
9. Sirena de agua dulce
Abigail siguió a Scott por el pasillo hasta la puerta de su apartamento, cogida de su mano. Aún se sentía abrumada por lo que le había hecho en el ascensor: notó el rubor en sus mejillas y la humedad en su ropa interior. Era la primera vez que le hacían algo así en un lugar público, se sentía extasiada, nerviosa, como cuando Scott y ella escribieron sus iniciales en un banco cualquiera de Central Park. «¿Seguirán allí?». Ese miedo por ser descubierta, esa emoción, Abigail no sabía que la ponía a cien por hora. Scott volvió a besarla cuando cerró la puerta de su piso, fue con pasión, pero más corto de lo que Abigail esperaba.
—Oye, ¿te importa que me dé una ducha? —le preguntó Scott—. Lo necesito antes de...
Abigail negó con la cabeza mientras se quitaba el abrigo y los guantes. Después entraron en el salón y cuando vio que Scott iba directo a escuchar los mensajes de su contestador recordó el desastroso mensaje que dejó la noche anterior. De ninguna de las maneras quería que lo escuchara.
—No, no, no. —Abigail lo tomó del brazo—. Por favor, no lo escuches.
Scott frunció el ceño.
—Anoche te dejé un mensaje horrible. Creo. No recuerdo demasiado bien lo que te dije, sólo sé que es mejor que no lo escuches.
Scott, de reojo, miró la luz parpadeante y dijo:
—Ahora necesito escucharlo.
Abigail lo cogió del brazo cuando quiso pulsar el botón, y le rogó que no lo hiciera:
—Por favor, hazlo por mí, no escuches mi mensaje.
—Está bien, está bien. Hay tres mensajes más, así que serás la encargada de borrar tu mensaje y dejar el resto. Los escucharé cuando salga de la ducha, ¿vale?
A Abigail le gustó ese nivel de confianza que depositó en ella. Scott se fue y ella se quedó delante del contestador. Cuando oyó una radio encenderse y el agua de la ducha caer, pulsó el botón:
—Tiene cuatro mensajes. Primer mensaje, ayer a las ocho y veintiséis minutos: ¡Scoooott! Buen amigo, soy yo, Bastien. Sé que no celebras la navidad, pero quería felicitarte por las fiestas. Hace un par de días estuve con Linda, ¿y sabes qué? Creo que quieren hacer un reportaje en Bangkok. ¡Seremos de nuevo compañeros! En fin, nos vemos el viernes. Feliz navidad, amigo.
No sabía quién era, pero tenía un acento europeo. «¿Quizás holandés?». Abigail se rascó la ceja derecha.
—Segundo mensaje, ayer a las diez y cuarenta y tres minutos: ¿Scott? Vamos, hermano, responde... ¿seguro que no estás por allí? Creía que te ibas directo a casa. Está bien, verás, necesito hablarte de algo... de Anne. Estoy alucinando, ni yo mismo me lo creo... ¿Puedes llamarme? Vale, no puedo dejarte con la intriga, pero Anne y yo nos besamos. Llámame, ¿quieres? ¿Qué se supone que tengo que hacer? Llámame, por favor.
Abigail no tenía ni idea de que Sean y Anne se gustaran. Pero claro, ¿por qué iba a saberlo? Se encogió de hombros y le quitó importancia, aunque tenía buena intuición para estas cosas, estaba segura de que Anne sentía algo por Scott.
—Tercer mensaje, ayer a las once y dos minutos: ¿Scott? Oye, ha pasado algo con Sean, pero no fue nada, ¿sabes? Creo que el vino me afectó. Ya sabes lo complicado que es para mí que me ignores así, después de aquella noche juntos... Ni siquiera sé porqué te llamo, nunca devuelves mis llamadas.
«¡Lo sabía!», pensó Abigail. Pero no se imaginó en ningún momento que Scott y Anne se hubieran acostado. Sintió un poco de pena por ella, y por lo confundida que debía estar al estar enamorada de uno y terminar besando a su hermano.
—Cuarto mensaje, ayer a las once y treinta y dos minutos: Soy yo. Abigail Baxter, ya sabes, con la follaste anoche. —Abigail se cubrió la cara con las manos—. La misma que conociste con dieciséis. No vendrás, ¿verdad? Oh, qué gilipollas fui, ni siquiera querías mi número de teléfono, te lo di a la fuerza...
Abigail no dejó que el mensaje terminara y lo eliminó. Las consecuencias de ir borracha eran cagarla el cien por cien de la veces, como cuando mordió a un chico en una discoteca porque pasó de su amiga Emma, o en esa otra ocasión, cuando robaron un carrito de un 7-Eleven y descendieron las empinadas calles de Burlington a toda pastilla. Casi se matan. Emma y ella. Ni locas harían algo así a día de hoy. Pensó en llamarla, tenía que poner al día a su amiga. Pero en vez de eso, se descalzó y se fue desnudando a medida que recorría el pasillo: se quitó las medias y el vestido que se compró en Forever 21, creando una pasarela a lo Hansel y Gretel. Cuando entró en el baño, el vapor caliente y pesado ya se había condensado en las baldosas; Scott canturreaba al unísono con la distorsionada radio:
—Hey Satan, payin' my dues...!
___________
Scott se dio la vuelta al notar una presencia y sonrió cuando la vio, desnuda, acercándose a él.
—Hola —dijo Abigail.
Abigail rodeó su cintura y besó sus labios cubiertos de humedad. Enseguida se empaparon su cuerpo y su cabello. Scott, al verla así, se acordó de cuando se bañaban en el lago en verano, de cómo Abigail se sumergía igual que una sirena de agua dulce, con su bikini amarillo que hacía que sus pardos ojos transmutaran a un color mágico. Scott la tomó de las mejillas para acercar más sus labios si era posible. Abigail deslizó las manos por la piel de su estómago hasta llegar a su pene, que se endureció en el mismo momento en que sus rosados y erguidos pezones rozaron su pecho. Ella mordió su labio inferior y lo estiró ligeramente. Gimió. Abigail se agachó, se sentó en sus talones y lo observó desde abajo, mientras, con su lengua, jugueteaba con su polla. La cascada de la ducha avanzaba por la cabeza de Scott, después por sus hombros, hasta llegar a Abigail. Quiso plasmar esa imagen en su memoria. «AC/DC suenan en la radio y Abigail Baxter me hace una mamaba en la ducha. Menuda suerte».
—Joder, joder...
Scott apoyó la mano derecha en la baldosa cuando ella se la metió entera en la boca, y con la izquierda, sostuvo su cabeza mientras entraba y salía del roce de sus labios y su lengua. Scott cerró los ojos para poder disfrutar al máximo de la suerte que tenía por haberla encontrado. Minutos después, no pudo más y se corrió en su boca. Trató de recuperar el aliento mientras deslizaba sus manos sobre su cabello empapado. Abigail se puso de pie y elevó la barbilla para purificar su cara de su flujo discontinuo. Luego se besaron.
___________
Abigail le dio la tercera calada al cigarrillo y se lo cedió a Scott que lo pinzó con el índice y el pulgar. Estaban tumbados en su cama, desnudos, con sendos cabellos todavía acuosos. Abigail bordeó su ombligo con las yemas de los dedos y dijo:
—Me muero de hambre.
Scott asintió y empujó la ceniza del cigarrillo en un vaso de agua. Le gustaba el breve zumbido del fuego extinguiéndose. También tenía hambre. Pensó en las pocas posibilidades. Tenía sobras de la cena de su abuela Martha, siempre cocinaba de más y llenaba un montón de fiambreras que repartía al salir, a todos sus nietos e hijos, como en un restaurante Fibby 's. Abigail tembló con un escalofrío y, de un salto, salió de la cama. Scott la siguió con la mirada: entró en el baño donde la radio continuaba encendida: «Se anuncian lluvias para esta noche...» y buscó su ropa interior. Scott soltó el humo despacio y dejó el cigarrillo caer en el agua. Puso el vaso en la mesita de noche, al lado del despertador y su reloj de pulsera, y también fue a vestirse. En vez de sacar una camiseta de la cómoda, sacó dos, y se la lanzó a Abigail que le dio las gracias. Ella le robó también unos calcetines. No era extraño tenerla cerca, pero debía serlo en realidad, hacía mucho que no la veía, aún así... Tampoco es que estuviera acostumbrado a estar tantas horas seguidas con una mujer, solía echarlas antes. Egoístamente, sólo quería follar con ellas, por lo que se portaba como un capullo cuando alguna quería quedarse a pasar la noche. Como una que conoció pocas semanas antes, en Dvergasteinn. Se la llevó a su hotel —ser fotógrafo para el National Geographic abría muchas piernas— y cuando terminó le dijo que tenía que madrugar, que no podía quedarse. Ella se largó dando un portazo, lógicamente, estaba a kilómetros de su casa. Y ahora allí estaba Abigail Baxter, sentada en la encimera de su cocina, balanceando sus piernas una y otra vez, con sus calcetines negros hasta casi las rodillas y con su camiseta de los Mets de la temporada pasada, que le quedaba holgada pero increiblemente sexy. A Scott jamás se le ocurriría pedirle que se marchara.
—Prueba esto —le dijo Scott.
