La segunda vez
Martes, 18 de noviembre
06:13 p.m.
—¿Compraste la prueba?
He estado temiendo esa pregunta durante todo el día, a pesar de que he perdido mil oportunidades para tener la respuesta correcta.
—No...ha sido un día de pesadilla.
Ver la mirada preocupada de Gabriel hace que me derrumbe y, como siempre, él está allí para atraparme.
—¿Qué ha pasado? —Pregunta mientras me abraza con fuerza y me da un beso en la frente.
Detrás de nosotros logro ver a Rita con una mirada soñadora. Ella me da un pulgar hacia arriba y se aleja.
—¿Lu?
Empiezo a contarle a Gabriel sobre una terrible complicación con un cliente pero a mitad de camino me quiebro y termino abrazándolo nuevamente.
—¿Con qué cara compro una prueba para embarazo? ¡Sabrán que soy un fracaso!
Siento que todas las lágrimas de pánico que he estado reteniendo en la semana amenazan con ahogarme. Gabriel me toma por la cintura y me da un beso en la mejilla.
—Vamos, Lu, sabes que eso no es cierto. La compraré yo y me dirás qué sale, ¿ok? Hay una farmacia a dos cuadras de aquí.
Me toma un minuto procesarlo. He estado con Gabriel más de dos años y todavía sigo sorprendida cada vez que hace algo lindo por mí. Incluso cuando antes ya ha comprado cosas que me da vergüenza pedir por mí misma, lo sigo obnubilada con una sonrisa boba.
La más memorable de esas veces aparece en mi mente.
1 año y nueve meses atrás
¡El dolor se ha ido!
También he dejado de sangrar y el pánico ha remitido lo suficiente como para ser consciente de algo más: he perdido la virginidad.
Intento no entrar en pánico cada vez que lo pienso. Me siento mayor y una niña asustada al mismo tiempo. Dioses, vaya que soy dramática.
—Lo eres —me dice Gabriel cuando le cuento todo—, pero te adoro más que a nada. Puedes ser todo lo que quieras, me divierte escucharte divagar.
—Eso es porque nunca tienes nada que decir.
—Prefiero hacer cosas —murmura él junto a mi oído, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.
Me entra un ataque de risa y él me mira con cariño mientras doy vueltas.
Gabriel está tan aliviado como yo de que hayamos vuelto a la normalidad. O bueno, casi normalidad.
Sé que lo peor ha pasado pero no puedo dejar de pensar en lo que viene ahora: la segunda vez.
O sea, en teoría no hay tanta presión ni nervios, ni incomodidad, vergüenza y un largo etcétera, pero de todos modos mis uñas están pagando por ello.
¿Y si me vuelve a doler? ¿Y si después de que se ha ido todo lo que implicaba "la primera vez" descubrimos que no somos compatibles?
Esas son cosas que todavía no me atrevo a decirle.
Es...raro. Pensé que perderla sería algo más emocionante, que me cambiaría el mundo (no digo que no lo hace, es solo que no parece algo crucial) y que finalmente entendería por qué la gente está tan obsesionada con el sexo. Pero a pesar que fue muy lindo poder llegar más lejos con Gabriel, si nadie me hubiera hablado nunca de la virginidad, no hubiera sido gran cosa. Creo que por ahora me gusta más la idea de tener sexo que realmente tenerlo. ¿Y si no es cosa mía sino que Gabriel es muy malo haciéndolo? ¿Cómo voy a descubrirlo si no puedo acostarme con nadie más?
Tal vez nos falta practicar, tampoco es que pueda decir que tiene mucha experiencia, lo cual es bueno porque yo no tengo ninguna y no quisiera que se aburra de mí.
Sin embargo, no es tan fácil. Los exámenes se acercan, nuestros tiempos a veces no coinciden y nuestras familia parecen estar poniéndose de acuerdo para no dejar las casas solas ni un segundo.
Sé que a estas alturas ya deberíamos hablar sobre hoteles o algo así, pero no quiero sonar muy emocionada, porque no tengo mucho dinero. He empezado a postular a trabajos y me han llamado a algunas entrevistas pero todavía no hay nada seguro.
—Lu, ha surgido una emergencia en el trabajo y necesito correr para allá —dice mamá despertándome un sábado más temprano de lo esperado—. No regreso hasta medianoche, me parece, es una crisis. Por favor, necesito que me compres esta crema, te dejo la caja vacía y el dinero aquí. Cocina algo con Cata. Te quiero.
Mamá dice todo esto muy rápido pero mi adormilada cabeza logra captar la idea general.
—Suerte, mamá.
Ella sale corriendo, y logro ver que lleva los tacones en una mano. Me quedo dormida en media sonrisa y me levanto tres horas después para descubrir una catástrofe.
