17. El sabor de la traición
El vuelo con destino a Nueva York llegó pasadas las 12 del mediodía, casi una hora tarde. Todo debido a unas malditas turbulencias que hicieron que Scott vomitara el desayuno y en consecuencia tuviera que aguantar las burlas de su compañero Bastien. Cuando puso los pies en el suelo ya no le importó lo más mínimo: estaba en casa, en tierra, por fin podría encontrarse con Abigail. Y, mientras recogía las maletas y charlaba tranquilamente con Bastien, pensaba en ese encuentro, en las ganas que tenía de abrazarla, de besarla… hasta que esos románticos pensamientos fueron interrumpidos por una presencia del todo inesperada. Allí, dentro del aeropuerto le esperaba su hermano Sean. Y Anne. «¿Qué demonios hacen aquí?» pensó esbozando una falsa e incómoda sonrisa. Sean nunca lo había ido a buscar al aeropuerto en ninguno de sus múltiples viajes. Nadie en realidad. Tampoco lo esperaba, por eso no solía dar mucha información sobre sus viajes, más que a sus abuelos y a su madre —por obligación—. Es que a Scott no le gustaban ese tipo de sorpresas, sinceramente solo lo hubiera aceptado si fuera Abigail. ¿Pero su hermano con Anne? Y menos después de la última conversación con ella…
—¿Qué hacéis aquí?
—¡Hermano!
Sean le dio un efusivo abrazo y después señaló a Anne.
—Es que terminamos un juicio y Anne pensó que podríamos pasar a buscarte para comer algo.
—Ya…
Scott cruzó una mirada fría con Anne y después prestó atención en Bastien, que se despedía. Le propuso ir con ellos, pero este lo rechazó:
—Me gustaría buscar a mis hijos al colegio y tengo muchas ganas de ver a Danitsa —Le dió unos golpes en el hombro y le guiñó el ojo-. Me muero de ganas de ver fotos. Nos vemos en oficina.
Los tres se pusieron a andar, pero antes de llegar a la salida, Scott vislumbró un teléfono público entre una cafetería y una librería. Les pidió que se esperaran, y fue directo a la cabina. Después de introducir unos centavos, marcó deprisa el número de Abigail —el cual ya se sabía de memoria— pero colgó cuando saltó el buzón. Estaba apagado. Se frotó la barba unos instantes, hasta que un hombre a su espalda se quejó:
—¡¿Has terminado, chico?!
—¡No! —respondió sin molestarse en girarse. Marcó el teléfono de información—. Hola, ¿podría ponerme con el hospital Langone?
—Enseguida.
—Hospital Langone, pediatría, mi nombre es Karen, ¿en qué puedo ayudarle?
—Sí, hola, soy Scott, me gustaría hablar con Abigail Baxter.
—Oh, la doctora Baxter está en consulta, pero puedo dejarle un recado si lo desea.
—¡No tengo todo el día! —gritó el mismo señor de antes.
Scott, ante el estrés de la situación, le dijo a la recepcionista que no era necesario. Ni siquiera se acordó de dar las gracias. Después de colgar con fuerza, recogió sus cosas, y al cruzarse con el hombre, le golpeó expresamente con el hombro derecho. Este le profirió insultos, pero pasó de él.
—Ya podemos irnos —les dijo a ambos.
—¿No has podido hablar con ella? —preguntó Anne—. Creía que vendría a buscarte—añadió venenosa.
Scott la ignoró.
Fueron a un restaurante italiano cerca de la quinta avenida. Scott no tenía demasiado hambre, no solo debido al jet lag, es que no quería estar allí. Por eso estuvo callado y se dedicó a enrollar con el tenedor una y otra vez una pasta al pesto ya fría, mientras Anne le preguntaba por su viaje. Sean solo se dedicaba a mirarla embobado, como si fuera una obra de arte del Louvre. Cuando ella se ausentó para ir al baño, Scott le dijo:
—¿De verdad estáis saliendo?
Sean volvió al planeta tierra y le respondió ilusionado que sí.
—¿No es fantástico?
Scott levantó las cejas, dejó el tenedor en el plato y le dió un largo trago a su copa de vino.
—No sé, ¿crees que es buena idea?
Sean ladeó la cabeza.
—¿Bromeas? Fuiste tú quien insistió en que le pidiera salir…
Tenía razón, no tenía sentido ese cambio de idea tan repentino. Scott no supo cómo rebatir aquello así que negó con la cabeza y sonrió.
—Me alegro por ti, hermano. ¿Lo sabe mamá?
—Anne no quiere que lo sepa nadie aún…
Scott no supo el motivo, porque ella volvió a la mesa. Después de un silencio incómodo de unos pocos segundos, Sean cambió de tema y quiso saber si iría a cenar a casa de sus abuelos aquella noche. Scott le dijo que no lo sabía. En realidad sus planes dependían totalmente de Abigail Baxter.
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Abigail entró en la habitación 3b y se encontró a Aaron cerca de la ventana en su silla de ruedas. Jugaba con la videoconsola que le regalaron por Navidad. A Abigail le hizo ilusión saber que le gustaban tanto los videojuegos como a ella y a Scott. Su humor enseguida cambió cuando recordó el motivo de su visita.
—Hola, Aaron.
