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¿Lo pudieron hacer más inalcanzable o qué?


Sábado, 22 de noviembre

06:40 p.m.

Compruebo rápidamente que todo haya caído en su lugar y limpio con cuidado las gotas que salpicaron. Pongo todo en la caja de galletas que guardé para este momento y luego la coloco dentro del único cajón de mi armario que tiene llave.

Me lavo las manos unas tres veces y luego dejo caer la llave en mi bolso para la fiesta.

Yo: Ya está, hice dos de las pruebas. Dejé la tercera por si acaso.

Yo: Pero quiero verlas después de la boda, como acordamos.

Gabo <3: Por supuesto, Lu

Gabo <3: Paso en una hora?

Yo: Estaré esperando por ti.

Llamo a mamá y dejo que me ayude con mi cabello. Cata se une y casi me echo a llorar ante el momento familiar justo antes de que probablemente mi vida se venga abajo. Sin embargo, me mantengo fuerte. No es tan difícil, ya que Cata sigue haciendo bromas tontas y poniendo videos de bloopers de bodas.

—Te ves hermosa —murmura mamá.

Cata me evalúa durante más tiempo.

—Has engordado un poco, pero el vestido ayuda muchísimo. Además, solo yo me doy cuenta porque eres mi hermana.

Mamá empieza a regañar a Cata, pero yo la detengo.

—Está bien, tiene razón, la necesito para que me diga estas cosas. No te preocupes, mamá, no voy a caer en la anorexia o algo así.

Solo en un aborto, nada de qué preocuparse.

Pero no, no debo pensar en eso. Hoy bailaré y celebraré como si fuera mi último día de tranquilidad. De hecho, seguramente lo es.

El timbre me saca de mis pensamientos.

—Esta vez tienes que saludarlo apropiadamente —reclama Catalina—. De verdad que tienes suerte de haberlo encontrado.

—Lo sé, pero Miguel no se queda atrás.

Catalina sale gritando que va en camino a abrir la puerta.

—Te ves hermosa—me dice Gabriel cuando bajo—, ¿necesitas que te cargue hasta el taxi para que no corras peligro de perder tu zapato de cristal?

—No necesitas una hernia —reclamo adelantándome. El taxi que lo trajo nos está esperando. Gabo tiene que correr para sostener la puerta.

—Susana y Leonardo nos encontrarán allá.

No decimos nada durante el viaje, a pesar de que tardamos casi una hora en llegar a la hacienda donde realizarán la boda, en las afueras de la ciudad. Gabriel me abraza y me quedo en sus brazos, dándole gracias al universo por él.

Cuando llegamos, los dos prometemos que vamos a divertirnos en esta boda, pase lo que pase. Sé que después de la fiesta, es hora de asumir las consecuencias de dejarse llevar.

Mientras veo el cartel que anuncia a los novios en la entrada, recuerdo que curiosamente, el día después de que descubrí que la pasión puede cambiarlo todo, fue el día que conocí a Tania.

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1 año y siete meses atrás

El día acaba de empezar y yo me estoy peleando con la máquina para obtener un capuccino decente.

Susana y Gabriel están debatiendo sobre The Walking Dead, mientras Kristal intenta estudiar para el examen que tenemos en unos minutos. Alicia se ha quedado dormida, así que nos alcanzará en el salón.

Los ojos de Gabo me siguen de forma diferente cuando vuelvo con el café y le doy una sonrisa tímida.

Intento desesperadamente no pensar en lo de anoche, pero hay algo en mi vientre dando vueltas. Eso fue increíble. Tal vez por fin estoy descubriendo lo que les gusta a mis amigas sobre el sexo. O bueno, lo que les gustará cuando lo tengan. Sin embargo, me sorprendo al descubrir que no las envidio ni un poquito. Lo de anoche me encantó, pero creo que es igual de bueno que cuando lo hacemos entre risas y frases tontas.