Lo primero que hago es llamar a Gabriel y pedirle que salgamos un rato en la tarde, porque necesito alguien que me tranquilice. A pesar de que ha empezado a trabajar hace una semana y seguro tiene mil pendientes, él acepta. Probablemente escuchó la desesperación en mi voz y es por eso que se ríe cuando le cuento mi problema.
—Tengo que ir y comprar un medicamento para hongos. Y no sé si debo explicar que no es para mí o si eso me haría sonar muy falsa. Tal vez esas personas ven todo el tiempo gente que pone excusas por comprar cremas para hemorroides o algo así.
—¿Es un nombre raro? —pregunta Gabriel— tal vez no saben para qué es.
Me quita la caja de las manos y sé que estoy perdida porque es una marca conocidísima e incluso trae fotos de pies con hongos impresas por toda la superficie.
—¿Podemos ir por helado para animarme un poco, por favor? Voy a morir de vergüenza en esa farmacia.
Hundo la cara entre las manos, intento hacer que todo se difumine, pero después de varios segundos el silencio me hace reaccionar. Alzo la vista y tengo que girar la cabeza en todas las direcciones. ¿Dónde se ha metido Gabriel?
Después de unos instantes lo ubico justo antes de que desaparezca dentro de la farmacia de la esquina.
¿Él realmente...?
Mi príncipe azul aparece un minuto después con una bolsa en las manos y sé que es rarísimo, pero eso consigue que quiera hacerlo con él allí mismo.
—¿Para qué sirven los novios? —Pregunta juguetonamente pasándome la bolsa.
Lo abrazo y susurro en su oído:
—Necesito que vuelvas a esa farmacia y compres un paquete de condones, ahora mismo.
Su mirada es divertida.
—¿Sabes? No he sacado de mi mochila el paquete que compré, tenía miedo que mi mamá los encontrara...y todavía quedan dos.
Ni siquiera lo pienso, lo arrastro conmigo a través de varias calles y luego lo empujo hacia la puerta del primer lugar que tiene un anuncio de "hotel". Afortunadamente, no es muy caro y nadie nos mira mal. La recepcionista solo gasta una mirada para comprobar que Gabriel realmente es el chico de su documento y nos entrega la llave.
Vaya, debe ser una experta en "cómo no hacer sentir incómoda a la gente".
Cuando cerramos la puerta, Gabriel me empuja contra la pared y empieza a besarme con tanta pasión que al separarnos, me arden los labios. Apenas puedo recordar el miedo ahora mismo.
—Puedo hacer todas tus compras de la semana si me vas a compensar así —susurra en mi cuello, dando pequeñas mordidas a través de mi clavícula.
V-a-y-a. ¿Cuándo diablos aprendió eso?
—Tonto, no tienes que hacer nada para conseguir esto —me toma un minuto completar la frase entera.
—¿A qué te refieres exactamente con esto? —Murmura él, todavía en modo gracioso—, yo solo te estoy besando.
Me sigue besando tanto que casi siento que sabe (quizás incluso comparte) mis temores sobre esta vez. Pensar que Gabriel podría estar tan nervioso como yo, me ayuda a mantener la calma.
Me obligo a mí misma a quitarme la blusa y no tratar automáticamente de contraer el estómago. Sin embargo, todavía se siente un poco extraño.
Él ya te conoce, me repito.
Cuando estoy a punto de desabrochar mis pantalones recuerdo un detalle en el que no me había parado a pensar.
Maldita madre naturaleza. ¿Es necesario que el vello crezca tan rápido? ¿No podías incluir un formulario para marcar si lo queremos o no?
Gabriel nota que me he detenido y toda su excitación es reemplazada por una cara de susto.
—¿Estás bien? ¿Quieres que sigamos?
—Pues...
Él sonríe, aunque puedo seguir viendo el miedo en sus ojos.
—Está bien, Lu. Quizás sí deberíamos esperar para...
Lo interrumpo con un beso. No sé ustedes, pero me encanta que él siempre esté pendiente de que yo esté bien y segura de todo.
Ahora que lo pienso, realmente no creo que a él le importe si me he depilado o no. Se ve más asustado por lastimarme y que yo lo odie.
—Necesito que vuelvas a hacer lo que estabas haciendo hace un momento —le digo mientras me quito los zapatos y lo empujo contra la cama—. Solo me estabas besando...pero a ver si eres capaz de hacer solamente eso. Te reto.
Solo por si acaso, y porque soy una cobarde, apago las luces y nos quedamos casi a oscuras.
—Un reto —repite Gabo— ¿y qué me das si gano?
—Ya veremos.
Obviamente, gano yo.
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