La muerte de la literatura
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Cuando me pusieron el plato de desayuno inglés que tantas veces había visto tomar a la gentry desde fuera de los establecimientos, no pude evitar devorarlo casi al instante. Después de varios días sin comer, que te pusieran un plato semejante por delante y que te dijeran que era todo para ti era como tocar el cielo. El resto de comensales me observaban boquiabiertos, no me importaba lo que pudieran pensar de mí, yo por el momento estaba muy agradecido con nada más ni nada menos que Mello.
Todavía no podía creerme que fuera verdad... La primera persona a la que había conocido en la ciudad de Londres era nada más ni nada menos que uno de los autores más importantes del momento... Menuda fortuna la mía, ¿no? Parecía como si fuera un cuento de hadas y, sin embargo, él estaba delante de mí, comiendo también, pero mucho más tranquilo comparado conmigo.
Terminé de comer en cuestión de pocos minutos, cuando acabé no pude evitar suspirar y desperezarme un poco, estaba agotado. Aparté el plato con sumo cuidado y entonces me di cuenta de mis malos modales y de mi comportamiento, miré a Mello y él no dejaba de sonreírme. ¿Qué demonios le pasaba a este chico?
—Pido disculpas por mi actitud —dije, aclarándome la garganta—. Llevaba varios días hambriento, esto ha sido superior a mis fuerzas y no me he podido contener.
—Tranquilo, no tienes de qué preocuparte —dijo él, apoyando su codo izquierdo sobre la mesa, poniéndolo en vertical y dejando caer su cabeza sobre la palma de su mano; cada segundo que pasaba me daba más la impresión de que estaba observándome muy detenidamente con demasiado interés, llegando a incomodarme—. Es comprensible si llevas varios días sin comer nada.
—Me sorprende que seas tan indulgente —me atreví a comentar, soltando una carcajada—. ¿Descargas todos tus sentimientos negativos en tus obras?
—Intento hacerlo, sí, porque cuando me enfado, termino pagándolo con las personas que me rodean de manera injusta. Por eso mismo, trato de mantener la calma todo lo posible, porque si no, desataría a la bestia de mi interior, y ésta arramblaría con todo.
Sin lugar a duda, esas palabras cambiaron un poco mi percepción sobre él. Parecía un joven tan normal, tan tranquilo, tan pacífico, que parecía mentira que pudiera llegar a ese extremo.
Lo que todavía no entendía era, por qué me había revelado su identidad así, por las buenas, tan de repente. ¿Cómo estaba tan seguro de que no era un loco que iría diciendo por ahí que él es Mello? En este mundo, no te podías fiar de nadie, ni siquiera de ti mismo.
Comido por la curiosidad, terminé haciendo la pregunta maldita:
—Permíteme preguntarte una cosa: ¿por qué me has dicho que eres Mello de esa manera? ¿Cómo podías saber que no iba a hacerlo público? Me has demostrado con creces que lo eres, pero aún me cuesta encontrar un motivo por el que decírmelo así.
Mello tardó unos segundos en responder. Se echó hacia atrás sobre la silla, y giró su cabeza hacia la ventana.
—Sinceramente, cuando te vi interpretando a Edward, sentí la necesidad de hablar contigo —confesó, en un tono más bajo al que había utilizado yo para plantearle mis dudas—. Fue como un impulso, no sé, la manera en la que escupiste aquel discurso fue tan... natural, tan arrolladora, que no tuve miedo de revelarte mi identidad —volvió a mirarme, y yo me perdí en sus iris azules—. Muchas veces se ha hablado de la muerte de la literatura, de que la humanidad llegará a un punto en el que cada vez quedará menos por explorar del hombre para plasmarlo en una novela o una obra de teatro. Por gente como tú, Nate —un escalofrío recorrió mi espina dorsal al oírle decir mi nombre—, nosotros seguimos dejando volar nuestra imaginación y la plasmamos en nuestros manuscritos. Para que los actores, las personas que le van a dar vida, lo hagan con toda la pasión del mundo.
