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Esto no es como en las películas


Domingo, 16 de noviembre

05:03 p.m.

—¿Cuál es el antojo de hoy?

—Gabriel —reclamo— ya detente.

—Vamos, te compraré todos los sabores que quieras. Solo lo mejor para mi adorable embarazada

—Deja de decir eso, alguien va a escucharte. Con mi suerte, probablemente un amigo de mis padres.

Gabriel suelta una carcajada y me abraza.

—Si tu padre me obliga a casarme contigo, lo tomaré por el lado amable, es la época perfecta. Podemos organizar una boda de verano, frente al mar. Quedarían fotos muy lindas.

—Me niego totalmente a casarme solo por un embarazo. No-hay-forma.

—Lo sé, pequeña paranoica. Estaba bromeando. Es mi forma de lidiar con el pánico.

Cuando llegamos a la tienda de helados, pido lo de siempre a pesar de los reclamos de Gabriel sobre que no bromeaba cuando dijo que me compraría todos los sabores. La chica que sirve los helados, hasta ahora indiferente, le lanza una mirada enternecida al escuchar eso. Por supuesto, Gabriel está más interesado en buscar su billetera mientras declara que no me dejará pagar porque me veo extra linda y cuando se acerca a la caja, la chica está dividida entre babear por él y tratar de averiguar qué ve en mí. Cruzamos una mirada y me encojo de hombros. Ella me da esa sonrisa de envidia sana que me ponen todas las chicas, y que me hace sentir un poco culpable.

Gabriel todavía alabando lo linda que me veo, se pierde todo el intercambio.

—Deja de romper los corazones de las chicas —reclamo cuando salimos.

—¿De qué estás hablando?

—Esa chica allá dentro, estaba totalmente interesada. Estoy segura de que si le dabas tiempo, te anotaba su número en la boleta.

Gabriel suelta una risa incrédula.

—Tú y tu imaginación —dice cariñosamente—, las chicas no se fijan en mí, Lu.

—Pero...

—Eres la única chica interesada en mí, las demás buscan tipos como ese —me señala un anuncio de Calvin Klein con un modelo guapísimo en ropa interior—. No soy nada al lado de eso.

Sigue quejándose hasta que salimos del centro comercial y acabamos en el parque en el que estuve con Susana el otro día.

—En serio, deja de ponerte celosa.

No puedo contenerme y le ruedo los ojos.

—Algún día lo verás, la forma en que todas ellas...

—Incluso si fuera cierto, a quién le importan todas ellas...¿me dejarás quedarme contigo?

Le doy la única respuesta que puedo darle.

—Siempre.

Gabriel me jala hacia sus brazos y me lanzo sobre sus labios.

—Deja de besarme así, me haces muy difícil controlarme.

—¿Y desde cuándo te gusta controlarte conmigo?

—Lu, si estás embarazada, tenemos que quitar el sexo de la escena hasta que sepamos. Si no quieres tenerlo, es una operación muy riesgosa. Solo quiero que estés bien y....

No puedo evitar interrumpirlo a mitad de la frase y besarlo con todas mis fuerzas.

Perderse con Gabriel es demasiado fácil; incluso al inicio, cuando me moría de nervios.

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1 año y nueve meses atrás

—¿Estás segura de esto, Lu?

Casi me río ante la pregunta. Estamos en su cuarto, con una casa milagrosamente vacía gracias al cumpleaños de una prima de Gabriel. Él le ha dicho a su madre que tiene un examen y que estará en casa de sus tíos un poco tarde. Ha preparado todo lo que logré balbucear cuando se lo propuse hace dos días, pero me sigue mirando preocupado.

—Completamente segura.

—¿De verdad?

Sé que se siente mal por lo que le pasó con su ex-novia, y dedico un pequeño momento a odiarla por eso.

—No voy a salir huyendo, lo prometo.

Gabriel suelta un largo suspiro y me abraza.

—Solo dime si quieres que paremos.

—Está bien.

—Esto es en serio, Lucía. Tienes que decirme si algo va mal.

Ha usado mi nombre completo (y he olvidado cuándo fue la última vez que lo hizo antes de hoy), lo que hace sonar todo muy muy serio.

—Por supuesto.

Y entonces lo beso, porque eso borra el mundo y es lo que necesito urgentemente. Sus manos están en todos lados, pero de alguna forma se siente más intenso al saber que no vamos a parar.

Cuando empezamos a retroceder y choco con el borde de su cama, Gabriel deja que tome asiento mientras se quita la camiseta. Luego vuelve a besarme y me encanta sentir su piel bajo mis dedos. Una parte de mí se da cuenta que realmente nunca lo he visto sin camiseta.

