo en él, echando chispas del coraje.
—Espera... —vacilé un poco alarmada por su reacción—. Estoy bien.
Me lanzó una mirada furibunda.
—Ese imbécil de mierda es hombre muerto —gruñó con ojos intensos y amedrentados.
—No, por favor, Ronald —lo tomé del brazo para evitar que volviera, pero su cuerpo férreo era difícil de detener.
Me miró por encima de su hombro en cuanto sintió mi débil intento por pararlo.
—Te lo suplico... ya no hagas nada.
—Te ha lastimado —dijo en un tono de frustración y desvió su mirada hacia Garrett aún en el suelo—, su patético intento de secuestrarte te puso en peligro y me pides que lo deje así.
Me atreví a desafiar su mirada.
—Déjalo, no vale la pena. No te ensucias las manos.
Esos bellos y lacerantes ojos se encontraron con los míos, no se miraba convencido de dejar pasar el escarmiento que se merecía Garrett, pero no quería ver a Ronald violento y sin ninguna pizca de piedad.
—Mis manos ya están sucias, Aurora... —me dio la espalda en dirección a su auto, dejándome esta vez sola.
Lo seguí, y entendí a qué se refería con «tener sucias las manos.»
Abrió la puerta del copiloto para mí, no dije nada, tal vez seguía enojado y no precisamente conmigo sino con Garrett quien me había hecho daño. En segundos puso en marcha el auto, volteé y alcancé a ver mi secuestrador que apenas se movía, pero ya estábamos demasiado lejos como para cerciorarme si podía levantarse.
¿Cómo podía iniciar la plática? Era un momento tenso y abrumador.
Ronald condujo rápido por la carretera sin dejar de ver al frente; tenía un hermoso perfil que podía admirar sin cansarme. Era perfecto, una nariz recta y ligeramente respingada, su ceja negra y gruesa podía distinguirse muy bien desde el ángulo en el que estaba. Era inevitable no perderse en los pensamientos por su belleza masculina.
Me miró por el rabillo del ojo.
— ¿Acaso te gusta algo?
Sonreí nerviosa, siendo sorprendida por su pregunta.
—Todo —solté muy atrevida y segura.
Escuché una pequeña risita ronca de su parte que también me contagió. Había logrado romper con la tensión.
—Ronald... ¿Puedo hacerte una pregunta?
Su mirada estaba al frente y asintió.
—La que quieras.
— ¿Por qué dijiste que tus manos ya estaban sucias? ¿Te arrepientes de algo?
Miré su pecho inflarse para tomar aire, parecía que le había molestado la pregunta—más bien las preguntas—pero tenía que saberlo, sé que llevaba una vida tormentosa y tenía un pasado deprimente y, pese a eso, no me importaba, quería a Ronald tal y como era.
Detuvo el coche en una ruta de estacionamiento adentro de la ciudad. Estábamos en total silencio y él suspiró antes de hablar.
Su mirada estaba del lado de su vidrio y volteó despacio para verme.
—No me arrepiento de haberme acercado a ti, pero desde hace mucho que no soy un chico con una vida normal, con los problemas normales de alguien de mi edad —hizo una pausa y volvió a suspirar profundo—. He matado a mucha gente, desde mafiosos de toda clase hasta bestias, y me da miedo echar a perder tu vida conmigo —me miró directamente a los ojos, con un rostro que expresaba angustia—. Si te dije que tengo sucias las manos es para que lo pienses bien... ¿Podrás aceptar realmente lo que soy y lo que hice? O... ¿Prefieres que las cosas terminen?, estaré de acuerdo con lo que tú quieras y lo único que te pido es que seas sincera contigo misma.
No tenía nada que pensar, me quité el cinturón y me acerqué más a él. Ronald no estaba acostumbrado a que cosas buenas le sucedieran porque desde muy pequeño era solo sufrimiento, llanto y golpes.
Lo entrenaron hasta convertirlo en alguien letal y una pesadilla para muchos, frío y sin sentir pena o lastima para asesinar. Estaba tan corrompido que llegaba a sentirse raro si algo bueno le sucedía, como si no lo mereciera. A pesar de su gran seguridad, dentro él había miedo y no se sentía digno de muchas cosas. Pero yo estaba decidida a cambiar eso de su vida y no dejarlo caer ni una vez más.
—Mereces todo lo bueno de este mundo, Ronald West. Y no quiero que nada cambie entre nosotros, te quiero en mi vida, de eso no tengo duda.
Abrió su boca por un momento ¿Incrédulo?, sus ojos brillaban de ilusión y se dibujó poco a poco una sonrisa de alivio. Me acerqué más a él y toqué su rostro con ambas manos para acariciarlo, él en respuesta cerró sus ojos y dejó caer su cabeza con suavidad entre mis manos, inhalando y exhalando con tranquilidad.
—Me gusta que me toques —murmuró en un tono tan masculino y profundo, sujetando una de mis manos con delicadeza—. Me transmites esa paz que tanto he deseado.
Sonreí en ese instante.
—Estoy aquí.
—Lo sé —respondió, depositando varios besos en mis manos—. Aurora...
—Dime.
Nos miramos fijamente por unos segundos.
—Te amo.
Ese fue el primer te amo y fue mejor de lo creí.
Me amaba ¡Ronald me amaba! Y no sabía cómo reaccionar. Yo estaba enamorada de él, sentía que mi corazón iba a explotar de felicidad y sonreí llena de emoción. Me arrulló en sus brazos y me besó la frente.
—Ronald —mi voz temblaba por todas las emociones acumuladas.
—Lo sé, soy un enamorado empedernido —dijo entre risas—. Pero desde que me asignaron a ti he tenido esa sensación, de que eres para mí, y quise hacerle caso a mi instinto.
Sonreí y oculté mi estúpida sonrisa entre su cazadora negra.
—Y sabré esperar para cuando tú lo sientas.
— ¿Qué?
Acomodó unos cuantos cabellos que estaban en mi rostro y los pasó por detrás de mi oreja.
—A que me ames —aclaró—. Esperaré a que tú lo sientas.
Bajé la mirada y lo abracé más. Él no dijo nada, solo correspondió a mi abrazo. Besó mis cabellos mientras yo me acurrucaba en él, me encontraba en su pecho y aspiré ese aroma característico en Ronald, fresco y limpio, al igual que su perfume. Levanté mi vista chocando con su barbilla e inclinó su cabeza para rozar nuestras narices hasta llegar a mis labios. Nuestras lenguas se conectaron en ese instante, sus besos eran suaves, dulces, tiernos y se tomaba el tiempo para disfrutar y grabar mentalmente este momento tan íntimo.
Que las bestias me persiguieran por mi sangre no me hacía pensar que era una maldición por la cual sufrir y maldecir mi existencia. Por loco que sonara ha sido mi más grande bendición, mi sangre. Mi situación de peligro hizo que Ronald llegara a mí y estaba agradecida por eso.
En ese momento percibí algo del exterior, los vidrios del auto de Ronald no eran tan oscuros y podían vernos desde afuera. Lo que llamó mi atención fue otro Avenger—en color rojo—, los vidrios de ese auto estaban abajo y dos mujeres de cabello oscuro iban a bordo, observándonos. Miraron fijamente a Ronald y él a ellas, todos con cara de pocos amigos y una de esas chicas hasta parecía impactada, me parecieron eternas esas miradas y aceleraron para alejarse. Dejándonos de nuevo solos.
—Mierda —susurró Ronald por debajo.
— ¿Las conoces?
Asintió y me miró.
—Son protectoras, mis compañeras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro