Capítulo 21. Una oportunidad.
Entramos al parque perdiéndonos entre la gente, era un domingo familiar a pesar del día triste y nublado. Ya pasaban de las seis y las luces de los juegos iluminaban toda la feria. Ronald me pasó por delante, tomándome de la cintura para guiarme por el camino y en este preciso momento me sentía la chica más feliz del lugar.
Tomé aire para resistir lo que venía, estábamos cerca de un juego llamado El Satélite; una enorme rueda con paredes donde se ubicaban los lugares para ser ocupados con la protección máxima, ya que las personas iban de pie mientras el juego giraba a toda velocidad hasta hacerte gritar. Decían que no se sentía nada—jamás me he subido—solo a la montaña rusa con Lena, pero eso no tuvo un final feliz.
— ¿Quieres subir? —preguntó Ronald, animado.
Se miraba ansioso por subir al juego. Eché un vistazo a la aterradora rueda y luego miré a mi chico. Tomaría el riesgo para que él se divirtiera. Ronald estaba acostumbrado a la adrenalina y al peligro, así que estos juegos no eran nada para él.
—Sí, claro, se ve divertido —mentí, en realidad estaba aterrada.
—Estarás conmigo, princesa, tranquila —me aseguró, dándome un pequeño beso en los labios—. Vamos.
Llegamos a la fila y aproveché para acercarme a él y engancharme de su brazo. Hacía un poco de frío y él sin pensarlo me rodeó con ambos brazos, y vaya que se sentían muy cómodos. Podía acostumbrarme a esto sin problema. Avanzamos, ya estábamos a punto de subir y solo fui testigo de como la gente salía mareada y otros muy sonrientes con el cabello hecho un nido de pájaros.
—Aurora, está bien que me abraces, pero de esta forma me estás cortando la circulación.
Avergonzada por mi inconsciencia, aflojé mi agarre.
—Disculpa.
Él no dijo nada, solo sonrió y no apartó su brazo, no lo solté, pero me esforcé por evitar apretar de más. Enseñamos nuestras pulseras para que fueran marcadas por nuestro primer pase de diez juegos que teníamos disponibles. Ronald me pasó por delante hasta acomodarme en uno de los espacios del juego y él se colocó a mi lado.
Iba a perder mi móvil si no lo sacaba de mi pantalón.
—Mi móvil podría caerse.
—Dámelo —ordenó, extendiendo su brazo hacia mí.
Saqué el móvil y se lo entregué, abrió su chamarra para guardar tanto el mío como el suyo.
El juego iba llenándose cada vez más y más hasta agotar los espacios. Me agarré del fierro firme para asimilar lo que estaba haciendo y sentí el calor familiar de una mano, era él quien me sujetaba.
—Será divertido —aseguró con una sonrisa que me transmitió seguridad.
Asentí con todo mi esfuerzo facial para verme tranquila, y me concentré para no seguir temblando del miedo. El juego mecánico comenzó a moverse y ahogué un grito de pánico al momento en que nos elevamos.
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Sorprendente, acabé un poco mareada, pero sobreviví completamente intacta. Ronald me ayudó a salir del espacio y me abrazó para sostenerme y bajar del juego. Mis piernas se habían transformado en gelatina aunque estando allá arriba fue fenomenal y el aire fresco golpeaba con una adrenalina pura. Y lo más increíble de todo, fue que Ronald no alejó en ningún momento su mano de la mía.
—Bien... eso fue divertido —confesé, cerrando los ojos por un momento.
—Lo lograste, princesa —acomodó un mechón rebelde detrás de mi oreja—. Y no gritaste nada, que valiente —halagó Ronald muy orgulloso y después me abrazó.
—Lo soy —respondí ufana.
Él se rio al tiempo que entrelazaba nuestras manos para continuar con nuestro paseo. Me preguntaba si... ¿Adam ya habría llegado al parque? Ojalá que no; esperaba que se hubiese quedado en casa entendiendo que tenía derecho de salir con el chico que me gustaba. Aparte, estaba protegida porque no era cualquier chico, era mi protector, me cuidaba de quienes tenían la intención de asesinarme. Sonaba espantoso, pero esa era mi realidad ahora.
Me detuve enfrente de un puesto de accesorios de acero inoxidable y más. Entre ellos: collares, pulseras, aretes y anillos. Ronald se detuvo conmigo, sonriéndome mientras yo miraba las cosas con detalle por la variedad de objetos que vendían.