Me muero de curiosidad, pero esto de los besos parece ser como los estornudos: no puedes evitar tener los ojos cerrados.

Apenas soy consciente de los sonidos que llegan después y mi cerebro tarda al menos un minuto en descifrar que es Gabo quitándose los zapatos y...oh, dioses, ¿por qué es tan fácil quitarse un short? Diablos, debí pensar en eso, usualmente me toma como medio minuto deshacerme de mis jeans.

Pero entonces siento las manos de Gabo volviendo a meterse por debajo de mi camiseta y por la forma en que la está levantando sé que intenta que yo la tome desde ahí.

El pánico se apodera de mí. No había pensado en esto. Mentira, sí lo había pensado, solo imaginé que cobraría valor en medio de todo, que quizás solo sucedería antes de que me diera cuenta.

Quiero tanto ser la chica confiada y segura que siempre soy...pero esto es diferente. Realmente está pasando.

¿Qué era lo que me había dicho antes de empezar? Solo dime si quieres que paremos.

No quiero parar y a pesar de eso...

Sé que voy a arruinar el momento, pero este es Gabriel. Él me ha visto vomitando (y ha sostenido mi cabello mientras lo hacía), con los peinados ridículos que me hace su hermanita, llorando porque no conseguí mi sabor favorito de helado en la tienda. Me ha visto en la gloria y en la derrota, y todavía me mira a los ojos con ese brillo que hace que mi corazón quiera escapar de mi pecho. Tengo que decirle porque este momento es de los dos, y si yo no estoy cómoda, no va a ser perfecto. Soy tan mala guardando secretos, que se lo diré algún día y él probablemente me odie.

—Gabo...no puedo quitar mi camiseta.

Y con esa frase temblorosa, siento que toda mi sensualidad escapa por la ventana. Tal vez es su forma de suicidarse ante lo patética que soy.

Él sonríe y me da un beso corto.

—Está bien —susurra—. ¿Por qué no puedes?

No luce molesto ni nada, solo divertido, esperando por una real y coherente explicación, como que hice un pacto de nunca quitarme esta camiseta frente a un chico o algo así.

—No lo sé.

Escondo mi cara en su cuello porque aunque suene extraño, su olor me tranquiliza. Siento sus labios junto a mi oído.

—Solo dilo.

Cierro los ojos y suelto las palabras.

—Mi estómago no es plano.

Sé que intenta evitarlo, pero termina riéndose.

—Tu estómago no es plano —repite—. Explícame eso.

Se sienta junto a mí y se queda mirando su propio estómago, que se forma haciendo rollitos por todos lados, pero de alguna forma él no se ve mal. ¿Por qué los estándares para los hombres no son tan estrictos? Él es hermoso incluso cuando no tiene ni medio abdominal. ¿Es porque lo adoro o porque los medios de comunicación me han lavado el cerebro hasta este extremo?

—Lu, escúchame, sé que no tienes un estómago plano, ¿qué importa eso? Estás sentada, ninguna persona tiene un estómago plano cuando está sentada.

—Hay chicas que sí....las modelos, ellas....

—Lu, piénsalo —se pone de pie y señala su estómago. Intento no pensar que está semidesnudo frente a mí—. Mira lo que pasa cuando me siento. Nadie puede tener el estómago plano cuando se sienta, porque al ponerte de pie, la piel se estira. Si tuvieras un estómago plano y terso al estar sentada, cuando te pusieras de pie...no sé, tu piel no lo resistiría.

Su lógica es tan absurda en este momento que empiezo a reírme. Y me encanta que hayamos podido tomarnos un momento para discutir sobre esto.

—Mi ropa disimula bastante —digo todavía estirando mi camiseta como si jalarla fuera a conseguir que mi piel se viera suave y perfecta, como seguramente él piensa que es. La mano de Gabriel me detiene de destrozarla.

—Está bien —dice con una sonrisa triste—. No tenemos que continuar, Lu.

—Quiero seguir —susurro—, pero tengo mucho, mucho miedo de no hacerlo bien.

Él me mira con esa sonrisa que pone justo antes de decirme que le parezco adorable.

—Tengo una idea —dice jalándome hacia la cama.

Me quito los zapatos y él se sienta con las rodillas cruzadas frente a mí. Mis mejillas están ardiendo, porque puedo ver que hay algo estirando sus boxers y apuntando directamente hacia mí.

Inhala. Exhala.

—Mírame.

Y me estoy derritiendo con sus ojos otra vez. Él alza una mano y la coloca frente a mis ojos.

