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Tres huevos, azúcar, harina...


— Tres huevos, azúcar, harina, un yogur de limón, aceite de oliva, levadura, limón y una cucharada de azúcar glas —limpió sus manos en el paño de cocina y me acercó los ingredientes para que comenzara a mezclarlos—. No es complicado, ¿verdad? —negué sin perder esa sonrisa cálida que era imposible borrar de mi rostro. Tan parecida a la suya...

— ¿Después de la harina echo el yogur? —giré la cabeza a mi izquierda pero mi madre, que segundos antes estaba ahí, ya no estaba— ¿Mamá? —dejé la mezcla sobre la encimera y fui hasta la puerta para abrirla— ¿Ma-mamá? —no recordaba que la casa estuviera tan oscura, y mucho menos cuando sólo eran las diez de la mañana, pero a pesar de la penumbra, lo que más me preocupaba era el paradero de mi madre— ¡Mamá! —grité con la esperanza de ser contestado, pero el silencio, al igual que la oscuridad, seguía reinando en lo que quizás no sería mi casa.

La puerta se cerró tras de mí cuando salí de la cocina, quise dar media vuelta y volver al único lugar donde aún había luz, pero la puerta había desaparecido; no había rastro de ella. Decidí caminar con pasos precavidos, pues ni mis propios pies podía ver. Poco a poco fui acostumbrándome a la oscuridad y entonces la reconocí.

Las paredes, su color, los muebles, el suelo, la puerta... y el agujero.

— ¡No, no, no, no! —llevé mis manos a la cabeza y cerré mis ojos suplicando volver a la iluminada cocina color verde pastel, con los muebles blancos, la mesa central color madera haya y la mujer con vestido azul que me enseñaba a hacer un simple bizcocho— Tres huevos, azúcar, harina... ¿Qué más, qué más? Vuelve, vuelve, vuelve... Tres huevos, azúcar, harina... Mamá, ¿qué más era?

Entre la búsqueda de mis recuerdos y mi deseo por volver atrás, sentí como algo se ceñía a mi cuerpo y me apresaba sin permitirme mover un músculo, el suelo desapareció bajo mis pies y mi corazón se encogió por la caída.

— ¡Hey, chico! ¿Estás bien? ¿Me oyes? ¡Hey!

Abrí mis ojos de repente guiado por la única voz que oía últimamente. Miré a mi alrededor para descubrir que me encontraba tirado en el suelo, mis brazos apenas los podía mover y cuando me revolví incómodo noté una sábana envuelta en mi cuerpo. El agobio reinó y me sacudí desesperadamente por ser liberado, consiguiendo sacar un brazo al completo. Fui retirando el resto de sábana y gateé un par de metros lejos de la cama, apoyé mi espalda contra la pared y escondí mi rostro entre mis manos mientras seguía suplicando por volver. Volver de donde provenía realmente.

Tres huevos, azúcar, harina... ¡¿Qué más era, maldita sea?!

— ¡Oye, cálmate si no quieres que vengan por el ruido que estás montando! ¡¿Me oyes?! —me detuve cuando lo volví a oír. Comenzaba a odiar incluso esa voz, no por la persona al otro lado; ya que no lo conocía, pero sí porque no dejaba de recordarme dónde estaba— Gracias. ¿Ahora podrías acercarte, por favor?

Aparté mis manos y dejé que mis ojos me hicieran volver a la cruda realidad. Suspiré ahogando mis lágrimas y, sin siquiera levantarme, volví a gatear hasta el agujero que había en la pared de mi izquierda. Asomé mi rostro por él y vi ese par de ojos pequeños nuevamente.

— Has tenido una pesadilla, tranquilo —dijo con la voz más dulce y serena del mundo. Incluso pude reconocer cierta similitud en mi madre. Eso me gustó—. Yo también las tenía cuando llegué aquí. Es como vivir en un infierno donde tus recuerdos son lo único que te hacen escapar al cielo.

— Quiero salir de aquí —musité, pero por su mueca pude saber que me escuchó claramente.

— Yo también..., yo también —de repente se quedó en silencio, apartó sus ojos a algún otro punto que no fuera yo y ahí se mantuvo por algunos minutos.

Gracias a la iluminación que había en su habitación podía verlo con claridad, incluso me preguntaba si él podría apreciarme así de bien; ya que la mía siempre permanecía a oscuras.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó de repente y yo salí de mi pequeño trance.

— Jeon JungKook. ¿Y tú?

— Park Jimin —una leve sonrisa se formó en su rostro y lo vi estirar su mano hasta conseguir poder pasar la mitad de su mano por el agujero—. Encantado —cogí de sus dedos con algo de desconfianza y luego los retiró para dejarme ver de nuevo su rostro—. ¿Qué edad tienes?

— 18.

— Yo 25. Recuerdo que con esa edad era muy mal estudiante —rió—. Mis padres no paraban de repetirme miles de veces que debía estudiar o no sería nadie en la vida... Yo, en cambio, pensaba lo contrario, no me gustaba estudiar y por eso lo dejé y comencé a trabajar en una tienda de alimentación. ¿Alguna vez has trabajado?

— No.

— ¿Y eres bueno en los estudios?

— No demasiado, pero me esfuerzo todo lo que puedo.

— Entiendo.

— Señor Park..., no quiero molestarlo pero...

