Capítulo 10. Encerrada en un salón con Ronald West.
Mi padre se arrancó a la mañana siguiente para arreglar el problema de mi hermana. Eleonor se quedó con ella para consolarla ya que en la facultad de Rachel dieron foco verde para estar oficialmente de vacaciones; mientras que Adam asistió a sus prácticas finales de campo y yo a mi último día en la universidad.
En la facultad le conté a Lena del problema y no insistió en que fuéramos juntas a la posada, se ofreció a llevarme a casa pero me negué y agradecí. Tenía que devolver unos libros a la biblioteca y de ahí tomaría un taxi de regreso, así que quedamos en llamarnos más tarde.
El campus parecía un desierto al no ver mucho movimiento a mi alrededor, ya que la mayoría de los estudiantes se habían ido. Salí de mi facultad y caminé rumbo la biblioteca central. Entré con mi tarjeta de estudiante y fui directo a entregar los libros que había sacado hace unos días.
════════⚔️════════
Al paso de cinco minutos, salí de la biblioteca y revisé en mi cartera el dinero suficiente para un taxi que me llevara a casa. En eso algo me detuvo en seco, enfrente de mí se encontraba estacionada una moto negra—igual que la de Ronald—, pero no había nadie montado en ella, miré alrededor y justo a mi derecha se encontraba él, caminando hacia mí y mirándome con una radiante sonrisa que calentaba a cualquiera.
Se detuvo justo enfrente de mí. Elevé mi cabeza unos cuantos ángulos para verlo.
—Hola.
¡Maldición! Su manera de aparecer y desaparecer me perturbaba un poco. Ese aire de misterio me impedía tener total confianza en él.
—Hola —contesté cruda, desviándome hacia un costado de él para seguir mi camino.
No sería sencillo deshacerme de él, ya escuchaba sus firmes y pesados pasos aproximándose hasta plantarse enfrente y detenerme. Otra vez.
Resoplé con fastidio.
— ¿Qué quieres? ¿Y cómo supiste dónde encontrarme?
Él me dedicó una mirada pícara.
—Fue casualidad —dilucidó con una media sonrisa que escondía su malicia, y su respuesta sonaba a mentira—. Te vi entrar así que te seguí. Psicóloga ¿eh?, justo lo que ocupo para mis traumas —dijo burlón, agarrando un mechón de mi cabello sin previo aviso.
Se lo quité, aunque algo de él me gustaba y mucho—era peligrosamente mala esa sensación—era imposible no sentir algo por más mínimo que fuera.
Me obligué a no ceder en sus malditos encantos masculinos. Esa barba de tres días, su cabello azabache, su ancha espalda y esos brazos bien moldeados. Y sobre todo, esa sonrisa que tenía la capacidad de hacerte desconfiar y confiar a partes iguales.
— ¿Qué quieres? —inquirí, exasperada.
Levantó las manos en señal de paz.
— ¿Por qué la agresividad, princesa? —preguntó, fingiendo no burlarse.
Fruncí las cejas al ver que jugaba con mi paciencia y se dirigía a mí con ese sobrenombre.
—Deja de hacerme perder el tiempo, y no me llames princesa —intenté sonar amenazante, pero por la expresión risueña de Ronald conseguí todo lo contrario.
Puse los ojos en blanco y lo aparté para mantener distancia de él.
—Te acompaño a tu auto —comentó al alcanzarme.
—En taxi —le corregí sin molestarme de voltear a verlo.
—Tengo una moto —sugirió, llamó mi atención y miré esa sonrisa que me estaba desarmado. Parpadeé incrédula y aprovechó mi baja defensa para colocarse frente a mí e impedir que avanzara.
Sacudí mi cabeza ante su clara invitación. Hay dos cosas que son para mí enemigos mortales: los tacones altos y las motocicletas.
—Yo paso.
Sé acercó y se inclinó hacia mí para igualar altura.
—Me debes una cita, Aurora —me recordó, elevando sus cejas muy coqueto—. Y no me iré hasta que aceptes, te advierto que no te dejaré ir tan fácil.
Di un paso atrás ante sus últimas palabras, sentí como mi cuerpo se estremecía y daba entrada a un calor muy ardiente que desconocía.
Me estaba provocando una enajenación mental y no era nada bueno.
—Ronald —supliqué.
—No vas a manipularme de nuevo con esa mirada tuya —sacudió su cabeza con una expresión de advertencia—. Te prometo que estarás bien —llevó la mano a su pecho—, quiero que confíes en mí.
¿En qué momento el chico amable que me atendió en Best Buy se había vuelto inquietantemente parte de mis días?
—Es que... no sé —balbuceé mientras retrocedía—. Es extraño.
Me miró desconcertado.
— ¿Extraño que quiera conocerte?
Apreté mis labios y asentí. Ronald dirigió su mirada a mi pequeña acción con los labios y noté como tragaba saliva.
Volvió su vista a mí.
—Yo no hago estas cosas —seguí un poco nerviosa—. Lo siento.