—Mano —dice con suavidad.

Señala su hombro. Hay un lunar allí.

—Hombro.

Señala su barriga. Nunca antes me había fijado en que tiene como...montones de rollitos.

—Estoy gordo.

Señala su nariz.

—Mi nariz es un desastre.

Sonrío, porque lo sé, pero igual me encanta.

Él deja que lo toque lentamente, murmurando cada parte del cuerpo conforme avanzo. Cuando llego a sus brazos, se tensa bajo mis dedos. Hay líneas blancas en el lugar donde se conectan con sus hombros. ¿Cómo es que nunca me había fijado antes?

—Subí muchísimo de peso en primer año, luego lo perdí muy rápido y ahora volví a subir mucho —murmura bajando la mirada, claramente avergonzado. Y yo me río, porque son solo líneas blancas sobre su piel—. No te burles de mis estrías.

Su voz es tan mortificada que paro de reírme al instante. Mis ojos buscan los suyos y mis manos se posicionan a ambos lados de su rostro.

—No me estoy riendo de eso —murmuro, empezando a darle pequeños besos—. Estás. Siendo. Ridículo. Eres. Completamente. Hermoso.

Cuando termino de besarlo, él arregla un mechón detrás de mi oreja. Siempre está haciendo eso, pero esta vez se siente infinitamente más íntimo.

Y así, de un tirón, me quito la camiseta.

Mi respiración está atorada y tardo un par de segundos en recordar cómo era que se llenaba de oxígeno los pulmones.

Pero él entiende. Sé que entiende porque me mira directamente a los ojos y no desvía la mirada ni un solo segundo.

—Te amo —dice con la respiración agitada.

Y luego de eso me besa con tanta dulzura que me derrito una vez más. Sus manos están sosteniendo mi rostro con delicadeza pero al mismo tiempo con una firmeza que me hace sentir que nos está encerrando en una burbuja. Es curioso cómo cambia el mundo cuando tienes los ojos cerrados y los labios de alguien que amas diciéndote lo mismo sin palabras.

Poco a poco me voy echando sobre la cama y él se tiende con cuidado sobre mí.

—Lu —su voz está temblando y paso mi mano por su espalda para tranquilizarlo. En lugar de eso, cuando vuelve a decir mi nombre, suena casi como un gemido—. Lu.

—Dime —dejo de acariciarlo, comprendo que lo estoy desconcentrando.

—Tengo miedo de aplastarte pero mis brazos me están matando.

—¿Eh? —lo entiendo antes de que responda: está sosteniendo gran parte de su peso en ellos y empiezan a temblar—. Sólo échate, Gabo.

—Tengo miedo de que mi pecho aplaste demasiado tus senos, como cuando te compraste ese sujetador que te sacó heridas, o que mi peso te incomode, o que algo allá abajo se presione demasiado fuerte contra...ahm...¿se entiende?

Gabo es un torbellino de palabras, tan nervioso que me hace sentir muy muy feliz. Somos dos tontos intentando averiguar esto. Se siente tan natural, tan bonito, tan fácil.

—Déjate llevar y te diré si me haces daño, ¿ok? A la cuenta de tres. Uno...

—Dos.

Y de repente lo siento. En todas partes. Incluso cuando mi ropa interior sigue en su sitio, puedo sentirlo como si no hubiera nada entre nosotros. Y no quiero que quede nada. Oh dioses, debimos quitarnos todo antes de empezar. ¿Cómo diablos voy a quitarme mi ropa ahora sin separarnos?

Pero entonces él se eleva para mirarme y me doy cuenta de que está preocupado porque mi silencio sea una mala señal.

—Estuvo bien —digo antes de que invente más dudas—. Me encanta tu peso sobre mí.

Cuando sonríe, es Gabo de nuevo. Por supuesto que podemos separarnos para quitar la ropa y volver justo a donde estábamos. De hecho, es extraño lo fácil que resulta sacar todo de nuestro camino.

Tengo unos segundos de tensión para quitar mi ropa interior, ya que no quiero que note el pésimo trabajo que he hecho intentando depilarme. Hay zonas con cantidades desiguales de pelo porque...¿cómo diablos no te asustas teniendo una cuchilla en un lugar tan delicado? Y ni me hablen de la cera, me aterra la idea de tener que ir a un lugar para sufrir de esa manera. No, gracias.

Qué bien que las luces están apagadas y entra poca luz por la ventana.

Gabriel solo sigue besándome, e incluso hay un momento en que su...eh...eso golpea contra mi estómago e intento no reírme porque en cierta forma me hizo cosquillas, igual que su vello sobre mi pecho.

