
Capítulo 12. El primer beso.
Asumí con lógica.
—Entonces por eso fuiste a la fiesta. Matt West estuvo en ella, mi padre trabaja en su constructora.
Ronald negó de inmediato con los ojos entrecerrados.
—No he visto a mi padre desde que me entregó a los militares, no sabe nada de mí.
—Bueno, él nunca mencionó tener hijos.
—Soy el único —aseguró—. Y no sabe que he vuelto, probablemente ha pensado que estoy muerto.
— ¿Por qué no has ido a verlo? Tal vez te eche de menos.
Chitó con una expresión que destilaba incredulidad.
—Eso jamás —respondió como hielo, frío y duro—. Él me dejó a mi suerte cuando tuve ese accidente, nunca quiso ser padre y lo dejó muy claro.
Moví mis dedos un poco ansiosa por el tono de resentimiento que usaba al hablar de su padre.
— ¿Y qué tal si está arrepentido?
—No, Aurora, te aseguro que él está muy tranquilo de no tener cargas de más en su vida.
Se levantó de golpe y yo lo seguí; parecía muy enojado y no quería que cometiera alguna imprudencia o algo por el estilo después de lo que hablamos, ahora me sentía involucrada con él.
De un estirón alcancé una de sus manos y él se detuvo ante mi contacto. Me sonrojé al momento de ver como lentamente esbozaba una sonrisa dulce y muy sexi como él sabía hacerlo; era tan guapo y un muy chico tan inusual, quiero decir... no era un chico normal, era mi protector, mi héroe. Solté su mano y él volvió a sujetarla, esta vez tomándome de la cintura y conduciéndome hacia él.
Me observó, dedicándome una mirada fascinante con esos increíbles ojos penetrantes. Justo en ese momento tenía tantas ganas de besarlo, era esa extraña dualidad de chico malo y noble. Si lo pensaba mejor y era más estricta en mis etiquetas, él era mejor que un chico malo.
—Quiero probar tus labios, Aurora —acarició con delicadeza una de mis mejillas con sus nudillos—. Voy a besarte.
—Ronald... —suspiré, impresionada por él mismo deseo que yo tenía hacia él.
—No hables, ya crucé la línea por ti —apresuró a decir, llevando una mano detrás de mi cabeza y con la otra cubrió mi rostro. Se acercó, sentía su respiración y lentamente rozó mi mejilla en su poder con sus labios, creando un camino hasta los míos.
Dejé que continuara. Ciñó con ambas manos mi cintura mientras me besaba despacio, y yo me dejé llevar por el tierno movimiento. Acerqué mis manos a su abdomen que era fuerte y duro como una roca o el mármol. Se pegó más a mí, aplastando mis manos. Su beso fue desenvolviéndose con intensidad que apenas pude seguirle el ritmo.
Cálido, salvaje y habilidoso, sus labios devoraban con vehemencia los míos. Era como si hubiese esperado una eternidad para este beso.
Después de un par de segundos en los que logramos grabar nuestros labios, me dejó recuperar el aliento.
Nuestras miradas azules se encontraron, su cabello bailaba con el viento que corría contra nosotros y al mismo tiempo lo hacía el mío, volando hasta su rostro.
—Estás temblando —susurró mientras acariciaba mi quijada con su dedo índice y sus brazos me envolvieron en el calor de su cuerpo.
Me sentía aturdida.
—Necesito irme a casa, por favor —le pedí bajando la cabeza.
La piel me ardía como nunca y retrocedí para liberarme.
—No cambies el tema, Aurora —usó sus dedos para obligándome a verlo—. No sabes cuánto tiempo he querido hacer esto, tocarte —sus manos daban un viaje de exploración por mi cintura—. Quiero más.
Mi garganta se secó, un dolor punzante en mi entrepierna me alarmó. No sería capaz de contenerme si Ronald volvía a provocarme de esta manera.
—De verdad —dije sin aliento y no muy segura—. Tengo que irme.
Me sonrió y bajó su mirada, no sabía exactamente que estaba viendo, pero por la dirección que tenían sus ojos era una parte de mi cuerpo.
Por un momento creí que mi sostén saldría disparado por la mirada en llamas que Ronald tenía justo ahora.
—Deja de verme así, pervertido.
Se rio y se acercó a mí de nuevo.
—Solo quería echarle un vistazo de cerca a lo que pronto será mío —confesó con una expresión divertida y coqueta a partes iguales. Al notar mi cara de susto levantó las manos en señal de rendición—. Intentaré comportarme hasta que estés lista.
Por... todos... los... libros... que... poseo...
Me alejé un poco de él porque ya dudaba de mi cordura. Ahora tenía que volver a casa, Rachel me necesitaba, quería saber qué se había resuelto de su problema. Ronald me siguió, caminando detrás de mí en silencio hasta que caí en la cuenta de que por esta zona no pasaban los taxis.
Giré sobre mis talones hacia él.
—Sé que sabes donde vivo —asumí increíblemente más relajada.
Hundió sus manos a los bolsillos de su cazadora.
