Los instintos más primarios
☆•≫────≪•◦ 𝓜𝓮𝓵𝓵𝓸 ◦•≫────≪•☆
***
No lo pude evitar. Era superior a mí, y me vi obligado a hacerlo.
Lo empujé, él retrocedió y cayó sobre la cama, antes de que pudiera moverse me puse encima de él, impidiéndole cualquier posibilidad de escapar. Agarré sus manos y las puse por encima de su cabeza, dándome total acceso a todo su cuerpo.
Incliné mi rostro hacia el suyo, haciendo que nuestras respiraciones se mezclasen; mis ansias de besarlo habían ido creciendo poco a poco, pronto llegaría a un punto en el que sería imposible resistir la tentación. Sus ojos entornados estaban fijos en mí, esos orbes grises que no parecían mostrar emoción ninguna ahora me pedían que lo tomara. Un fuerte sonrojo invadió sus mejillas en cuestión de milésimas de segundos, sus labios entreabiertos dejando escapar fuertes suspiros, en su rostro brillaba la lujuria, el deseo y las inmensas ganas de sentir placer.
No tuve que pensarlo más de dos veces, comencé a besarlo en los labios con pasión, cerrando los ojos y dejando que mis instintos primarios se apoderaran de mí. Él me siguió el beso, conteniendo sus gemidos, noté cómo su cuerpo se estremecía bajo el mío. Las únicas veces en las que me separé de él fueron para tomar aire e instantáneamente volver a posar mis labios sobre los suyos.
Seguimos así durante unos minutos, yo luego descendí mis besos hacia su cuello, retirando su camisa blanca con mi mano libre, sus gemidos y jadeos comenzaron a inundar la habitación, mi nivel de excitación no se podía medir bajo ningún concepto, lo que estaba claro era que nadie iba a detenerme, mi único objetivo era darle placer, y lo iba a hacer aunque fuera mi último acto antes de morir.
Mi mano derecha bajó hasta sus pantalones, se coló bajo los mismos y comencé a acariciar su zona más erógena. Él gimió aún más alto y con más frecuencia, echó su cabeza hacia atrás, permitiéndome recorrer su cuello con mi lengua y dejar marcas de mis dientes sobre su pálida piel.
Cada vez tenía más ganas de hacerlo mío.
Su temperatura corporal superaba todos los estándares, podía notar cómo su nivel de lujuria aumentaba cada vez más y más de forma considerable conforme le acariciaba.
—Me encantas, Nate... —susurra con voz ronca, no mentía en absoluto.
—Mello... —murmuró entre gemidos. Por la santísima Venus, me estaba volviendo loco.
Lo desvestí completamente y me volví a inclinar hacia él, pegando nuestros cuerpos todo lo posible, podía sentir su calor y su dureza sobre mis pantalones. La cordura me abandonaba lentamente, y pronto sería demasiado tarde para frenar me.
...
—¿Señor Mello?
...
—¡Señor Mello!
... ¿Eh?
—¡Despierte, señor!
Abrí los ojos, sobresaltado, me incorporé rápidamente sobre mi cama y dirigí mi mirada hacia el origen de esa voz. Nate se encontraba a mi izquierda, la preocupación en su rostro me hizo darme cuenta de que nada de lo que había visto era real.
Había quedado en una preciosa e idílica fantasía. Su principal problema: como el propio nombre indicaba, no era más que una simple fantasía, un hecho falso, irreal, imposible.
Lo que me preocupó a mí fue más bien... ¿Por qué demonios había soñado algo así? Yo no tenía ningún tipo de interés de ese tipo por Nate. Entonces, ¿cuáles de los múltiples motivos del mundo...?
—¿Se encuentra bien, señor Mello?
Su voz me trajo de vuelta a la realidad. No debía aparentar alarmado, debía saber que estaba bien. Aunque no fuera la pura verdad.
—Sí, tranquilo, Nate —dije agarrando las sábanas para atraerlas a mí—. No ha sido nada, solo una pesadilla.
Ni yo mismo me escuché convincente, pero no podía enterarse de esto.
—¿Está seguro? Decía cosas muy raras... No terminaba de entender qué era concretamente.
Maldición. Menos mal que era ininteligible, podría haberme buscado un serio problema si hubiera comprendido de qué se trataba.
Carraspeé, aclarando mi garganta, y negué con la cabeza.
—No era nada importante, tranquilo. Puedes volver a tu habitación a descansar, mañana será un día largo.
—¿Quiere que me quede con usted?
Su pregunta hizo que mis instintos se pusieran alerta. Tardé un poco en contestar, pero acabé asintiendo con la cabeza. Se metió en mi cama, bajo mis mismas sábanas, y mi corazón comenzó a acelerarse de la misma manera en la que lo había hecho horas antes, tras haber terminado la cena. Le di la espalda, no me atrevía a mirarlo, igual la pregunta ni siquiera iba en serio y yo lo había malinterpretado.
Llegó un poco tarde, pero me sorprendió la facilidad con la que había permitido que un chico al que apenas conocía se metiera en la cama conmigo, a pesar del hecho de que había sido yo mismo quien le había pedido que conviviera conmigo. ¿Tanta era la desesperación acumulada que necesitaba a alguien a mi lado con tanta urgencia?
Todas esas preguntas se las llevó el viento, en cuanto los suaves ronquidos de Nate llegaron a mis oídos toda la ansiedad que se había ido aglomerando en mi pequeña pero frágil alma. Los brazos de Morfeo ya lo habían atrapado, y no había indicios de que lo fueran a soltar durante un buen rato.
Una sonrisa cruzó mis labios, no la había podido reprimir, mis párpados bajaron tranquilamente y terminé siendo víctima del sueño.
***
L firmó el último papel y nos lo entregó junto con otros tres, haciendo oficial el ingreso de Nate a la academia. La alegría no quería abandonar su rostro por nada del mundo, era notable desde kilómetros de distancia. Yo me sentía pleno por ayudarle a cumplir su sueño.
—Pues ya está, ya eres oficialmente un alumno de la academia. Bienvenido, Nate —dijo el director, guardando su pluma—. Podrás incorporarte a las clases mañana mismo. Mello te ayudará a ponerte al día con las clases.
—De acuerdo. Le estoy eternamente agradecido, señor L —respondió el albino haciendo una reverencia—. Le prometo que no se arrepentirá de su decisión.
—No te preocupes, sé que no lo harás. Esa misión seguramente la cumplirá Mihael, no me cabe duda.
—Me encantaría saber de dónde me viene esa mala fama, maestro —repliqué entre carcajadas—. Pero no hay nada que temer.
—Permíteme discrepar, Mihael.
Alguien llamó a la puerta. L le dio paso y la persona que entró me dejó perplejo.
—Perdone, señor director. ¿Llego tarde?
¿Cuál sería el propósito de Matt para estar aquí?
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