Ella mordió la empanadilla, se tapó la boca y, con los ojos muy abiertos, dijo:
—¡Estás buenísimo! ¿Qué es?
—Son burekas. Los prepara mi tía Sarah y mi abuela, les quedan brutales.
Continuaron comiendo el resto de manjares sobrantes y compartieron una cerveza Miller; es que Scott no tenía demasiadas cosas en la nevera, sólo una botella de vino blanco a medio beber —de a saber cuando—, un limón —que más bien parecía una pasa— y un par de burritos de desayuno en el congelador. Todo el mundo se lo recriminaba siempre, que no podía ser que no tuviera ni leche. Pero Scott no estaba casi nunca por casa. ¿Para qué? A Abigail, en cambio, no pareció sorprenderle que en la despensa sólo tuviera una lata de café y ketchup Heinz. Seguía siendo la única que podía entenderlo.
___________
—Por cierto, aún te debo tu regalo.
Abigail tiró las bolsas vacías de plástico en la basura y se sacudió las manos. Abigail dio unos rápidos pasos hacia él y, de un salto, subió sobre la encimera, justo al lado del fregadero donde Scott limpiaba los platos.
—¿Qué es? ¿Qué es?
—Está en mi chaqueta.
Abigail bajó y fue a buscarla. Cuando regresó con la pesada prenda, Scott se secaba las manos. La tomó y hurgó dentro de los bolsillos. Abigail se mordió la uña del pulgar mientras esperaba. No supo qué decir cuando él sacó un pequeño carrete. Lo interrogó con la mirada.
—Me pediste que documentara nuestro primer verano juntos. Y aquí está. Lo prometido es deuda.
Abigail abrió mucho los ojos y lo cogió con cuidado, como si fuera una delicada flor, una gardenia quizás. No se lo podía creer, esos recuerdos estaban allí, su pasado juntos, que por cada año transcurrido, se diluía más y más y más...
—¿Puedo abrirlo?
—Claro.
Abigail sacó los negativos, se aproximó a la luz del día del ventanal del salón y los puso a contraluz. Tuvo que entornar los ojos, le pareció distinguirlos a ambos, abrazados, pero no sabía dónde... Pasó al siguiente y se reconoció a sí misma de pie...
—No me puedo creer que lo guardaras...
—Estuve a punto de quemarlo —confesó Scott—. Ni siquiera me atreví a revelarlo. Me sentía sumamente triste si tengo que ser sincero. Al recordar, y eso...
Abigail se apartó de la ventana y se dio la vuelta para mirarlo. Le dijo que era una pena que no hubiera revelado las fotos. Scott le propuso hacerlo, que tenía todo lo necesario para hacerlo en casa. A Abigail eso la emocionó y entonces alguien llamó por teléfono. Scott se disculpó con ella antes de responder:
—¿Diga? Hola, mamá. Estoy bien. Nada, dormir. Sí, he comido. No, no necesito nada, de verdad. Mamá, estoy ocupado ahora, tengo trabajo, ya hablaremos... sí, de verdad, te llamaré. Adiós, adiós...
Scott colgó y entonces pulsó para escuchar sus mensajes. Abigail se sentó de rodillas en el sofá y empezó a revisarse las uñas. Con el mensaje de su hermano, Scott dijo:
—Lo has conseguido, colega.
Con el de Anne, carraspeó. Abigail notó cómo la observaba, pero ella calló. No tenía nada que decir. Pero Scott sacó el tema:
—A lo que se refiere Anne es... Es complicado. Salimos una vez y bueno...
—Te la follaste.
—Sí, lo hice. No sé porqué lo hice.
—Scott, es que no tienes que darme ninguna explicación, de verdad. Pero ella me da pena. Y Sean también. No lo sabe, ¿verdad?
Scott se rascó la mejilla y ladeó la cabeza.
—No, y no quiero que lo sepa. Le gusta mucho esa chica, él se la merece.
—Y también se merece la verdad, ¿no? Anne se lo contará, esa mujer está enamorada de ti y está perdida. Posiblemente por eso besó a Sean. Hará lo que sea para llamar tu atención.
Scott resopló y pulsó de nuevo el contestador para escuchar el último mensaje. Le explicó que era su acompañante en la mayoría de viajes, que era Alemán. Abigail lo escuchó atenta y aceptó que Scott quisiera cambiar de tema. Ella no iba a meterse, no tenía derecho a hacerlo. Al menos, Scott ya conocía su opinión al respecto, hacer lo correcto o no, era cosa suya.
___________
¡Hola a todo el mundo!
Espero que estés bien querida lectora, un nuevo capítulo antes de lo esperado, pero la inspiración es lo que tiene, viene cuando le viene en gana. ¿Para qué esperar?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro