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20. Ingenuo

Anne sonrió ampliamente y los saludó con efusividad: les dió un abrazo a ambos. Tanto Scott como Abigail no tenían muy claro cómo reaccionar e hicieron un extraño ademán como respuesta. Sean, en cambio, parecía estar más cortado, deshubicado tal vez... La abuela Rachel dijo, tras dar una fuerte palmada:

—Ya estamos todos. Voy a la cocina, poneros cómodos.

Abigail enseguida dijo:

—¿Necesita que le eche una mano, señora Schwartz?

—Oh, no es necesario, cariño. Ah, y no me llames señora, me haces mayor.

—¡Pero si tienes más de 80! —intervino Lev—. Esta se piensa que es una jovenzuela...

—¡Calla!

—Insisto —dijo Abigail encaminándose hacia ella.

—¿Estás segura?

—A Abigail se le da genial todo. Seguro que te ayuda —dijo Scott para terminar de convencerla.

Y cuando las dos mujeres iban a salir, Anne dijo:

—Yo también voy.

Los tres se quedaron en el salón. Scott aprovechó para coger a Sean del brazo y lo obligó a sentarse:

—¿Qué haces aquí, Sean?

—Oh, pues verás... —Bajó unos decibelios sabiendo que su abuelo era duro de oído—. La abuela me dijo que ibas a presentarles a tu novia, y bueno, Anne se enteró e insistió en que también quería venir. ¿No es genial? Significa que va en serio y quiere hacerlo oficial, ¿no?

Scott parpadeó unos segundos atónito. Quizás Anne ya no estaba interesada en él, y empezaba a sentir algo por Sean...

—Eso es genial, colega. —Le puso la mano en el hombro y lo apretó—. Entonces, ¿la cosa va bien?

—Sí, creo que sí... aunque todavía no... —Scott ladeó la cabeza—. Todavía no hemos... ya sabes...

—¿Todavía no qué...?

—Que todavía no han hecho el amor, tarugo —dijo Lev dando un bastonazo contra el suelo. Después giró la cabeza y señaló su oído. Scott vio una especie de cable. —Me lo puse hará un par de semanas. Ahora lo escucho todo. —Después sonrió satisfecho—. No se me escapa ni una.

—Vaya, abuelo, estás a esto de tener los poderes de Superman. Te falta la super fuerza y poder volar —dijo Scott.

Su abuelo trató de darle con el bastón, pero por suerte no lo alcanzó.

—¿Quieres ver que ya tengo súper fuerza?

Los tres se pusieron a reír a carcajadas, tan alto, que la abuela preguntó a gritos que era tan gracioso.

—¡Hemos descubierto la identidad verdadera de Superman! ¡Es el abuelo! —exclamó Scott.

—Bueno... —dijo Sean cuando las aguas se calmaron—. ¿Qué opináis?

—Algunas mujeres necesitan un poco más de tiempo...

Scott lo dijo sabiendo que eso no era lo que le pasaba a Anne. Por lo menos no era lo que le pasó en su primera cita. Ella le dijo que sí cuando Scott la invitó a su apartamento.

—Bah, yo siempre he pensado que estaba por Scott, la verdad —dijo Lev.

Scott no supo dónde meterse, y lo miró con los ojos como platos. Lev, que conocía muy bien a su nieto, enseguida entendió que la había cagado y trató de rectificar:

—Aunque también pensé que tú, Scott, eras mariquita.

—Venga, ya, abuelo... —A Scott se le escapó la risa.

—Vamos, vamos, ni una novia y, ¿casi 30?

Scott miró a su hermano y le puso la mano en la nuca:

—Oye, colega, veamos que tal la cena, ¿eh? Quizás esta noche, sea la noche, quien sabe...

Sean asintió y sonrió. Su hermano era muy importante para él y siempre trataba de apoyarle en todas sus decisiones, aunque no le gustaran. Como cuando, bajo la presión de su padre, decidió estudiar derecho. Scott siempre pensaba que Sean era demasiado bueno para ser abogado.

—Bueno, bueno, ya estamos aquí, espero que tengáis hambre...

