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Capítulo 5, parte 7, invierno

Omnisciente:

—Necesito decirles algo, a todos.

En la habitación de Rin se encontraban Len, Kaito, Miku, Lily, Lenka, León, Neru, Akaito, y la madre de Kaito. Al igual que Rin, claro.

Todos, estaban a punto de recibir una noticia que cambiaría sus vidas de alguna manera.

—Tengo que decirles que estoy enferma... Y no me queda mucho tiempo —habló la pelirrubia derramando una lágrima—. Ya no tengo por qué ocultarlo. Ustedes merecen saberlo.

En la sala no había nadie que no estuviera impactado. Nadie decía nada, solo trataban de asimilar lo que acababan de oír.

—Pero... ¿¡Pero qué demonios estás diciendo Rin!? ¡No juegues así con nosotros! ¿¡Qué te piensas que somos eh!? —gritó Kaito acercándose al lado de Rin, quien estaba en la camilla—. ¡No juegues así conmigo!

Kaito llevó sus manos a su cabeza.

—Kaito... Sabes que nunca haría una broma así.

—Entonces... ¿Por qué nos lo ocultaste? Debiste decirlo... Somos tu familia —Kaito medio sollozó a su lado.

—No sabía cómo. No podía —Rin comenzó a llorar más fuerte.

—Todavia podemos salvarte —dijo Lenka, igual con los ojos llorosos—. No es tarde, podemos...

—Ya no se puede hacer nada —la interrumpió Rin—, esto es terminal. Es leucemia.

—Pero... Debe haber una solución, Rin —la suegra de Rin se acercó a ella y acarició sus cabellos.

—Te llevaremos a un hospital excelente —Neru lloraba. No podía creer lo que su hermana mayor había dicho—. No quiero que te mueras hermana... No quiero perderte a ti también.

Neru se acercó a su hermana y la abrazó. Ella la correspondió.

—No me vas a perder —dijo Rin en voz alta—, ni nadie de ustedes. No quiero estar mucho más tiempo deprimida. Es lo que menos quiero ahora. Lo que quiero hacer es estar con todos ustedes. Porque son mi familia. Porque los amo.

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—Rin —Miku se quedó a su lado—. Entiendo que tal vez no quieres verme. Porque tú me odias.

—Yo no te odio.

—Oye... ¿Qué debo hacer? En verdad ya no lo sé —Miku rompió en llanto.

—Todo estará bien.

—... Perdóname. Perdóname por todo lo que te hice. Perdóname, yo soy la que debería estar en tu lugar porque me lo merezco. Soy una puta, una escoria que no debió nacer.

—No tengo nada que perdonarte. Hiciste feliz a Len, y con eso basta para mí.

—Por eso... No debí salir con él. Yo sabía que era casado, y aún así-

—Lo hiciste porque lo amabas. Y él te amaba. Yo no puedo interponerse ante eso... No puedo.

—Lo lamento mucho... No tengo derecho a hablaerte si quiera, ni a estar aquí. No sabes cuánto me odio a mí misma... No sabes cuánto deseo nunca haber nacido. Lo único que he hecho en toda mi vida es destruír la vida de los demás. Destruir tu vida, la de tus hijas, la de Kaito, la de mis padres y la de mi hermano. Cometí tantos errores.

—Todos cometemos errores —Rin tomó la mano de Miku—, pero lo importante es siempre salir adelante. Porque somos humanos, y de eso aprendemos. De lo malo. Quiero que seas feliz, Miku, al igual que todos los que me rodean. Y tú has empezado a cambiar. Has feliz a todos, a Kaito, y a mi Len, sobre todo. Y cuida de tu bebita... Ella te necesita.

—Sí, así lo haré. Por ti, y por mí.

—Vaya, veo que te llevas bien con la prostituta —una tercera persona apareció en la habitación—. Eres la perra con la que se acostó mi marido.

Era una mujer de pelo rosado, con una edad por los 50 años, que llevaba una sonrisa aterradora.

—Sin rencores, mi marido ya está muerto, y se la metió a más chicas además de a ti.

—Mamá... —murmuró Rin.

—Oh, querida, mírate como estás —la madre de Rin se acercó al lado de su camilla—. Me gustaría hablar a solas contigo cariño.