Busqué para encontrar algo perfecto observando de soslayo a Ronald que miraba las cosas desde su ángulo, hasta parecía interesado y noté que su atención estaba en un brazalete, pero desde donde me encontraba no pude observarlo con claridad. Me miró por el rabillo de su ojo y yo desvié la mirada, consciente que me había atrapado espiándolo.
Eché un vistazo a algunos aretes y collares, tenía que concentrarme en no mirarlo mientras él seguía en lo suyo, pero pronto me di cuenta de que estaba conversando con la señora del puesto. Había dijes para escoger y armar una pulsera o brazalete con los que eligiéramos, encontré una pulsera de cristal cortado rosa y en ese momento, Ronald se acercó a mí y me sonrió.
—Para ti —dijo, enseñándome el brazalete que él había observado. Era exquisito, con cristal cortado transparente y de él colgaban dos dijes, una pequeña y bonita R y a cinco cristales de ella una diminuta y fina espada, era una clara referencia a lo que él se dedicaba.
—Es muy bonito —respondí con una sonrisa de oreja a oreja. Me enamoré de su detalle.
Tomó mi muñeca izquierda para abrochar el brazalete y admirarlo. Era precioso, sentí como mi corazón revoloteaba y no dejaba de latir a gran velocidad.
—Gracias —seguí sonriendo embelesada frente a él.
A pesar de su ruda y oscura apariencia, Ronald poseía un encanto natural para transmitir emociones; en este precioso instante, lo que sentía era ternura y una fuerte y atractiva seguridad de estar a su lado.
—Tu hermano está aquí.
Mi expresión de felicidad se quebró y desvié la mirada a varios lugares pero no vi a nadie.
Ronald—impasible—me giró sobre mi eje sin que yo pudiera ser capaz de hacerlo. Adam caminaba hecho una fiera hacia nosotros; su mirada mataba, no le gustaba lo que veía y eso ya estaba colmando mi paciencia.
—Tú —señaló a mi acompañante–, aléjate ya de mi hermana —ladró Adam tomándome del brazo de un tirón brusco.
Ronald parecía sereno e hizo un mohín diminuto al ver como mi hermano me había sujetado para alejarme de él.
—No te quiero cerca de ella —mi versión masculina seguía amenazando como un salvaje.
Gracias a que el ruido de la feria ahogaba la elevada voz de Adam, no llamábamos la atención. Me encontraba entre dos chicos con niveles altos de testosterona, pero el pelinegro no mostró señales de ataque.
—No tengo intenciones de hacerle daño —replicó Ronald con calma, parecía hasta relajado y nada intimidado con el uno noventa de Adam.
Oculté mi rostro con las palmas de mis manos, aún sin creer lo que Adam me estaba haciendo.
—No me fío de ti —contestó Adam—. No me siento cómodo con la idea de que mi hermana menor salga con un soldado.
—Ex... soldado —corrigió Ronald en un tono lento y peligrosamente tranquilo.
— ¿Te dedicas a algo?
—Trabajo como vendedor en Best Buy —dijo sin titubear y con orgullo.
Por la expresión de Adam eso despertó más su inquietud y desconfianza.
—Tu nombre.
—Ronald...
Ay no, no le había dicho que cambié su apellido para protegerlo.
—Miller.
Abrí mis ojos impresionada por lo que escuché, ¿Por qué me preocupaba? Él sabía todo.
—Lo siento, Miller, pero no te considero alguien... bueno —entrecerró los ojos—, para mi hermana.
—También lo siento por ti, Adam, pero yo quiero a tu hermana —se defendió Ronald.
¡Por todos los libros que leo! Le dijo a mi hermano que me quería. Estoy segura de que mi corazón se salió del pecho porque dejé de sentir el pulso.
Adam volteó a verme. Abrí mi boca en un intento por defendernos:
—Tienes que darle una oportunidad —supliqué con el rostro más dulce para persuadirlo.
Desvió la mirada hacia mi protector.
—Sé que protegerás a tu hermana de quien sea —dijo Ronald, dedicándome una mirada tierna para después clavar la vista en mi versión masculina con más seriedad—, pero yo la quiero de verdad. Quiero que confíes en que yo jamás la lastimaría y en ella quedará si quiere o no que permanezca en su vida. No decidas por ella.
Adam se llevó las manos a la cadera y yo me acerqué más a él.
—Por favor —le pedí.
—Aurora no empieces.
—Dale una oportunidad —insistí.
Mi hermano no dejaba de perforar a Ronald con su mirada, los segundos que transcurrieron fueron eternos. Al final Adam dejó escapar un suspiro y dijo:
—Si llegas a herirla por más mínimo que sea...
