Capítulo 37. A salvo.
Al llegar al hospital Adam y Rachel tenían mejores caras. Caminé rápido dejando atrás a Ronald para saber qué estaba ocurriendo. Rachel tenía su móvil a la mano y curiosamente sonó el mío.
—Aurora —el tono relajado de Adam me envolvió y sentí que todo estaba mejorando—. Papá salió de peligro, solo que tomará tiempo en recuperarse.
Casi brinqué de felicidad a los brazos de mi hermano. Esa noticia despejó todo mal pensamiento de mi cabeza.
—Qué alegría escuchar eso —chillé emocionada.
Rachel se unión al abrazo.
—Todo va mejorando —aseguró mi hermana—. Papá saldrá de esto y nosotros lo apoyaremos.
Las lágrimas salían de mí sin parar.
— ¿Podemos verlo?
—Eleonor está con él —contestó Adam con una tranquilidad que a mí me alteró.
Mi cara de felicidad se tornó a una de recelo y desconcierto, abriéndole paso a mi humor de perros.
— ¿Qué? —respondí como si fuera algo completamente incomprensible de procesar, no podía actuar con naturalidad con esa bestia cerca.
No tuve tiempo de escuchar sus respuestas y corrí en dirección a las habitaciones de piso.
—Aurora.
Mi nombre sonó en coro pero omití hacer caso.
No me detuve, pregunté rápido el número de habitación a una enfermera y en cuanto lo obtuve seguí mi camino. Mis hermanos venían detrás de mí pero necesitaba llegar antes de que esa bestia le hiciera algo.
Casi tiro la puerta de golpe, observando a Eleonor junto a él y al doctor al otro lado de la cama. Mis nervios se tensaron y respiré un poco aliviada.
—Señorita ¿Qué manera es esa de entrar a una habitación de hospital? —reprendió el doctor con severidad.
—Es mi papá —arremetí con irritación—, tengo derecho a verlo y saber cómo está.
—Doctor, es mi hijastra, no sea duro con ella.
Fulminé con la mirada a esa mujer, no la quería cerca de mi padre y menos que lo tocara con sus garras; me enfermaba de solo verla.
—Salte —solté en un gruñido y actitud inquina. Me era imposible controlar mi arranque de ira y desprecio por esta mujer.
— ¿Perdón? —inquirió la bestia, desconcertada—. Aurora ¿Qué ocurre contigo?
—Quiero estar a solas con mi papá ¡Vete!
—Jovencita tiene que...
Miré al doctor con cara de pocos amigos.
—Es mi papá.
—Y yo el doctor.
—Soy su esposa, Aurora.
La voz de esa maldita impostora me desquiciaba y le dediqué una mirada furibunda. Podía sentir las chispas saliendo de mis orejas.
—Aurora ¿Qué rayos te sucede?
Era Adam llamándome desde la puerta.
—No puede haber mucha gente aquí —vociferó el doctor airado, ya que su autoridad no era respetada.
—Quiero estar a solas con mi papá —me dirigí al doctor, tratando de tener una postura más amable y comprensiva.
—Aurora, yo estoy aquí —espetó Eleonor muy indignada.
Volteé a verla y ella me observaba desubicada, como si no comprendiera el origen de mi ataque hacia su persona. Me erguí y enfrente la mirada desafiante y lóbrega de mi madrastra.
—Yo tengo más derecho que tú —contraataqué solo para ella—, así que fuera.
—Basta, Aurora —me llamó Rachel sorprendida.
Cerré y apreté mis ojos para después mirar a mi padre quien dormía. El doctor sacó a mis hermanos y no tuvo más remedio que llevarse a la bestia que se resistía, pero al fin cedió.
Me impuse ante ellos y sobre todo ante Eleonor, y todo por el repentino impulso de kamikaze que me dominó. Una vez que todos abandonaron la habitación un ambiente de paz y seguridad me invadió.
Miré a mi padre conectado a esos monitores de hospital y me dio la sensación de que pronto estaría bien. Me acerqué para acariciar su cabello y tomar de su mano, podía detenerme a contar cada arruga de su rostro y noté con detalle que había más canas que hace dos años. Tenía heridas pequeñas en su rostro y en sus antebrazos, pero no eran para preocuparse, lo importante era que se estaba recuperando.
—Papá —lo abracé con cuidado—. Aquí estoy para cuidarte. Mis hermanos y yo estaremos contigo.
Podía escucharme, sabía que lo hacía.
—Te amo tanto, papá.
Aún nos quedaba mucho tiempo por compartir a su lado y no dejaría que esa maldita bestia nos saboteara. En estas últimas horas fui sometida a momentos estresantes, momentos que me llevaron al borde de un colapso. Eleonor era una persona mala que se había colado a nuestra familia de la manera más vil para destruirla poco a poco.
