
21. La noche es nuestra
Scott y Abigail llegaron empapados al apartamento. Un aguacero incesante les pilló de pleno cuando recorrían la I-78. Scott fue corriendo a por una toalla, mientras Abigail le esperó en el recibidor. Se quitó las botas, el abrigo y dejó el bolso colgado en el perchero. Cuando él volvió, dejó que le secara el cabello con una toalla. Lo hizo despacio, como si él no estuviera también empapado.
—Gracias —le dijo antes de besar sus labios.
Aquel beso consiguió calentarles un breve instante, y que se olvidaran que el agua pluvial les había calado hasta llegar a su piel. Abigail sintió un escalofrío.
—Vamos, lo mejor será que nos desnudemos —dijo Scott.
En el dormitorio se desvistieron y se quedaron en ropa interior. El silencio en aquel apartamento era atronador, y cada movimiento retumbaba en eco. Abigail deshizo su —ahora— alborotada trenza y peinó sus mechones pasándolos entre sus dedos. Scott se tiró encima de la cama, alargó el brazo hasta alcanzar su cámara que reposaba en la mesita de noche y empezó a fotografiarla. Abigail aún no estaba acostumbrada a ser el foco de atención artística de su novio.
—¿Otra vez? —le reprochó mientras se vestía con una camiseta de los Mets.
Scott la ignoró y continuó volteando el objetivo de un lado a otro sin dejar de sonreír. Abigail se tiró en la cama y trató de quitarle la cámara, pero Scott la apartó y le dió un beso. Después le hizo otra foto.
—Para, estoy horrible…
—Sabes que no es verdad…
Scott dejó la cámara en su lugar de origen y la besó de nuevo.
—¿Qué te han parecido mis abuelos?
Abigail le dijo que le cayeron muy bien, que eran realmente divertidos y que entendía que los quisiera tanto. También se lamentó por Sean:
—Quizás deberías hablar con él… lo mejor es que le digas la verdad, ¿no te parece?
Scott posó su pulgar en su sien y lo deslizó despacio hasta llegar a su mejilla. Estaba claro que no quería hablar de aquello. La besó de nuevo, primero dulce y después salvaje. Abigail lo agarró de la nuca para acercarlo más a sus labios, como si aquello fuera posible. Fuera, la lluvia repicaba furiosa contra el cristal, pero ambos se olvidaron de aquello, entrando de lleno en el candente volcán en el que se convertían sus cuerpos cuando estaban juntos. Abigail lo apartó para ponerse encima. Se quedó a horcajadas y se quitó la camiseta que lanzó a un lado. Se posicionó para notar la ardiente erección de Scott. Pasó las manos por su pecho desnudo, y se explayó un rato, mientras frotaba su vagina con su pene. Scott se mordió el labio inferior y cuando vio que Abigail sonreía perfida, la apartó para ponerse él encima. Scott aprisionó sendas muñecas a los lados de su cabeza y la besó. Después, liberó una de sus manos para poder meter la mano en su sujetador y llegar a su pezón derecho. Le bajó la tela hasta poder liberar sus pechos. Los besó, los chupó y finalmente los mordió hasta que Abigail soltó un grito de placer. Scott soltó su muñeca y le bajó las bragas. Mientras le mordía ligeramente el pezón, pasó los dedos por sus pliegues húmedos. Lo hizo una y otra vez hasta que Abigail cerró los ojos fuerte y chilló de placer. Entonces, mientras ella reponía aire en sus pulmones, Scott la soltó, se acercó al cajón de su mesita para ponerse un preservativo. Abigail se giró y se puso a cuatro patas. Scott no tardó en embestirla, Abigail hundió su cara en la almohada mientras él entraba y salía de ella. Abigail tuvo que morderse el dedo índice para amortiguar sus extasiados gemidos.
Abigail se quedó estirada en la cama, mientras que Scott, después de pasar por el cuarto de baño, trajo un par de cigarrillos. Fumaron sin decir nada. Abigail se sintió muy relajada y apoyó su cabeza en el muslo derecho de Scott. Apenas había luz, de manera que sus cigarrillos parecían luciérnagas naranjas.
—Abby —dijo cortando el silencio—. Me encantaría que la noche fuera eterna. ¿Sabes? Aquí y ahora no tenemos ninguna preocupación… como lo de mi hermano… el sermón de mi madre cuando Sean le explique lo nuestro…
Abigail arrugó el entrecejo y lo observó entre las sombras.
