
Capítulo 32. Caí en una maldita trampa.
A la mañana siguiente desperté tarde y los rayos del sol permanecían ausentes por el clima invernal de estas fechas de diciembre. El cuerpo me dolía un poco, sobre todo mis piernas, pero no estaba arrepentida por lo que ocurrió en casa de Ronald. Faltaba una semana para noche buena y todos estábamos locos por conseguir los regalos y preparar la cena navideña.
Por más increíble que me pareció, papá accedió a que invitara a Ronald a la cena de esa noche y me entusiasme por esa idea.
Seguía en mi recámara, sola y recuperando fuerzas. Eran las once de la mañana cuando decidí salir de mi cálida cama para ir a desayunar algo. Todavía en pijama bajé directo a la cocina, pasé por el comedor y me encontré con Adam quien estaba sentado frente a su portátil.
—Buen día, bella durmiente ¿Lista para esta noche?
Me detuve en seco y miré a mi hermano quien tenía una enorme taza roja llena de café alado de su portátil. Fruncí las cejas y me acerqué a él.
— ¿Lista para qué?
Que yo recuerde no teníamos nada planeado para este día y rogaba porque así siguiera.
—Hoy hay lluvia de estrellas—comentó Adam con una sonrisa—. Te encanta verlas al igual que a Rachel, las llevaré, montaremos el telescopio de papá y podríamos llevar algo de comida para disfrutar el espectáculo.
Parpadeé más rápido.
Esa salida no estaba mal, me gustaban las estrellas y todo lo que tuviera que ver con el universo; y que Adam lo tuviera en mente fue un gran detalle. La salida al parque me había entusiasmado, últimamente he estado tan alejada de las noticias y de lo demás a causa de todo lo que ha sucedido que no me he tomado el tiempo de relajarme.
—Eso es sensacional, sí, quiero ir ¿Y dónde está Rachel?
Adam puso los ojos en blanco y bufó.
—La suicida está afuera tratando de hacer yoga, estamos a ocho grados y no hay sol.
Me reí y no dije nada, así era Rachel, loca y arriesgada.
Desayuné unos deliciosos huevos estrellados con trozos de salchichas, y como siempre, Adam me quitó algunas porciones antes de marcharse. Cuando terminé fui a lavar los trastes que ensucié y de pronto, sentí un frío estremecedor que me hizo voltear.
Eleonor venía caminando hacia la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Pronto sequé mis manos con una toalla pequeña y salí corriendo antes de que la bestia pronunciara media palabra, no me importó si me vi extraña pero me rehusaba a estar sola con ella.
La noche llegó, la temperatura había subido un poco y estaba bastante agradable para andar en el parque. Papá se nos unió ya que también adoraba ver las estrellas. Cuando éramos más pequeños nos había comprado un telescopio y cada vez que ocurría un suceso astronómico procurábamos nunca perdérnoslo.
Por suerte Eleonor no estaba, la habíamos dejado de camino en un restaurante con la excusa de que tenía una cena con dos amigas que no veía desde hace años, y de alguna manera eso me aliviaba y por otra me preocupaba ¿Y si no era una cena como tal? ¿Y si esas mujeres eran también bestias? Todo esto era una tortura mental pero no quería pensar más, hoy quería disfrutar a mi familia.
Por otro lado, Ronald se había comunicado conmigo para decirme que todo el día estaría trabajando en Best Buy. Supongo que las cosas estaban calmadas para que él estuviese tranquilo en su trabajo en lugar de cuidarme.
—Estás colocando mal el ocular —le decía mi papá a Adam.
—Ya lo acomodé bien —replicó mi hermano para salvar su orgullo de experto ensamblador.
Preparamos una canasta de picnic con bocadillos y bebidas; papá dejaba que tomáramos cerveza por ser mayores de edad y creo pensar que también porque estábamos con él, así que no había ningún problema. Yo no era aficionada por tomar alcohol pero la ocasión lo ameritaba y decidí soltarme un poco.
Era una noche preciosa, el cielo estaba oscuro, había una luna gibosa menguante y el parque se encontraba atestado de personas que venían a ver el show estelar. Todos con sus cámaras, telescopios y manteles de cuadritos para acostarse y disfrutar de las estrellas. Nosotros nos encontrábamos encima de una pequeña colina con una vista espectacular.
