Regla 2: La vecina no entra en la ecuación.
La mesa de mi sala de estar estaba llena de papeles de trabajo y carpetas con las últimas interpretaciones que tenía a mi alcance. A eso había que sumarle que tengo que buscar una novia exprés en menos de cinco días. Por esa cuestión ahora mismo me encuentro delante del ordenador portátil, navegando en una página de citas por internet. Esto es una locura. ¿Y si le pago a una prostituta? No, esa no es una opción, Hanna se daría cuenta.
Me levanté de mi sillón cuando escuché el timbre de la puerta.
Al abrir dejé escapar un enorme suspiro. Era Ellie, mi vecina. Me dedicó una de sus sonrisas brillantes y recostó su cadera al marco de mi puerta mientras me miraba de arriba y abajo. Así era ella: loca y en ocasiones atrevida. No se parecía en nada a mí, yo era más cohibido, pienso las cosas antes de hacerlas. Pero no puedo mentirles diciéndoles que tengo un montón de amigos porque no es así, de hecho, Ellie es la única que considero una amiga. O algo así, porque ella en ocasiones me ignoraba, alegando no tener demasiado tiempo para socializar, ese trabajo que tiene la está consumiendo poco a poco. Además, reconozco que Ellie piensa que soy un mujeriego, pero claro, si cada dos por tres veía a una chica distinta pasearse por el rellano de nuestra escalera.
En realidad, habíamos empezado a llevarnos bien y a coincidir el día que me pidió azúcar, ya que no le había dado tiempo ir al súper a hacer la compra. Por supuesto que se la di. Desde ese día Ellie venía a menudo a mi casa, veíamos la tele y pedíamos pizza, ella la de doble queso y yo la de pepperoni. A ella le encanta el queso. Me imagino que ahora mismo estaba frente a mi puerta en busca de azúcar.
— ¿Qué quieres? —pregunté cortante.
—Vaya, alguien está de mal humor esta mañana.
—No estoy para tus juegos, Ellie. Estoy ocupado —dije.
—Como siempre, claro. Don Ocupado.
— ¿Necesitas algo o ya puedo cerrar la puerta? —atajé cansado.
—Sí. Necesito que mi deslumbrante vecino me done un poco de azúcar. A cambio, prometo llenar tu nevera de cerveza y hacerte compañía, ¿qué te parece?
Me parece justo. Chasqueé la lengua, agobiado.
—Está bien, está bien. Pasa.
Ellie sonrió y, antes de que pudiese apartarme de la puerta, me abrazó con ímpetu, porque ella era así. Una de esas chicas seguras de sí misma que, a diferencia de mí, no analizaba o pensaba cada gesto antes de hacerlo. Sencillamente vivía su vida dejándose llevar por sus impulsos.
—Iré por una cerveza ¿quieres una? —me preguntó ella.
—No, gracias. No tengo cuerpo para beber hoy —le respondí enseguida y ella me miró sorprendida, porque yo nunca rechazaba una cerveza bien fría.
—Qué listillo —se burló sonriendo.
—Te dejé la puerta abierta para cuando te vayas —comenté antes de volver frente a la pantalla del ordenador, porque no quería perder más tiempo. Teniendo en cuenta que me quedaban solo cinco días para encontrar una novia de pega para el Baby Shower de mí hermana. Cada minuto era como un granito de oro y cada día como un enorme lingote.
Me senté de nuevo en la mesa del comedor, intentando ignorar el ruido que Ellie hizo cuando entró y se movió por la cocina como si fuera la suya. Luego la escuché masticar algo a mis espaldas.
Suspiré hondo.
— ¿Quieres estarte quieta? —le dije enojado.
—Esa no es la pregunta, la verdadera es… ¿qué haces tú en ese ordenador?
—No es tu problema, Ellie.
Intenté cerrar la pantalla del portátil, pero ella me lo impidió agarrándola con la mano y parándose a mi lado mientras echaba un vistazo a la página de citas que tenía abierta. Luego sonrió, como si aquello fuese gracioso.
— ¿Intentas encontrar mujeres por internet? —preguntó ella divertida.
—No… Sí…No, no exactamente.
— ¿Sí o no? Decídete.
—Es una larga historia, Ellie.
—Puedes empezar a contármela, tengo tiempo —replicó ella.
—Si ya cogiste la azúcar, puedes irte —le dije cortante.
—Sí, pero tu historia seguro me parece divertida. Cuéntame, Ian, ¿qué hiciste que necesitas una mujer? —bromeó mientras se sentaba en la silla que estaba a mi lado y miraba de reojo el ordenador.
—Tan solo necesito… una acompañante…
— ¿Una acompañante para qué? Esto empieza a sonar interesante.
