[Día 23]: Dorado.
Como Junie me reveló la verdad que había estado oculta ante mis ojos durante quizás tres semanas, decidí compensárselo con un regalito. Bueno, "regalito".
En él gasté absolutamente todo el dinero que me había quedado del cabello... Así que, esta vez sí me quedé pobre. Empecé a tomar en cuenta la idea de vender mis raps...
Resulta que, en la joyería, había un collar dorado más brillante que mi futuro. Era hermoso... Tenía una clave de Sol, además de unas cuantas pepitas de plata. Claro que, me costó un ojo de la cara.
— ¿Lo desea en una caja?
—Sí, por favor... Espera, espera, espera... ¿Tú eres Shima-senpai?
— ¿Eh? ¡Ah! Tú eres el rapero que mencionó Urata —rió—. Sí, soy Shima~
— ¿No irás a la universidad?
—Nah, eso es para débiles. —Hizo una pausa—. Bueno, sí quería ir... Pero Senra no pasó la prueba de admisión a la universidad que queríamos ir, así que, mientras lo espero un año, trabajaré aquí~
—Vaya...
—Aquí tienes —me tendió la cajita con el collar adentro, guiñándome el ojo—. Espero que le guste.
Todos los senpai de tercero —o al menos los que iban en el mismo salón de Soraru-san— sabían que había dejado a Junie por mi culpa.
Salí de la joyería. Recordaría el nombre después, por si necesitaba pedirle algún favor a Shima-san. Silbé durante el camino a casa.
Cuando llegué, Mofu me recibió solo, porque su madre estaba comiendo. Lo cargué y lo acaricié un poco. Ya estaba mucho más grande que cuando lo recogí.
Estuvo tranquilo cuando lo llevaba al cuarto, y me acompañó encima de la cama, pidiéndome con empeño que lo acariciase.
No sabía qué palabras decirle a June, y tampoco tenía ganas de aparecerme en su casa de la nada como la vez anterior. Debía crear rápido un plan.
Entonces recibí una llamada suya.
—Naru-chan~ ¿Quieres ir al cine? —preguntó, después de saludarme.
—Claro —dije, sonriente (aunque ella no podía ver eso), porque creó la oportunidad perfecta para que pudiera darle su regalo.
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— ¡Junie!
— ¡Naru-chan!
Nos abrazamos, y alcancé a depositar un pequeño beso en sus labios.
—Estás emocionado, ¿no? —rió.
—Tengo algo que darte —dije, con una sonrisa—. Ten~
Le extendí la cajita. La tomó entre sus finas manos y la abrió con cuidado, como si fuera a romperse. Vio el collar y abrazó mi cuello enseguida.
— ¿Quieres que te lo ponga?
— ¡Claro! —asintió.
Ese día estuve muy feliz. Junto a ella siempre era feliz.
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