Si no fuese por Ronald que llegó a mi vida nunca me hubiera dado cuenta de nada, no iba a permitir que esa bestia hiriera a quienes amo. Ronald me protegería a mí y yo a ellos, y si es necesario arriesgar mi vida, lo haría por mi familia.
Después de unos largos minutos de estar con mi papá salí del cuarto y mis hermanos entraron. En cuanto llegué a la sala de espera, Eleonor aguardaba por mí, de pie, de brazos cruzados y el ceño fruncido; avanzó hacia mi dirección como si fuese un misil y yo su blanco principal para destruir. Mis pulsaciones se dispararon al cielo, y antes de huir, Ronald apareció a mi lado, provocando que ella frenara de golpe. Se tornó más cautelosa, posiblemente porque le afectaba o le inquietaba la presencia de mi protector.
Algo me decía que ambos ya estaban enterados de sus verdaderas identidades, pero guardaban las apariencias ante la gente como parte de sus múltiples reglas a seguir.
—Quiero hablar contigo, Aurora —solicitó la bestia impasible.
Mi cara de pocos amigos aparecía inconscientemente y Ronald tenía su vista en mí.
—Te espero —susurró solo para mí.
Asentí y me dirigí a Eleonor con más seguridad.
—Hablemos —respondí con voz firme.
Ronald soltó mi mano y me dejó caminar hacia esa mujer de brazos cruzados que esperaba por mí.
Me planté frente a ella y la tensión era grande. Mi incomodidad se reflejaba y parecía que ella lo notaba. Suspiró y me miró con detenimiento.
— ¿Por qué te comportas tan... fría y grosera conmigo? —preguntó con voz muy susurrante para evitar ser escuchada por alguien más.
Desvié la mirada por un momento antes de responder, hundí mis manos en los bolsillos de mi cazadora para calmar mis ansias por gritarle de todo a la cara y exigirle que dejara ese papel de víctima.
—Necesitaba ver a papá —me limité a decir como excusa.
—No —sacudió su cabeza—. Tú tienes algo más, y me lo estás ocultando.
Fruncí las cejas. Vaya que su cinismo no le importaba, si no estuviera enterada de la verdad caería con su actuación magistral, era muy buena mintiendo sin delatarse.
Me mostré indiferente, aferrada al tema de mi padre y del cual no me sacaría.
—No... —susurré, bajando la mirada.
Eleonor posó sus manos en mis hombros y me paralicé, siendo poseída por un escalofrío aterrador ante su tacto. Mordí mi labio para intentar controlar mi pánico y no parecer amilanada.
—Pareces... nerviosa.
Levanté la vista y no pude evitar encogerme bajo su escrutinio; en sus ojos se desataba una tormenta por conseguir las respuestas, pero no dejaría que me leyera tan fácilmente.
—Estoy bien —agregué con éxito de escucharme firme.
Eleonor parpadeó y noté como su semblante se relajaba para mostrar una sonrisa más comprensible.
—Debo suponer que es por lo que está pasando. Y está bien, después lo arreglaremos.
Eso último me hizo mucho ruido en mi cabeza, ¿A qué se refería con después lo arreglaremos? Eso para mí sonaba a una amenaza camuflada.
Si le gritaba lo que sabía de ella terminaría por cavar mi propia tumba. Así que era mejor darle por su lado.
—Sí... —farfullé y tragué saliva.
—Iré a comer algo ¿Estarás bien?
Asentí sin verla. Deslizó sus manos por mis brazos, dio un ligero apretón y por un momento me costó respirar con normalidad. Su mirada me repasó por última vez y se fue alejando con cautela.
—Nos vemos más tarde.
Solté una bocanada de aire al percibir como la tensión maligna de Eleonor fue alejándose hasta disiparse. Ronald llegó a mi lado y me tomó de las manos para darme un tierno beso en la frente.
—La tenemos vigilada, cada paso que dé, todo.
Levanté la vista.
— ¿Mi papá está a salvo?
—Sí.
Sonreí y la presión en mis pulmones disminuyó al darme esa tranquilidad.
— ¿Dime qué hacer para que tengas siempre esa sonrisa?
Volví a sonreír como tonta y él me miró muy risueño, apretando con suavidad mi mentón.
—Estaré bien.
—Tengo que ir a trabajar.
— ¿Me llevas?
Abrió ligeramente su boca como si no hubiese esperado esa petición, pero no quería quedarme en el hospital, me daban terror estos lugares y mi familia estaba a salvo por los protectores. Así que ir con él a su trabajo no me parecía mala idea.
—A ti no puedo negarte nada, princesa.
Lo abracé y nos encaminamos a la entrada del hospital.
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