18. Desde el Empire State Building
Scott aparcó su moto en la esquina de la calle 150, a pocos metros del hospital Langone. Eran las cinco de la tarde y, en la ciudad de Nueva York, el sol empezaba a desaparecer. Se quitó el casco y observó por el rabillo del ojo como una ambulancia entraba veloz. Estaba cansado. Un viaje de tantas horas sin pegar ojo y la comida con su hermano (ese rato seguramente hubiera aprovechado para dormir) le empezaban a pasar factura. Solo pudo parar en su apartamento para dejar sus cosas y ducharse; luego volvió a salir con la esperanza de recoger a Abigail a la salida del trabajo. No sabía nada de ella, y eso le confundía. Solo esperaba que estuviera bien. Se quitó los guantes y los guardó en los bolsillos de su chaquetón y después se colocó el casco en su codo derecho y anduvo hasta la enorme puerta de cristal. La gente entraba y salía sin parar. Scott decidió esperar dentro para resguardarse del frío. Se sentó en un banco de madera no muy lejos de los ascensores y la recepción y esperó paciente a qué ella apareciera. Dejó los cascos a un lado, apoyó su espalda en el asiento, se cruzó de brazos...
—Scott... Eh, oye...
Alguien sacudió su hombro con cuidado. La aterciopelada voz de Abigail se combinó con sus sueños. Abrió los ojos y se encontró con su rostro. Scott parpadeó deprisa hasta que aterrizó en la tierra: se había quedado dormido irremediablemente. Lo primero que hizo fue comprobar si tenía todo: su cartera, sus llaves... Nueva York no era precisamente una ciudad segura.
—Buenos días —dijo Abigail—¿No es más cómodo dormir en tu cama?
Scott sonrió y negó con la cabeza.
—Hola —dijo y paró un bostezo—. Lo siento, me he quedado frito esperándote.
Abigail se sentó y ladeó la cabeza.
—No te esperaba...
—He llegado esta mañana, he tratado de llamarte pero...
—Hasta mañana, doctora Baxter.
Scott miró en dirección de la voz y reconoció al doctor Burns que lo saludó con la cabeza. Abigail carraspeó y le sonrió forzada.
—¿Haces algo ahora? —le preguntó Scott.
Abigail se encogió de hombros.
—¿Quieres que cenemos algo?
—Te noto cansado, Scott...
Se pusieron de pie y anduvieron hasta la entrada.
—No, no, estoy bien, de verdad...
A Scott le entristeció que Abigail no se mostrara más ilusionada por verle después de tantos días. «¿He hecho o dicho algo malo?» Trató de recordar fugazmente la última conversación telefónica, pero no se le ocurrió nada.
—¿Estás bien? —le preguntó Scott solo al pisar la calle.
—Sí, claro.
Abigail negó con la cabeza, se colocó la bufanda burdeos sobre su hombro derecho y esbozó una preciosa sonrisa.
—Igual que en el pasado, sigo siendo foránea de esta maldita ciudad, apenas conozco nada. ¿Qué propones?
Scott soltó un leve suspiro de alivio.
La llevó a un restaurante etíope, pequeño y resguardado, uno de esos lugares donde solo encuentras a neoyorquinos sibaritas. Desde que supo que Abigail había estado tanto tiempo en el continente africano, tuvo ganas de traerla. Su instinto no falló, ella estuvo encantada; y también encantadora con todo el personal, con quienes se atrevió a soltar algunas frases aduladoras en amárico.
Durante la cena, Abigail le obligó a explicar cada detalle de su viaje, y Scott lo hizo ilusionado. Cuando terminaron, la convenció, tras darle un largo beso, de ir a su apartamento. Abigail suspiró y deslizó su delicada mano sobre su espesa y oscura barba. Scott cerró los ojos para sentirla, para trasladarse de nuevo a su universo.
—Ah, por cierto —dijo Scott mientras dejaba las llaves encima de la mesita—. ¿Has limpiado o son imaginaciones mías?
Abigail no pudo evitarlo. Aquellos días con la ausencia de Scott, el estrés del trabajo, las recaídas de su madre...fue demasiado. Limpiar y ordenar siempre la calmaba. ¿Quizás había sobrepasado los límites?
—Espero que no te moleste... te juro que no he cotilleado ni nada...
—Para nada. —respondió él. Puedes mirar lo que quieras, contigo no tengo secretos.
Abigail se sonrojó ligeramente.
—Ven aquí... —La tomó de la cintura cuando entraron en el salón después de guardar los abrigos en el armario. —Te he echado mucho de menos... —le susurró al oído.
Abigail se estremeció. El sentimiento de culpa se entremezcló con el deseo de follar con Scott. La mordió en la curva de su cuello; Abigail solo quería estar entre sus brazos, notar sus manos en su piel, y sus labios...
Alguien llamó a la puerta. El sonido del timbre invadió el silencio de sus respiraciones. Abigail quiso apartarse pero Scott le hizo saber con otro beso que le daba igual, que no iba a parar. La empujó contra la pared y comenzó a quitarle el jersey de punto...
Volvieron a llamar. Esta vez el timbre duró más, como enfurecido, como si aquello fuera posible. Scott resopló y Abigail le apartó despacio:
—Será mejor que abras...
Y cuando Scott asintió con un gesto, alguien llamó a golpes.
—¿Scott? ¿Scotty? Abre, soy yo.
Abigail arrugó el entrecejo.
—Mierda, joder...es mi madre.
—¿Scott? Sé que estás en casa, puedo ver la luz por debajo, y tu moto está aparcada fuera...
—¡Ya voy, mamá! Escóndete.
Abigail no pudo ni mediar palabra, solo se encontró arrastrada por Scott hacía el dormitorio mientras él se disculpaba una y otra vez. Cerró la puerta. Abigail soltó un resoplido y apoyó la frente en la puerta de madera y cerró los ojos. Se acordó del pasado, de aquel verano del 83, cuando su amor era secreto. Aunque solía ser al revés, a Scott no le importaba que los demás lo supieran, pero ahora...
—¿Qué haces aquí?
—¿Ni siquiera llamas a tu madre? Estaba preocupada por si te había pasado algo. ¿Por qué no has llamado?
La voz de ambos era grave con un atisbo cómico causado por la amortiguación de aquellas antiguas paredes. Scott dijo algo ilegible, por lo que al final, enganchó la oreja.
Supo que ambos entraron en el comedor, porque los decibelios incrementaron.
—¿Qué limpio está todo, no? —dijo Judith.
—Está todo como siempre.
—¿Y tienes comida en la nevera? Sin caducar...
A Abigail esa intromisión maternal le recordó a su propia madre. Todavía recordaba sus visitas al internado o a su hermandad. Por suerte todas sus compañeras estaban más pendientes de sus propias madres para llegar a sentir vergüenza.
—Bueno, soy un adulto responsable, mamá.
—¿Cómo se llama?
Se hizo un silencio atronador.
—¿Quién?
—Oh, Scotty, ¡lo sabía! ¿Crees que tu madre es tonta? Se lo dije a Miriam que últimamente tú y Anne estabais muy raros... ¿Salís juntos?
—No es eso...
—Oh, que alegría, tenemos que hacer una cena de celebración. Por fin vas a sentar la cabeza...
—Mamá, no salgo con ella, ¿vale? Te he dicho mil veces que no me gusta Anne.
—¿Entonces sales con otra chica? ¿La conozco?
—La casa está limpia y tengo comida porque... He contratado a alguien, ¿vale?
Abigail negó con la cabeza y se apartó de la puerta. Se sentó en la orilla de la cama y se tumbó con la vista al ventilador del techo. Volvía a lo mismo, como si los años no hubieran pasado, volvían a ser Winston y Julia de 1984. También recordó que su final no fue idílico. Parecía que el destino no quería un final feliz para ellos dos. Abigail tuvo ganas de llorar pero no lo hizo. Tuvo también ganas de salir, coger sus cosas y largarse para no volver. Pero no podía hacer eso. Quería demasiado a Scott para olvidarlo. No lo había hecho en los últimos años, ¿cómo iba a hacerlo ahora?
La puerta se cerró y después se oyeron unos pasos crepitantes acercarse. Scott entró en la habitación. Abigail no se movió y notó como se tumbó a su lado.
—Ya se ha ido ... lo siento, es realmente intensa...
No respondió. Tomó aire y se levantó de un salto.
—Será mejor que me largue, es tarde...
—Vamos, quédate a dormir... —La tomó de la mano. Abigail se quedó quieta.
—¿Para qué?
—Abby, lo siento, ¿vale? No sabes lo intensa que es mi madre. Si le digo que salgo contigo...
—A tu primo le dijiste que era una amiga...
—Porque mi primo es un bocazas.
—¿Seguro que no es porque te avergüenzas de mí?
—¿Qué?Oh, no, no, no...
Scott aproximó su mano derecha a sus labios y la besó despacio, con los ojos cerrados. Después dijo:
—Si pudiera, subiría en el Empire State Building y lanzaría miles y miles de folletos anunciando que Abigail Baxter es mi novia.
Abigail sonrió.
—Se lo diré cuando sea el momento, te lo prometo. Oye,¿haces algo el sábado por la noche? —Abigail arrugó el entrecejo—. Voy a cenar a casa de mis abuelos, quiero que te conozcan. ¿Qué me dices?
¿Conocer a sus abuelos? Abigail sabía de primera mano que para Scott, sus abuelos eran, incluso más importantes que sus padres. Les tenía un cariño infinito.
—¿Estás seguro?
Scott le dio un beso de confirmación.
—Les vas a encantar.
No se avergonzaba de ella. Sí que la había echado de menos. Sí que sentía por ella aquello que le dijo antes de marcharse a Tailandia. Se sentía feliz y sumamente estúpida por haber dudado. Por haber caído en la tentación con un beso sin importancia. Aún así no dejaba de sentirse mal por la traición. Pero pasara lo que pasara, pensó Abigail mientras se dejaba desnudar por Scott, no iba a fallarle nunca más.
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