— ¿Hacer qué? —se rio y me repasó con la mirada de abajo hacia arriba hasta fijar sus ojos en mí—. ¿Salir con chicos?
Se encontraba tan cerca de mí que no me percaté que su mano ya se había instalado en mi cintura, apretando con delicadeza y obligándome a caminar hacia él.
¿Por qué se lo permito?
—Te dije que no me tocaras —le recordé, tratando de no titubear.
—No estás haciendo nada para quitarte —replicó, deslizando su mano más abajo.
Sentí que se burlaba de mí, y antes de que nuestros cuerpos se pegaran me alejé. De un segundo a otro llevé mi palma bien estirada hasta chocarla con su mejilla; el sonido que emitió fue similar a un trueno que casi sentí lastima por él.
— ¡Aprende a respetar! —exploté, no iba a dejarme manosear por nadie más—. Eres un acosador, cerdo pervertido.
Se acomodó la quijada y lentamente giró su cabeza hacia mí, mirándome con unos ojos ardientes e intrépidos.
—Que dura palma —su voz ronca acentuaba más ese seductor tono inglés—. Valiente, pero no debiste hacer eso —levantó la vista observando a nuestro alrededor, ¿Qué se proponía?
Me atrapó distraída y acto seguido me llevó sobre su hombro de un solo movimiento.
— ¡Bájame! —exclamé ante su asalto.
Apretó mis piernas en respuesta e hizo un amago de soltarme para asustarme, y por instinto me aferré a la orilla de su cazadora.
— ¡Ronald! —grité furibunda.
Me llevó de regreso a mi facultad. Y para mi mala suerte ya no había ningún guardia a esta hora.
Logró abrir la puerta de un salón, rompiendo las reglas sin ningún atisbo de remordimiento. Entramos y en contra de mi voluntad. Otra vez.
— ¡Ronald! Voy a gritar hasta estallar, ¡Bájame!
—Sí, sí, hazlo, a ver qué logras.
Este parecía encantado con mis amenazas que no le producían ningún efecto. Me sentó sobre el escritorio sin dificultad—y sumo cuidado—, me observó con atención, se alejó para examinarme de pies a cabeza con esos intensos ojos y tal vez pensando en su siguiente movimiento. Lo primero que vi en el escritorio fue una lapicera de aluminio y no dudé en tomarla para lanzársela.
La esquivó deteniendo el golpe con su antebrazo. Entrecerró los ojos un segundo.
—Que ruda —frunció la nariz con un puchero al final—. ¿Es todo lo que tienes? —me desafió.
Se fue acercando y lancé mis piernas directo a su abdomen para poner distancia, pero solo pude fijarme en lo duro que estaba. Era todo roca.
Él notó mi rubor y una mirada lasciva se dibujó en su rostro.
—Entonces... ¿Te gusta jugar? —preguntó, apoderándose de mis zapatos.
Abrí mis ojos, pasmada, incapaz de alejarme por voluntad.
— ¡Dé-ja-me salir! —exigí.
Su mirada seguía en mí, separó mis piernas con fuerza para entrar y acercarse. Me tomó de la cintura con sus masculinas manos en las que divisé algunas venas resaltadas, ejerció presión y me juntó más a él. No había ningún espacio entre esas partes íntimas de cada uno y agradecí por llevar pantalón.
Enfrenté su mirada, pero por increíble que me pareciera, no me sentía intimidada. Sus ojos reflejaban una ilusión que me confundía.
—Eres lo que imaginé —susurró muy cerca de mí, su aliento era fresco—. Tan delicada —prosiguió, y yo cerré mis ojos al sentir como su nariz rosaba parte de mi mandíbula—. Con un aroma embriagador... —sus labios estaban muy cerca de los míos—. Como deseo que seas solo mía.
Al pronunciar esas dos últimas palabras ejerció más presión en mi cintura y solté un gemido que me puso más colorada que un tomate, y él exudaba entusiasmo.
Abrí mis ojos, percibiendo como sus manos descubrían mis caderas y mis piernas. Y lo peor de todo es que me gustaba esa sensación.
— ¿Qué haces? —cuestioné reticente, y sin dejar de verlo—. Ronald... no me hagas daño.
Sus manos volaron a mi rostro para sujetarlo con suavidad.
— ¿Me crees capaz de hacerte daño? —inquirió con una aterciopelada y dulce voz, muy cerca de mí.
Miré esos hermosos ojos que expresaban luz, pasión e increíblemente nobleza, algo que no veía en los oscuros y fríos ojos de Garrett. Sus miradas eran muy diferentes.
—No te conozco —comenté algo tímida—. No sé nada de ti, tengo muchas preguntas en mente.
Ladeó su cabeza.
— ¿Cómo cuáles? —preguntó, tomando mis manos para entrelazarlas con las suyas, era una sensación que me hacía alejar los pies de la tierra.
Suspiré, me sentía demasiado nerviosa cuando sus ojos se fijaron en los míos, pero aunque me negara, me gustaba tenerlo cerca de mí. Su calor corporal era como caer en un hechizo placentero.