Le devolvió el saludo con un breve movimiento de cabeza, sin apartar la vista de la pantalla.
—¿Y tu madre?
Aaron pausó la máquina a un lado de la silla y la miró por primera vez.
—¿Tienes los resultados?
Abigail no supo disimular y el paciente enseguida supo que traía malas noticias. Llevaba allí más de 2 años, suficiente tiempo para saber cuando un médico no traía buenas nuevas.
—¿Sabes si tardará en regresar…?
—Está en la escuela de mi hermana, una reunión, o algo así…
Abigail asintió y miró dirección a la puerta.
—Tardará en llegar... Vamos, doctora Baxter... Dígamelo de una vez, ya tengo 15 años…
Abigail metió las manos en los bolsillos de su bata y suspiró. Después negó con la cabeza.
—Lo siento mucho, Aaron pero… los resultados no son positivos. Deberás quedarte aquí y volver al tratamiento de quimio.
Aaron la miró fijamente y negó con la cabeza. Sorprendentemente sonrío y dijo:
—Me la suda, pienso largarme de aquí.
—Sabes que no depende de ti…
Después, el chico le pidió que se marchara. Abigail no se movió, se quedó como anclada en el suelo, hasta que se sobresaltó con el grito desesperado del paciente:
—¡Largo! ¡Fuera!
Acto seguido, lanzó con fuerza la consola portátil. Al chocar contra la pared varios trozos de plástico se desperdigaron por la habitación, igual que diminutos trozos de carbón de un tronco calcinado. Abigail no podía culparle por aquello. Entonces, la enfermera Patricia entreabrió la puerta y preguntó si todo iba bien. Cuando cruzó la mirada con Abigail lo entendió. Sin decirse nada, la enfermera relevó a Abigail que salió y fue directa a la azotea por las escaleras.
Necesitaba un cigarrillo. Como si aquello pudiera borrar el hecho que quizás aquel adolescente no sobreviviría al maldito cáncer, como si aquel cigarrillo Malboro pudiera eliminar de su memoria el recuerdo de todos aquellos bebés, niños y adolescentes que murieron demasiado pronto. No era justo.
El frío de Nueva York la atravesó de pleno cuando abrió la puerta. Se acercó al borde, se apoyó contra el y bajó la cabeza hasta notar el abismo a sus pies, hasta que el vértigo hizo que parara. Después de respirar abruptamente, encendió el cigarro. Soltó el humo despacio, rodeada de la magnitud de los rascacielos y del rugido urbano de las once de la mañana. Escuchó el sonido metálico de la puerta de la azotea y después unos pasos que enseguida reconoció: eran del Doctor Burns. No se giró.
—¿Me das uno?
Abigail, con una sola mano, extrajo un cigarro, se lo cedió y después el mechero.
—Deberías de haber esperado a sus padres…
Abigail chasqueó la lengua.
—Si es suficiente mayor para soportar los putos tratamientos, es suficiente mayor para ser consciente de que la muerte llama a su puerta.
—Ya, quizás no debería de haberte dicho que dieras tú la noticia.
Abigail lo miró por primera vez. Su cabello oscuro y lacio se movía ligeramente por la helada brisa. Notó que temblaba. Sin decir nada, se fumaron sendos cigarrillos y los apagaron en un cenicero plateado.
—¿Sabes? No sé si podré acostumbrarme a esto. A ver lo jodida que es la vida y… los padres no deberían sobrevivir a sus hijos…
Abigail trató de retener las lágrimas en sus ojos igual que una presa en un río. Pero no fue suficientemente fuerte y una de ellas se escapó, y se deslizó por su mejilla. Nick rodeó sus hombros con su brazo y lo apretó unos segundos.
—Lo siento —murmuró despacio.
Abigail negó con la cabeza y como acto reflejo la apoyó contra su pecho. Nick olía a almizcle, un aroma muy similar al de su padre. Un sentimiento de paz y tranquilidad la invadió, como aquella vez que con 8 años se cayó de su bici y su padre la abrazó hasta que dejó de llorar. Abigail miró a Nick, estaba demasiado cerca, tanto que…
Claro, Nick era uno de esos hombres que saben cuando una mujer es vulnerable, como un león cuando espera paciente a que su presa se desplome tras herirse. Abigail era consciente de aquello, no era la primera vez que se cruzaba con alguien como él. Nick la observó fijamente, clavó sus pupilas azules en ella y con la ayuda de su dedo pulgar limpió su solitaria lágrima. Le regaló una dulce y pasible sonrisa que dejó entrever sus hoyuelos. Abigail tragó saliva. Entonces pensó en su primer beso con Scott, desde la ventana de su habitación, bajo la noche, en las líneas de su rostro iluminadas por la artificial luz de las farolas. Siempre, siempre recordaba su primer beso antes de besar a otro hombre. Y esa no fue una excepción: los labios de Nick le supieron a tabaco, limón y a traición.
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¡Hola a todo el mundo! En primer lugar disculpas por tardar tanto en actualizar, es que tener un bebé me deja agotada! Prometo no volver a tardar tanto en actualizar!! :) Que os ha parecido el capítulo? Pq creéis que Abigail está tan confundida? Se lo explicará a Scott? Siente algo por Nick? Lo sabremos en los siguientes episodios ;)
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