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Capítulo 35. Coraje.

Había pasado una eterna hora. No teníamos ninguna señal ni nueva información acerca del estado de mi papá.

Seguía en mi asiento—más tranquila—y Ronald a mi lado abrazándome, en ningún momento se separó de mí, acariciaba mi cabello constantemente que a veces ni me daba cuenta cuando se detenía o cuando se acercaba a darme un beso en la frente.

Tenía su otra mano entrelazada con la mía, no la soltaba. Esta vez volteé a verlo y me acomodó un mechón rebelde detrás de mi oreja.

— ¿Quieres algo? —preguntó sin dejar de mirarme, tenía el maravilloso don de pronunciar las palabras de la forma más tierna.

Asentí.

—Ver a mi papá —giré mi cabeza para mirar a mis hermanos conversando entre ellos—. ¿Por qué tardan tanto? —esta vez observé a Ronald.

Llevó una mano detrás de la nuca con una expresión frustrada por querer darme la mejor respuesta, pero mi pregunta no era dirigida a él, simplemente estaba desesperada por tener noticias de mi padre.

—Aurora, lo están atendiendo —intentó pensar en las palabras correctas—. Estoy seguro de que no tardarán en salir.

Él tenía razón.

—Papá nunca había chocado —le dije cuando me acurruqué de nuevo junto a él.

—Necesitas comer algo, princesa —deslizó una mano por mi brazo, dándome un poco de calor cuando frotaba de arriba abajo.

Sacudí mi cabeza en respuesta ¿Cómo podía pensar en comer?

—No tengo hambre.

—Aurora, debes de mantenerte con energía, tienes de comer —tomó de mi barbilla con sus dedos para obligarme a verlo de frente.

Se miraba serio y decidido a convencerme para comer algo.

—Solo quiero...

—Ver a tu papá —terminó la frase por mí—. Lo entiendo pero los doctores saldrán cuando hayan terminado con él, mientras hay que alimentarte.

Bajé la mirada, no quería que me tratara como una niña, era ridículo. Se levantó de la silla, lo miré y acto seguido extendió su mano para que yo la tomara.

—Te llevaré a comer.

Observé su mano que esperaba por la mía, volteé a ver a mis hermanos que nos miraban sin nada de discreción y al parecer a Ronald no le importaba, solo tenía los ojos puestos en mí. Pero algo andaba mal, ¿En dónde se había metido Eleonor? Hace rato estaba a ocho sillas de mí ¿A dónde había ido esa bestia?

Miré a Ronald.

—Por mí —insistió, esta vez haciéndome sentir culpable por mi necedad. 

Hice una mueca y al final tomé su mano, me jaló delicadamente hacia él y nuestras miradas se conectaron.

—Esto ya es un progreso —dijo Ronald, dedicándome una tierna mirada.

Y logré sonreír con sinceridad, no podía ocultarlo. Mis hermanos sabían que en cualquier momento me iría; Rachel sonreía de oreja a oreja y asintió mientras que Adam se cruzó de brazos y terminó por acceder. Éramos tan unidos que con solo unas miradas lográbamos entendernos sin el uso de palabras, y con ellos aquí cuidando de mi padre me sentía más tranquila.

—Vamos —me animó Ronald alzando su cabeza hacia el otro lado del pasillo.

Caminé junto a él pero antes de tomar el elevador me inspeccionó de pies a cabeza.

—Linda pijama —se burló con sus ojos azules que refulgían.

Por su comentario sentí como mi triste burbuja fue reventada. Observé mi atuendo y...

—Rayos —musité, cerrando mis ojos de la pena.

Siguió burlándose mientras oprimía el botón del elevador.

—Soy el novio de la chica más despistada.

No dije nada, pues menos mal estaba vestida a pesar de todo este mal rato, ni tiempo me había dado de arreglarme con decencia, pero eso no me importaba, lo que quería era ver a mi padre. Y para mantener al Ronald amoroso y agradable tenía que comer aunque no quisiera.

Entramos al elevador.

—Podemos ir a tu casa a que te cambies.

Hice un puchero.

— ¿Te da pena que te vean conmigo? —pregunté con un tono de indignación mezclada con burla.

Ronald se rio por debajo, llevando sus manos adentro de su chamarra. No me cansaba de admirar esa sexi sonrisa tan natural y tampoco de escuchar esa melodiosa risa.

