Capítulo 6, parte 1, invierno
Omnisciente:
El día estaba nublado.
Kaito estaba en la sala. Sentado. Mirando a la nada.
Miku estaba a lado de él en el sillón. Aún tenía lágrimas en sus ojos. Pero intentaba esconderlas, por Kaito.
Y porque son ridículas e hipócritas.
Kaito se levantó de su sillón y se marchó a su cuarto, dejando sola a Miku. Ella no lo detuvo, ni le dijo nada. Porque sabía por lo que estaba pasando ese lamentable hombre.
Ella misma lo había vivido tantas veces.
Pero no quería eso para Kaito. Para ella, él era la única persona que la amaba, y que ella amaba. Él era el hombre con el que siempre había soñado. Y no iba a dejarlo decaer.
Siempre estaba con ella en sus momentos difíciles, y fue una de las pocas personas en su vida que le extendió una mano y le dio ayuda. Y fue también una de las pocas personas que la hizo ver que la vida valía la pena.
Sabía que debía animarlo. Pero no sabía cómo hacerlo.
Entonces pensó en lo que debes hacer. Dejarlo sanar por su cuenta.
Porque a una persona no puedes obligarla a olvidar a alguien más, ni a sanar sus heridas por arte de magia.
En la vida real tienes que apoyarlos día con día, como él lo hizo con ella. Y eso era muy, muy difícil.
Así que se limpió las lágrimas y se levantó del sillón. Si quería ayudarlo, tenía que ser fuerte ella misma. Aunque sintiera que su corazón se rompía con cada respiración.
Tomó unas galletas y un vaso con leche y subió al cuarto de Kaito.
Quería demostrar que podía hacerlo. Podía dejar atrás a la débil niña que fue en el pasado. Podía dejar atrás a la vulgar joven prostituta. Podía dejar atrás a la mujer corrompida.
Ahora podía ser una mujer libre, una que podía defenderse y tener el control de su vida, sin tener que preocuparse por los demás, ni tener que sentirse insegura de su cuerpo.
Ahora podía ser una madre para su futura hija, y una compañía para Kaito. Podía ser feliz.
Y sobre todo, podía ser una mujer de la que ella misma se sintiera orgullosa.
-Kaito... -llamó al otro lado de la puerta de este.
No recibió respuesta. Tocó una vez más.
-Kaito. Ábreme, por favor.
Otra vez, no recibió respuesta. Tomó la perilla y la giró, abriendo la puerta. Miró por una orilla.
Kaito estaba sentado en su cama. Seguía con la misma camisa y mirando a la ventana.
-Kaito... -. Miku abrió la puerta completamente.
-¿Qué haces aquí? -Kaito preguntó algo molesto.
-Te traje galletas... No has comido desde la mañana.
-... Vete de aquí. Quiero estar solo.
Miku estaba por irse. Tomaría las galletas y la leche y saldría en silencio. Pero ahora no. Ahora se enfrentaría.
-No me iré.
-Dije que no quiero ver a nadie. Vete.
-Y yo dije que no me iré.
Kaito se levantó lentamente. Se dirigió a Miku y se paró enfrente de ella.
-Te dije que no quiero ver a nadie.
-Y yo ya te dije que no me iré.
Kaito dio un paso adelante, y Miku no dio ninguno hacia atrás. No se iba a doblegar como un perrito asustado.
-No quiero utilizar la fuerza para sacarte de aquí. No quiero lastimarte. Así que vete de aquí.
-No me voy a ir. Me voy a quedar aquí contigo.
-¡Y yo dije que no quiero ver a nadie! ¡Lárgate de aquí! ¡Déjame solo!
Kaito tomó a Miku del brazo, pero ella se forcejeó y logró safarze.
-¡Vete de aquí! ¡No te quiero ver aquí!
-¡No me voy a ir, Kaito!
-¡Lárgate!
-¡No! ¡No pienso irme ni lo voy a hacer!
Kaito, con las pupilas clavadas en Miku, levantó su mano, listo para darle una bofetada.
Ella, por un momento, volvió a sentir ese miedo. Ese miedo que muchas personas tienen cuando saben que no hay escapatoria. Ese miedo cuando sabes que el golpe te va a llegar y no puedes evitarlo. Solo queda esperar el ardor y las lágrimas.
-...
Kaito bajó su mano. Miró a Miku, quien estaba tapando su mejilla para esperar el golpe.
Así es como ella aprende.
La vio aterrada. Toda la determinación que había tenido al desafiarlo se había esfumado. Ahora solo quedaba miedo y resignación en su rostro. Un miedo que ella nunca antes le había tenido.
-Sabes que no puedo lastimarte.
Miku levantó su cabeza.
Así era como su madre la disciplinaba. A golpes. Y así era como la trataban sus novios. A golpes. A excepción de Len, que aunque malo, parecía una blanca palomita en comparación con los otros cuervos con los que le tocó lidiar.
-No te habría permitido que me golpearas -Miku volvió a mirar de frente a Kaito.
-Nunca te golpearía.
-Y más te vale que así sea.
Kaito y Miku se miraron a los ojos. Él dio media vuelta y se paro enfrente de la ventana, dejando al otro lado de la habitación a Miku.
-Entiendo que estás triste.
Kaito volvió a verla con un semblante enojado.
-¿Tú, entenderme? Tú no entiendes nada.
-Sé lo que es perder a alguien que quieres. Más que cualquier persona.
-¿Cómo vas a entenderlo, eh? ¿Cómo una chica como tú va a entender lo que es una pérdida?
-No toleraré que me trates así.
-Tú me debes mucho a mí. Aún cuando arruinaste el matrimonio de mi amiga y destrozaste su familia, yo te di un techo y la oportunidad de cambiar.
-¿La oportunidad de cambiar? Eso tú no me lo diste. Eso lo encontré yo misma.
-Sin mí no lo habrías hecho. Tal vez segurías siendo una prostituta. O tal vez te habrías muerto.
Miku frunció el ceño.
-Pues tienes razón. Te debo casi todo lo que soy ahora. Pero tú también me debes mucho a mí.
-¿Qué es lo que te debo, según tú?
-Me debes el amor y el cariño que te he dado. La compañía que siempre quisiste.
-¿Y eso me ha servido? ¡Estoy solo! ¡A nadie le importaría si me muriera mañana porque ya es como si estuviera muerto! -gritó Kaito, con todas las fuerzas que tenía.
Kaito tomó aire y dijo:
-A nadie le importo más...
Miku lo miró. Pero esta vez de verdad. Pudo ver a través de él. Pudo ver su pena en los ojos, y su angustia en las arrugas de su frente. No parecía Kaito Shion. Ante ella, ahora parecía solo un hombre con el corazón roto.
-A mí me importas, Kaito -Miku se acercó a él y tomó sus manos con dulzura.
-No te importo...
-Me importas, y mucho. Eres lo más importante que tengo.
-No es así.
-Y si puedo evitar que te mueras, haré hasta lo imposible.
La chica de las coletas besó la mejilla del peliazul. Este la miró a los ojos, con una lágrima escurriéndole.
-Lamento haberte dicho cosas tan dolorosas -se disculpó él con ella.
-Y yo lamento no ser como tú esperas que sea.
-Eres perfecta. No eres la mejor versión de ti misma, pero eso significa que cambias. Y vas a cambiar.
Se abrazaron. No sabían qué más decirse. Los dos estaban tristes y adoloridos. Solo los reconfortaba el estar abrazados y sentir los latidos de su corazón.
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