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Capítulo 14. Entre probadores.

Tomé una bocanada de aire. Tenía que hacerlo, mis brazos y piernas dolían, pero no podía declinar, solo un poco más y lo conseguiría, un poco más. Se requería de concentración para lograr mi objetivo principal.

El patio de la casa era enorme y lo usábamos sin problema para jugar en familia a lanzar pases de anotación y goles de campo. No sabía jugar, no me gustaban los deportes que demandaban mucho esfuerzo físico; así que la mayoría de ellos entraban a mi lista negra—aunque correr no me desagradaba tanto—pero a pesar de todo, era divertido jugar y escuchar tantas tonterías.

— ¡Vamos, hermanita! —exclamó Adam, aplaudiendo al fondo del patio.

El balón estaba frente a mí, Rachel lo sostenía de la punta para evitar que cayera y solo tenía que hacer el maldito gol de campo.

—Aurora nos haremos viejos aquí —me aminó mi padre en un tono burlón.

Fruncí el ceño, era hora. Corrí hasta patear el balón con todas mis fuerzas y lo terminé desviando al roble. Choqué mis manos directo a mi frente por la pésima patada que ejecuté.

—Soy un fracaso —solté con los hombros caídos.

Mi hermana se irguió y sonrió como un angelito.

—Tranquila, tienes buena fuerza en las piernas, Aurora —aseguró Rachel muy compasiva—. Solo hay que saberla usar con... mejor dirección.

Torcí mis labios.

—Al menos no tuve que correr tanto esta vez —comentó Adam, trotando con el balón de regreso.

Siempre lo lanzaba al patio del vecino y Adam era quien brincaba la cerca para recuperarlo. En definitiva esto no era lo mío.

Entramos en descanso y yo aproveché para desaparecerme al interior de la casa. El frío de esta mañana ya me estaba invadiendo a pesar del calentamiento que Adam nos hizo hacer. Me puse como nota mental: nunca seguirle la corriente a mi hermano cuando se trata de jugar fútbol.

Por otro lado, Lena me comentó que sus padres planeaban irse a pasar la navidad con sus abuelos en Nueva York, y estaría aquí para año nuevo. Se iba hoy así que quería despedirme de ella por llamada. Marqué a su número hasta que contestó.

Habla la mejor amiga de Aurora.

No pude evitar reírme con sus ocurrencias.

—Solo quiero desearte buen viaje.

Ya estoy subiendo al coche, quisiera no ir, pero mis papás son imposibles... sí, ustedes papá y mamá.

Cubrí mi boca para amortiguar mi carcajada por escuchar al fondo las quejas de los padres de Lena.

—Se amable con ellos, cuídense mucho y diviértanse en Nueva York.

Escuché un resoplido de resignación al otro lado de la línea.

Prometo acordarme de ti cuando vaya de compras —canturreó muy animada por esa parte.

Sonreí.

—No es necesario que gastes tu dinero.

¡Oh! Será tu regalo de navidad, Aurora, nos vemos en Año Nuevo.

—Sí, te quiero.

Yo te quiero más.

Y Colgamos. Entré a la cocina y detrás de mí venía Eleonor, con un semblante de derrota física.

— ¡Uf! —suspiró, pasándose una toalla rosa en su frente con toques cortos y rápidos—. Es cansado ¿No?

Asentí mientras caminaba a la alacena, rebuscando el pan dulce que vi ayer en las manos de papá; quería un poco para sumergirlo en chocolate caliente.

Hacer ejercicio siempre me abría el apetito de algo dulce.

— ¿Quieres comida tailandesa? Podríamos encargar.

Volteé a verla cuando tomé el cuchillo de pan de uno de los cajones.

—Si quieren los demás por mí está bien —respondí amablemente.

Eleonor llegó junto a mí y escuché una suave risita.

—Claro, pan con chocolate. Tu vicio —comentó con una sonrisa divertida mientras se acercaba más a mí.

Exageraba con utilizar la palabra vicio.