Miku miró a Rin, quien asintió fingiendo una sonrisa. La de coletas salió de la habitación, dejando a solas a madre e hija.

—Eres una vergüenza Rin —le dijo la mayor a Rin—, además de ser una decepción como hija también te dignas a morir pronto. Y sin darme ni un nieto hombre.

—...

—Me dejaste sin ni un centavo, ¿sabes? Por andar de zorra enseñándole tus tetas a Len. Y encima me tuve que ir a la calle.

—...

—Tu obligación era casarte con alguien rico, y ni eso pudiste hacer bien.

—Yo no amaba a esos hombres.

—Nadie ama por completo a sus parejas. Porque la vida no es blanca ni negra. Solo es vida.

—...

—Y lo único que importa en esta vida es el dinero. Y ni eso me pudiste dar.

—Era una niña. Me querías vender a un degenerado que de seguro me iba a maltratar y abusar.

—¿Y eso qué? ¿No me digas que eres débil? No entiendo el escándalo, tu padre me hacía lo mismo que esos hombres degeneredos te iban a hacer, y mírame, sigo con vida al menos —la madre de Rin la miró con una sonrisa cínica—. ¡Ah, ya veo! Es porque querías casarte con el amor de tu vida, ¿verdad? Es por eso que escogiste a Ren o como se llame. No seas patética Rin.

Rin cerro sus ojos, intentando aguardar sus lágrimas. Entonces un recuerdo de su infancia llegó a su mente.

El amor no importa, Rin. Lo único que importa es complacer a tu esposo —se lo había dicho su madre cuando tenía seis años—, incluso si eso requiere dejarte humillar. Porque los hombres solo piensan en ti como un juguete para tener sexo y golpearlo como saco de box. Y nosotras tenemos que complacerlos. No debemos levantarles la voz, y debemos hacer todo lo que ellos digan.

—Pero ese hombre era malo mami, me tocó muy feo.

—En la vida ningún hombre es bueno. Todos son unos cerdos.

—Kaito es bueno.

—Kaito es bueno porque tiene dinero. Esfuérzate mucho para que en el futuro logres casarte con él y me des dinero.

—Pero mamá, ya no quiero que más hombres me vean y me toquen. Son malos y me duele mucho.

—Si quieres que te ame, tendrás que hacerlo.

Rin derramó una lágrima silenciosa mientras escuchaba los sermones de su madre.

—Incluso cuando yo te crié lo mejor que pude.

—... ¿Lo mejor que pudiste? No me hagas reír.

—Te di dinero y techo.

—Hacías todo lo posible para obtener dinero. Estabas por casarme con un hombre de cuarenta años cuando sólo tenía dieciocho.

—¡Lo hice por tu bien! ¡Porque nos faltaba el dinero!

—No me jodas... ¿Y para qué lo ibas a hacer? ¿Para comprar alcohol y apostar?

La mayor se levantó al instante y le metió una cachetada a Rin.

—¡Cállate! —le gritó su madre.

—Salga de aquí —Len apareció en escena, hablándole a la mamá de Rin.

—Vaya, vaya. Pero si eres Len. Dime, ¿sigues con tus amantes?

—Váyase de aquí —volvió a insistirle Len.

La madre de Rin sonrió. Se levantó de la silla al lado de la camilla de Rin y se acercó a Len.

—Querido Len, ¿cómo están mis nietas? —le preguntó burlona—.¿Y tú cómo has estado?

—Mejor que usted —respondió con firmeza Len.

—Hum... —la mujer tomó su bolso y se dirigió a la puerta— bueno, adiós Len. Y adiós cariño, espero que te recuperes pronto.

Salió de la habitación. En eso Rin rompió en llanto. Len se acercó a ella y la abrazó y besó.

—¿Por qué es tan cruel conmigo, Len? —preguntó débil Rin.

—No lo sé..

—¿Por qué no me quiere? Pensé que en esta situación al menos mostraría algo de compasión por mí. Pero ya veo que no es cierto. Ni cuando me muera va a amarme, ni va a lamentar mi muerte.

—...

—Len...

—¿Sí? —besó la mano de Rin.

—En todo el tiempo desde que me enteré de que iba a morir, me di a la tarea de hacerme a la idea... Pero —volvió a sollozar—, la verdad es que no quiero morirme. Me asusta mucho.

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