Rin estaba enojada, muy enojada. Mientras pasaba por el pasillo, sabía que Ichizu la miraba con una sonrisa, pero sólo no se la devolvió porque sabía que las cosas se pondrían peores. Simplemente volvió con Mandii y no le dijo nada sobre lo que había pasado, aunque la castaña le preguntó muchas veces.

—Dentro de unas horas, me encargaré de separarlos. ¿Puedes pedirle a Bria-san que entretenga a la princesa unos minutos? Con eso nos bastaría —murmuró.

— ¿Por qué estás tan alterada y no quieres decírmelo?

—Si te digo me pondré peor —sonrió—. Sólo quiero terminar con esto lo antes posible.

—Yo también —susurró la otra.

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Como habían organizado, Bria se encargó de distraer a Ichizu. Se encontraba hablando con ella cerca del jardín. Las dos muchachas restantes se dirigieron a la habitación de Itou.

— ¿Qué hacen aquí? —preguntó éste, cuando las vio llegar.

—Venimos a terminar con esto —exclamó Mandii.

Rin, entonces, miró a Itou con sus ojos violetas, activando así su magia y haciendo que éste no pudiera moverse. Mandii se acercó y, vacilando un poco, besó a su amado en los labios.

Al principio, la expresión de él fue tosca, porque no quería ser besado. Sin embargo, se suavizó con los segundos, mientras se daba cuenta que era su reina. La abrazó, le acarició la cabeza y luego le devolvió el gesto. Arrepentido, recordando las cosas que le había dicho mientras estuvo hechizado, comenzó a llorar.

Muy poco después, ella secó sus lágrimas y le sonrió.

—No fue tu culpa.

—Lo siento mucho...

—Kashi, volviste —susurró una vez más, y lo abrazó con mucha fuerza.

Él no pudo hacer más que sonreír también, puesto que estaba feliz de verla otra vez y sentir su calor. No podía creer lo que Ichizu le hizo, y tampoco sería capaz de entender porqué fue necesario eso.

Rin contempló enternecida la escena, devolviendo sus ojos marrones.

— ¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó una recién llegada Ichizu.

—Ya no me volverás a engañar —espetó Itou—. Sé lo que me hiciste, y no voy a casarme contigo.

La princesa frunció el ceño—. Las odio a las dos —gritó—, por arruinar mi boda. Pensé que por fin habías entendido que esa sirvienta no era para ti...

—Fue todo parte de un hechizo, así que ten por seguro que nunca sentí nada por ti —dijo el muchacho—. Mandii es mi reina, y siempre lo será. No permitiré que me roben el corazón de nuevo, porque no quiero dejarla sola otra vez.

—Ya veremos si lo que dices es cierto.

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