—Sí.

Tomé bien el cuchillo y rebané el pan, pero Eleonor no dejaba de verme, parecía muy atenta a mis movimientos y yo no era fan de tener espectadores mientras maniobraba algo. Volteé a verla al mismo tiempo de rebanar la siguiente pieza y... sentí como fui atravesando el cuchillo por mi dedo.

Brotó una punzada de dolor acompañada de mi sangre.

— ¡Rayos! —aventé el objeto filoso—. ¡Ay! —chillé por el ardor constante y latente.

Eleonor se le abrieron los ojos de par en par y de inmediato actuó.

— ¡Dios mío, Aurora! Rápido lava la herida en el fregadero.

Se acercó a mí muy asustada, como toda una madre preocupada mirando como la sangre se derramaba de mi dedo índice, me dolía mucho mientras el agua fría caía en mi herida. Tardé alrededor de dos minutos en que dejara de salir sangre y maldije por debajo lo torpe que había sido.

—Tra-Traeré la caja de primeros auxilios —balbuceó Eleonor muy nerviosa.

Su reacción era demasiado dramática, sabía que su tolerancia al dolor era baja y no soportaba vernos heridos, pero jamás la había visto así de nerviosa por verme sangrar, fue extraño. Salió corriendo de la cocina y regresó a toda velocidad con la cajita especial de primeros auxilios.

Cerré el grifo y miré a Eleonor temblando, sus manos no dejaban de sacudirse por los nervios.

— ¿Te asusta mucho la sangre? —inquirí.

Eleonor me observó con los ojos bien abiertos, estaba casi pálida.

—Algo, cariño —expresó, aclarando su garganta—. Me pone de... nervios ver sangre. Definitivamente como enfermera o doctora hubiese fracasado.

La miré por un momento.

—Tener miedo es normal, eso nos recuerda que tenemos algo que sentir, aunque sea malo.

Desinfecté mi herida y enrollé un enorme curita en mi dedo. Dolía, pero sobreviviré con eso.

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Rachel me raptó para ir de compras en la tarde, decidí no negarme ya que eso hacía que se olvidara un poco del problema que tenía con la universidad.

No me disgustaba ir de compras, en ocasiones encontraba algo bonito y lo compraba después de cerciorarme de que me quedara bien. Pero buscar ropa por horas y horas no era precisamente el primer punto de cosas por hacer.

—Pruébate esto —la voz de mi hermana interrumpió mis pensamientos, enseñándome una chamarra negra de cuero junto con unos pantalones que hacían juego.

La imagen de un chico pelinegro y atractivo invadió mi mente en un destello. La chaqueta llevaba en su interior una tela muy calientita y se miraba cómoda.

—Me gusta esta —confesé. Por primera vez Rach le daba a algo.

Sonrió victoriosa.

—Anda, iré a buscar unas botas para las gabardinas que pienso llevarme.

Tomé las prendas y me fui a los probadores. Entré al último de la hilera y fui desvistiéndome mientras me observaba en el espejo.

Dejé mi suéter colgado en un gancho metálico en la pared y tomé la cazadora para sumergirme en ella. Modelé un poco frente al espejo, subí el cierre para remarcar la silueta de la cueva de mi cintura y sonreí satisfecha. Me gustaba como caían mis ondulados cabellos rubios sobre la prenda. Proseguí con los pantalones de cuero muy entallados, aunque no batallé para subirlos. El resultado me encantaba.

Me sentía ansiosa por enseñarle el conjunto a Rachel. En cuanto abrí la puerta salté de un susto al ver frente a mí a Ronald.

—Dios —murmuré al borde de provocarme un exabrupto—. ¿Cómo?... no entiendo ¿Cómo puedes hacer esto?

Sonrió con malicia, recorriéndome con su mirada de arriba abajo sin un ápice de discreción.

— ¿Sabías que el negro es mi color favorito? —musitó entre dientes, con una mirada que destilaba perversidad.