—No te equivocas —respondió con una sonrisa perversa—. Tengo primera fila para verte desde tu habitación.
Mis ojos se salieron de orbita al escucharlo.
— ¿Cómo? —pregunté con mi paranoia justificada.
Sonrió, desviando la mirada para ocultar su diversión.
—Ronald —lo llamé en un tono severo.
Su mirada tenía plasmada la malicia, la travesura y lo bandido. Me crucé de brazos y repiqueteé el suelo con un pie en espera de su respuesta.
—Solo te veo a ti, princesa —respondió con la inocencia de un ángel.
Casi caigo con esa mirada.
— ¿Cómo es que logras eso? ¿Desde dónde me observas?
—Tengo que inspeccionar la casa, tienes un roble en tu patio y desde arriba hay un punto de vista bueno a tu habitación —confesó con un dejo de tranquilidad, no tenía vergüenza con su nivel de honestidad—. Desde ahí es donde te cuido, pero... hay algo que no me gusta de esa casa.
Dejé mis brazos caer.
— ¿Qué cosa?
Volteó a verme con un rictus más serio.
—Aún no lo sé, pero lo averiguaré.
Eso no sonaba bien ¿Qué era lo que no le gustaba? ¿Qué había de malo en mi casa?
Ronald fue amable en llevarme hasta ella. Mi padre no llegaba aún y el auto de mi hermano no estaba tampoco. La ausencia de luz interior me indicaba que la casa seguía sola aunque la luz de la entrada estuviese encendida.
Bajé de la moto y le entregué su casco.
—No hay nadie —señaló Ronald con una sonrisa pícara.
La reticencia tiñó mi cara. Tal vez era algo nueva con los chicos, pero sabía un poco de sus mañas. Adam se había tomado la molestia de entrenarme.
—Llegarán —respondí.
Se rio y llevó sus manos a la parte del volante de su moto.
—Tengo que cuidarte, princesa —me recordó, mirándome con una sonrisa que incitaba al peligro.
Me crucé de brazos, firme.
—Estoy bien protegida adentro de mi casa, no tienes de que preocuparte.
Hizo un ruidito de negación con su lengua al pegarla contra sus dientes, sonaba muy seductor con esos chasquidos.
—Si estás conmigo, protegida —hizo una pausa y me observó con una postura relajada—. Sin mí, corres riesgo.
Se estiró para recibir un beso en sus labios de mi parte, pero me quedé inmóvil.
Fruncí las cejas y decidí darle la espalda para caminar hasta la entrada de mi casa.
Sabía que estaba riéndose ante mi rechazo, una risita ronca y casi imperceptible me lo confirmó. Ronald me observaba desde su moto. Sacudí la cabeza y saqué las llaves de mi mochila; entré y miré de reojo hacia atrás, aún seguía ahí, mirándome entrar a la casa.
Encendí la luz para iluminar adentro y con un último vistazo a Ronald cerré la puerta.
¡Dios, me besó!
Podía percibir su aroma en mí, menta y un toque a pino; con una mezcla extra de misterio y peligro. Mis labios latían por la ligera presión que había dejado Ronald en ellos y la sensación de sus manos escocía mi cintura hasta traspasar a mi piel. Abrí mis ojos pensando en lo que me confesó. Él era un protector contra bestias, apenas podía comprenderlo y me costaba digerirlo. Subí a toda prisa por las escaleras, descubriendo la luz de mi habitación encendida.
Me asomé.
—Rachel —dije al verla enfrente de su portátil.
Se desinfló como globo al verme.
— ¿Dónde estabas? —preguntó en un tono acusatorio—. Te estuve marcando al móvil.
Demonios, mi móvil. Lo dejé adentro de mi mochila y en silencio. Al sacarlo me encontré con diez llamadas pérdidas, tres de mi hermana, cinco de Adam y dos de mi padre.
—Le hablé a Lena y me dijo que te habías quedado en la universidad entregando unos libros, que no fuiste a la posada de tu grupo.
Bajé la cabeza.
—Así es... —susurré.
— ¿Dónde estabas? —quitó la portátil de su regazo para levantarse.
Era mi hermana, podía decirle.
—Es que, bueno... yo —no sabía ni cómo—. Estaba en la costa.
Frunció las cejas, lanzándome una mirada desconcertante.
— ¿Qué hacías allá?
—Estaba... con... alguien —respondí muy lento.
Las manos me sudaban de los nervios porque Rachel reaccionara mal, pero el destello de sorpresa en sus grandes ojos me hizo pensar lo contrario.
— ¿Se puede saber con quién? —inquirió aún asombrada.
—Con un chico —bajé la cabeza.
No quería mirarla.
Era la primera vez que me iba con alguien sin avisar. Más bien, que él me llevara a la fuerza, yo desde un principio me negué pero logró conseguir que me fuera con él.
— ¿En serio? —suspiró patidifusa—. ¡Vaya!... —las comisuras de sus labios se estiraron lentamente hasta formar una sonrisa.
Esperaba un regaño, no alegría.
—Sé que estuvo mal y lo lamento, el móvil estaba en silencio...