—¿Tú crees …?
—No lo dudes. Está cabreado conmigo, en el desayuno se lo explicará… —Se encogió de hombros—. Bah, da lo mismo, tarde o temprano lo iba a saber, ¿no?
Abigail dio una profunda calada a su cigarrillo. Pensó en su padre, a él también —quizás— tendría que darle explicaciones la próxima vez que lo viera. Se imaginó el disgusto, como negaría la cabeza y diría algo como: «¿Nunca dejarás de decepcionarme?». Abigail se incorporó y apagó el cigarrillo en el cenicero de la mesita. Scott hizo lo mismo.
—Oye, Scott… dejemos de pensar en todo esto, ¿vale? —Se puso encima horcajadas y lo besó apasionadamente—. La noche es nuestra.
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Scott se frotó el ojo derecho mientras su madre le soltaba una bronca por tener la osadía de salir de nuevo con Abigail Baxter. Estaba estirado en el sofá, con el teléfono apoyado en su oreja. Tampoco le prestaba mucha atención, prefería observar a Abigail: estaba en la cocina, con solo su camiseta de los Mets, mientras preparaba tostadas francesas para el desayuno. «Que guapa es…».
—No me puedo creer que estés de nuevo con esa chica. ¿Has perdido la chaveta? ¿No aprendiste nada después de lo que pasó? Te dije que era mala idea entonces, y tú ni caso, y mira, tuvimos que mudarnos. Tu padre perdió un montón de clientes en su bufete… ¡con lo que le costó ganarlos! Y después recuperarlos…
Abigail sacó zumo de naranja de la nevera y agitó para preguntarle si quería.
—Sí, muchas gracias.
—¿Acaso no me estás escuchando?
—Sí, mamá…
—¿Qué es lo último que he dicho?
«Mierda».
Su madre siempre hacía eso. Scott nunca acertaba, es que pocas veces solía escucharla. Aun así siempre probaba suerte:
—¿Algo de que soy un irresponsable inmaduro?
Judith resopló y se quedó en silencio unos segundos. Le preguntó a qué hora llegaría a casa; Scott le preguntó de qué estaba hablando.
—Hoy vienes a casa a comer, ¿recuerdas? Vamos a celebrar tu cumpleaños. Me dijiste hoy porque el sábado ibas a comer con los abuelos.
—Ah, sí, sí…
Scott se incorporó para encenderse un cigarrillo.
—¿Estás fumando?
Scott puso los ojos en blanco. Toda aquella conversación le hizo sentir un deja vú. «¿Acaso volvía a tener quince?» Abigail dejó un par de platos en la mesa de café.
Abigail se iría pronto a trabajar, le tocaba doblar turno, por lo que quiso cortar deprisa la conversación para no perder el tiempo. Aunque no le apeteciera comer con sus padres.
—Mamá, llegaré a vuestra casa a eso de las doce.
—¿Vendrás solo?
Scott se tumbó en el respaldo del sofá y miró al techo mientras apuraba las últimas caladas.
—Sí, claro.
—Creía que…
—Creías mal. Nos vemos después.
Scott colgó el teléfono, y lo dejó encima de su pecho descubierto. Resopló.
—¿Acertaste, eh? —le dijo Abigail que se sentó después de dejar dos tazas humeantes de café.
Scott dio una última calada y mató el cigarrillo. Se encogió de hombros.
—Sean a veces es muy previsible. No sé si hablar con él, es un cabezota.
Abigail le dio un mordisco a su tostada y después dijo:
—No sé de quién lo habrá aprendido.
Scott se acercó al plato y lo probó.
—Joder, está buenísimo, gracias por el desayuno. Aunque deberías de haber dejado que yo lo hiciera.
—Me gusta cocinar.
Scott observó fijamente como Abigail le daba un sorbo al zumo de naranja. Esa mañana se sentía plenamente afortunado por tenerla a su lado.
—Anoche… —empezó Scott—. Quise decir algo más.
Abigail entrecerró los ojos:
—¿Algo más?
Scott carraspeó y soltó un suspiro.
—Cuando les dije a mis abuelos que eras mi primer amor…
Abigail sonrió. Scott se sentía nervioso, como aquella vez en que llevó a Abigail al cine, y le dijo que no era ninguna cita. O aquella vez en que subió a su tejado para verla. Todo el cuerpo le temblaba, pensó en la suerte que tuvo de no caerse. Al final lo dijo sin más:
—Quiero que también seas el último.
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