Rachel entró en el comedor con una enorme bandeja con un asado. Detrás, Anne con una fuente con ensalada y Abigail con macarrones con queso.

Scott se levantó para ayudar a su abuelo a ponerse de pie. El resto del camino a la mesa lo hizo él solo. Lento pero seguro. Se sentó dónde siempre, presidiendo la mesa.

—Gracias, muchacho.

—Abuela, huele delicioso como siempre... —dijo Scott—. Abby, ¿Nos sentamos aquí?

Abigail asintió y se sentó a su lado, delante de Sean y Anne. En las puntas de la mesa sendos abuelos.

—¿Le dijiste a tu abuela que mi plato favorito eran los macarrones con queso? —le susurró Abigail.

—Es que insistió en saberlo... ¿todo bien allí dentro?

—Sí, tu abuela es un encanto...

Scott quiso preguntar por Anne pero no quiso meter la gamba. «Se lo preguntaré luego».

Se pusieron a cenar. Su abuela replicó:

—¿Acaso te has olvidado de afeitarte?

—Oh, la culpa es mía —dijo Abigail antes de pasarle la mano por su barba—. Es que me parece que está muy guapo con ella.

—Oh —dijo Rachel—. En ese caso no digo ni mú.

Scott y Abigail se miraron unos instantes fijamente, hasta que algo se volcó en la mesa.

—Oh, lo siento mucho —dijo Anne.

Abigail enseguida reaccionó y cogió una servilleta para secar el agua.

—No pasa nada... —dijo Rachel.

___________

A Abigail, Anne Ford le recordaba a una chica que conoció en la universidad. Coincidían en clase de anatomía y siempre trataba de dejarla mal delante del profesor Murray. Así era como se estaba comportando Anne en esa cena. Aunque en otras circunstancias no le hubiera importado, no era el caso, ya que quería causar una buena impresión a los abuelos de Scott. En cambio tuvo que responder con sus mejores sonrisas, a preguntas como: ¿A qué se dedica tu padre? Y aunque trató de desviar la atención, Anne insistió hasta que tuvo que confesar que su padre era reverendo. Anne, aparte de tratar de dejarla a la altura del betún (aunque no tuviera éxito) también trató de marginarla, hablando de recuerdos en los que ella, como era lógico, no pintaba nada:

—Scott, ¿te acuerdas de aquella vez en que tus padres no encontraban el coche en el centro comercial? Fue hilarante.

Scott terminó de masticar y negó con la cabeza.

—No, sinceramente. Yo creo que ni estaba.

Y entonces, Sean intervenía, diciendo que él sí, que se acordaba. Y se reía. A Abigail le dio pena, y pensó en lo increíble que es el estar enamorado: te ciega hasta más no poder. Aunque le daba más pena Anne, por su desesperación por conquistar a Scott. «Pobre, cuanto más lo intenta, más se aleja de su meta».

—Dime, Abigail, ¿te adaptas a Nueva York? —preguntó Rachel tras servirle una porción de tarta de melocotón.

—Bueno, más o menos, a veces me siento abrumada. Por suerte, Scott me enseña la ciudad. Dios mío —Abigail se cubrió la boca con la mano—. Esta tarta es la mejor que he probado en mi vida.

Lo dijo de verdad.

—Así que sin Scott, ¿no haces nada en Nueva York? —preguntó Anne.

Abigail terminó de tragar y respondió que solía ir a nadar a la piscina pública y que quedaba con un grupo de amigas.

—No sabía que ibas a nadar —dijo Scott.

Abigail se encogió de hombros.

—Oh, muchacha, jamás había visto así a mi nieto —dijo Lev—. Bueno, miento ...

A Anne se le iluminó la cara unos segundos.

—De adolescente se enamoró de una chica... Estaba igual. Me acuerdo perfectamente, cuando vivías en Sleek Valley...

Scott carraspeó.

—Abuelo, era ella.

Los abuelos arrugaron el entrecejo. La mirada de Anne perdió su esplendor.

