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Cruento destino

— ¡Huyan!— voces llenas de pánico adornaban el destrozado sitio— ¡Son los Esbirros!

No era plenamente consciente de lo que hacía. Sentía un líquido empapar mis manos, sentía un regusto metálico en mi boca, mi estómago se removía inquieto con la ingestión de cada bocado.

— ¡No!— los gritos de auxilio bombardeaban mis tímpanos— ¡Suéltame! ¡Que alguien me ayude!

Veía unas garras sujetar a una aterrorizada mujer, veía como esas garras la apretaban haciendo tronar sus costillas y provocaba que la sangre la hiciera atragantarse. Apreciaba como aquellas manos monstruosas se enterraban en su carne y la partían por la mitad, dejando los intestinos colgando del interior.

— ¡Mamá!— indudablemente era la voz de una niña— ¡Mamá!

¿Esas garras eran mis manos? Me sentía ajeno a mis acciones. Como si estuviese mirando las cosas con los ojos de alguien, o de algo, más. Poco a poco dejaba de razonar. Simplemente me entregaba a aquellos impulsos de despedazar lo que se moviera.

— ¡Ah! ¡Ah!— había quienes sólo podían gritar sin llegar a pedir ayuda.

Intentaban forcejear para liberarse. Hacían el amago de dar pelea para seguir viviendo. Sin embargo, a final de cuentas, terminaban en pedazos dentro de la bolsa sin fondo llena de fluidos gástricos que era el estómago de los Esbirros.

— ¡Suéltala!— existían quienes tenían suerte y eran auxiliados.

Sin embargo, toda aquella valentía se veía destruida con una simple mirada fija. Podían poseer toda la tecnología que quisiesen, tal vez pudiesen controlar magia a la perfección, pero nada podía quitarles el eterno miedo que nos tenían.

Fuego, aire, agua, tierra, rayo, lava, hielo, cristal, gravedad, invocación. La lista de hechizos y artillería pesada que poseían era extensa y vasta. No obstante, cuando la mirada escrutadora de un esbirro coincidía con ellos, parecía que la vida comenzaba a abandonarles por el terror.

La chica era un tanto gorda, la grasa no le apetecía a nadie, las presas predilectas eran las personas que contaban con más músculo que grasa. Si un esbirro tenía el hambre suficiente, soltaba la presa "mala" y perseguía aquel bocado más apetitoso.

Los seres humanos se comportaban con un esbirro desde siempre, igual de sanguinarios, pero no tan grotescos a simple vista. Dejaban de lado los animales enfermos y las plantas marchitas, buscando lo más fresco, buscando lo más apetecible. Tú lo habrás hecho también.

Descuida, no me refiero a comer a una persona, me refiero al hecho de discriminar y volverte selectivo con lo que ingieres. Algún día, en la infancia o en plena madurez, habrás jugado con tu comida. Mientras tu paseas de un lado a otro los alimentos, los esbirros por su parte, gustan de destazar y esparcir los restos por donde sea.

— ¡Corre!— escuchaba los gritos de ese hombre— ¡Apresúrate!

— ¿¡No lo ibas a enfrentar!?— la fémina recién auxiliada era tirada de la mano en aquella carrera mortífera.

— ¿¡Acaso estás loca!? ¡Es imposible!

Apreciaba como aquel ser perseguía a su nueva presa y, de paso, deseaba destrozar y jugar con la antigua víctima que antes estuvo a su merced. Como avanzaba a una velocidad atroz usando las cuatro extremidades que conformaban lo que antes fueron piernas y brazos.

La baba violácea caía de sus fauces abiertas, de lengua afuera, adornada con una hilera de filosos dientes amarillentos. Tan dispares y amontonados, como el hocico de un tiburón, con forma de sierra. Despedían un aroma pestilente y venenoso.

— ¡Nos va alcanzar!— los humanos eran demasiado volubles— ¡Haz algo!

Cedían ante el miedo, el hambre, el cansancio. El terror los volvía monstruos. Igual o peores que los esbirros.

— ¡Mamá! ¡Mamá ayúdame!— el ser no alcanzó a la pareja, sin embargo, obtuvo fácilmente a una niña.

— ¿¡Qué hiciste!?— la mujer estaba histérica.

— Sólo hice lo necesario para vivir.

Observé a aquella pequeña. Chillaba, berraba e intentaba soltarse. Pobrecilla. A lo lejos, aquella pareja sin escrúpulos fue emboscada por dos abominaciones similares a mi. Ella tuvo un destino tan cruento que, pese a ser usada como carnada, no pudo salvar a nadie.

— ¡No! ¡Ah! ¡Agh!— comer era una orden biológica, tuviese o no hambre.

El sitio estaba hecho un enfrentamiento campal. Era una guerra sin cuartel, la cual se desglosaba en múltiples encuentros y anormalmente obtenía como ganadores a los seres humanos. La sangre se entremezclaba con aquella saliva de color tan extraño.

¿Así pasaría el restos de mis días? ¿Como un ser sin raciocinio? ¿Estaría obligado a comer a mis antiguos congéneres? Si en esos momentos hubiera tenido aunque sea una brizna de racionalidad, de cordura, estoy más que seguro que intentaría haber cometido suicidio.

— ¡Ahí están!— más voces, más comida— Hay 10 en total, el más cerca es el más pequeño, a 12 metros de distancia.

El polvo volvió a ser levantado por los ataques ofensivos. Simplemente volteé a ver hacia aquella dirección e instintivamente corrí hacia ahí. No peleábamos, no sabíamos hacerlo, aunque teníamos el conocimiento para matar y alimentarnos.

Matar un esbirro se volvía cosa fácil, claro, siempre y cuando hayas sido capaz de perderles el miedo. Otros, ni siquiera perdían el miedo, solamente jamás habían sufrido el terror de chocar miradas con uno. Crear una estrategia para eliminar a la amenaza no era difícil, lo complicado era ejecutarla sin tener ninguna baja.

— ¡Suéltame escoria!— no importa que tan rudos intentaran verse, muy en el fondo, se morían del miedo.

Estaba listo para destazarlo. Para asesinarlo y, quizá si me daba la gana, alimentarme de él si todavía no tenía el estómago demasiado lleno. Para mi desgracia, o para mi salvación, no pude hacer nada más. Tuve el vago sentimiento de que algo se incrustaba en mi cuerpo.

Mi sangre era negra, negra como la brea e igual de pestilente que mi aliento. Lentamente miré a ver a mi atacante, separé las mandíbulas y solté un gruñido irritado. ¿Quería acabar conmigo? Bien, que lo hiciera. No obstante, que no se confiara, perder la razón no significaba que me dejaría matar.

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En definitiva, está siendo demasiado obscuro ^^U

Pero bueno, espero que les guste, escribir cosas así no es tan malo (en lo personal prefiero leerlas que escribirlas)  

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