En mi mente te imagino cual princesa, vestida de colores muy brillantes; encuentro en tus orejas los pendientes que por mí te atreviste a usar.

Te imagino cual princesa reluciente, tu belleza resplandece en esta noche. Elegante, subes a mi coche, y te pierdes entre mis fantasías.

De repente, todo aquello se desvanece. Nos deposita en otro sitio mi mente. Esta vez, aquel vestido reluciente uno blanco perlado se vuelve.

Un ramo de flores tú sostienes. Son rosas, son azules, son hermosas. Cortesía del bandido que regresa, intentando arrebatarte de tu boda.

Las campanas se escuchaban en la iglesia, mas yo sordo a todo aquello me encontraba, con la vista sólo fija en tu mirada, con los ojos brillando te esperaba.

El momento de los votos ha llegado. En tu rostro se refleja la alegría. Aunque sé que todo esto es fantasía, sigo el juego de mi loco corazón.

Cuando el sí por fin se suelta de tu boca, aquel ruido del demonio me despierta. En mi cama me revuelvo sin cuidado... El despertador el sueño me ha quitado.

Ahí es donde muere mi inspiración. Quejándome de lo poco productivo que puedo llegar a ser, revolví mi cabello. Mis sentidos tardaron unos diez segundos en regresar. Cuando volvieron, fui al baño, me di una ducha y me vestí con el uniforme.

Saludé a Mofu con una caricia, pero no lo hice con Momo porque no se encontraba allí. Desayuné una tostada que yo mismo tuve que preparar, y salí por fin de casa. Me encontré con un fuerte viento. Era julio, pero el calor no llegaba del todo por las mañanas.

Suspirando, entré a la escuela. Y los vi a ellos, a mis ex-senpai. Urata-san, Araki-san y Soraru-san... Los tres estaba ahí. No tenía la menor idea de porqué, hasta que me acerqué a preguntar.

—Naruse —me saludó Araki-san, con alegría—. ¿Cómo estás?

—Bien. Eh... ¿Qué están haciendo aquí?

—Oh, eso. Vinimos a recoger nuestros diplomas~

— ¿Los tres?

— ¡Hai! —asintió, con energía—. Soraru obtuvo la tercera mejor nota, y la octava nacional... Urata obtuvo el sexto puesto y yo el cuarto~ Somos los mejores.

—Sin dudas —susurré, maravillado. Yo jamás tendría ese logro, ya lo dejé claro—. Se esforzaron mucho... Felicidades. —Me atreví a darle un abrazo.

Sentí que él sonrió, porque yo también sonreí. El momento fue cortado por la campana.

—Creo que debes ir a clase —suspiró, separándose de mí.

—Sí, también yo. Mmm... Extraño tus manzanas —admití.

— ¿Las que eran tan rojas como tus mejillas? —preguntó y luego rió—. Es broma. Ve~

—Hai —asentí—. Que les vaya bien.

— ¡A ti también!

—Fue buena esa rima —admití, riendo.

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