Me ruboricé en tiempo récord, perpleja.

— ¿Cómo supiste dónde estaba? —interrogué, yéndome por la tangente.

—Sencillo, conozco las placas de los autos de tu casa —dijo orgulloso de eso—. Y como estaba comprando unas cosas aquí te vi entrar con Rachel.

Parpadeé, no sé si de impresión y de terror, aunque una mezcla de ambas podría acercarse a lo que sentía.

—Cuando hablas de esa forma me asustas y me perturbas.

—No es mi intención —contestó con honestidad en su tono de voz y llevando su mano derecha al pecho.

—Deja de hacer eso.

— ¿Qué? —preguntó muy inocente.

Rodeé los ojos exacerbada.

—Seguirme..., me pone de nervios —contesté, retrocediendo un poco.

Ronald me observó con una sonrisa arrogante, mordió ligeramente su labio inferior—que ya había besado—y entró al probador, cerrando la puerta con su pie y colocándole seguro. Sentí como mi corazón se aceleró de un segundo a otro y amenazaba con salir de mi pecho.

—Tu dedo —señaló, al tiempo que descendió su mirada hasta el lugar exacto.

Mi mano izquierda mostraba mi dedo vendado.

—Ah, sí —rocé mi dedo lastimado—. Me corté.

—Oh —hizo un puchero y un brillo precioso en sus ojos apareció—. Pobrecita... —tomó mi mano y la rozó contra su barba con suavidad hasta plantarle un beso, y luego lentamente la recorrió hasta besar mi dedo herido—. Debes tener más cuidado, princesa.

Mis vellos estaban de punta y mis piernas temblaban como gelatina. Ronald es demasiado grande que ocupaba más de la mitad del probador—que son tremendamente pequeños—mientras yo me hacía cada vez más chiquita ante la imponente presencia masculina.

—Ronald —lo llamé un poco alterada y con voz trémula.

Él sonrió victorioso y no sabía la razón.

—Estás inquieta de nuevo —dedujo muy coqueto, acertando a mi estado emocional y físico actual.

—No, quiero que te vayas —repliqué, bajando la cabeza.

Quise liberar mi mano, pero cuando él percibió mi intención apretó más y me quejé por mi dedo lastimado.

—Lo siento.

Levanté la vista y se acercó a mí, colocando una mano en la pared, a la altura de mi cabeza, y se inclinó lo suficiente para quedar a mi nivel.

—Tengo... que quitarme la ropa.

—Hazlo —sonrió muy travieso.

Me negué rotundamente.

—Quiero que salgas primero —respondí, sintiéndome acorralada, pero por alguna loca razón, me gustaba.

Tragué saliva para intentar no flaquear y decirle que mejor se quedara.

—Aurora —musitó con una voz aterciopelada.

Me pegué más a la pared cuando su nariz rozaba la mía, me obligué a verlo a los ojos.

Desvió su vista con cautela a mi chamarra y deslizó el cierre muy lentamente, como si disfrutara cada segundo hasta abrirla por completo. Metió una mano y con suavidad subió mi blusa, entrando en contacto directo con mi piel.

Las yemas de sus dedos me escocían. Lo hacía con delicadeza, cada movimiento era gentil y yo aproveché para memorizar la sensación de tener sus dedos en mí.

—Acéptame, Aurora —susurró con ese tono inglés tan sexi mientras nuestras frentes se tocaron—. Por favor, acéptame.

Cerré mis ojos. Me gustaba. Me gustaba sentir sus manos en mi piel. Me acercó a él y su mano viajó hasta atrás de mi cintura, podía percibir su palma muy caliente mientras que su otra mano sostenía aún la mía.

Abrí mis ojos, descubriendo sus suplicantes y embelesados ojos azules, y las cejas ligeramente fruncidas. Sus labios apenas entreabiertos, llamándome para ser besados.

— ¿Cuántos años tienes —solté.

Frunció sus cejas más de lo normal y eso provocó que apartara ambas manos de mí de golpe. Aproveché para cerrar la chamarra y enfrentar su divertida expresión.