—Por la hora que anunciaron no tardan en aparecer las estrellas —comentó Rachel muy entusiasmada mientras comía un cuadrito de sándwich.
—Ya tengo la cámara lista —agregó Adam.
— ¿Y el telescopio? —pregunté.
—Está listo, cariño —contestó papá, al tiempo que se dejaba caer en nuestro mantel para tomar un cojín y acomodarse—. Ya solo queda esperar.
Al paso de unos tres minutos la gente empezó a escandalizarse por la llegada de las estrellas. Adam rápido se colocó en el telescopio para verlas y yo quedé junto a él para ser la siguiente. Rachel se encontraba con papá quien sonreía de ver el cielo bañándose de las estrellas que pasaban a gran velocidad.
Era precioso, hasta las luces de los faroles del parque habían disminuido su intensidad para darle más protagonismo a las estrellas, y nosotros como espectadores admirarlas desde nuestros lugares.
—Pide un deseo, Aurora —dijo Adam a mi lado.
—Ya no tengo cinco años.
Él me sonrió y alborotó mi cabello.
—Eres mi hermanita pequeña, no dejaremos de hacer esto —agregó muy sonriente al chocar mi cerveza con la suya.
Sonreí y al final lo hice. Pedí me deseo a las estrellas.
—Demonios, Adam —vituperó Rachel con un tono molesto—. Te dije que trajeras la caja roja con las tarjetas vacías para la cámara. Esta ya se llenó.
—Lo hice, Rach.
—Las trajo pero las olvidó en el auto, voy por ellas —comenté tomando las llaves de la canasta y bajé a toda velocidad por la colina.
Pasé entre la gente, tomé lo que quedaba de mi cerveza y la deposité en el primer contenedor de basura que encontré. El parque de esta zona tenía enormes árboles frondosos a su alrededor, toda una maravilla natural, y cerca de donde nosotros nos habíamos instalado se encontraba un pequeño estanque donde en ocasiones había patos nadando.
Llegué al estacionamiento, quité el seguro y abrí la puerta trasera para tomar la caja roja. La lluvia de estrellas seguía su curso y vaya que era hermoso caminar bajo ellas. Cerré la puerta, activé el seguro y en eso, más allá del estacionamiento noté algo.
Era una clase de luz brillante entre los árboles, no podía dejar de verla y de la nada me sentí obligada de ir a ella para descubrir qué la producía. Como luciérnaga a la luz caminé olvidándome de todo, era como si no tuviera control de mis facultades mentales y me dejara guiar por el deseo interno de ir hacia esa luz, era una fuerza que controlaba mi sistema y mis movimientos, no podía parar.
Caminé y caminé más hasta llegar a las penumbras del parque, la luz de las estrellas era difícil de ver en esta zona por los árboles frondosos, y de pronto, algo me despertó de mi trance. Parpadeé varias veces para ser consciente de lo que había ocurrido, pero... ¿Qué sucedió? Yo no debía venir a este lugar, algo me atrajo, algo que fue difícil de impedir. Había perdido momentáneamente el control de mi mente y de mi cuerpo así que avancé para salir lo más rápido de aquí. Pero escuché unos sonidos indescriptibles, la oscuridad se acrecentaba y yo me encontraba sola, lejos de la gente.
El lugar perfecto para...
El ruido fue más cercano, como el de unas ramas partiéndose en dos y volteé en todas direcciones hasta notar una enorme presencia a mi derecha. Se trataba de un hombre, lucía sucio y maloliente, y podía asegurar que algo le escurría de su boca al mirarme frente a él.
No, Dios. No puede ser.
—Vaya, vaya, una carnada fue atraída a la trampa —una voz carrasposa sonó en diferente dirección, otro hombre salió entre los arbustos y se miraba muy orgulloso de tenerme justo donde quería.
— ¿Trampa? —murmuré solo para mí, caí en una maldita trampa.
Levanté la vista y ya eran seis alrededor mío.
—Noche de festín, camaradas —bramó una mujer, bailando en su lugar con unos enormes ojos inyectados de sangre que me miraban como todo un dulce manjar.
— ¿Dónde está tu protector, pequeña carnada? —se burló un tipo gordo y desagradable.
Quedé aterrada y petrificada, ¿Cómo iba a salir de esto?
Empezaron a transformarse. Se escuchaba el crujido espeluznante de sus extremidades y les crecía pelo de todas partes a una velocidad antinatural. Estaba perdida.
