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Cemento


Ten me miró aterrado cuando sus ojos, al igual que los míos, analizaron el lugar de pared a pared. La habitación era tan diferente a lo que se veía y vivía bajo esas escaleras que parecía más una pesadilla que la realidad. Aunque quise encontrar esas escaleras por la cual habíamos subido, no las encontré; ni rastro de ellas. La sala sólo era un salón elegante con la única salida de unas puertas dobles y tres largas ventanas cubiertas por unas tupidas cortinas.

Cuando mi compañero agarró su mano con la mía, me sentí sostenido por él, al menos, entre los dos nos daríamos el porte que necesitábamos para no flaquear ante la situación.

— Chittaphon —dijo el nombrado jefe por todos allí y señalando a mi compañero. Otro hombre, que parecía ser el invitado; por no llamarlo cliente, se levantó y se quedó con sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón—. Es de origen tailandés, no habla coreano, pero no creo que haga falta —ambos hombres rieron.

— ¿Su edad?

— La diferencia de ambos es de sólo un año, él es el mayor de los dos teniendo 19 —señaló por segunda vez a Ten.

— ¿Y él? —preguntó después de terminar de inspeccionarlo.

— JungKook, él sí es coreano.

— Tiene..., bueno, quiero decir que no se ve muy bien —el llamado jefe pareció sudar más de la cuenta.

— Ha estado enfermo.

— Vaya, ¿qué te ha ocurrido, pequeño? —preguntó en mi dirección. Yo dudé en un primer momento de si hablar o no, pero cuando comprendí que nadie tenía por qué darme permiso, lo hice; fuerte y claro.

— Desnutrición, falta de vitaminas. ¿Sabe usted en el estado tan deplorable que vivimos? ¡¿Acaso tiene idea de lo que está haciendo?! ¡¿Pretende comprar personas?! —un golpe en mi cabeza me hizo tragar las siguientes palabras. Al mirar hacia atrás de reojo, vi a Kris muy cerca de mí.

— Menudo carácter —rió más satisfecho que nervioso. ¡¿Qué acaso no había nadie cuerdo en este lugar?!— ¿Podría... probarlos? No puedo decidirme. Ambos son lindos, la idea de que el tailandés no pueda entender me gusta, pero el carácter del otro me gusta incluso más.

El jefe pareció dudar— Hay límites. Aunque... —desvió sus ojos del cliente hacia a mí, dio una calada a su puro y soltó el humo con parsimonia— Está bien, sólo... no sea muy rudo con él —me señaló sin apartar sus ojos—. Aún no se recupera.

— No se preocupe.

Con un gesto de mano, Kris puso de nuevo el saco oscuro en mi cabeza, ató mis manos y de nuevo a las andadas. En nuestro camino oí un fuerte quejido de Ten, seguramente NamJoon lo había golpeado pues no se hubo callado en todo el trayecto. Por supuesto yo me quejé por ello pero de nada sirvió, ni los insultos, gritos o movimientos bruscos en busca de liberación valía de algo.

Fuimos empujados dentro de algún habitáculo y al destapar nuestros rostros nos encontramos en mitad de una habitación que me hizo recordar a la de Jimin, sólo que ésta era incluso mejor; más lujosa, espaciosa y lo que más llamó mi atención, parecía tener una ventana.

— Gracias —oímos una voz detrás nuestra y se trataba del cliente. El hombre se quedó bajo el marco de la puerta, mirándonos con el mismo detenimiento que antes—. He pagado por el otro chico, ¿podrías traerlo ya?

— Pero, ¿y ellos? —preguntó Kris algo desconcertado.

— Tengo permiso con los tres.

— ¿A la vez? —el hombre cambió su mueca a una molesta, seguramente no soportaba que un simple guardia lo estuviera cuestionando de esa manera, pero si realmente conociera a Kris, no se sorprendería.

— A la vez —respondió con un tono molesto, lo que hizo que Kris guardara silencio y se marchara—. ¡Bueno! —cerró la puerta con llave y la metió en el bolsillo. Lentamente, como si disfrutara de la situación ante él, fue acercándose con sus ojos recorriendo cada centímetro de nuestros cuerpos.

— Puto asqueroso —en un principio no supe si aquello lo llegué a decir en voz alta, pero cuando sus ojos viajaron de Ten hacia mí, supe que lo había dicho más fuerte de lo que imaginé. Él rió al quedar frente a mí.

— Vuelve a decirlo —susurró cerca de mi rostro, provocándome arcadas por su nauseabundo aliento.

— Puto. Asqueroso.

— Me encanta —arrugué el entrecejo y una de sus manos quedaron en mi espalda baja, acercándome más hacia él. ¿Qué clase de fetiche tenía este maldito loco?—. Dime más cosas así, pórtate mal.

Lo empujé con uno de mis hombros ya que mis manos aún seguían atadas, y aunque conseguí alejarlo no me sentí mejor cuando desde su garganta salió una fuerte carcajada que me dejó plantado en el suelo. Miré de reojo a Ten y éste observaba todo con el horror pintado en sus pupilas, yo, más que horror, me parecía una auténtica locura. ¡Por supuesto tenía miedo!, pero la poca cordura del hombre me dejaba más alucinado que el horror que desprendía, o al menos así me sentía por el momento ya que el sentimiento no duró demasiado y llegué a seguir a mi compañero en el sendero del terror.

— ¡Déjalo, no lo toques! —grité volviendo a empujarlo lejos de Ten, ya que se había acercado a él y había metido sus manos bajo su ropa.