—De ser ese el caso, haz conmigo lo que quieras —respondió Ronald, determinado—. Aunque dudo que eso suceda.
Pero justo cuando Ronald terminó de hablar se escuchó un gran alboroto. La gente gritaba aterrorizada, pude ver a seis hombres que iba llegando, grandes, fuertes y abominables. Traían armas y estaban ocasionando un gran daño disparando con silenciadores. Ronald volteó a vernos en modo alerta.
—Hay que salir de aquí ¡Ahora! —ordenó.
Acto seguido me tomó de la mano y Adam igualó la velocidad de mi protector para ir al estacionamiento, pero la multitud se acrecentaba a pasos gigantescos que entre tantos cuerpos solté su mano.
— ¡Ronald! —grité en cuanto el mar de gente me llevaba contra corriente.
— ¡Aurora!
Caí al suelo cerca de la estampida humana y escuché más disparos.
Corrí tratando de ocultarme en algún lugar seguro; temblaba del miedo y perdí por completo de vista a mi hermano y Ronald. Me coloqué atrás de unos puestos de juegos para mayor seguridad, siendo testigo de cómo los hombres se burlaban con escandalosas carcajadas mientras disparaban a diestra y siniestra.
— ¡Aurora!
Era la voz de Adam, mi hermano corría hacia mí.
—Adam —apenas y logré articular su nombre.
Me abrazó.
—Salgamos de aquí.
—Ronald —dije cuando tomó mi mano.
—Trataremos de buscarlo y si no lo encontramos, lo siento pero tendremos que irnos.
Corrimos entre espacios menos aglomerados, no pude evitar ver cuerpos ensangrentados de mujeres, hombres y niños que habían sido brutalmente asesinados. Las sirenas de policías y tal vez de ambulancias y bomberos se escuchaban a lo lejos. En eso divisé a Ronald cerca de unos tipos más grandes que él, y como todo un experto los combatió y desarmó. Aparté la mirada cuando mi protector amenazó con una pistola y escuché un disparo.
Salimos del parque y Adam me llevó hasta el auto, me acomodé en la parte de atrás pero...
—No podemos irnos —protesté.
—Claro que podemos, nos van a matar si nos quedamos, Aurora —replicó mi hermano al encender el coche.
Antes de arrancar se escuchó una explosión que me hizo gritar. Cerca de nosotros algo había golpeado el coche y mi corazón palpitó al ver que se trataba de Ronald.
— ¿Esperas una invitación? ¡Sube! —exclamó Adam.
Hasta yo me impresioné con eso. Ronald subió y salimos lo más rápido posible del lugar, pero algo andaba mal. Detrás de nosotros venían unas camionetas Suburban negras, eran dos y no había duda de que nos seguían.
—Chicos —los llamé muy alarmada.
Ronald volteó a verme y observó por el vidrio trasero.
—Adam, dobla en la siguiente calle, nos vienen siguiendo.
— ¡Qué! —gritó mi hermano—. Tú vienes con nosotros ¿Quiénes son esos idiotas?
Ronald me observó, eran bestias y no podía decírselo.
—Mafiosos... —mintió.
— ¿Eres un delincuente? —inquirió Adam embravecido y dando vuelta en la siguiente calle.
— ¿Te lo parezco? Soy un exsoldado y sé de estas cosas —gruñó Ronald—. Dirígete a la Internacional, ahí habrá más tráfico y los perderemos.
—No me digas que hacer, Miller —respondió mi hermano a la defensiva.
En plena persecución me limité a recostarme en el asiento para intentar calmar mi miedo. La atención de Ronald estaba en mí.
—Te prometo que no te pasará nada —me aseguró, estirando su mano para que yo la tomara.
Era demasiado tarde, nos rodearon antes de llegar a la internacional. Tres Suburban al frente de nosotros.
— ¡Mierda! —exclamó Adam desesperado—, ¿Alguna idea Miller?
—Siempre —Ronald sacó de su chamarra un arma de fuego y salió del auto—. Váyanse, yo me quedaré.
Cerró la puerta.
— ¡Ronald! —grité con la intención de detenerlo.
Comenzaron a disparar y Adam no dudó en poner de reversa el auto y salir, pero, Ronald, él se quedaría ahí.
—No debimos abandonarlo, Adam, él nos protegió —protesté sin poder detener mis lágrimas.
—Tienes que calmarte, Aurora. Si lo hizo fue porque sabe cómo salir de eso.
No podía creer lo que estaba pasando. Ronald arriesgó su vida otra vez.
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