Corrieron las seis bestias hacia mí, venían de todas direcciones y mis lágrimas caían de impotencia, grité aterrorizada, y en eso, uno de ellos cayó al suelo de golpe y los demás se detuvieron en seco. Algo había volado entre la oscuridad, y otra bestia cayó después de escucharse el sonido de un cuchillo al ser lanzado con velocidad y precisión para llegar al blanco, justo a la cabeza.
Un fragmento de segundo transcurrió cuando Ronald cayó del cielo frente a mí para sujetarme de la cintura y llevarme con él entre los aires. Había utilizado una de esas cosas que usaban los espías en las películas para engancharse de algún lugar alto y subir.
—No te muevas —ordenó, dejándome a salvo en una rama lejos de esas monstruosidades y se lanzó de regreso, valiente, temerario y sin ninguna pizca de inseguridad.
— ¡Ronald!
Miré como mi protector usaba esa herramienta entre los troncos de los árboles para moverse con rapidez y lastimar a las bestias quienes rugían. Dos estaban en el suelo y un hedor nauseabundo salía de sus cuerpos, pudriéndose más rápido que el de un ser humano normal.
Estaba atónita al ver como Ronald corría entre los árboles a toda velocidad, utilizando hábilmente esa herramienta para impulsarse y seguir atacando a las bestias que no lograban detenerlo. Usaba esa cuerda metálica afilada que cortaba como cuchillo a la mantequilla, trozando extremidades y salpicando sangre a todas partes.
Llegó frente a una que estaba dándole batalla, y pronto usó una daga que brillaba por su filo para atravesar el pecho de la bestia y derribarla. Pero esa asquerosa criatura se lanzó hacia él para detenerlo, ya tenía encima a la bestia. Por un momento sentí una aterradora desesperación producida por la impotencia de no poder hacer nada.
Las bestias restantes me localizaron y no dudaron en correr hacia el árbol en el que me encontraba. Ronald atravesó la cabeza de la bestia que tenía encima de un disparo y corrió detrás de las demás hasta rodearlas con esa soga metálica. Se lanzó entre los troncos y realizó una maniobra magistral al cruzar esa soga y partir en dos los cuerpos de esos monstruos. Cayó al suelo agitado por su esfuerzo y se incorporó, ladeando su cabeza para tronar su cuello.
Llevé mis manos a mi boca al ver que no había acabado, sacó dos enormes cuchillos de su espalda y clavó las filosas armas sin nada de misericordia en las cabezas de las bestias moribundas para destrozarlas. Al terminar levantó la vista hacia mí.
—Es difícil de asesinarlas y las cabezas son el punto clave para matarlas —me explicó con una perturbadora tranquilidad mientras limpiaba sus armas—. Estás a salvo, princesa.
Sacó la pistola gancho, disparó hasta la rama donde me encontraba y se lanzó para ir por mí y bajarme.
—Los... cuerpos...
—Se descomponen rápido, demasiado asqueroso y pestilente, pero es buena señal, significa que están totalmente muertos —tomó de mi mano y me llevó hacia la luz de la luna y las estrellas—. Deben de estar preguntando por ti.
En su mano tenía la caja roja de las tarjetas y me la entregó. Lo miré, su rostro se había ensuciado y tenía un golpe en la frente del lado derecho.
— ¿Cómo supiste que estaba en peligro? Se supone que estabas es Best Buy.
Me dedicó una media sonrisa peligrosa y misteriosa mientras se acomodaba la cazadora y se limpiaba con un pañuelo.
No se inmutó en absoluto por lo que acaba de hacer, y mis piernas seguían temblando.
Verlo en este tipo de acción era irreal. Apenas podía con la idea de que yo era una carnada para esas criaturas, y sobre todo, que Ronald era mi protector.
—Siempre estoy al pendiente de ti, no importa si estoy lejos.
Sentí el impulso de abrazarlo y lo hice, fue con tanta desesperación que mis lágrimas recorrían mis mejillas y le di un beso en los labios, estaba tan feliz de tenerlo conmigo y él correspondió a mi cariño.
—Gracias, gracias por salvarme —expresé con voz trémula y sollozando.
—Siempre lo haré —respondió con ternura y me separó de él segundos después—. Debes de regresar con tu familia, y actúa normal.
Como si eso fuera tan sencillo.
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