Sin duda, un discurso muy conmovedor. ¿Sería cierto del todo? Mi instinto no paraba de decirme que había algo más, pero, igualmente, Mello no me lo diría, ni podía obligarle a hacerlo.
Decidí no interrogarle más por el momento. Me incorporé y saqué algunas monedas de la bolsita de tela que me había traído, más grande que las que me habían dado en la plaza, para poder guardar todas las monedas. Me dispuse a pagarle al dueño del establecimiento, mas cuando iba a acercarme a la barra a dejar el dinero, Mello me detuvo.
—A esta vez invito yo. Ya está todo pagado, y no pienso aceptar un no por respuesta.
—¿Qué? Perdona, pero, esto ya me parece demasiado. Déjame pagarte, aunque sea la mitad, que tú no has comido nada comparado con...
—¿Qué parte de '"no pienso aceptar un no por respuesta" no se ha entendido, Nate? —endureció el tono y alzó un poco la voz, sobresaltándome—. He dicho que pago yo, y no hay más que hablar.
¿Será esto a lo que se refiere con despertar a la bestia?
Él suspiró y me miró, culpable.
—Perdona, yo... Lo siento. Permíteme compensarte.
***
Mello insistió en que le acompañara a un sitio, y yo no me vi en posición de rechazarlo. Tras pagarme una comida, dejarme bañarme en su propio domicilio e incluso ofrecerme una habitación, no podía negarme.
Llegamos a un edificio alto, de decoración renacentista, no aparentaba tener más de diez años. En la puerta principal, se podía leer en lo alto, en un cartel, "Escuela de Dramaturgia Heywood", seguro que en honor a John Heywood, dramaturgo inglés de principios del renacimiento. Un nombre muy acorde a su arquitectura, sí señor.
Nos adentramos en el interior del bloque, oyendo risas y gritos por parte de personas jóvenes, de más o menos mi edad, pero Mello avanzó hasta el segundo piso conmigo detrás de él. Llegamos a un despacho al fondo del pasillo principal de la segunda planta, cuya puerta tenía una inscripción grabada: "director".
Mello llamó a la puerta, escuchamos desde el interior una voz que nos dijo que entrásemos y nosotros procedimos a hacerlo. Al fondo del enorme despacho, se podía ver a un hombre joven, pero algo más mayor que Mello y que yo, de tez blanca como la nieve, cabello negro azabache y luceros oscuros profundos sobre unas tristes ojeras. El hombre levantó la vista y sonrió al ver a Mello, dejando a un lado su papeleo.
—Hola, Mihael, ¿qué tal te va? —preguntó, confundiéndome. ¿Mihael?
—Bien, bien, ¿qué tal usted, maestro? —dijo él rubio con una amplia sonrisa, y confundiéndome todavía más.
¿Maestro? Entonces, ¿él es...?
—Imagino que conocerás al célebre y dramático L, Nate —Mello se dirigió hacia mí esta vez, señalando al hombre pálido, que se levantó y se acercó a nosotros. Caminaba con la espalda muy encorvada—. Pues, como sabrás de algunas de mis entrevistas, él fue quien me enseñó todo lo que sé.
—Sí, sí, sé que te acogió cuando tú eras un niño y te inculcó las artes clásicas del arte y el teatro —asentí yo, emocionado, tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo—. Es un auténtico honor conocerle, señor L, igual que soy admirador de Mello, también lo soy de usted.
—Qué chico tan formal —comentó entonces L, sonriendo—. El placer es mío... Ehm...
—Nate, Nate River.
—Bueno, sí, todo esto está muy bien, pero yo he venido aquí con un propósito, L —interrumpió el rubio, abriéndose paso entre L y yo—. Y ese propósito es que admitas a L en la Escuela Heywood. Él podrá evitar la muerte de la literatura.
¿Eh?
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¡Aquí estoy otra vez con un nuevo capítulo!
Espero que la historia esté avanzando a buen ritmo y que lo poquito que llevo os esté gustando.
Nos vemos pronto. ;3
} K-chan {
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