—No pongas palabras en mi boca que no dije —canturreó con el dedo índice extendido para señalarme—. Simplemente... —hizo un gesto divertido al pasar su mirada ardiente por todo mi cuerpo—. No quiero que nos echen a donde vayamos.

Abrí mi boca al escucharlo pero no pude evitar reír.

—Que cruel —respondí, siendo yo la primera en salir del elevador cuando las puertas se separaron.

Alcanzó a sujetarme de mi muñeca y me giró hasta plantarme frente a él, chocando con su pecho.

—Yo sin dudarlo te echaría —sonrió con malicia y con una intensa mirada que me acaloró—. Pero un polvo en la cama. Eres hermosa incluso en pijama.

Parpadeé algo atolondrada y tardé unos segundos en recuperar el aliento y mi respiración regular.

—Eres un sucio depravado —balbuceé, caminando hacia la entrada del hospital.

— ¿Sucio depravado? Lo dice quién me come con la mirada al verme desnudo —me guiñó el ojo.

Era insoportablemente coqueto y pervertido. Al salir nos dirigimos a su auto, como todo un caballero se adelantó y abrió la puerta del asiento de copiloto para mí.

Rodeó el coche para subirse y me observó.

—Sigue en pie mi propuesta.

— ¿Qué? —inquirí confundida.

—Llevarte a tu casa a que te cambies de ropa.

Descansé mi cabeza sobre el asiento.

— ¿Tan mal me veo?

Se aguantó una risita burlona.

—Estoy cuidando lo que más quiero —expresó con una sonrisa—. Te vendrá bien un cambio de ropa más cómodo.

Puse los ojos en blanco.

—Entonces... —me crucé de brazos sin más remedio—. Vamos a mi casa.

—Excelente decisión.

Iba a darle un golpe en el hombro, pero recordé que detestaba eso, no quería ser yo quien le recordara todo lo malo que vivió y le había prometido no volver a golpearlo.

Sonó un móvil—el de él—maniobró con una sola mano el volante y con su mano libre sacó su teléfono para ver quién llamaba, y después del cuarto timbre descolgó.

—Joey ¿Qué fue lo que conseguiste? —preguntó directo al grano y en un tono crudo.

Esto no estaba bien, no debería de escuchar una conversación que no era mía, retumbaba la voz grave de Joey por el móvil mientras hablaba y Ronald escuchaba atento.

—Entonces, ¿Fue la bestia?

Fruncí las cejas, esta vez interesada por el rumbo de esa conversación, Ronald volteó a verme con el rostro duro e indescifrable. Intrigada, esperé a que colgara la llamada.

—Estoy con ella, está a salvo, dile eso a Solomon.

Dio vuelta en dirección a mi casa, ¿Quién era Solomon? No era la primera vez que escuchaba ese nombre, pero no sabía de quien se trataba ¿Sería su jefe?

—Lo veré en la madrugada. Gracias por la información, Joey.

Al colgar lanzó el móvil y lo miré hambrienta por respuestas.

— ¿Todo bien? —indagué muy curiosa.

Se miraba demasiado serio y todo por atender la llamada de Joey.

—Fue provocado.

Enarqué las cejas y abrí grandes mis ojos, creo haberle entendido pero deseaba estar equivocada.

— ¿Qué cosa?

—El accidente de tu padre —confesó, volteándome a ver por unos segundos—. Fue ella, fue Eleonor.

Algo muy adentro de mí me taladraba que ella había tenido algo que ver y detestaba haber acertado.

—Eleonor —repetí como si ese nombre fuera el más desagradable de todos.

Aparcó frente a mi casa.

—Ella... —suspiró profundamente antes de continuar, era como si no quisiera seguir lastimándome con la verdad—. Su intención era deshacerse de tu padre.

Mi corazón comenzó a acelerarse y solo fui consciente del coraje, el dolor, la desesperación y la gran ira que se apoderaban de mí, quería golpear todo a mi paso y sacar esta rabia que sentía.

Ronald intentó sujetarme, pero estaba enloqueciendo por la posibilidad de perder a mi papá. No quería que me tocara, lo que quería era matar a esa maldita perra que se había metido en nuestras vidas haciéndolas cada vez más miserables y nosotros sin saberlo, todo porque iba tras mi sangre. Ronald me sujetó y yo luchaba por quitármelo de encima pero era demasiado fuerte, no podía contra él.

