No es ninguna novedad mi temor por los fantasmas, basta con recordarte de ese espectro que me persiguió en la arboleda con sus manos huesudas extendidas hacia mí y su rostro ennegrecido por la oscuridad... ¡Si hasta se me pone la piel de gallina de solo recordarlo! Pero vale decirte que no siempre fue así. Existió una ocasión donde pude presenciar algo así como un fantasma sin temblar como una niñita. Permitime contártela más detalladamente.
Habíamos recibido órdenes de continuar nuestro trabajo haciendo una parada en un pueblo de Córdoba (ya no recuerdo el nombre) donde según decían se oían gritos espectrales por las noches. Supusimos desde luego que no necesariamente se trataría de enseres de las tinieblas, pero como era la revista que nos contrataba quien nos enviaba fuimos al lugar de todos modos y allí nos encontramos con un pueblito realmente pintoresco y con mucha belleza natural.
Buscamos algo de información entre los lugareños, pero todos parecían idiotas repitiendo con su desagradable tonadita tan distintiva que «por las noches no hay que andar porque te agarra la llorona».
¿Conocés la leyenda de la llorona? Lo dudo en realidad, y es que la misma cambia según la zona donde te encontrés. Así es, la llorona es una entidad que tiende a aparecer en diferentes lugares del planeta y en cada lugar la conocen de diferentes maneras. Acá, en Argentina, la conocemos como a una mujer que no posee pies ni rostro, es como si levitara y vaga por las noches buscando a los niños que perdió gritando sus lamentos y aterrando a los que la perciben. Dicen que trae desgracia y que puede llevarse a tus hijos al confundirlos con los propios que según el folclore ella misma asesinó ahogándolos por sentir que le estaban quitando a su marido. El destino de tus hijos si se los lleva la llorona no puede ser otro que la muerte, lógicamente, y todo esto suena tan falso como aterrador más, bien sabemos que no todo es lo que parece.
Ocurrió entonces que tras rendirnos de sacarle información a los descerebrados del lugar tomamos el camino hacia la plaza central y en frente de la misma encontramos a un oficial de policía que muy amablemente nos indicó que si queríamos investigar sobre el tema bastaba con caminar por las noches y seguramente escucharíamos los gritos del fantasma, que no se había oído casos de ataques de la llorona ni nada por el estilo y que seguramente se tratara de bromistas con radios o algún dispositivo que pudieran activar a la distancia puesto que a pesar de seguir los ruidos del llanto aún no los habían podido atrapar.
El hombre nos dijo que si queríamos podía pedirle a su hija que nos acompañara para guiarnos a fin de no derivar a un oficial a una tarea tan irrelevante. Acentuó esto último para dejar bien en claro que no corríamos ningún peligro al andar solos por la noche y que con una simple muchachita bastaría para sentirnos seguros porque su escuadrón andaba patrullando siempre cerca. Un tipo muy singular, pero convincente.
Fuimos a la plaza donde debíamos encontrarnos con la hija del policía, pero al llegar no nos recibió ella, sino que una amiga suya que se hamacaba solitaria nos dijo que ella deseaba guiarnos y que le había pedido a su amiga ocupar su lugar en esta tarea. Por supuesto que aceptamos y la chica nos garantizó que encontraríamos algo sorprendente.
Apenas caía la tarde cuando nos llevó muy presurosa a un callejón repleto de casitas preciosas, aunque pobremente iluminadas por los antiguos faroles del lugar. La seguimos por lo que parecieron horas caminando casi sin hablar, sin un rumbo determinado en medio de los callejones hasta lograr al fin oír las tan mencionadas voces elevarse en un tono agudo por sobre los croares de los sapos y el cri cri intermitente de los grillos haciendo que los mismos se callaran momentáneamente para dar paso a los fuertes alaridos de una mujer desesperada que proclamaba con fuerza la interminable búsqueda de sus hijos.