—Abby es la misma chica... —La miró fijamente—. Mi primer amor...

Abigail sonrió y apoyó su barbilla en su mano antes de recibir un dulce beso de Scott.

La abuela dio una sonora palmada, y se quedó con las manos juntas para exclamar:

—Es el destino, ¿no creéis? Está claro que estabais predestinados.

Y después suspiró como una adolescente mientras contaba cómo conoció a su marido...

—Disculpad —Anne se levantó deprisa y salió todavía más veloz del comedor. Sean la siguió con la mirada.

La abuela fue a recoger pero Scott insistió en que no, que él y Sean se encargarían de aquello.

—Está bien, está bien... entonces voy a por el álbum de fotos.

A Abigail eso le alegró.

Scott quiso que Sean lo ayudara a llenar el lavavajillas, pero se ausentó porque quería saber como estaba Anne. No le reprochó nada y se encargó él solo. Cuando se secaba las manos, salió al pasillo y vio como Anne se ponía el abrigo en la entrada. Cruzaron la mirada unos instantes y Scott enseguida notó que tenía los ojos enrojecidos, seguramente de llorar. Sean le decía algo, como si quisiera convencerla... pero no funcionó porque se fue. Sin decir adiós.

A Rachel no le hizo nada de gracia. Sean trató de excusarla diciendo que es que no se encontraba bien, que seguro que llamaría al día siguiente para disculparse... Scott notó que su hermano estaba esquivo con él, le apartaba la mirada, no respondía a sus preguntas... por eso cuando Sean dijo que ya se iba (después del cuarto álbum de fotos) Scott dijo que ellos también iban a marcharse, que se hacía tarde y les esperaba un largo camino hasta Nueva York y temían que empezara a llover. Rachel le dió a Abigail un efusivo abrazo y besó su mejilla después de decirle lo feliz que estaba de que saliese con su nieto. Scott no podía estar más contento. Aunque se le pasó cuando vio la cara larga de su hermano pequeño.

Cuando bajaron a la calle, el frío de Nueva Jersey los azotó como una espuela a un caballo. Unas nubes espesas que anunciaban tormenta se habían dispersado por el oscuro cielo. Sean dijo adiós y se encaminó raudo calle abajo.

—Espérame en la moto, ¿quieres? —le pidió a Abigail que asintió sin cuestionarle nada—. ¡Sean! ¡Sean, espera, colega! —Cuando lo alcanzó lo tuvo que coger del hombro para que se diera la vuelta. —Eh, Sean, ¿qué cojones te pasa?

Sean sacudió la cabeza, y se giró. Pocas veces se le veía enfadado.

—¿Qué me pasa? ¿Qué os pasa a vosotros con Anne?

—¿Qué?

—Vamos, ¿porque habéis sido tan estúpidos con ella?

—Sean...

—Ella ha tratado de ser agradable toda la noche, en cambio vosotros...

Scott no se lo podía creer.

—¿De verdad crees que eso es lo que ha pasado?

Sean lo miró triste. Un trueno lejano se hizo eco. Scott se ajustó el casco de la moto en el codo.

—Sean, colega, ¿lo hablamos mañana? ¿Quieres que veamos el partido juntos?

—No, no quiero que veamos el partido juntos. Me voy

—¿Dónde tienes el coche aparcado?

Sean le dijo que Anne le había llevado en coche, que se iría andando. Scott le ofreció pedirle un taxi pero él dijo que no, que le apetecía caminar. Se fue sin volver a mirar atrás.

Scott observó a su hermano hasta que giró por la calle Durham. Soltó aire profundamente y el vaho salió despacio. No se podía creer que Sean se hubiera enfadado con él. No había tratado mal a Anne, no más de lo habitual... En realidad se había estado mordiendo la lengua toda la noche, porque ella no paraba de querer dejar mal a Abigail. Pero claro, Sean estaba tan cegado por amor, que no era capaz de ver la realidad de todo aquello. Anne le tenía embelesado y era capaz de envenenarlo con sus crueles mentiras. «Oh, Sean, colega, siempre has sido tan ingenuo».

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