— Me gusta tu actitud, pero odio que me interrumpan en lo que hago —levantó su mano en mi dirección y otro empujón, uno incluso más fuerte que el mío, vino desde Ten, haciéndolo caer en el proceso. El hombre se levantó tan rápido como pudo, acomodó su corbata, el cabello despeinado y gruñó con la mandíbula apretada y sus dientes rechinando—. ¿Queréis por las malas? Bien —sin más, abrió la puerta y luego la cerró dejándonos solos. Ten y yo nos miramos y ni dos segundos dejamos que pasaran para que ambos nos dirigiéramos hasta la ventana y con la boca corriéramos la cortina.

— No... puede ser.

Cemento.

Aquella ventana, la cual me hizo sentir por un momento tocar la libertad, no era más que cemento puro. Sí, quizás en algún momento hubiese habido una ventana en ese hueco, pero ahora no era más que una mezcla dura que en su tiempo usaron para taparlo, y tenía lógica, ¿quién dejaría a sus rehenes solos en una habitación con ventana? Pues aún sin la posibilidad de escapar, aún podríamos tener dos opciones; gritar por auxilio o suicidarnos. Y sinceramente, aún con esas dos única opciones, no habría dudado en aceptarlas.

— JungKook..., ¿qué... hacer? —me preguntó Ten con un acento raro pero que pude entender perfectamente.

— No lo sé...

— Tengo... miedo.

— Yo también, Ten —quería mirarlo e intentar darle un poco de apoyo, pero mis ojos no podían apartarse del cemento frente a mí—. ¡Ten! —grité cuando me percaté de algo— Date la vuelta — algo confuso lo hizo y girándome yo también, llevé mis dedos a su cuerda e intenté desatarla. Me tomó más de lo que esperé pero lo conseguí. La sonrisa blanca de Ten apareció en su rostro y sin decirle nada hizo él lo mismo con mi cuerda, tardando menos.

— ¡Escapar! —gritó emocionado como si el simple hecho de que nuestras muñecas no estuvieran atadas cambiara algo, pero sin querer arruinar su sonrisa y quizás sus esperanzas, asentí y corrimos hasta la puerta. La cual estaba cerrada, lógicamente.

— Busquemos algo que nos pueda ayudar.

En un abrir y cerrar de ojos, pusimos la habitación patas arriba. Miramos en la cama, bajo sus cojines y colchón, en todos los cajones de los muebles, Ten fue hasta el baño donde lo escuché bufar pero no hacer ningún ruido de búsqueda, cuando lo seguí, vi por qué. En el baño no había más que un váter, un lavabo simple y una ducha igual de sencilla. En una pared, en la parte más alta, había como un respiradero pero era tan pequeño que ni nuestra cabeza cabía.

Ten se desplomó en el suelo abatido y con las esperanzas hechas añicos, quizás sólo era cuestión de tiempo, pero mereció la pena intentarlo. Cuando quedé a su altura lo abracé y él correspondió mi abrazo con uno suyo. Gruesas lágrimas cayeron por nuestro rostro y no nos movimos del lugar hasta escuchar nuevamente la puerta.

— Pero..., ¿qué coño ha pasado aquí? —reconocí esa voz y, en compañía de Ten, que no dejó de soltarme, salimos del baño— ¡¿Por qué estáis solos?!

Más gritos llegaron por parte de Kris, obligando a Ten a encogerse en el lugar y contra mí, yo podría haber hecho lo mismo, pero mis oídos parecían estar en taponados por una imagen ensordecedora. En la habitación reinaba la estruendosa y autoritaria voz de Kris, pero para mí no había voz más que el silencio y una silueta de espaldas que no necesité ver de frente.

— Jimin —susurré bajo los gritos, lo que hubiese sido imposible de escuchar, pero como si en esa otra realidad apartada no estuviese solo, Jimin se giró y conectó conmigo.

En un principio su rostro parecía entre sorprendido y desconcertado, sin embargo, poco tardó en dibujar el miedo en sus facciones.

— ¿Qué hacen ellos aquí? —su voz me devolvió a la realidad y noté el sollozo de Ten contra mi cuello.

— ¡Joder, este maldito trabajo no está pagado! —ignoró la pregunta de Jimin y continuó dirigiéndose hacia nosotros— ¿A dónde fue?

— Simplemente se fue —respondí, y Kris, gruñiendo, siguió los pasos del otro hombre y ahora fuimos tres los que quedamos en esa habitación cerrada a cal y canto.

En cuanto estuvimos solos, Jimin se acercó rápidamente a mí y cubrió mis mejillas con sus manos. Ten retrocedió limpiando sus lágrimas.

— ¿Estás bien, JungKook? —asentí como respuesta— ¿Qué hacéis aquí? —nos miró a ambos pero realmente esperó a que la respuesta saliera de mis labios.

— Alguien..., un cliente..., no lo sé —dije dudoso, pues realmente no tenía claro del todo que estaba pasando, en mi cabeza sólo habían palabras sueltas que me negaba a reunir para conocer la verdad.

— Joder —llevó sus manos a la cabeza y antes de que pudiera decir algo más, la puerta volvió a abrirse y aparecieron el cliente y Kris por ella, éste último notó nuestro extraño acercamiento pues las manos de Jimin seguían acunando mi rostro, pero sin decir nada, se acercó primero a Ten y le ató sus manos pero sin llevarlas a su espalda, conmigo hizo lo mismo pero a la espalda.

— Voy a hablar claro —comenzó Kris—. Quien haga algo o intente una estupidez, luego no tendré miramientos a la hora de emplear un castigo con vosotros. ¡Y tú! —me señaló— Más que nada esto va por ti, intenta algo y a cambio tus amigos, incluido el mocoso, no van a poder respirar con normalidad de la paliza que les daré. ¿Entendido?

— Sí.

— Bien —se giró al hombre antes de salir por la puerta—. Todos suyos.

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