Debo admitir que en un primer momento me asusté, pero alego a mi favor que no fui el único, todos se sobresaltaron al oírla alzarse estrepitosamente rompiendo la paz de la noche. Todos se alteraron, incluso nuestra guía que se aferró de mi brazo con fuerza y me tironeaba pidiéndonos que nos marcháramos pronto. Quise sucumbir ante este dulce y conveniente reclamo, pero el Lucero no solía dar pasos hacia atrás y adentrándose más en rumbo hacia el sonido siguió su fuente buscando localizar la procedencia de aquello que nos aterrorizaba. ¡Hubieras visto la cara que puso el chofer! Era un hombre enorme, morrudo y corpulento, pero en ese momento la penumbra de la noche me permitió ver un rostro empalidecido y desesperado. Es como si toda la sangre se le hubiera ido del cuerpo, él no estaba acostumbrado a estas cosas. El Lucero sin embargo no dudó y adentrándose entre las casitas se dirigió al patio trasero de una de ellas irrumpiendo en propiedad privada nuevamente, como solíamos hacerlo en cada una de nuestras aventuras, pero esta vez una fuerza me impidió seguirla y me sostenía con firmeza para que no avanzara.
—No tengas miedo, todo va a estar bien —le dije a fin de que me permitiera hacer mi trabajo.
—Eso no lo sabés. ¡No vayamos! —me suplicaba ella.
—No puedo dejar a mi compañera sola, pero vos si querés, te podés quedar. Yo voy a volver muy pronto, ¿dale?
La niña temió por mi regreso y soltando el brazo del que me había atrapado me pidió que llevara conmigo su anillo como un amuleto de buena suerte. Accedí y le dejé mi bufanda porque hacía frío. Entré corriendo al terreno donde vi ingresar al Lucero y al llegar la encontré en el medio de un pastizal golpeando un árbol con su zapato. Debo haber creído que ella enloqueció porque no me dirigí a ella verbalmente hasta verificar qué era lo que hacía con tanto empeño: ella había encontrado un aparato, pero por más que lo intentaba no lograba apagarlo.
La separé del árbol y llamé a la policía que no tardó en llegar y al encontrarnos nos multó por haber ingresado a un terreno que, a pesar de haber sido abandonado hace ya mucho tiempo, seguía teniendo propietario y no deberíamos haber entrado sin autorización en un primer lugar.
se había sido su impedimento primordial para encontrar la fuente de los gritos, ellos no irrumpían en ningún espacio sin una orden. El aparato era como habíamos esperado una simple grabadora activada por un control remoto que la policía debía investigar. Casi no pude sacarle fotos antes de que se lo llevaran, pero al final de cuentas toda esta historia resultó en una anécdota divertida para la revista salvo quizás por un detalle: Tras haber llamado a la policía yo fui a buscar a la niña que nos había guiado durante la noche, pero no la vi. Le pregunté al oficial a dónde vivía para poder devolverle el anillo y él no supo nada sobre ella, pero me permitió hablar por celular con su hija y ella me contó que hace unos años había tenido una amiga tal como yo la describía, pero ella había fallecido en un robo dentro de su hogar que era precisamente la casita donde el Lucero había encontrado la grabadora.
Al otro día fui al cementerio para buscar la tumba de la muchacha y cuando estaba por llegar, aún a varios metros, el anillo saltó mágicamente de mi dedo y rodó hasta la tumba de la niña. Mi corazón se estremeció al encontrar sobre la lápida mi bufanda delicadamente enrollada.
Dirás que no debí hacerlo, pero guardé una foto del anillo y de mi bufanda doblada sobre la tumba de la niña. No sé por qué ella quiso ayudarnos, quizás no soportaba que entraran en su casa unos vándalos que solo buscaban asustar a los vecinos injustamente y quería ayudarnos a desarmar este misterio y quizás no soportó volver a entrar al sitio que había sido su hogar y por eso no quiso ir conmigo. Quizás el fantasma de una niña era más débil que el fantasma de su propia muerte merodeando sobre el lugar donde la misma aconteció.
Me entristece pensar en sus sentimientos, pero agradezco el haberla conocido y ser parte de su historia y poder tomar esta foto que ahora forma parte de una larga lista de imágenes que alguna vez se adentró en mi literatura para formar parte de los huéspedes de mis libros.
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