Me cuesta horrores concentrarme en el examen, porque solo puedo pensar en Gabriel acariciando mi cabello. Termino con el tiempo justo, y debo correr hacia mi siguiente clase, porque la profesora cierra la puerta a los diez minutos y no deja entrar a nadie más.

Felizmente llego a tiempo porque ella anuncia que haremos un trabajo grupal y que armará grupos al azar con los que no están presentes.

Me uno a dos chicas que conozco de ciclos anteriores, y ellas traen a una amiga suya. La desconocida tiene un cerquillo de color azul, y viste un vestido floreado del mismo color.

—Soy Lucía.

—Yo soy Tania...y realmente necesito pasar este curso. Dime que eres inteligente, por favor.

Su sinceridad me toma desprevenida y termino riéndome con fuerza por varios segundos.

—Soy décimo superior, ¿eso te sirve?

Cecilia, la chica sentada a mi derecha, agrega:

—Conocemos a Lu, es súper responsable. Además, no sé por qué te preocupas si tú también tienes buenas notas.

En realidad Tania resulta ser muy organizada y me alegro de haberla incluido, porque se ofrece a crear todos los grupos de WhatsApp, Facebook, Google Drive, etc.

Se lo cuento a Susana a la hora del almuerzo y ella me responde que la vida sigue odiándola.

—Lo creas o no, me tocó hacer con él ese trabajo grupal —sé exactamente a quién se refiere porque no ha parado de nombrarlo desde la última vez—. ¿Puedes creer que fue décimo superior el año pasado? ¿Qué tan horrible es eso?

—¿Por qué tendría que ser horrible?

—Es guapo, rico, amable, divertido, ¡y jodidamente inteligente! ¿Lo pudieron hacer más inalcanzable o qué?

No puedo evitar reírme ante su lógica.

—Me agregó a Facebook para este trabajo, y aparece como soltero, así que claramente en un mujeriego, ¿verdad? —Murmura desanimada.

—Por supuesto que sí. Un idiota.

Me encanta esta cosa de las mejores amigas donde siempre nos seguimos la corriente, sin importar de qué se trate.

—En su defensa, trajo a un amigo que aparentemente es el primer puesto de la facultad y teníamos el plan de trabajo hecho para el final de la clase.

—Tú fuiste el primer puesto, hasta que decidiste tomar electivos artísticos —le recuerdo.

Ella aleja la idea como si no fuera importante. Gracias a que ya tiene todo listo, llegamos al almuerzo comentando el tema de mi grupo para el trabajo y encontrando posibles fallas.

—Supongo que depende del puesto —me dice—, aunque podrían contactarse con alguien del área de...¿por qué te estás riendo?

—Porque eres tan graciosa...y porque tu crush viene justo hacia aquí.

Susana se queda en blanco, y la veo empalidecer, lo cual hace que mi risa fingida se vuelva muy real. Es extraño verla perder el control de sí misma.

—No te puedo creer, qué genial. Eres la mejor.

Al inicio sigo diciendo variantes de esa frase, esperando que el chico simplemente pase cerca de nosotras y crea que Susana es divertidísima, pero tengo que agregar algo más cuando me doy cuenta que tiene los ojos puestos en mi amiga y se va a detener junto a nosotras.

—Entonces esta chica, Tania, me preguntó si era inteligente porque....

Miro al chico, que ha dejado su bandeja frente a nosotras como si fuera lo más normal del mundo. A su lado está el amigo con el que lo vimos almorzando el otro día. Bajo la mesa, veo cómo Susana mueve las manos nerviosamente. Sin embargo, cuando Santiago baja la mirada, ella es todo indiferencia.

—Hola Susana —saluda el chico que va junto a él.

—Hola —corea Santiago con una sonrisa. Trato de no quedarme mirándolo embobada.

Tú ya tienes novio, Lucía.

—Ah, hola chicos.

Santa madre, tiene sonrisa con hoyuelos....es decir, tu novio se llama Gabriel y lo amas. Mucho.

