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Capítulo 25. Falsas identidades.

No podía, no podía decirle que sí porque la respuesta era lo contrario. Lo quería en mi vida.

—No, pero... —las palabras salieron de mi boca sin mi permiso.

Él me observó con un gran destello de luz en sus ojos azules. Una clara señal de esperanza por seguir juntos.

—Aurora —se acercó a mí a un paso cauteloso.

— ¡No! —exclamé y guardé distancia—. Solo haz tu trabajo de cuidarme, es todo.

—Entonces... déjame llevarte a tu casa —insistió.

En esa parte tenía razón, tal vez andar sola era un error, así que regresé al auto con él. Me puse el cinturón de seguridad e intenté calmar mis pensamientos. Ronald y yo estábamos siendo separados por las reglas de los protectores, llevé una mano a mi frente de la frustración por la cruda situación mientras que él aceleraba con dirección a mi casa.

En lugar de estacionarse frente a mi casa, lo hizo en la esquina de siempre y volteé a verlo. Noté de reojo que me observaba con serenidad, tal vez con una profunda aflicción que no lo tenía tranquilo.

—Basta —le pedí y cerré mis ojos.

—Aurora, yo te quiero, tienes que creerme.

Levanté mi mirada hacia él.

—Pero las reglas.

—Por si no lo has notado aún, soy alguien que no sigue siempre las reglas. Yo te quiero conmigo y ellos van a entenderlo por las buenas o por las malas —dijo, llevando su cabeza al respaldo de su asiento.

Negué de inmediato.

—No lo sé, no quiero causarte problemas.

—No lo harás —remarcó—, me dijiste que no me alejara de ti —acercó su mano para deslizarla por mi brazo hasta encontrarse con mi mano—. Y eso es lo que haré.

El silencio reinó y el ambiente tenso fue disminuyendo. Mordí mi labio inferior lo cual provocó que él mirara detenidamente mis labios; su nuez bajó y subió sin quitarme la vista de encima.

Tenía tantas ganas de besarlo que me quité el cinturón de seguridad y fui hacia él, sentándome en su regazo. Ronald se impresionó y sonrió sin hacer protesta, lo tomé del rostro y lo jalé hasta besarlo. Amaba como sus labios se conectaban con los míos. Me tocó la cintura y me apretó más hacia él.

Enredé mis dedos entre su cabello y en respuesta él tocó mis muslos, apretó mi trasero proclamando por ser el dueño; nuestro beso era apasionado y desesperado por más. Se fue a mi mandíbula hasta mi cuello y llevé mi cabeza hacia atrás de una manera más accesible para sus labios.

—Carajo, Aurora —soltó en un tono gutural entre besos—. Quiero estar dentro de ti ahora.

Mi entrepierna vibró de solo imaginarlo.

Me abracé más a él, yo también lo deseaba, estaba segura de que quería estar con él, quería esto con todas mis ganas.

Empecé a menearme sobre él cuando sus dedos entraron entre la tela de mi pantalón y mi piel. Chillé al percibirlos justo donde mi cuerpo pedía ser invadido.

—Me quieres aquí —susurró con voz ronca y seductora mientras sus dedos presionaban suave—, o tal vez —apartó el elástico de mis bragas y las yemas de sus dedos acariciaron muy profundo—, más adentro...

Apreté mis piernas y él alejó sus dedos sin dejar de sonreírme de esa forma atractiva, oscura y dominada por el deseo.

—Bien, será como tú quieras, no tengo prisa.

La mano que había usado para tocarme la llevó a mi nuca para atraerme y besarme. Sus labios me devoraban con vehemencia hasta que me atreví a morderlo un poco, me gané un gruñido de su parte pero no por disgusto.

Me observó por un momento, juntó nuestras manos mientras todavía me encontraba a horcajadas de él.

—Me asusta lo que vaya a pasar, Ronald.

—No tienes por qué asustarte.

—No quiero que te separen de mí, no quiero que tengas a otro a quien proteger.

Me sonrió sin dejar de lado ese tierno semblante que no se esforzaba en ocultar cuando estaba conmigo.

—Por ahora —me besó en los labios tan lento que al alejarse me quedé con ganas de más—. Soy tu protector, y tú eres solo mía.

Sus palabras llenaron de electricidad todo mi cuerpo, sentía que mi corazón colapsaba cuando lo escuché decir eso, era suya, y quería serlo totalmente.

—Las cosas se complicarán —susurré.

Asintió.

—Sí, pero... ¿Qué es la vida sin algo de problemas? A mí me encantan —dijo, sonriendo tan coqueto que lucía más guapo, esa manera de ver la vida a pesar de todo lo que ha pasado es digno de admirar.

Dejé escapar un suspiro y sonreí sin ganas.

—Increíble... yo quería una historia de amor, no una de terror trágico —comenté como mal chiste y él me miró taciturno.

Tan prolongado fue el silencio que creí que no agregaría nada, o que tal vez le había molestado mi comentario. Pero su forma de mirarme, tan profundo y decidido me cautivó hasta que habló:

—Sé lo que lees, yo también he leído lo que te gusta solo para sentirte cerca y... Aurora, no soy de esos cabrones literarios que lees, tampoco un chico lindo que todo lo hace perfecto... soy real. No quiero jugar y tratarte mal solo por ocultar lo que realmente siento por ti. No quiero ser un cretino ni indiferente solo para no demostrarte mi amor de frente. Mi meta no es solo llevarte a la cama y cogerte duro, tampoco prometerte un mundo color rosa. Pero sí puedo decirte que me esforzaré por ti, haré lo que sea por ti, porque no tengo miedo a enamorarme. Te ofrezco eso, un amor real, con sus altas y sus bajas pero real.