— ¿Señor Park? —soltó una carcajada— No tienes que llamarme así, no soy tan mayor.

— ¿Hyung?

— Eso está mejor. ¿Qué decías?

— Quiero salir de aquí..., ¿dónde estamos? ¿Por qué estamos encerrados? No he hecho nada malo.

— Sé que no has hecho nada malo. Yo tampoco lo hice, pero no sé dónde estamos y el porqué... —suspiró evitando mirarme— Para nada bueno, JungKook. No quiero asustarte, pero tampoco estoy seguro por qué estás ahí. Sólo espero que de todo lo que pasa por estas paredes... no estés ahí para la peor opción.

— ¿Q-qué opción? —titubeé a la misma vez que tragaba saliva, pero no dijo nada, ni una sola palabra— ¿Cuál es la peor opción? —insistí— ¿Por qué no contestas? —su silencio, a pesar de que él pensara que podría ser una mejor idea, para mí no lo era en absoluto. El desconocimiento, la duda, la curiosidad, la incertidumbre, todo aquello me daba pavor, no podía vivir desconociendo el saber. Y aunque la respuesta pueda asustarme, no era mayor grado al miedo que ya sentía— Contéstame, por favor.

Por segunda vez nos interrumpieron, aunque esta vez no vinieron por mí, sino por él. Los golpes de nudillos en su puerta se escucharon con demasiada claridad desde mi posición. Él miró en esa dirección, y después de soltar un "lo siento", arrastró una especie de tabla y tapó el agujero. Yo quedé sorprendido, pero acerqué la oreja todo lo que pude y oí como alguien entraba y conversaba con él algo que no pude oír claramente.

Desistiendo me levanté del suelo y fui hasta la cama donde me senté y permanecí ahí demasiado tiempo. Unas llaves entraron en la cerradura de mi puerta y vi entrar al mismo hombre que me lavó en los baños. Hizo un gesto con la mano y entendí a la primera su mensaje.

— Manos juntas —levanté mis manos con la muñecas pegadas y volvió a atarlas tal y como lo hizo ayer—. Qué bien te estás portando hoy —sonrió de lado pero poco pude apreciar su rostro cuando otra vez aquel saco negro tapó toda mi cabeza.

Me sentía sin energías, quizás hace unos minutos podría haberme rehusado y le habría dado incluso más tormento del que di ayer, pero unas simples palabras de incertidumbre habían robado todas las energías de mi cuerpo.

O quizás, mis esperanzas.

Caminé a ciegas guiado por el chico que hacía buenos nudos en las muñecas, lo oía tararear alguna desconocida canción, pero diferente a la de ayer. Con sus manos en mis hombros iba guiando mi cuerpo como si fuera un muñeco; izquierdas y derechas que se me hizo imposible de contar y seguir. Al final me detuvo y escuché abrir una puerta, di unos pasos guiados por él y fui detenido nuevamente.

— Quédate afuera —la tela fue retirada y la blanca e iluminada habitación me cegó por momentos. Cuando mis ojos se acostumbraron, el chico del nudo había desaparecido y, en cambio, un hombre diferente me observaba con casi el mismo detenimiento que hizo el hombre del puro y los guantes de látex—. Me alegra que no seas de esos chicos que tenga que tapar sus bocas porque no son capaces de cerrarlas un mísero segundo —sonrió y se giró en su silla para coger una carpeta con papeles dentro; los cuales sacó—. Eres Jeon JungKook, ¿no es así? —sus ojos volvieron a buscar los míos, quizás también buscando algo de palabras, pero no le di el gusto a tenerlas— Sí, sí que lo eres —comenzó a escribir en los papeles que tenía y cuando terminó, golpeó con el bolígrafo la mesa y di un brinco por el repentino gesto. Se levantó y me hizo caminar hasta una camilla—. Túmbate.

— No.

— Oh, hablas —sacó y preparó algunos utensilios, entre ellos, jeringas... Odiaba las dichosas jeringas—. Sólo son algunas pruebas, no te asustes.

— No quiero que me haga pruebas, ¿por qué quiere hacerme eso?

— Es mi trabajo, chico.

— ¡Pues no pienso dejarme tocar por sus asquerosas manos y sus... malditas jeringas! —el hombre apenas se inmutó por mi cambio de actitud, tan sólo rascó su sien con un par de dedos y llamó a alguien.

El hombre que fue llamado "HeeChul" y apodado por mí como "el hombre de buenos nudos", entró rodando sus ojos al verme no cooperar. Con rapidez agarró mis pelos y me tiró sobre la camilla que quedaba a mis espaldas, subió mis piernas y aproveché ese momento para golpear su espalda mientras él ataba mis pies con unas correas negras que había en la camilla y que ignoré hasta ahora. Aguantando mis golpes, cogió mis manos aún atadas y las colocó contra mi pecho.

— Gracias, HeeChul —el hombre con bata blanca se acercó con una jeringa entre sus manos e inyectó lo que quiera que fuera en mi brazo.

Poco a poco la fuerza se me escurría del cuerpo, el hombre llamado HeeChul no apartó los ojos de mí mientras aún seguía sujetándome, pero poco después dejó de hacerlo y observó con una maliciosa sonrisa en los labios como mis ojos iban cayendo con lentitud, resistiéndome inútilmente.

Con las voces desformadas en mi cabeza, perdí el conocimiento y dejé de saber qué ocurrió en esa habitación blanca.

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