Confirmado, estaba volviéndome loca por un tipo del que apenas conocía su nombre.
— ¿Cómo supiste que estaba en peligro? —interrogué sin pensar—. ¿Por qué apareces en el momento indicado para salvarme?
Se rio y se acercó más. Podía asegurar que las puntas de nuestras narices se tocaban.
—Primero, relájate porque estás muy nerviosa —dijo con una sonrisa traviesa, evadiendo mis preguntas con una voz sexi mientras su barba me provocaba una comezón excitante cuando la acercaba a mis mejillas—. Tus piernas no dejan de temblar, Aurora —sus manos se apoderaron de ellas e hizo una presión agradable—, tranquila.
—Estoy asustada —confesé al final. No quería admitirlo, pero tenía que hacerlo, jamás había estado con un chico así, a solas, bueno, con un chico que me atrajera como Ronald.
Me observó con las cejas fruncidas.
—No, princesa —me tomó del rostro con un tono más dulce—. No te haré daño, Aurora. Quiero que me permitas estar cerca de ti.
Se alejó, al fin pude juntar mis piernas y dejé escapar un suspiro de alivio.
— ¿Por qué? —pregunté, sintiendo como mis piernas ardían por el tiempo que estuvieron separadas. Y de pronto sentí frío.
—Creo... que es un buen inicio para conocernos.
Me bajé del escritorio y avancé entre los pupitres para guardar distancia. No podía confiar ciegamente en él, no sabía qué hacer más que mantenerme alejada para que no me hiciera nada; pero de alguna manera, sabía que él no quería hacerme daño, hasta ahora solamente me había salvado.
—No tienes de que asustarte —aseguró, al tiempo que avanzaba hacia mí.
Yo me abrí paso entre los pupitres para crear más distancia.
—Entonces déjame salir —protesté.
Sacudió su cabeza con una sonrisa perversa.
—No hasta que aceptes salir conmigo.
—Tengo problemas, Ronald, necesito estar con mi familia ahora —le dije seria, sin más remedio.
Se detuvo y bajó la mirada por un momento, parecía haber entendido lo que le había dicho, pero no estaba muy segura. Me observó de nuevo y caminó hacia mí, reaccioné demasiado tarde cuando sentí en calor de sus manos sobre las mías.
—Vamos —sonó más a una propuesta de riesgo que solo dejarme ir.
Intenté poner resistencia pero fue inútil.
— ¿Qué?, no quiero ir contigo.
—No te voy a dejar —soltó muy decidido y pegándome contra su pecho. Por los libros que leo, era muy fuerte, muy, muy fuerte, ¿Qué clase de ejercicio hacía? O ¿Qué rayos se inyectaba?
— ¿Tomas esteroides o algo por el estilo? —se me salió esa pregunta de golpe antes de salir del aula.
Ronald me observó con los ojos abiertos, como si hubiera sido una pregunta ofensiva para él y me causó gracia.
— ¿Disculpa? —enarcó una ceja muy indignado—. Son años de entrenamiento, gracias por notarlo.
Me arrastró hasta donde había dejado estacionada su motocicleta; quitó un casco negro de ella y me lo entregó.
—No creo que sea buena idea que yo...
Cerró sus ojos exasperado y me cargó hasta sentarme sobre la moto.
—No era necesario hacer eso —repliqué, consternada por su fuerza.
Puso los ojos en blanco.
—Claro que lo es, eres demasiado terca y piensas mucho las cosas.
—Es utilizar la cabeza, cosa que deberías de usar tú más a menudo, no sabes cómo tratar a una mujer —expresé, alzando mi barbilla muy ofendida.
Se burló de mi comentario, y de pronto sentí sus dedos en mi barbilla para obligarme a verlo. Estaba tan cerca de mí que creí que me besaría y sus intensos ojos me penetraron.
—No sabes lo que dices, princesa.
Se montó delante de mí y encendió el repulsivo vehículo del infierno de un solo tirón, escuchándose el fuerte rugido del motor y me apresuré a abrocharme el casco. Maldición ¿Tenía que agarrarme de él?
En eso me miró sobre su hombro.
—Sujétate si no quieres caer —sugirió con esa resplandeciente y atrevida sonrisa.
Agarré su chamarra, arrancó con fuerza y casi caía. Tuve que rodear con mis brazos toda su cintura para no volver a sentir ese jalón horrible hacia atrás. Me abracé a él pegando mi cabeza a su espalda, tenía miedo de salir volando.
Me negué a descubrir su expresión de burla.
Sentía su cuerpo tan relajado y firme mientras manejaba como todo un experto hacia la salida trasera de la universidad.
Un momento, en cuanto asomé la cabeza hacia el frente, no estábamos en dirección a mi casa, íbamos rumbo a la costa de Baltimore. Pasamos los grandes edificios de la ciudad hasta ir por los caminos que daban más cerca al agua.
¿Por qué?
Y mi vocecilla interna empezó a gritar por el pánico.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro