Capitulo: 8
Los golpes pesados en la puerta no me dejaban dormir. Eran ruidosos y constantes. Me removí entre las sábanas, sin saber bien qué hora sería. Comenzaba a hartarme de Jeon, de esta casa, de todos ellos. Cuando escuché mi nombre por quinta vez, me senté en la cama, con las sábanas cubriendo mis hombros. Alargué la mano, todavía con los ojos entrecerrados, y presioné el botón de “apagado” del aire acondicionado.
Justo cuando iba a levantarme para abrir la puerta, Jeon Jungkook entró por su habitación, irrumpiendo en la mía. Su mirada recorrió mi cuerpo con curiosidad. No era para menos; estaba acostumbrado a dormir en ropa interior. No me consideraba uno de esos hombres con cuerpos exuberantes, pero tenía mis curvas. De todos modos, me cubrí rápidamente con las manos.
Jeon echó una carcajada.
—Al parecer, siempre despertarás mostrándome tu miembro —se burló, cruzándose de brazos. Hice una mueca con la boca y busqué algo de ropa en el armario.
—Gírate —le dije, aunque sonó más como una orden. Cuando lo hizo, me puse un pantalón de mezclilla y un pulóver de colores mates que decía “Dior”—. Ya —volví a decir.
—Quiero que desayunemos juntos. Después te llevaré a un lugar. Hoy comienzas con los entrenamientos.
—¿Qué hora es? —reproché.
—Casi las ocho. No te demores, te esperaré abajo.
Me vestí rápidamente y bajé. Mi estómago gruñía solo de pensar en una rebanada de pan con un zumo o leche. Desde que llegué a esta casa, no había probado bocado más que la comida que tomé aquella noche de fuga.
Mi reacción fue probablemente graciosa para muchos, ya que mi baba cayó al suelo cuando Jeon me mostró una bandeja llena de panecillos con mantequilla. Encima de la mesa había una jarra de jugo, que supuse que era de naranja por el color, y algunas frutillas. Relamí mis labios y, al ver lo impaciente que estaba, Jeon me hizo una señal para que me acercara.
Me senté frente a él, tomé uno de los panes, le unté mantequilla y lo llevé a mi boca. Saboreé el pan mientras Jeon me miraba estupefacto.
—Creo que llevaba una semana sin comer bien —dije.
—No seas exagerado. Anoche te escuché salir y regresar comiendo papas fritas.
—Eso no se puede llamar comida. Vas a hacer que me muera de hambre un día.
Sonrió y, creo que por primera vez, yo también lo hice.
—Park, quería hablar contigo sobre lo que ocurrió ayer —dijo, y dejé caer el pan en la mesa. Su tono indicaba que no debía hacer comentarios caprichosos—. Lo siento por lo que hice, por mi actitud. No debí golpearte ni someterte a lo que los chicos estaban haciendo.
—Sucedió —concluí—. Tuve toda la noche para pensar en ello. Me abracé a mí mismo y lloré porque no merecía nada de eso. Incluso siento que no merezco estar pasando por esto, estar ahora contigo —vi un destello de decepción en sus ojos, pero no entendí por qué—. De igual manera, gracias por lo que hiciste por mí.
—Sobre eso —intentó continuar hablando, pero luego giró su cabeza y cambió de tema—. Solo quiero decirte que no soy tu enemigo. Las razones por las que estás aquí son por tus padres, ya lo había dicho. Una vez que me devuelvas el dinero que me debes trabajando para mí, te dejaré elegir si quieres seguir a mi lado o irte de nuevo con las personas que te dejaron en manos de un desconocido.
—Tal vez solo quiera ser libre, sin ti y sin ellos.
—Cuando llegue el momento, te prometo que respetaré tu decisión.
Asentí y terminamos de comer en silencio. Lo miré algunas veces y pude sentir algo diferente en él esa mañana; estaba más... humano.
Al terminar, salimos de la casa y subimos a su auto. Preferí sentarme en la parte de atrás, aunque Jeon insistió en que estuviera a su lado. Noté que los demás coches que estaban la otra noche habían desaparecido, por lo que supuse que debían encontrarse en el lugar al que íbamos. Atravesamos una larga calle, y aunque el tránsito no era muy ruidoso, preferiría que lo fuera, ya que el silencio entre Jeon y yo me ponía nervioso, aún más cuando me miraba por el espejo retrovisor y luego aceleraba como si intentara asustarme.
Estuvimos así unos treinta minutos, mientras comenzábamos a ver mucha vegetación: árboles enormes a ambos lados de una calle que se hacía cada vez más estrecha. En un punto, el pavimento desapareció y estuvimos rodeados de un camino rocoso que me hacía dar pequeños saltos en el asiento. Jeon me miraba de una forma tan penetrante que me era imposible no notarlo, aunque intentaba concentrarme en el paisaje fuera de la ventanilla.
Cuando aparcó y me bajé, lo primero que hice fue estirar mis piernas, que se habían adormecido. Di algunos saltos para que se expandieran las incómodas cosquillas y luego miré a mi alrededor. Di una vuelta de trescientos sesenta grados y me quedé perplejo ante el lugar al que me había traído. Gigantescos pinos llenos de hojas frondosas, tan verdes como uno de los pulóveres que me había comprado. Los pájaros iban de un lado a otro, dando la sensación de que estaban escapando. Eso me puso en alerta, porque segundos después escuchamos un disparo y algunos ciervos rojos pasaron muy cerca de nosotros corriendo.
Un poco más lejos, venía Andrea caminando, vestido con un pantalón rasgado y lleno de sangre que goteaba desde sus hombros. En ellos apoyaba un jabalí bebé que se desangraba y se movía nauseabundo. Cuando nos vio, sonrió y movió su mano libre de un lado a otro. Fruncí el entrecejo, ya que todavía no lo toleraba y tenía el presentimiento de que yo tampoco le caía bien.
—Tu primera lección es con Andrea —dijo Jeon, señalándolo. Cuando el susodicho llegó, le tendió la mano y vi cómo la serpiente me daba la espalda para dejarme a solas con él.
—¿Hey, a dónde vas? —le pregunté, agarrando su mano. Me miró con el rostro serio, y comprendí que lo que hice no le había agradado.
—No pinto nada aquí. Nos vemos en un par de horas —dijo, y sacó su mano por la ventanilla una vez estuvo dentro de su coche.
Me detuve cuando lo perdí de vista. Al girarme, hallé la mirada de Andrea en mis ojos. Dejó caer el jabalí al suelo, y al rebotar, mucha más sangre salpicó sobre mis zapatos. Hice una mueca de asco, pero cuando iba a insultarlo, me tomó del cuello y me hizo ponerme de rodillas para que mirara en la misma dirección que él.
—Silencio —susurró, moviendo mi rostro para que viera un grupo de ciervos merodeando entre los árboles—. Ahora toma esto —dijo, entregándome un calibre catorce.
Lo que más me gustaba de esto era mi anonimato; ellos desconocían mis habilidades con las dagas y las catanas. Mi padre había hecho algo memorable cuando me enseñó defensa personal. Hubo ocasiones en las que insistió en enseñarme lo esencial para disparar, pero no le presté mucha atención. No desconocía ese arte del todo, pero siempre estuve más enfocado en otro tipo de armas. Lo irónico es que no he podido usarlas con estos tipos.
—¿Cuál te gusta más? —me preguntó mientras señalaba los animales.
—El que parece esconderse de los demás, el más solitario —respondí.
—Mátalo —ordenó.
—¿Por qué? Si no me han hecho nada —dije, negando.
—En medio de una lucha no pensarás si te han hecho algo o no. En una lucha, se neutraliza al enemigo, y ahora tu enemigo es ese ciervo.
—No habrá ninguna lucha —dije.