Quedé sin palabras y después de unos segundos reaccioné, abrazándolo con todas mis fuerzas. Escondió su rostro en mi cuello y sentía como lentamente me calentaba con su respiración, depositando pequeños besos y al final me besó en los labios.

—Lo acepto —dije, muy feliz por al fin hablar con claridad.

Sonrió sin decirme nada y me estrechó más a él.

—Te dejaré en tu casa.

—Sí.

Me aparté de su regazo, encendió el auto y avanzó hasta dar vuelta y llegar a casa. Volteé a verlo por un momento antes de bajar y descubrí que aún predominaba ese semblante sereno y pensativo.

—Uhm... suerte, con la reunión.

Frunció las cejas.

—Será rápida pero gracias.

Salí del auto, cerré la puerta y él esperó a que entrara a la casa. Ya adentro, caminé hasta las escaleras pero la voz de alguien me había llamado, era Eleonor que salía de la cocina.

Me estremecí al verla y lo único que me cruzaba por la mente era gritarle su hipócrita imagen, y que deseaba echarla de mi casa.

Agarré con dureza el barandal de la escalera para controlarme.

—Que bueno que llegaste, cariño ¿Me ayudas con la cena?

Uní mis cejas.

—Adam quiere verme —me excusé rápido.

—Oh —respondió—. Él está en su habitación.

Asentí.

—Bien —agregué.

Subí sin decirle nada, no quería estar a solas con ella, de alguna manera tenía que hacerla caer, quería exponerla y que se fuera de mi casa. Caminé hasta la habitación de mi hermano y la puerta estaba cerrada, así que toqué para asegurarme de que estuviera adentro.

Pase...

Era verdad. Tomé la perilla y di vuelta para abrir la puerta. Mi hermano se encontraba acostado en la cama con su móvil en manos.

— ¿De qué querías hablar conmigo? —bombardeé de inmediato al entrar.

Me observó por un momento.

—Al fin llegaste, iré directo al grano —comunicó, lanzando su móvil a la cama—. Papá me contó hoy que su jefe había tenido un hijo llamado Ronald.

Mis ojos se empequeñecieron y rogué porque Adam no lo hubiese notado; intenté no delatarme con mis expresiones porque no quería que se enteraran de la verdadera identidad de Ronald.

—Matt West perdió a su hijo hace siete años —prosiguió.

Bajé la mirada, el tono receloso y su mirada perspicaz representaban un indicador de que Adam unía los cabos sueltos. Y no iba a errar.

—Qué mal por él —dije sin mirarlo.

— ¿Por qué siento que tu Ronald y el Ronald del señor West son el mismo? Viéndolos con detalle son muy parecidos.

Mi hermano era como Sherlock Holmes, siempre queriendo reunir las piezas que a él se le hacían extrañas y que lo desafiaban a resolver.

—No lo es... —espeté, desinteresada en el tema—. Su nombre es Ronald Miller.

Asintió.

—Sí, eso es lo que me detiene —comentó muy pensativo—. Pero es mucha casualidad todo esto, ¿No crees?

Me encogí de hombros.

—Yo solo sé que es un excelente chico, un ex-soldado y que le va bien en Best Buy.

—La palabra excelente suena demasiado para él, dejémoslo en tentativamente bueno, y deberías conocerlo mejor —contestó. Algo me decía que era Adam celoso quien hablaba, pero también un Adam que estaba confiando en mí y en mi relación con Ronald.

Me reí al escucharlo.

—No presiones, deja que las cosas se vayan dando entre él y yo —comenté lo más tranquila posible—. No lo investigues, es... vergonzoso.

Abrió su boca en una perfecta O.

—Aurora, eres mi hermana y te cuidaré siempre —se enderezó y arqueó una ceja—. Aunque siento que Ronald oculta algo.

Lo miré a los ojos.

— ¿Por qué dices eso?

—Porque, Aurora, llevaba un arma con él, tú lo viste sacarla cuando iba con nosotros en el auto ¿Por qué cargaría un arma si ya no es soldado?

—Costumbre —justifiqué.

— ¿Y si oculta algo más? ¿Algo... malo?

—Nos salvó —recalqué un tanto exasperada—. Eso no es algo que haría alguien que tuviera malas intenciones.

Se levantó de la cama y llegó frente a mí, era bastante alto y su rostro expresaba preocupación.

—Prometí darle una oportunidad y lo haré, solo espero no arrepentirme de eso, porque las personas no son siempre lo que aparentan ser o lo que nos enseñan de ellos.

Dímelo a mí... Eleonor.

Lo abracé y él correspondió, besó mi cabeza y acomodó la suya sobre la mía.

—Te quiero mucho, Aurora, solo quiero tu bienestar y que Ronald no salga con sorpresas.

—También te quiero —me reí por lo último que dijo y sentía la presión de mis mentiras, ahogándome en un vaso de agua—. Todo saldrá bien.

Eso deseaba.

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