—A Leo y a mí nos abandonaron para el almuerzo, ¿podemos sentarnos contigo?

Adoras a tu novio...¿Lucía?

—Por supuesto —Susana se vuelve hacia mí—, esta es mi amiga Lucía. También está haciendo el trabajo, pero está en el turno de la mañana. ¿Pueden creer que se cerró la última vacante en el momento en que ingresó a matricularse? ¡Fue horrible!

—Lo fue —confirmo, sacando mi celular para que mi novio me devuelva a la tierra—, una pesadilla.

—Y a veces es alguien que no lo merece —se solidariza el otro chico—, conozco a varios de los alumnos de esa clase y son un desastre.

—Espero que eso no incluya a mi mejor amiga o tendré que patearte —lo amenazo.

—Susana es una bendición —me asegura él y la patada que tenía pensada va para mí misma, porque no sé si está siendo sincero o me tiene miedo—, incluso en una clase como esa. Santiago me dijo que era responsable, y creo que nos estamos entendiendo para poder estudiar.

—Entonces es un gusto conocerte...¿cómo te llamabas?

—Leonardo —repite él—. Un gusto también, Lucía.

Cuando empezamos a comer, me siento una cavernícola al ver a Santiago. Supongo que nunca te fijas en cómo haces acciones rutinarias hasta que viene alguien como él y te das cuenta que nadie te enseñó a almorzar con tanta elegancia.

Antes de que tenga la oportunidad de preguntarle cómo lo hace (y avergonzarme a mí misma), algo le llama la atención en su celular y se atora con su comida.

—Voy a matar a mi hermana —murmura.

—¿Qué pasó?

—Acaba de publicar una foto mía a los nueve años.

Ruedo los ojos ante su tono frustrado. ¿Qué tan terrible puede ser?

—Es una pesadilla en serio —dice Santiago, que parece haber notado mi escepticismo.

Me pasa su celular y estallo en carcajadas. A pesar de que puedo darme cuenta que es él, a mi cerebro le resulta difícil calzar el hecho de que el niño lleno de granos, mirada enfurruñada y corte honguito de la foto sea este dios griego frente a mí.

—Eres como una de esas fotos de celebridades que hicieron una transición milagrosa a la juventud —comenta Susana, intentando aguantar la risa.

—Ojalá su personalidad también hubiera hecho una transición milagrosa —murmura Leonardo—, pero sigue siendo el mismo pesado de siempre.

—Bah, te mueres por mí —responde Santiago—, nadie más escucharía tus discursos aburridos sobre el mundo. El otro día incluso pude hablar con Susana de los calendarios y me acordé de todo lo que me contaste.

—¿Disculpa? —Susana interrumpe cruzando la mirada de uno a otro.

Leonardo también lo mira sin entender.

—Todos estos datos raros que me dijiste sobre los calendarios —insiste Santiago—, Susana dijo algo sobre eso en clase y pude corregirla porque estuviste hablando como una semana.

Claramente, la mirada de Leonardo termina en mi mejor amiga, y ella responde antes de que pueda formular la pregunta.

—Solo fue algo sobre el calendario Ge'ez...

Tengo que confesar que mi primera impresión de Leonardo fue que era bastante callado, el típico estereotipo de chico con lentes que siempre tiene las narices metidas en un libro y habla entre balbuceos. Soy una nerd, conozco a los de mi clase. Sin embargo, es muy difícil mantenerlo callado durante los siguientes veinte minutos mientras Susana y él debaten cosas extrañas de las que nunca escuché hablar. Ni siquiera sabía que en Etiopía están varios años "atrasados" en fechas, o que en Costa Rica no tienen direcciones con calles y números.

Santiago rueda los ojos como si hubiera escuchado lo mismo antes y se dedica a mirar su celular.