—Veintiuno —respondió con una sonrisa—. ¿Por qué la pregunta?

Sacudí la cabeza.

—Es que... no sabía —contesté con sinceridad—. En realidad no sé mucho de ti.

— ¿Pensaste que era alguna especie de viejo rabo verde en el cuerpo de un chico? —preguntó en tono burlón—. Me haces reír, Aurora —dijo con los ojos entrecerrados de tanto sonreír.

Esbocé una sonrisa por el contagio de su buen humor. Pero en mi defensa, era necesario saberlo.

—Solo quería el dato.

Llevó sus manos a la cintura y asintió.

—Ya lo sabes —agregó y enarcó una poblada ceja—. Ahora quiero que me respondas, por favor.

Me quité la chamarra para ponerme mi suéter.

—Ronald...

Invadió de nuevo mi espacio personal sin ninguno remordimiento.

―Te escucho.

Mi corazón ya latía en mi garganta y mi nariz detectó su hipnotizante aroma a madera mezclado con menta.

—No quiero que me lastimes —la firmeza me traicionó para darle paso a mi temor.

Me observó confundido y se acercó más, aprehendiendo mi cintura, sus manos se trasladaron más arriba, estrechándome en un inesperado abrazo, sus músculos era perceptibles por donde quiera que tocara. Ese abrazo duró pocos segundos para mi gusto.

—No sería capaz de eso, princesa —susurró frente a mi rostro—. Desde que me asignaron la misión de protegerte he deseado estar más cerca de ti. No puedo evitarlo, te quiero para mí.

Se inclinó hasta desaparecer cualquier resquicio y me besó. Fue lento, y yo me dejé llevar por lo suave de sus labios, eran cálidos y muy hábiles. De un segundo a otro el beso tierno le dio paso a uno más voraz, apoderándose de mi cintura, apretándome contra su cuerpo sin alejar sus labios de los míos, hasta que de mí salió un gemido y empecé a sentir palpitaciones en partes muy íntimas, las cuales jamás había provocado un hombre.

Toda mi cara ardía cuando se apartó y me sonrió.

—Tranquila —susurró, inhalando y exhalando con más velocidad de lo normal—, quiero que confíes en mí.

Sabía que en este preciso momento me encontraba más roja que un tomate recién llegando a la maduración.

—Mi hermana me ha de estar buscando.

—Te aseguro que sigue ocupada buscando sus botas —comentó con una sonrisa pícara.

De todo estaba enterado.

—Ronald —lo reprendí y no dudé en darle un golpe en su pecho.

Esa acción de mi parte hizo que apartara su mirada de mí y apretó sus labios formando una línea.

—Sabía que se convertiría en costumbre esto de golpearme.

Antes de decir algo volvió a chocar sus labios con los míos, pero esta vez fue más salvaje y dominante que no pude resistirme a rodear su cuello con mis brazos, sus besos eran adictivos y expertos. Al detenerse, apenas me di cuenta que una de mis piernas estaba al nivel de su cadera, sostenida con una de sus manos.

     Su respiración fresca golpeaba mi rostro y me miró extasiado, con el impuso de seguir besándonos hasta deshacer nuestros labios.

—Prometo no lastimarte. No quiero seguir respetando los límites entre nosotros. Démonos una oportunidad, estoy muy interesado en ti como para no hacer nada al respecto —tomó mi rostro en sus manos—. Te quiero.

— ¿Me quieres? —inquirí con tanta ilusión que intenté fingirla en mi rostro.

—Sí, te quiero.

—No sé qué decirte.

—Entonces... permíteme estar cerca de ti, Aurora.

¿Aurora? ¿Estás aquí?

Era la voz de Rachel. Ronald se quedó quieto sin apartarse de mí, pero no dudé en llevar la palma de mi mano para cubrir su boca. No me arriesgaría a que hablara y mi hermana sospechara que no estaba sola adentro del probador.

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