— ¡Aurora, no!

Su voz era toda angustia y me costaba trabajo entrar en control después de la noticia sobre el accidente de mi padre.

Grité del coraje, llorando porque ella era la culpable de que mi papá estuviera en una situación crítica.

—Aurora, necesitas tranquilizarte, por favor.

Traté de hacerle caso a Ronald y fui relajando la tensión de todo mi cuerpo cuando sentí como ejercía más fuerza en sus manos para inmovilizarme. Lo descubrí asustado por mi reacción, lo había golpeado de nuevo y en numerosas ocasiones. Podía percibir el ardor en mis palmas por haber golpeado fuerte su pecho mientras intentaba sostenerme.

—No quise golpearte..., de verdad lo siento —susurré muy avergonzada.

Bajó su mirada y volvió a verme con un reflejo abatido.

—No importa —dijo—, lo que necesito es que estés bien.

—No quiero perderlo, Ronald... no a él.

Me observó con las cejas fruncidas de la angustia, sabía que no podía hacer nada, que no se le venía nada a la mente para poder quitarme la preocupación, y eso parecía frustrarlo.

—Lo sé, princesa, créeme que desearía hacer algo más pero... —las arrugas de su frente se surcaron en señal de exasperación consigo mismo—, lo único que puedo hacer es cuidarte y estar contigo.

Me atrajo a él para envolverme en sus brazos y yo adopté una posición de feto entre su cuerpo mientras me arrullaba. Dejó caer su cabeza sobre la mía y escondí mi cara en su cuello, aspirando ese aroma de jabón fresco y limpio. Era tan cálido y compresivo que me sentía apenada por haberlo golpeando cuando le había prometido no hacerlo.

—Discúlpame... —susurré.

—No importa, Aurora.

Levanté mi cabeza para verlo y él bajó su mirada.

—No quería hacerlo —alcé mi mano para tocar su rostro y al instante cerró sus ojos al sentir mi tacto.

—Lo sé —masculló—. Si eso te sirvió para desahogarte, está bien. 

Minutos después bajamos del auto, caminamos hacia la entrada de mi casa sin soltarnos de las manos e iba pensando que en algún lugar había una llave escondida.

Ronald me observó y ladeó su cabeza.

— ¿Qué?

—No llevo mi llave y por algún lado debe de haber una copia —le informé, intentando recordar el sitio.

—Yo me encargo —dijo, acercándose a la perilla.

Fruncí las cejas y me alejé, observando que se inclinaba mientras sacaba del bolsillo de sus pantalones lo que parecía una especie de herramienta. Este chico me sorprendía cada vez más, no sabía con qué iba a salirme, pero por esta ocasión era justificado. Al paso de unos segundos logró abrir la puerta sin dañar la perilla.

Volteó a verme con cara de orgullo por lo que había hecho.

—Tienes suerte, porque hubiera llamado a la policía —comenté antes de entrar.

Se carcajeó.

—Qué curioso, no te quejaste cuando entré a tu cuarto la otra noche, lo que menos querías era llamar a la policía.

Me miró con la cabeza inclinada hacia un lado y mordió su labio inferior, muy atractivo.

Abrí mi boca avergonzada por lo que dijo tan naturalmente que entré corriendo a mi casa para evitar ponerme más roja de lo que ya estaba.

—Eres imposible, Ronald West, pero eso no cambia el hecho de que allanaste una casa.

Alzó su cara muy desafiante ante mi comentario, sonrió arrogante y perverso.

—Ibas a cambiarte ¿No?, hazlo antes de que me obligues a darte una lección.

Sus palabras despertaron mi libido y esa palpitación en mi entrepierna se hizo presente, no era el momento y decidí huir escalera arriba.

Escuché como una puerta se cerró detrás de mí y volteé en seguida, estaba apoyado de su hombro contra la pared y con las manos hundidas en los bolsillos de sus jeans, con gran estilo y sensualidad innata. No perdí más tiempo y subí para vestirme ya que don prestigio no le había gustado mi atuendo. Lo miré de nuevo y lo atrapé observándome.

—Te espero.

Asentí, tenía esa encantadora dualidad de chico malo mezclada con la de un chico dulce, ambos lados eran impresionantes, podía hacerte sentir segura y tranquila, y a la vez, lograba excitarte y desearlo con desesperación, eso eran tan... Ronald West.

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