—Mierda, ya hay veinte comentarios —dice en un momento, y comprendo que se refiere a la foto de niño que colgó su hermana. Inmersa en el debate de Susana y Leonardo, casi me había olvidado de ello.

—Mira, al menos tú mejoraste —comento—, yo me veo igual que en el colegio.

—También yo —reclama Susana, pareciendo reparar nuevamente en la presencia de Santiago—. Y no solo me veo igual, sino que sigo siendo la nerd.

—¿De verdad eras la nerd? —Pregunta Leonardo. Parece divertido por ese comentario y no consigo entender por qué.

—Me llamaban ratón de biblioteca en el colegio, y esas eran mis amigas. No quiero imaginar cómo me llamaban los que me odiaban. Probablemente también ratón de biblioteca, no tenían mucha imaginación.

Leonardo y yo estallamos en carcajadas, pero Santiago no parece captarlo y sigue mirando su celular con el ceño fruncido.

Nos pasamos el resto del almuerzo compartiendo anécdotas de colegio, y nos enteramos que Leonardo estudió en uno de esos lugares exclusivos donde las clases son en inglés, y encima llevas lecciones de alemán.

—Pero eso no cambia nada —nos asegura—. Te das cuenta que soy un desastre cuando Susana viene con su colegio completamente normal y me supera en los exámenes sin despeinarse.

Mi mejor amiga intenta negarlo por todos los medios, pero sé reconocer cuando su ego está por los cielos.

—Pero tú dijiste que habías sido primer puesto de la facultad el año pasado —reclama cuando ninguno de sus argumentos surte efecto.

—Después de que tú lo hayas acaparado por tres años consecutivos.

—¿Estabas llevando la cuenta? —Se burla Susana.

A Leonardo lo salva de responder un gruñido de parte de Santiago.

—Realmente debo encontrar a mi hermana. Está arruinando totalmente mi reputación, incluso Ingrid se ha burlado.

—Ingrid tiene novio —replica Leonardo en el tono cansado de alguien que ha comentado lo mismo mil veces y nunca ha sido escuchado.

—Eres un aguafiestas. Te veo luego, tenemos que avanzar el trabajo de Mellares.

Tienes que avanzar —le corrige Leonardo—, yo ya te envié mi parte terminada.

—¿De verdad?

—La mandé hoy en la mañana.

Santiago vuelve a revisar su celular y maldice tan fuerte que algunas personas voltean a mirarnos.

—Genial, me tengo que ir. Adiós, chicas.

—Creo que debería almorzar con ustedes más seguido —declara Leonardo, como si nada hubiera interrumpido la conversación—, ¿quieren un helado?

—Yo sugiero que consigas más agua —responde Susana—, ese chico que viene allá es el novio de Lucía y no has visto pareja más azucarada en tu vida.

—Tienes todas mis condolencias. De hecho, nuestros amigos nos abandonaron hoy porque se fueron a almorzar con sus novias.

—Bueno, ya sabes a quién buscar cuando te aburras de ser violinista —digo casualmente señalando a Susana.

—¿O sea todo el tiempo? —Bromea Leonardo.

—Puedes venir cuando quieras, mis amigos casi nunca me dejan de violinista, ya saben que no tengo talento musical.

Cuando Gabriel llega, se une a la conversación con una facilidad pasmosa y cuando es hora de ir a clases, él y Leonardo ya han descubierto que son fanáticos de las mismas películas y los mismos videojuegos, e incluso se agregan a Facebook para que puedan coordinar encontrarse para jugar.

—Es mi novio, búscate el tuyo —le advierto, divertida.

—Si yo fuera gay, no tendrías ninguna oportunidad —me amenaza.

—Yo soy más linda —reclamo.

—Yo soy más inteligente, y además, tenemos más cosas en común.

—¿A nadie le importa que yo no sea gay? —Pregunta Gabo.

—No —respondemos los dos al unísono. Susana se ríe de la cara que pone Gabo y los cuatro estallamos en carcajadas.

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