—No, no, no, Aurora, está bien, tienes edad para salir con chicos. Eso me gusta —comentó al tiempo que se sentaba en la cama—. Me alegra oír que sales con alguien.
Sonreí, el aire a mis pulmones estaba regresando a su normalidad.
— ¿Salieron a buscarme o algo así? —pregunté sin poder controlar la angustia en mi voz.
—Adam te quiso dar tiempo a que llegaras y se fue a jugar como siempre. Mi padre no ha regresado desde en la mañana y Eleonor quería ir a comprar unas cortinas para la sala —informó muy desinteresa en los asuntos de los demás.
Asentí, pero todavía me sentía inquieta.
—Por favor no les digas lo que te dije, Adam empezará con su papel de detective haciéndome preguntas incómodas y...
Soltó una risa.
—Tranquila, ven —dio palmadas sobre su cama—. Cuéntame ¿Es de la facultad?
Fui corriendo a sentarme junto a ella. Mi entusiasmo por Ronald era evidente, sin embargo, no era un chico que mi familia podría aceptar con facilidad.
—Pues... —me devané los sesos para inventar algo pero muy tarde—, no.
Ladeó la cabeza.
— ¿Es de la universidad? ¿Dónde lo conociste?
—Por lo que me dijo, no estudia, aunque estuvo en una escuela militar en Londres —contesté. Recordar su historia hacía que mi estómago se comprimiera, Ronald había tenido una adolescencia dura y no podía dejar de sentir empatía hacia él.
Rachel se quedó con la boca abierta.
— ¿En serio? —de nuevo sonaba impresionada—. Un niño soldado —agregó con una sonrisa pícara—. Podría gustarle a papá y a Adam.
Me reí amargamente por su comentario.
—Su vida no ha sido fácil, Rachel —remarqué, recordado el rostro de ese pelinegro, en verdad me había conmovido su historia y me alegraba que me la hubiese contado, agregando que si quería estar cerca de mí como dice tenía que saber cosas de él.
—Entonces, ¿Trabaja en algo militar o sigue estudiando?
Sacudí mi cabeza.
—Se retiró de... él no quiso, es... pasó algo terrible y lo reclutaron —ni yo me entendía.
—Incre... íble —canturreó intentando descifrarme—. ¿Lo reclutaron aquí en Baltimore?
Asentí.
—Pero que injusticia —protestó indignada.
—Sí —suspiré, compungida—. Tuvo un accidente y de ahí lo reclutaron.
—Que terrible suena y ¿Cuántos años tiene?
Abrí mis ojos quedándome en blanco. Me había preocupado tanto por el asunto de las bestias y mi sangre que las cosas básicas pasaron a segundo plano. Pero Ronald se miraba joven y casi de mi edad.
—Eh... ni idea —respondí.
— ¿Sabes su historia pero no su edad? —dijo con una risa burlona—. ¿Y sabes al menos su nombre?
—Ronald.
— ¿A secas? —interrogó, enarcando las cejas.
Rodeé los ojos.
—Ronald... uhm... Miller —no le iba a decir la verdadera identidad; que era hijo del jefe de mi padre, el dueño de la constructora más importante de la ciudad, incluso del país, eso lo celebraría, aparte se armaría un gran escándalo con mi padre si se enterara de que Ronald es un West.
Preferiría tener eso en secreto. Por el momento.
—Ronald Miller —repitió—. Suena a soldado —concluyó, obteniendo una aprobación con su mirada—. ¿Pero son algo más que amigos?
Me encogí los hombros sin saber cómo responder. Apenas me di cuenta de que caí con una peor interrogante... Rachel.
—No... apenas... no sé —balbuceé nerviosa—. Es que... bueno, trabaja en Best Buy. Él fue quien me atendió cuando fui por lo de mi pila y hoy que me invitó a salir... él —cerré mis ojos pensando en ese maravilloso momento—. Él me besó.
Rachel gritó de la emoción.
— ¡Wow! —exclamó totalmente eufórica—, ¡No lo creo! Y ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? ¡No te quedes muda, Aurora! ¡Cuenta!
Me estaba aturdiendo.
—Fue lindo —confesé llevando mis manos a mi boca—. Aparte, fue mi primer beso.
— ¡Ah! —gritó enloquecida.
La puerta en ese momento se abrió y apareció mi hermano con el ceño fruncido.
—Con que aquí estás, ¿Dónde estuviste, Aurora Blake?
—Relájate, Adam —intervino Rachel yendo a mi rescate—. Estuvo donde siempre, metida en sus libros y de ahí se fue con unos colegas a un café, ya me explicó todo.
Adam se cruzó de brazos.
— ¿Por qué no contestaste las llamadas? —me interrogó directamente.
—Estaba en silencio y adentro de mi mochila —y esa parte era verdad—. Lo siento, no volverá a pasar.
Mi hermano suavizó su mirada.
—Bien, me alegro de que hayas llegado.
Comprendía su preocupación, después del insistente que tuvimos en el evento, todos andábamos paranoicos.
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