Llevé a la escuela un abrigo más negro que el hueco en donde se supone que debería estar mi corazón. La lluvia otoñal me obligó a ponerme la capucha. Con frío, moví mis temblorosos y escuálidos pies por el pavimento hasta llegar al lugar que me proveería calor durante un tiempo. Fue una mala idea, sin dudas, decidir adelgazar el pleno otoño. Aunque no fue precisamente mi voluntad.

Junie me saludó, con su particular sonrisa. Le devolví el saludo, agachando un poco la cabeza, para después ubicarme en mi asiento. Crucé los brazos sobre el pupitre y me recosté sobre ellos, cerrando los ojos. Refugié mis fríos dedos en la manga del abrigo antes de poder acomodarme bien. Me quedé así hasta que empezó la clase.

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—Naru-chan, come.

—No tengo ganas.

June siguió picando mi mejilla hasta que Soraru por fin decidió llegar a buscarla. Ella me dijo que ya volvía y yo sólo asentí. Me dispuse a dormir en el pupitre hasta que el descanso terminara, pero me desperté gracias a Shin, quien jugaba a enredar mi cabello.

—Está largo —dijo.

—No más que el tuyo —repliqué.

Él comenzó a reír de la nada, y yo intenté seguir con mi siesta.

Para cuando June volvió, yo ya estaba inmerso en un profundo y relajante sueño.

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Luego de un par de horas de monotonía, llegó el momento de la libertad. Sin embargo, la fuerte lluvia no permitió que nos marchásemos enseguida. Estuve a punto de maldecirla, pero recordé que evitaba la sequía...

Volteé a ver a June, quien estaba junto a Soraru, y me percaté que ninguno de los dos tenía un paraguas. Además, el abrigo que ella llevaba era demasiado fino. Podía resfriarse... Era hora de hacer mi buena acción del día.

—Junie, ten. —Me saqué el abrigo y se lo tendí. Por suerte llevé una camiseta bajo el uniforme. De no ser así, moriría de frío.

—No, póntelo tú, estoy bien así. —Bajó la cabeza.

Aun así, le insistí y mantuve mi brazo estirado hasta que decidió aceptar mi oferta. Se colocó el abrigo, que le quedaba un poco grande, y luego sonrió.

—Gracias —susurró.

Noté los celos de Soraru en su mirada, mas no le di más importancia de la debida. Me alejé unos metros hasta que ya pude verlos como pequeñas siluetas en la lejanía. A pesar de tener frío, caminé hasta mi casa con lentitud. Llegué empapado, pero valió la pena.

Aunque me causara un resfriado.

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