El por qué del afecto
☆•≫────≪•◦ 𝓜𝓮𝓵𝓵𝓸 ◦•≫────≪•☆
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En cuanto el sol empezó a esconderse, empecé a preparar la cena para Nate y para mí. No solía comer por la noche, solía estar demasiado ocupado, pero ahora que tenía a un huésped acogido, qué menos que ser hospitalario. Aquellos de la alta sociedad tenían a otras personas para que se entretuvieran con estas tareas, desde limpiar y cocinar hasta mantener las tierras. No obstante, yo estaba convencido de que, incluso si tuviera todo el dinero del mundo, seguiría siendo yo el que se ocupara de hacerlo todo.
No me atrevería a pedirle a Nate que fuera él el que lo hiciera, por mucho que estuviera viviendo bajo mi techo, era responsabilidad mía que se sintiera a gusto. Con que me hiciera compañía, para mí era más que suficiente, no necesitaba nada más. La soledad, de tanto vivirla, por muy tranquila que pudiera resultar, la mayoría de las veces terminaba resultando ser abrumadora.
Yo no he estado solo siempre, mas hubo una temporada en la que hubiera preferido estarlo. O eso pensaba. No podría haberme equivocado más. Todavía echo de menos pasar tiempo con alguien, charlar durante horas y horas; y ahora parecía que esa sensación tan particular y tan bella, pero también extremadamente dolorosa cuando te abandonaba, podría regresar.
Esperaba que lo hiciera con todas mis ganas.
***
Llamé a Nate y éste bajó inmediatamente, no aparentaba estar muy ocupado, en cuestión de un par de segundos ya estaba sentándose frente a mí. Se sirvió un poco de las patatas hervidas y agarró uno de los trozos de carne que me había llevado. Siendo honesto, me había llevado más tiempo del que me habría gustado; solo me quedaba acostumbrarme tanto a cocinar como a comer por la noche.
El muchacho frente a mí disfrutaba de la comida, me pareció razonable, pues había pasado varios días comiendo lo mínimo, puede que incluso nada. Verle así de feliz forzó una sonrisa en mi rostro, hasta que me di cuenta de que podrían haber pasado perfectamente cinco minutos desde que fijé mi mirada en él. Me había perdido en mis propios pensamientos sin siquiera percatarme de que le estaba mirando, mas afortunadamente él no parece haberlo hecho.
De lo que me convencí a mí mismo fue de que había pasado demasiado tiempo ansiando la compañía de alguien, y ahora tenía que controlarme y no parecer desesperado. No tanto como cuando lo encontré con Matt, por lo menos.
Una pregunta llevaba horas en mi cabeza, intentaba esquivarla pero no lo conseguía, seguía apareciendo y me angustiaba.
¿Qué estaría haciendo Nate con Matt?
Inconscientemente, apreté el puño en el que tenía el tenedor y éste empezó a clavarse sobre la mesa de madera.
—¿Se encuentra bien, señor?
Había llamado la atención de Nate. Me estaba mirando, la confusión pintaba su rostro. Reaccioné y dejé el tenedor sobre la mesa.
—Sí, sí, tranquilo.
—¿Está seguro? Parecía que le perturbada algo, no tema en compartirlo conmigo si lo necesita.
—En absoluto, Nate, agradezco tu preocupación.
Seguimos ingiriendo la comida apaciblemente, no intercambiábamos palabra, cada uno comía en silencio. Ese incómodo silencio que hace que la eternidad se trague el tiempo. Cualquiera diría que habíamos discutido violentamente, y sin embargo éramos plenamente conscientes de que no era el caso.
El valiente que se atrevió a romper el frágil silencio que nos invadía fue él.
—¿Ya ha comenzado a escribir su próxima obra? —preguntó, agarrando el vaso para después posarlo sobre su labio inferior.
Tenía prohibido por norma adelantar datos de suma relevancia de mis trabajos, pero no tenía inconveniente en responder a preguntas simples como esa. Y no es por cuestión de acuerdos, sino por moral propia.
—Lo cierto es que sí, estoy con ella —contesté, me metí una patata en la boca y la mastiqué despacio, para después tragarla y ampliar mi respuesta—. Comencé a escribirla... hará unos días atrás, pero la idea la tenía desde hacía mucho tiempo.
—Es maravilloso —comentó él—. Nunca me canso de leer sus obras, son tan... auténticas.
—Te agradezco de corazón tus palabras.
Vi como el gesto de Nate se endurecía, dejando de lado su pasión por mi trabajo.
—¿Me permite hacerle otra pregunta, una un poco más... personal?
—Por supuesto —contesté, intrigado.
—¿Por qué necesitaba tan desesperadamente a alguien... con quien vivir la rutina diaria?
Aquello me descolocó un poco. Aparté la mirada, dirigiéndola al suelo, temía que llegara el momento en el que a Nate se le ocurriera preguntarme por tal asunto, y jamás pensé que fuera a ocurrir tan pronto. Inevitablemente, sabía que llegaría tarde o temprano, era natural. Como la misma vida y la propia muerte.
—Así que quieres saber el por qué de mi angustiosa búsqueda del afecto.
Tragué saliva y me eché hacia delante sobre la silla, apoyando mis brazos en la mesa.
—Yo antes vivía con otra persona. Los dos éramos jóvenes dramaturgos, ambos aprendimos del gran L, éramos casi como hermanos —dije, imágenes en movimiento comenzaron a reproducirse en mi mente—. A pesar de que yo daba mejores resultados, él siempre me apoyaba y me daba ánimos, no parecía preocupado por su propia trayectoria. De aquello tampoco hace demasiado tiempo, pero...
Me detuve al recordar el momento clave. El clímax. Lo que lo estropeó todo.
Seguramente al ver mi rostro afligido, Nate se apresuró a hablar.
—Mello, si no se siente con fuerzas o con la confianza suficiente para...
—No ha pasado el suficiente tiempo para que la herida cicatrizase —corté yo, alzando la cabeza—, pero no tengo problema en hablar de ello. Él se marchó porque se cansó de mi compañía, por lo visto yo me comporté de manera nefasta, un falso humilde que le miraba por encima del hombro —me levanté, suspirando y recogiendo los platos, este tema de conversación me había quitado el hambre—. Me hirió, sí, pero me volví a levantar. Ya ni me acuerdo de la última vez que hablé con él.
—Y ahora busca a alguien porque...
—Porque soy humano, y la soledad es una daga que cada día se clava más en el alma —dije, mirándole—. En un principio no me importó estar solo durante una temporada, pero poco a poco me fui dando cuenta de que no valía para eso.
—Bueno, ya no tiene que preocuparse por eso.
Él se levantó de su silla, se acercó a mí y arrancó los platos de mis manos, esbozando una leve sonrisa. Un tenue rubor cubrió sus mejillas, su tono de piel lo delataba todavía más.
—Porque yo voy a estar siempre a su lado, señor.
Lo dejó todo sobre un taburete, se acercó a la palangana y empezó a retirar la suciedad que había quedado en los platos. Mi corazón se aceleró durante unos breves instantes.
¿Lo habría querido decir con esa intención?
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