Pero lo siguiente que Gabo hace me desconcierta: empieza a alejarse.

—¿Está todo bien?

Saco la pregunta como un disparo.

—Yo...eh...necesito sacar...mi mochila...

Mientras se pone de pie y saca una caja de color rojo, me doy cuenta de lo que intentaba decir.

¡Había olvidado completamente la existencia de los condones! ¿Cómo puedo haber estado pensando en esta noche por siglos y olvidar eso de repente? ¿Así es como las chicas consiguen embarazos adolescentes? ¿Se olvidan de todo por mirar en los ojos de sus novios? ¿Hay algo más que me haya olvidado?

Admiro a Gabriel por acordarse. Pudimos haber sido terribles. Y entonces empiezo a reír de nuevo, porque es una idea ridícula. Ya somos terribles. Los peores.

Hemos fallado de una manera espectacular en emular cada película, libro y canción existente sobre una primera vez.

De la caja sale una tira de tres condones y Gabo toma uno. Lo hace de espaldas y demora al menos veinte segundos enteros; por alguna razón recuerdo el libro de 50 sombras, donde el tipo podía hacerlo en tres. Me pregunto si es alguna cosa que viene con la práctica u otra tonta invención literaria. Debe ser lo primero; es decir, ¿qué tan difícil puede ser?

Gabriel empieza a voltear y capto un vistazo antes de cerrar los ojos. ¿Por qué estoy tan avergonzada sobre mirar a mi propio novio cuando yo misma estoy desnuda aquí?

Me animo a mirarlo mientras le toma varios segundos decidir qué hacer con la vacía envoltura metálica en sus manos. Finalmente decide tirarla al suelo y volver a la cama conmigo. Nunca me había fijado en que está cubierto de vello por todos lados, ni había puesto atención a cómo se mueven los músculos de la espalda, pero él es tan sexy.

Cuando vuelve a estar sobre mí, entiendo el por qué de la expresión "abrirse de piernas" para referirse al sexo. Nunca he sido del tipo gimnasta o atlética, y tener a Gabriel allí realmente requiere que separe las piernas de una forma que me hace sentir vulnerable. Quizás son los nervios, pero lo consigo sin muchos problemas.

Gabriel parece pensar que sus besos harán que todo sea más fácil...y resulta tener razón.

Siento el calor y cómo empieza a subir la temperatura en todos lados. Y él va lento, muy muy lento. Cuando siento el pinchazo, intento no hacer muecas de dolor. Soy una chica valiente, sabía que esto iba a doler. Calma, todavía es soportable.

Gabo se sigue deslizando dentro de mí. La sensación es extraña, pero lo primero que pienso es que él es extra tierno.

—¿Está bien? ¿Quieres que salga?

Antes de que responda, empieza a salir y ahora sí que se me escapa un quejido de dolor. De inmediato, él se preocupa y tengo que elevar las caderas para compensar que esté intentando alejarse.

—No salgas —suplico—. Quédate allí...pero no te muevas mucho por un rato. Me arde cuando...eh...entras y sales.

—Lo sien...

Detengo la frase antes de que la complete.

—Está bien, sabía que esto tenía que pasar.

Gabriel todavía parece consternado, así que lo beso con todo lo que tengo y él me responde el beso con el doble de intensidad, como si estuviera intentando compensarme. Con cada segundo, mi deseo por él aumenta hasta que no puedo soportarlo más.

—Sigue moviéndote —le ordeno— te avisaré si me duele demasiado.

Él empieza a moverse, lentamente, con una cara de concentración que me causa gracia. Después de un minuto, el dolor se vuelve soportable y empiezo a disfrutar.

Se siente bien, aunque soy consciente de que no estoy perdiendo la cabeza y olvidándome de todo, quizás porque todavía me duele un poco.

A veces es difícil incluso concentrarse en que él está dentro de mí, en un lugar tan privado porque siento más intensas sus caricias en mi abdomen, sus manos en mis piernas, sus labios en mi cuello...

Esto no es como en las películas, pero me encanta.


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Hola a todos!

Disculpen la demora con publicar este capítulo pero tuve unos días intensos en el trabajo, luego acampé todo un día para el concierto de Ed Sheeran (te amo, Ed; todas esas horas bajo el sol, parada, aplastada y al borde de la asfixia valieron la pena solo por poder verte tan cerca) y finalmente tuve que recorrer media ciudad ayer para ver a todas las madres de mi familia.

Les dejo mi capítulo favorito de este libro, espero que les haya gustado :)

¡Saludos!

Valeria


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