Sode shigure

Flores de cerezo, me he enamorado de ti, tirando de tu manga en la lluvia temprana de primavera.

En un momento de desesperación, casi al borde de derramar lágrimas de impotencia, tomó a la muchacha de los hombros. Pequeñas gotas empezaron a caer del cielo.

—Sé mi novia —volvió a decir, esta vez a forma de petición. Las lágrimas se derramaron.

Nisa pareció quedarse paralizada por unos instantes. Como no reaccionaba y seguía teniendo la misma expresión de sorpresa en su rostro, el otro continuó dejando que sus lágrimas salieran, mientras se preguntaba qué fue lo que hizo mal.

De repente, ella bajó la mirada y luego la cabeza. Un par de segundos transcurrieron y acto seguido, volvió un poco menos confundida. Sus pequeños dedos rozaron las mejillas de Mafumafu, limpiando las rebeldes lágrimas que no dejaban de salir. Le sonrió, para darle confianza una vez más. Inseguro, él decidió que dejaría de llorar.

—No veo razón para que estés llorando ahora —dijo—. No hiciste algo de lo que te puedas lamentar.

La duda en el rostro de él se presentó fugazmente. Por esa razón, la chica tuvo que darle una respuesta más acertada.

—Déjame terminar —rió un poco—, jamás dije que no. Claro que quiero ser tu novia... Es decir, no digo que lo merezca, pero sí quiero y como me preguntaste si... B-Bueno, tú entiendes —bajó la cabeza, apenada de sí misma.

—Nisa-san... ¿Eso quiere decir que...? —intentó preguntar, ilusionado.

—Sí, es lo que crees.

Después de eso, esbozó una pequeña sonrisa traviesa. Quizás cometería el mayor atrevimiento de toda su patética vida.

Como si no hubiera un mañana, y como si se creyera todas esas protagonistas de libros y películas, atrapó los labios de Mafu en un corto beso. De manera automática, las mejillas de él se pusieron rojas. Cuando acabó la pequeña muestra de amor de Nisa, empezó a toser hasta el punto de casi ahogarse.

— ¿Estás bien? ¿Qué pasó? —preguntó ella, preocupada, una vez vio que se calmó.

—Sí, lo siento, no sé qué pasó... C-Creo que me atoré...

— ¿Con qué? —rió la chica.

Él sólo levantó los hombros y rió también.

—Hola, soy Nisa y mi novio casi muere apenas nos volvimos pareja —dijo, riéndose.

—Gomen —se disculpó el otro, sin dejar de reír.

Se quedaron quietos en el banco. En algún momento, la muchacha apoyó su cabeza en el hombro de Mafu y, acto seguido, él dejó descansar la suya sobre esta. Sonrió al notar que había tenido éxito.

Pronto empezó a llover, y se vieron obligados a volver a casa. Aquella suave llovizna de primavera marcó el día en el que por fin tuvo valor para confesar lo que sentía.

Camino a casa, tomó con fuerza la mano de su ahora novia. No estaba dispuesto a dejarla ir. No quería y no lo haría.

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