—Aun así, debes estar preparado para lo peor —respondió—. Comprender cómo funcionan las armas de fuego y entender la manera correcta de manejarlas es el primer paso para convertirte en un cazador seguro y responsable. Al usar un arma de fuego, debes seguir siempre las cuatro reglas principales para el uso seguro de las armas, para prevenir accidentes, y en este caso, para que puedas salvar la vida de tus compañeros.
—¿También hay reglas? —le pregunté, alzando una ceja.
Él asintió.
—Nosotros trabajamos a base de reglas para asegurarnos de que cada procedimiento sea el correcto. Para cada entrenamiento habrá distintas reglas y no puedes olvidar ninguna de ellas.
—Reglas, sí —dijo Andrea—. Regla número uno: siempre trata el arma como si estuviera cargada. Regla número dos: nunca apuntes a nada que no estés dispuesto a destruir. Regla número tres: mantén el dedo fuera del gatillo hasta que estés listo para disparar. Y regla número cuatro: asegúrate de saber a quién estás disparando y qué hay detrás del objetivo.
—Entendido —dije, tomando el arma con cautela. Andrea me observaba con atención, esperando a que hiciera el primer movimiento.
Lo que más me desconcertaba era la sensación de que estaba en una especie de juego cruel. Mi primer pensamiento fue que no podía poner en riesgo mi vida y la de los demás por un simple ciervo. Aun así, recordé las palabras de Jeon: debía aprender a manejar las armas para sobrevivir y, más importante aún, para entender las reglas del juego en el que me encontraba.
Alineé el cañón del arma con el ciervo que se movía lentamente entre los árboles. El animal parecía ignorarnos, distraído en su búsqueda de alimento. Sentí la frialdad del metal contra mis manos y el peso del arma, que en ese momento se volvió un objeto extraño pero potente.
Con cuidado, presioné el gatillo. El disparo resonó en el aire, y el ciervo cayó al suelo. Un silencio sepulcral siguió al estruendo, roto solo por el sonido de las aves al volar asustadas.
Andrea se acercó al ciervo, examinando la precisión de mi disparo.
—No está mal para una primera vez —comentó, asintiendo—. Ahora, ven conmigo.
Me llevó hasta el ciervo, y me enseñó cómo prepararlo. Aprendí a limpiar el animal y a conservar su carne, habilidades que nunca imaginé que necesitaría. Mientras trabajábamos, Andrea explicó más sobre las reglas de la caza y la importancia de respetar la vida animal, incluso en una situación de supervivencia.
—La caza no es solo una cuestión de habilidad con las armas —dijo—. Es también una cuestión de ética y respeto. Siempre debes recordar que estás tomando una vida y que cada acción tiene consecuencias.
Después de un par de horas, finalmente terminamos. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, y el frío se hacía más notable. Andrea y yo nos dirigimos de regreso al lugar donde Jeon había estacionado el coche. Durante el camino, me sentí más tranquilo y enfocado, a pesar del cansancio.
Al llegar al coche, Jeon estaba allí, esperando. Me observó con una mezcla de interés y satisfacción.
—¿Cómo te fue? —preguntó.
—No fue tan malo —respondí—. Aprendí algunas cosas nuevas.
—Eso es bueno —dijo Jeon—. Volvamos a casa. Mañana será otro día de entrenamiento.
Cuando llegamos a la casa, me sentía exhausto pero satisfecho. El día había sido largo y lleno de nuevas experiencias. Me despedí de Jeon y Andrea, agradeciendo a este último por la lección, aunque no me gustara particularmente su manera de enseñar.
Subí a mi habitación y me preparé para dormir. Mientras me metía en la cama, reflexioné sobre lo que había aprendido hoy. Mi vida había cambiado drásticamente en poco tiempo, y aunque el futuro era incierto, sentía que estaba comenzando a encontrar mi lugar en este nuevo mundo.
Me dormí con la esperanza de que, con cada día que pasara, podría encontrar una manera de hacer frente a los desafíos que se me presentaban y, quizás, encontrar una forma de recuperar el control sobre mi vida.
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