Capítulo 29
Prince Sten
15 de septiembre de 2020
Es inevitable que todo lo bueno llegue a su fin. Tomo mi zumo de naranja, quizás el último en su compañía, muerdo la tostada mientras dejo que mis dientes hagan todo el trabajo. Ni siquiera tengo apetito en estos momentos.
Es imposible saber si después de ésto todavía podríamos ser amigos, ya que, nunca fuimos algo más que estuviera fuera de esa palabra, de ese simple concepto.
Desde que despertó su mirada se encuentra decaída, miro hacia la puerta y allí se hallan sus maletas. Solo está esperando a que la vengan a recoger y en cambio, yo espero, que se arrepienta de lo que está por suceder.
A repetido desde anoche que no quiere lastimarme, pero en el simple hecho de irse, ya lo está haciendo. Solo le entrego una sonrisa.
—<<No te preocupes. Estoy bien, estaré bien>> — respondo con una media sonrisa falsa para que no sea ella quién se sienta mal.
Quizas solo debería de mostrar algo de piedad por mi. ¡Más de lo que ya hace!
Una bocina se siente fuera de casa. Inmediatamente su celular suena y dirijo mi mirada a éste, ya que se encuentra de frente a mi.
Era Colin.
Ya estaba aquí.
Ya se iría.
Ya me dejaría.
Se pone de pie mientras corre el plato que yace vacío hacia detrás. Sube las escaleras, más bien las vuela ya que en un abrir y cerrar de ojos está delante de mi con su pequeña mochila de fresas.
Me mira. Esa forma en la que solo ella a sabido hacerlo me cautiva.
No ha venido hasta donde estoy para disculparse, ni para decir que se quedará. Al contrario, se acerca a mi para susurrar en mi oído un adiós.
Me abraza, siento su corazón latir con fuerza, aunque ya no distingo si es el mío o el suyo.
–Hasta que el destino nos vuelva a juntar, Señor Sten. — dice para romper nuestro contacto. Por un momento pensé que duraría más, pero me volví a equivocar.
–Oh, Weeler. ¡No puedo creer que estés usando esto para salir de mi vida!
–No quiero salir de tu vida Sten, pero no hallo correcto que nos sigamos viendo.
–Solo abrázame, Weeler. Solo hazlo—. me acerqué a ella y la envolví entre mis brazos mientras desaparecía de mi vista, ya que la cubría completamente dentro de mi pecho.
La bocina del auto se volvió a escuchar y entendí que ella ya se debía de marcharse.
Helms me hizo una seña llamando mi atención, por lo que le indiqué a Weeler que se quedara en el sitio por unos segundos más para poder despedirme mejor y subí las escaleras en busca de respuestas.
–¿Ya se va? — pregunta Helms algo triste. Todos le habíamos cogido cariño a esa pequeña chiquilla que solo nos daba problemas.
–Sí. — afirmé tratando de sonar fuerte, pero más bien salió como un lloriqueo interno.
–Tengo algo que le pertenece a la Señorita Weeler—. sacó de atrás de su espalda una bolsa y me la entregó.
–¿Qué es? — pregunté mientras la tomaba e inspeccionaba por fuera.
–Mírelo usted mismo.
Senté en la escalera. Corrí mi cabeza y Weeler se hallaba sentada en el sofá, sus pies estaban impacientes al igual que sus manos. Devolví mi mirada a la jaba que traía encima y di varias vueltas para ver que traía dentro.
–No puede ser—. balbucee mientras miraba aquel obsequio que había traído de New York para Weeler.
El mismo que había tirado al suelo enojado esa misma mañana que había aterrizado. Aquel regalo que había desaparecido a las pocas horas de despreciarlo.
—¿Lo tenías guardado? — pregunté y éste asintió con una sonrisa en su rostro.
–Es hermoso. Deberías dárselo.
–Lo haré—. puse de pie y bajé las escaleras a paso lento mientras sostenía la bolsa en mis manos.
–Creo que ya debo marcharme. He hecho esperar demasiado a Colin—. señaló la puerta. Tomé su mano y la puse boca arriba para poner en la palma de ésta aquel pequeño obsequio.
–Esto te lo traje de New York, Weeler.
–¿Que es? — preguntó tratando de abrirlo pero se lo impedí.
–Abrélo cuando estés en tu nuevo hogar, sola. Cuando sientas que me extrañas. Cuando lo necesites.
Asintió.
Mis ojos llorosos me impedían verla de la mejor forma. Mi vista se nublaba y pasé un codo por mis ojos.
–Toma—. sacó de su mochila una pequeña caracola. Era rosada—. La encontré en un viaje a la playa, me gustó y la conservé. Quiero que te la quedes—. pidió mientras la ponía en mis dedos y hacía que los cerrara para que no cayera.
–¿Me darás un último momento? — pregunté.
Weeler levantó su ceja sin entender, pero no dejé que dijera una sola palabra.
Acerqué mi cuerpo al mío y la besé con todas mis fuerzas. De la manera más delicada que nunca lo halla hecho. Deseándola como nunca antes la había deseado, pero de una forma especial. Sus labios se encontraban resecos, mi saliva los mojó un poco y los mordí mientras mis manos corrían por toda su cintura, tocándola para saber que debía parar.
Una vez más el sabor de sus labios me hacía pensar que regresaría. Me hacía retroceder a todos esos lugares en los que habíamos estado, en los que habíamos observado nuestro atardecer. Nuestras noches, nuestras tormentas, nuestras estrellas.
–Nunca dejaré de amarte, Weeler. — acompañé hasta la puerta. Las ruedas de su maleta corrían por toda la calle y un suspiro ahogado se apoderó de mi. Se volteó y dibujé con mis labios un Adiós.
Era inevitable pensar que juntos tuvimos el mundo entero en nuestras manos.
Es inexplicable que nuestro amor era diferente al resto del mundo, era algo que solo nosotros podíamos entender.
Pero mi corazón ya estaba roto.
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