Ellie se empinó a la boca de la botella de cerveza, como si fuera un hombre en una cantina de mala muerte. Yo sonreí. Me fijé en sus labios. La primera vez que los vi, dos años atrás, cuando ella se acercó a mí en el rellano del edificio para ayudarme con la mudanza, pensé que eran sensuales y seductores. Puede que fuese por su hermosa sonrisa, siempre a flote, o porque realmente empezó a gustarme desde ese instante. Tenía un rostro precioso y femenino, de rasgos ligeros. Y los ojos negros en contraste con su cabello que siempre llevaba algo desordenado, ahora sé que tiene la mala costumbre de en ocasiones no peinarse.
Inspiré hondo, armándome de valor.
—Una acompañante para una fiesta, un Baby Shower en concreto.
—No lo entiendo —ella frunció el ceño.
—Pues es así, Ellie. Tengo que asistir a un Baby Shower dentro de cinco días y necesito ir acompañado. No es tan difícil de entender —resoplé.
Ella entrecerró los ojos mientras me ponía en pie hacia la cocina, de repente tenia sed, mucha sed. Noté como ella le echaba un vistazo a las candidatas que ya había separado.
Cuando regresé, ya se había sentado en el sofá con el portátil en sus piernas. Me quité los zapatos y me acomodé a su lado. Ella iba vestida con un mini vestido de flores amarilla que decía delante Aloha.
— ¿Y por qué estas mujeres te acompañarían? —preguntó tras darle otro sorbo a su cerveza.
Suspiré. Odiaba todo aquel asunto del Baby Shower, odiaba no haber sido valiente y contarle la verdad a mi hermana, ella seguro lo hubiera entendido. ¿Cómo iba a estar con otra mujer si ya estaba enamorado? Solo que ella no se daba cuenta.
— ¿Por qué no te vas a tu casa, Ellie? —le pregunté algo molesto mientras le quitaba el ordenador de las piernas.
—No me apetece. Lo que realmente quiero saber es cómo terminaste metido en este lío. Vamos, Ian, dime, sé que me ocultas algo.
— ¿Por qué te importa tanto? Yo no te pregunto a ti de los hombres con los que sales.
—Porque no quieres, pregunta todo lo que quieras.
Me llevé un dedo a los labios, pensando en alguna cuestión que pudiera incomodarla para que finalmente se marchara.
— ¿Por qué no tienes una relación seria? Veo a hombres saliendo todo el tiempo de tu apartamento. ¿Qué problema tienes con el compromiso?
—Bueno… —Bebió otro trago de cerveza —. No tengo ningún problema. Simplemente no he encontrado el hombre indicado para mí.
— ¿Acaso existe el hombre ideal?
Ellie me miró fijamente con sus ojos negros.
—Estoy segura que sí.
—Qué romántica —repliqué sarcástico —. Yo si estoy seguro que existe la mujer ideal para mí, de hecho, ya la he encontrado.
Lo dije con toda la intención del mundo. Pero como siempre, Ellie no se dio cuenta.
—Ian, solo tienes que preguntarme —dijo ella de pronto.
— ¿De qué hablas?
—Pregúntame si quiero ser tu novia de pega.
— ¿Qué? Estás loca de remate, Ellie. Ni que estuviera demente para pedirte eso.
Ella se puso seria de pronto.
— ¿Y por qué no? Soy mejor que todas esas inútiles, aparte, ya me conoces, no te resultará incómodo.
Parpadee sorprendido por el ofrecimiento. Mi vecina, de la que llevo enamorado dos años enteros, estaba dispuesta a fingir ser mi novia. Creo que había llegado el momento de sacar mi lista de reglas para enamorarla, esa que había hecho cinco meses atrás cuando percibí que no iba a hacerme caso.
— ¿Y qué ganas tú con ayudarme? —pregunté.
—Bueno, primero que nada salir de fiesta, y segundo, que a cambio quiero tu casa — la miré incrédulo —. No me mires así, lo que quiero decir es que yo me mudo a este apartamento ya que es más grande que el mío, y tú te quedas con el mío. ¿Trato hecho?
—Todo eso si mi familia se cree que eres mi novia de verdad. Porque existe la posibilidad de que no se lo traguen —le aclaré, no pensaba perder mi casa así como así.
—Hecho.
Nos dimos las manos y por un momento me pareció que sonreía. Tal vez he comenzado a desvariar. Aquello sonaba descabellado, pero por un lado me convenía, no me importaba perder mi casa si con ello lograba conquistar a Ellie. Y era verdad que mi apartamento era mucho más grande que el de ella, pero es que Ellie no tenía mucho dinero como para pagar algo más espacioso. Ella trabajaba dándole clases de español a niños en la escuela local, su salario no era el mejor que digamos. Parecía vivir con lo necesario, pero tampoco tenía grandes aspiraciones. Los dos somos como el vinagre y el aceite.
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